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inventario de un bafici recortado
La última edición del Buenos Aires Festival de Cine Independiente contó con menos salas, menos películas, menos funciones y la promesa fallida de Brian de Palma (ausente por “temas de agenda”). La crisis económica perfora en todos los niveles y conspira contra el voluntarismo que emana del Gobierno de la Ciudad. ¿Se puede gambetear la decadencia con creatividad?
17 de Abril de 2019

El Bafici solía ser el evento más importante de la cultura porteña, pero este año tampoco quedó a salvo de los recortes que afectan a las áreas culturales del Estado. Ahora que el Festival terminó, el análisis de los números de las últimas cuatro ediciones muestra que esta edición fue más chica que los anteriores: tuvo menos presupuesto en términos reales, menos salas de cine con funciones diarias, menos películas, menos invitados especiales y ningún libro.

La mudanza de la sede principal de Recoleta a Belgrano fue el cambio más notorio, pero no el único. El Festival tuvo una programación variada con algunas obras notables, buenas películas argentinas y focos valiosos como el dedicado al cineasta Paulo Rocha, pero si se cuentan todos los títulos listados en los índices de los catálogos de los últimos cuatro festivales, se observa que esta vez hubo 321 títulos, entre cortos y largometrajes, frente a los 384 de 2018, los 439 de 2017 y los 412 de 2016.

En cuanto a las salas, aunque las autoridades hablaron de un récord de 37 sedes, esa cifra incluye los espacios al aire libre y los centros culturales de distintos barrios en los que hubo algunas funciones durante los fines de semana. Si se consideran las salas de cine con funciones diarias, el recorte es evidente: este año hubo 12 salas frente a las 16 del año pasado y las 18 de 2017 y 2016. La reducción también se sintió en la desaparición de la franja de trasnoche de los fines de semana. Esta vez hubo una sola función en todo el festival que comenzara a partir de las doce de la noche, frente a las 10 trasnoches de 2018, las 8 de 2017 y las 22 de 2016. Como contrapartida, desde el Festival señalan que este año aumentó el promedio de butacas ofrecidas por sala.

En relación a los invitados, este año llamó la atención la ausencia de una figura internacional de renombre como hubo en los tres años previos (John Waters, Nanni Moretti, Peter Bogdanovich). Desde el Festival explicaron que hubo gestiones para traer a Brian de Palma, que finalmente no pudo venir por temas de agenda. Junto con la visita iba a publicarse un libro sobre su obra que tampoco salió. Hasta 2017 el Bafici solía publicar dos libros por año y a veces tres; en esta oportunidad el texto sobre De Palma era el único previsto; en 2018, la publicación de un único volumen que celebraba las 20 ediciones del Festival ya había dejado gusto a poco.

Este año hubo 12 salas frente a las 16 del año pasado y las 18 de 2017 y 2016. Si se cuentan los últimos cuatro festivales, esta vez hubo 321 títulos, entre cortos y largometrajes, frente a los 384 de 2018, los 439 de 2017 y los 412 de 2016.

 

autonomía o decadencia

Los números no son, desde ya, la única variable para hacer un balance. Más películas no significa necesariamente un festival mejor, porque siempre puede haber títulos de relleno. Sin embargo, las cifras evidencian una importante reducción presupuestaria que afecta al Festival a todo nivel y limita su autonomía. Según datos oficiales, el presupuesto de este año fue de 41 millones de pesos, frente a los 34 millones de 2018, los 24 millones de 2017 y los 20 millones de 2016. Entre las ediciones de 2018 y 2019, el aumento nominal fue del 20,6%. Si se toma en cuenta que el índice de precios al consumidor elaborado por el propio Gobierno de la Ciudad (IPCBA) para el período comprendido entre febrero de 2018 y febrero de 2019 arroja una inflación del 49,7%, se observa que para mantener el poder adquisitivo en pesos el presupuesto de esta edición debería haber rondado los 51 millones de pesos. Por otra parte, la fuerte devaluación de la moneda nacional en el último año afectó seriamente el monto total en dólares, con todas las dificultades que eso implica para un evento que tiene una parte de sus gastos en moneda extranjera (pasajes, derechos de exhibición, tránsito de copias).

El deterioro del presupuesto del Bafici no es una novedad de este año, sino que lleva una década. Desde 2009 el asunto fue objeto de algunas polémicas porque la partida nominal se mantenía idéntica a la de años anteriores o no se actualizaba en la misma medida que la inflación. En la presentación del Bafici de 2011, por ejemplo, el ministro de Cultura porteño de entonces, Hernán Lombardi, admitió ante la pregunta del sitio especializado Otros Cines que el presupuesto de esa edición era similar –en un contexto de inflación– a los tres años anteriores. Este deterioro quizás se hubiera podido evitar aprobando alguno de los proyectos de ley presentados por distintas fuerzas políticas en la Legislatura para garantizar la autonomía del Bafici y asegurar su continuidad y presupuesto. Pero ninguno prosperó.

Un festival de cine reducido en un contexto de ajuste y recesión económica no sorprende a nadie. Lo que genera desconcierto es que las autoridades hablen de un acontecimiento “renovado” como si los recortes no existieran ni lo afectaran.

 

irse por las ramas

El recorte no es exclusivo del Bafici. Este año el Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA), dedicado al teatro, también se redujo: pasó de 17 a 12 días e incluyó sólo 9 obras internacionales frente a las 19 de la edición previa. En ambos eventos, organizados por la dirección de Festivales de la Ciudad, se incorporó la novedad de las maratones con actividades gratuitas en la calle. Estas propuestas, pensadas para llevar la cultura a la calle y abultar las cifras finales de concurrencia, pueden ser muy convocantes en momentos de crisis cuando el público tiene poca plata para gastar en espectáculos, pero en el caso puntual del Bafici las actividades de la maratón –con disfraces de personajes de películas de la multinacional Disney, stands para peinarse como estrellas de cine, talleres de origami o clases para recrear las coreografías de Footloose– tuvieron poco que ver con el espíritu arriesgado e independiente que en otras épocas hizo brillar al festival.

Desde 1999, el Bafici fue el espacio de encuentro y expresión de una nueva ola de cinefilia porteña. El evento permitía acceder a lo mejor del cine contemporáneo y funcionaba, a la vez, como plataforma de lanzamiento al mundo para el cine argentino. En contra del supuesto elitismo que le endilgaban, el Bafici logró que una enorme cantidad de público llenara las salas para descubrir películas independientes a precios accesibles. Y gracias al lugar que ocupaba en el universo de los festivales, pudo sortear la debacle económica de diciembre de 2001 y seguir creciendo. Es cierto que hoy las cosas cambiaron tanto para el cine como para los festivales, que tienen que buscar formas de reinventarse. Pero tras diez años de reducción presupuestaria y una concepción de lo independiente cada vez más difusa, las mutaciones globales del cine no alcanzan para explicar el presente del festival.

A esta altura, que un festival de cine se achique en un contexto de ajuste y recesión económica no sorprende a nadie. Lo que genera desconcierto es que las autoridades hablen de un acontecimiento renovado como si los recortes no existieran ni lo afectaran, como si el esfuerzo del equipo de programación pudiera suplir todo lo demás. Los objetivos de un festival público, los criterios de programación, los recursos asignados y la forma de gastarlos son cuestiones relevantes para debatir. Llenar las calles aledañas a los cines con actividades que tienen poco y nada que ver con la construcción de nuevos públicos para el cine independiente puede servir para disimular el impacto de los recortes, pero tal vez no sea la mejor forma de preservar al Bafici en épocas de crisis.

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