“Ya a nadie le importan las películas. Nadie va al cine, nadie ve televisión por cable. ¡Todos miran Netflix!”, bromeaba el provocativo Ricky Gervais en su monólogo como anfitrión de la última entrega de los Globos de Oro, el 5 de enero en el hotel Beverly Hills. El próximo domingo, la ceremonia de los Oscars será un reflejo de las múltiples tensiones que afectan a la industria en un momento crítico: el avance del streaming, las alteraciones provocadas por el feminismo, la transnacionalización de las producciones y el temor a perder relevancia.
Las nominaciones para este año arrojan un dato incontrastable: el avance prodigioso de Netflix a pesar de la guerra fría con exhibidores y fundamentalistas de las salas de cine, que están convencidos de que el video bajo demanda destruye el negocio tradicional. Los casi 60 largometrajes estrenados por Netflix en 2019 rindieron frutos y desde 2015 sus nominaciones para los premios Oscar se multiplican de manera exponencial año a año. Para 2020 logró 24, seguido de cerca por su principal competidora en la industria del entretenimiento digital, Disney, que logró 23 nominaciones.
El hecho de que Netflix estrene las películas en un puñado de cines para tener derecho a las nominaciones, aunque lleguen al gran público a través de las pantallas hogareñas, enfurece a las cadenas de cines. “Los Oscars se convertirán en otra versión de los Emmy” (premios para televisión), advierten los distribuidores. El último intento para boicotear a Netflix fue presionar a la Academia para que incremente las exigencias de exhibición y excluya a las plataformas de streaming de las nominaciones, pero fracasó.
relato ganador
No es un secreto que detrás de las entregas de premios como los óscares, los Emmy o los Globos de Oro haya algo más que una fría y objetiva evaluación de cada obra o performance. Existe un arte sofisticado llamado “campaña de premios”: los estudios contratan especialistas y les destinan varios millones, proyecciones, cenas y presentaciones con miembros de la academia. También anuncios en el prime time, entrevistas en medios y la construcción de una "narrativa" favorable para la película, actor o actriz. O la difusión de prensa negativa para el contrincante; todo vale para alcanzar el éxito.
Un especialista en este oficio fue Harvey Weinstein, junto a su compañía Miramax, que durante los años noventa aprovechó como nadie el Oscar bait, es decir, el impulso en la taquilla global que recibe un film nominado o ganador. Para algunos estudios independientes, ganar el Oscar u obtener nominaciones era su principal "modelo de negocio". Desde la salida de escena de Weinstein a raíz de las denuncias por violación, nadie se reconoce su sucesor. Excepto Netflix. El año pasado, para promocionar la película Roma, la apuesta del gigante del streaming fue tan fuerte que comenzó con la compra de la consultora de Lisa Taback, una experta en Oscar campaigns que antes había trabajado con Weinstein. Se estima que Netflix gastó 30 millones de dólares –una cifra inusual– para quedarse con la estatuilla a mejor película que al final no ganó. Paradójicamente, o no tanto, producir el film costó mucho menos que la campaña.
Netflix hubiera hecho historia ganando el premio mayor de la Academia con un film sobre los padecimientos de una mujer mestiza del tercer mundo, en blanco y negro, y hablada en español. Como dice el dicho, “si no puedes vencerlos, únete a ellos”, por eso este año lo intenta con El Irlandés, un film más complaciente para un espectador de cincuenta, blanco, varón y estadounidense que añora épocas mejores. Como si intentara actuar en espejo, en cambio, la nueva adaptación de Mujercitas, nominada para Mejor película y Mejor Actriz, se lanzó al mercado con la “narrativa” de que su sola existencia significaba el deber de verla para vencer al machismo.
jim crow en hollywood
La lista de los miembros con derecho a voto que componen la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, la que entrega cada año los óscares, fue siempre un secreto bien guardado, incluso para sus propios integrantes. Para pertenecer se deberá conseguir la invitación de otros dos miembros, o haber ganado una nominación, y luego ser aprobado por la junta directiva. La lista de nuevas incorporaciones recién comenzó a hacerse pública a partir de 2006. La Academia, según su propia definición, es la "principal organización relacionada con el cine del mundo" integrada por "los hombres y mujeres más exitosos que trabajan en el cine". Pero los exitosos resultaron ser muchos más hombres que mujeres.
Una investigación de Los Angeles Times publicada en 2012 terminó con el secreto y consiguió develar la identidad del 89% de los 5.765 integrantes con derecho a voto de ese año (hoy son más de 9000). Reveló también que el 77% eran varones y el 94% blancos. Además, como la membresía era vitalicia, un número significativo ya no tenía –o tenía poco– contacto con la industria. Latinos y negros apenas llegaban a un 2% cada uno. En resumen, el voto que decidía provenía mayoritariamente de varones blancos con un promedio de 62 años. Como era de esperar, esa falta de diversidad se manifestaba en las candidaturas. En 2016 hubo 20 nominados all white en las categorías mejor actor y actriz por segundo año consecutivo. Al conocer las nominaciones, la directora de la Academia Cheryl Boone Isaacs (la única persona negra del board) no se preguntó si el dato generaría otra vez controversias, sino qué tan grande y dañina podría ser para la Academia.
#OscarsSoWhite fue el hashtag creado por la activista April Reign que se viralizó en 2015 y despertó a Hollywood a la nueva corrección política. "Estamos trabajando en mejorar", respondía la Academia. Al año siguiente, la crítica incluyó llamados a boicotear la transmisión, la solidaridad de varias celebridades y la acción de grupos de derechos civiles. La institución –reacia a revisar sus tradiciones, pero ya contra las cuerdas– tuvo que dar una respuesta más radical. Se propuso el objetivo de duplicar el número de mujeres y minorías en sus filas para 2020 y cambió su política de admisiones aumentando de manera dramática la cantidad de ingresantes con un criterio inclusivo y limitando la membresía a diez años. Ricardo Darín, Pino Solanas o Mía Maestro fueron algunas de las figuras argentinas invitadas por la Academia en 2018, año que marcó una cifra récord de 928 nuevos miembros, con políticas de inclusión que también buscaban dar mayor representación a quienes vivían fuera de Estados Unidos. En 2019 fueron 54 los iberoamericanos invitados.
En una columna reciente publicada en Variety, la activista April Reign hizo un balance para 2020: “La Academia ha mejorado un poco los números y ahora su membresía es 84% blanca y 68% masculina”. Esa proporción sigue influyendo en la elección, “dado que la mayoría son hombres blancos, y las nominaciones se ven a través de su lente, eso puede explicar por qué las nominaciones actuales son lo que son. No estoy usando palabras como racismo o discriminación o intolerancia, estoy diciendo que todos traemos nuestra propia lente y nuestras propias experiencias a nuestro consumo de entretenimiento”.
La excepción este año al #OscarSoWhite es la actriz Cynthia Erivo, nominada por Harriet, una película biográfica sobre la abolicionista Harriet Tubman. Para April no es suficiente porque la gran mayoría de actrices negras ganadoras “interpretan a mujeres que lidian con el trauma: mujeres en la pobreza extrema, esclavizadas o subordinadas a los demás ¿Qué significa que Lupita Nyong’o gane por 12 Años de esclavitud interpretando a una esclava, pero quede completamente excluida cuando interpreta a dos personajes plenamente realizados en Nosotros? Esas son las preguntas que debemos hacernos”.
cambio cultural
El argumento más convincente en defensa de los Oscars ha sido que la falta de equidad y el machismo son un problema de la industria cinematográfica en general y que la Academia solo los refleja y reproduce.
En efecto, según un reporte publicado por The Center for the Study of Women in Television and Film, la proporción de varones es de 4 a 1 respecto de las mujeres en los sets de filmación. Las directoras representan solo el 14%, y contratan mujeres guionistas en el 59% de los casos, mientras que los varones contratan un 13%. Si los cambios los hace solo la Academia y no la industria entera, la brecha nunca desaparecerá.
Organizaciones relacionadas con la industria, como el sindicato de actores SAG-AFTRA o la asociación Producers Guild of America, emitieron documentos con pautas y protocolos para prevenir situaciones de acoso, o guiar a los actores y productores durante escenas de sexo o desnudos. Para muchos marcan un punto de inflexión en la industria.
“Al contrario que el Hollywood de siempre, que ha usado las películas para ejercer el llamado poder blando, la colonización cultural a través de vender el estilo de vida propio como el ideal, Netflix se postula como una compañía global que además contrata a los mejores talentos de cada país”, dice Reed Hastings, el CEO de Netflix a la revista Retina de El País. La corrección política de la compañía no conoce límites. Su discurso corporativo parece siempre ligado a los valores de la multiculturalidad, la inclusión y el progresismo. En este sentido, dos documentales agitaron políticamente desde el centro del mainstream global a Brasil y Argentina: Al filo de la democracia (nominada al Oscar) y Nisman: El fiscal, la presidenta y el espía.
Para Netflix, la expansión global es el objetivo central de su estrategia. Este proceso no es ajeno a Hollywood que, en un contexto donde la coproducción transnacional es regla, debe adoptar una identidad cada vez más híbrida y cosmopolita en tensión con la “identidad estadounidense” de su cine. No es casual que el término “extranjero” le resulte cada vez más incómodo. Este año, y por primera vez, ya no habrá premio para la “mejor película hablada en idioma extranjero”, sino a la “mejor película internacional”, que podrá ser votada por todos los miembros de la Academia en vez recibir dictamen de un comité especial.
Otra dato poco reseñado en la cobertura de esta septuagenaria entrega es que solo una de las candidatas a mejor película pertenece a distribuidoras independientes, la coreana Parasite. Tradicionalmente, este rubro era esquivo a las majors (cuyo negocio se concentra en los éxitos de taquilla) y quedaba vacante para las independientes que convertían en negocio sus películas de mayor calidad a fuerza de Oscar bait. La apuesta de los directores reconocidos rechazados por los grandes estudios, ahora se inclina por el poco glamoroso streaming como único medio de hacer realidad el cine de autor.
Los límites se desdibujan: majors que hacen el trabajo de las indies, narrativas de la periferia enredadas con el mainstream, vanguardia feminista lanzada desde el bastión de los estereotipos patriarcales, un cine hollywoodense que lucha por escapar del cliché yanqui. El 9 de febrero se conocerán los ganadores. Algo es seguro: cada triunfo será leído en función de las tensiones que sacuden a Hollywood y que deberá resolver más temprano que tarde.