A fines de mayo de este año Enrique Avogadro, el ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, visitó la Feria de Arte Contemporáneo Argentina (FACA) que se celebraba en el Hipódromo de Palermo. Avogadro no es un ministro “de escritorio”; de hecho se sumó con entrega a muchos de los timbreos que Cambiemos, la fuerza política que integra, realizó por diferentes barrios de la Ciudad y del Gran Buenos Aires. También son frecuentes sus recorridas por eventos de diverso tipo, sus reuniones con encargados de espacios teatrales y sus encuentros cara a cara con productores culturales.
Mientras recorría la feria acompañado por su colaboradores, el ministro se detuvo en una obra que capturó su atención. Era una torta con la forma que el cuerpo de Jesucristo asume en buena parte de la iconografía cristiana, a tamaño real. El interior del pastel, en imitación de la carne humana, era de bizcochuelo “terciopelo rojo” y estaba atravesado por huesos de “buttermilk” (sic), según la pareja de artistas Marianela Perelli y Emiliano Paolini. La obra, de buena factura, integraba una serie sobre las relaciones entre la imaginación infantil y el discurso religioso. Quizás obnubilado o quizás víctima de un exceso de frivolidad, el ministro se acercó a probar una porción mientras estaba siendo registrado por un teléfono.
Con bordes pop y un sustrato donde el laicismo ramplón y la iconoclasia se encuentran, la obra de Perelli y Paolini, que fue expuesta por una galería de Los Ángeles, parece menos preocupada en la traducción y la negociación entre lo sagrado y la cultura infantil global que en hacer chistes que en algunos casos pueden resultar simpáticos -un muñeco de Cristo vestido como un Thundercat- y en otros son directamente sonsos y ligeramente pedagógicos. Las declaraciones de Perelli al diario Clarín -“no lo invitamos pero si Avogadro no hubiese visitado la muestra hubiera sido discriminación”- quizás aporten un marco sobre el espesor intelectual de la obra.
A pesar de esto, la ingesta de torta de Avogadro se hizo viral. Sin ningún interés por la complejidad que puede haber en aquellos extraños momentos en que el cuerpo de las instituciones deglute, de manera literal, una representación artística sobre lo sagrado, Avogadro fue descalificado con saña en la internet. La mayor virulencia provino de los nodos de la derecha católica militante en contra del aborto. Vieron la oportunidad y comenzaron a pedir la cabeza de Avogadro, sumando un eslabón más al histórico acervo de persecuciones y punitivismo que viene caracterizando a la institución desde hace siglos. Más allá de la supuesta herejía lo que estaba en juego, claro está, era la ley por un aborto legal, seguro y gratuito. Como el aguerrido defensor de los intereses de la corporación inmobiliaria Daniel Lipovetzky, como la ajustadora de haberes jubilatorios Silvia Lospenatto, Avogadro era otro cambiemita que estaba a favor de la legalización.
Con su habitual muñeca política, Horacio Rodríguez Larreta, el Jefe de Gobierno, agachó la cabeza ante los reclamos eclesiásticos pero optó por mantener a Avogadro en su cargo. El ministro pidió disculpas por Facebook y cuando lo encontramos para esta entrevista no quiso hacer comentarios sobre el nivel de presiones que había recibido de parte de la Iglesia. Por otra parte, los autores y algunos artistas estaban decepcionados con el hecho de que no hubiera defendido a la obra, y lo mismo habían señalado algunas voces de la izquierda cultural, embebidas aún en el desprecio por lo religioso y la liberal y obsoleta creencia de que un ministro de Cultura debe ser un embajador todoterreno de la indeterminación semántica del arte.
Esta entrevista, pautada con anterioridad al affaire de la torta y realizada junto a Matías Zarlenga, que es especialista en políticas culturales, prefirió concentrarse en temas que nunca encuentran espacio en el periodismo tradicional. Avogadro nos recibió en su despacho del Ministerio, sobre Avenida de Mayo. Había un bowl con frutos secos y a su derecha lo escoltaba la encargada de prensa.
¿Por qué tu gobierno persiguió tanto a los centros culturales barriales y alternativos?
El problema es que la norma que regula la actividad es mala. Cromañón provocó una serie de parches normativos más tendientes a la restricción que a la ampliación de oportunidades. Todo el mundo tiene ese fantasma por delante. Con la nueva ley de centros culturales nos proponemos velar por la seguridad de los participantes sin por eso impedir la capacidad del sector cultural por llevar adelante el proyecto.
¿Pero hubo persecución o no?
De ninguna manera. Lo que sí hubo fue la aplicación de una normativa que no es buena y que por lo tanto deja muchos espacios grises. Y los espacios grises en manos de los inspectores no son muy opinables, porque ante una normativa gris si uno dice “no clausure” podés incurrir en un acto irregular, que incluso puede ser tildado de corrupción. Horacio me pidió que este año el tema esté resuelto. Él lo plantea como un desafío de gobierno. A fin de año si no lo hicimos yo voy a sentir que incumplí un compromiso como ministro. Este año vamos a hacer una nueva ley de habilitación de espacios culturales para que se resuelva de una buena vez, no solo la habilitación de los espacios culturales independientes sino también la fiscalización. En general los problemas son por la fiscalización.
Hablando de objetivos y compromisos, ¿cuáles pensás que son las principales deudas y cuáles los principales logros de la gestión de Cambiemos en términos de políticas culturales?
Como deuda diría profundizar la mirada de la cultura como factor de desarrollo. Creo que nuestro espacio tiene una agenda muy vinculada al desarrollo. En la Ciudad de Buenos Aires estamos viviendo un proceso de transformación gigantesco en las villas de la ciudad, con una decisión política muy clara que tiende a arraigar a las personas en el territorio, construyendo viviendas, ofreciendo servicios públicos para integrar de alguna manera el barrio vulnerable al tejido urbano, buscando que cada vecino tenga las mismas oportunidades en cualquier lugar de la ciudad donde viva. Yo creo que nos falta profundizar esa mirada de la cultura vinculada al desarrollo. No quiere decir que no se haga. Creo que no está a la escala del tamaño de la transformación y siento que si no trabajás en lo cultural te falta una parte: tenés el hardware y no tenés el software. Los principales logros tienen que ver con una consistente inversión en infraestructura cultural pública. Podés pensar en el Teatro Colón o la Usina del Arte. Recientemente toda la inversión en el complejo teatral, con la reinauguración del San Martín hace un año. Y se han reformado una cantidad de otros espacios culturales, museos, bibliotecas. Creo que un logro tiene que ver con eso: con una inversión en política cultural a lo largo del tiempo. La inauguración completa del MAMBA (Museo de Arte Moderno de Buenos Aires) en su extensión definitiva luego de sesenta años. Y si bien los ladrillos no son lo único, hay algo contundente.
el cambio dentro del cambio
Tuve la oportunidad de participar en una de las reuniones que el equipo de Avogadro organiza con diferentes productores culturales de la ciudad. La que me tocó fue en un teatro de Boedo, ploteado en su integridad con banners del gobierno que apenas dejaban entrever las capas previas de fileteado y humedad en las paredes. Antes y después de un catering, el objetivo del encuentro era que el ministro tuviera un contacto de primera mano con los que “hacen realmente la cultura”, para conocer sus demandas y necesidades, y también para testear y dar a conocer el programa Barrios Creativos que está llevando a cabo el Gobierno. Este programa se propone que cada barrio pueda proponer un circuito cultural para fomentar y capitalizar la movilidad interbarrial de los porteños, ofreciendo sus actividades y compitiendo con otros barrios para ganar los favores de promoción y financiación de ciertas actividades.
La reunión me dejó emociones mezcladas. Por un lado, el entusiasmo de Avogadro y sus colaboradores parece genuino, la invitación a participar parece sincera, escucharon a cada uno de los que hablamos y la diversidad en el perfil de los invitados logró que se produjeran momentos de intercambio y conflictividad en el debate. Algunos de los participantes no estaban conformes con la forma de elegir a los representantes barriales, otros necesitaban cosas específicas, y no dejó de resultarme un síntoma de época que la principal desavenencia haya sido entre el ministro de una fuerza política como Cambiemos –transferidora compulsiva de ingresos de los más pobres a los más ricos– y la única representante del sector privado en la reunión, que pretendía unir a artistas con marcas para realizar intervenciones en la vía pública y veía su trabajo dificultado por la burocracia.
Además, hubo dos cosas que me llamaron la atención. Por un lado, el discurso de Avogadro abandona el economicismo ramplón para entender a la cultura que había caracterizado a la gestión de Mauricio Macri en la Ciudad –de la que el mismo Avogadro había sido parte–, para incorporar un modelo que presta más atención a la idea de ciudadanía cultural. No se puede negar que, entendida como experimento político, esta faceta de Cambiemos sobrevive entre los algodones del elevado presupuesto porteño. Por otro lado, casi al final, comprendí que la forma abierta e inocente en que se armaban esas reuniones tenía un límite: no juntar a productores culturales de la misma actividad o zona de interés, sino extremar la mezcla. Se me ocurrió que en tales casos, si no hubiera mezcla, los acuerdos podían llegar a ser rápidos. Y el convite democratista se vería saboteado por pedidos urgentes, consensuados y concretos.
¿Cómo debería el estado contribuir a que exista una ciudadanía cultural plena, crítica y que al mismo tiempo contribuya a desarrollar las potencias sociales?
Es que la cultura no es sólo la cultura estatal, sino que también hay un ecosistema cultural de la ciudad. Por ejemplo, tenés un complejo cultural independiente casi único en el mundo. Entre salas de música, de teatro, galerías y otros espacios híbridos que han nacido, existen casi quinientos espacios. Trabaja mucha gente, son muy visitados, muchas de sus actividades son gratuitas y en parte son una respuesta al desafío de acceso a la cultura. La ciudad, como otros lugares, es desigual. Dependiendo de dónde vivas tenés una oportunidad de interacción diferente con la cultura. Entonces, tener muchos espacios independientes es una oportunidad de conexión ante la falta de acceso y parte de las iniciativas que vamos teniendo van en esa dirección, de poner en valor un activo que es la cultura independiente. Hasta ahora la ciudad ha puesto más el foco en lo propio que en lo que pasa ahí afuera. Lo que intentamos es darnos cuenta de que somos parte de un ecosistema: está la cultura pública, la independiente, la privada (que no es la misma que la independiente). Los teatros de calle Corrientes no son lo mismo que los del Abasto. Y tenés una cultura comunitaria de organizaciones que trabajan en villas, de clubes de barrio o centro de jubilados que por ahí su rol principal no es la cultura, pero que tienen un rol cultural porque ofrecen talleres o actividades recreativas. Para nosotros es una gran oportunidad: por un lado promovés un sector clave en tu ecosistema cultural, y a la vez generás mayor posibilidad de acceso. A mí me da lo mismo si alguien va a un teatro público o privado, lo que quiero es que vaya al teatro.
¿No se supone que el espectáculo público tiene que tener criterios de valor un poco más elaborados y discutidos que los privados? ¿El estado no debería favorecer que se consuma la cultura producida con medios y objetivos públicos?
No creo eso. Creo, en todo caso, que la gente debe tener una canasta cultural bien diversa para poder elegir. Naturalmente la cultura pública va a tomar mayores riesgos que la cultura privada o independiente, porque tiene otros recursos y no está necesariamente mirando a la rentabilidad para decidir. Por hablar del teatro, que es un sector que conozco un poco más, vos tenés grandes teatros públicos en la ciudad que pueden programar cosas que de otra manera no serían programables.
¿Y por qué al estado le tendría que interesar que la gente consuma espectáculos regidos sólo por criterios de rentabilidad?
Al estado lo que le interesa es que la gente vaya al teatro. Nos interesa porque la cultura es una caja de herramientas que nos permite construir nuestra identidad individual pero fundamentalmente la colectiva. No es lo mismo si vos naciste en una casa donde había libros, tus papás te llevaban a museos o a ver obras de teatro infantil, si estuviste en una escuela donde te incentivaban a tu vínculo con el arte y la cultura. Todo eso es una caja invisible que cuando salís a la vida a los dieciocho años te permite no sólo tener apreciación estética, sino también a conseguir laburo, formar pareja, juntarte con gente que piense diferente a vos y reconocerlo como una oportunidad de crecimiento. Todo eso es lo que estructura la cultura y en el mundo está recontra medido… menos acá porque hay poca literatura en Argentina sobre el tema, porque es un campo bastante limitado. Lo que miden es cómo la inversión en cultura redunda en la mejora de un montón de variables que no tienen estrictamente que ver con la cultura sino con la salud, la educación, el mejor envejecimiento, la integración social. De ahí esta idea de que la cultura es clave en el desarrollo. Es uno de los déficit de la región. Si te fijás, en el BID no tienen un área cultural per se. Les interesa y lo estamos conversando con ellos, pero no es un área tan importante como Energía o Transporte. Yo estoy convencido de que es tan relevante como eso.
Ponés a la cultura al nivel de la infraestructura y no como una rama de la actividad económica, ni como mera decoración. Ahora bien, vos podés elegir que a la inversión en cultura la decidan las comunidades locales, que la decida la planificación estatal de acuerdo a criterios de valor forjados de manera colectiva y compleja, o que la decida el mercado. ¿Qué peso tiene cada una en la idea de política cultural que proponés?
La cultura no es rentable en ningún lugar del mundo. Ni siquiera en Estados Unidos, donde no hay ministerio de cultura pero tenés un sistema de gravámenes impositivos que provoca una transferencia enorme de recursos públicos. En el otro extremo está el modelo francés, el del estado presente bancando todo lo que el mercado no banca, que no es tan así porque también existe gravamen impositivo. El modelo intermedio es el del Reino Unido, donde tenés instituciones públicas que administrar mediante concursos y fondos para apoyar proyectos. Es bastante más democrática la forma en la que discuten la cultura, con consultas públicas y ese tipo de cuestiones. Nosotros lo que buscamos es desarrollar ese gran ecosistema cultural que hay en la ciudad. La cultura no es rentable y por lo tanto tiene que tener un acompañamiento público de distintos niveles, por supuesto.
¿Decimos un tercio, un tercio y un tercio entonces?
No, porque por ejemplo la cultura privada tiene el mecanismo del mecenazgo, donde tiene la oportunidad de encontrar un patrocinio pero no puede participar de los mecanismos de subsidio porque no están previstos para ellos. Ahora estamos implementando el Pase Cultural, que es una herramienta inédita en la Argentina. Una tarjeta que les vamos a dar a todos los chicos y chicas de la escuela pública de dieciséis a dieciocho años, y a sus docentes, donde vamos a depositar un subsidio a través del Banco Ciudad que se va a poder usar sólo para consumos culturales: ir al cine, al teatro, comprarse un libro, ver una banda en vivo.
Bueno, pero ahí aparece de vuelta la discusión. El riesgo podría ser que estés subsidiando a actores del mercado que ya tienen enormes ventajas comparativas y un escenario casi oligopólico.
El trabajo que hicimos fue estudiar a la población objetiva y nos dimos cuenta de que no tienen hábitos de participación cultural. No van al cine. A mí me interesa más que vayan al cine, aunque sea a ver una de superhéroes, y empiecen a incorporar la experiencia que solo se incorpora a través de la práctica regular de ir y comentarla con un amigo a la salida.
Y una vez que generaste el hábito, ¿hay un plan que vaya más allá de ir al Village o a Cinemark a ver las películas que Village o Cinemark imponen?
El programa lo que busca es acompañar la demanda e ir formando nuevos públicos. Todo el tiempo vamos a estar preguntándoles qué es lo que les falta. Por ahí no es ir al Village. Por ahí es ir a ver a la banda de sus amigos en el bar que está cerca de su casa y no lo incorporamos en la oferta, y a partir de ahí lo vamos a ir incorporando. La otra es que, como incentivo adicional para que participen del circuito cultural independiente, vamos a comprar funciones o porcentajes de funciones de obras de teatro y conciertos para que los usuarios tengan la posibilidad no solo de usar el dinero sino de contar con una cantidad de entradas gratuitas para ellos. Nosotros subsidiamos directamente a la sala comprándole una cantidad de entradas para que el público pueda elegir y decir voy a ver tal cosa a tal lugar. Uno va pensando y modificando la política cultural sobre la marcha, pero me parece que lo más relevante es la decisión de por primera vez hacer un programa de estímulo a la demanda. Si bien no es una política social al cien por ciento porque estamos hablando de la escuela pública, que es poli clasista, es evidente que tiene una incidencia mayor en las clases bajas. Lo que nos interesa es –tal como tienen que ser las políticas culturales robustas- a partir de una prueba piloto testear a ver cómo funciona e ir incorporando mejoras en las próximas ediciones. Es la primera vez que se hace acá, antes se hizo en Brasil en la época de Lula, Montevideo tiene un esquema similar pero más chico, en Italia cuando cumplís dieciocho el estado te regala un voucher para consumos culturales. No es original, es la primera vez que se implementa en la Argentina.
¿Que entendés, entonces, por cultura independiente y de qué manera aspira tu gestión a relacionarse con ese ámbito de producción?
Tenemos uno de los complejos culturales independientes más potentes del mundo en el cual nadie está ahí para hacer negocios. Nadie pone la intención de hacer plata en primer lugar, ni en segundo, ni en tercero. Entonces hay una pasión por hacer. Nosotros tenemos una especie de academia para espacios culturales independientes donde lo que hacemos es generar herramientas de gestión. Tenemos a especialistas que dan un curso muy intensivo para la gestión de un espacio cultural independiente. Vos podés ser un genio poniendo al alcance una obra pero no sabés como gestionar la venta de cervezas o camparis en la parte gastronómica, o cortar tickets para que más gente te vaya a ver. La cultura independiente es colectiva, no es individual, no es yo me voy a salvar solo. Yo insisto en la idea de ecosistema porque está todo relacionado. Me parece que tenemos un fenómeno que todavía nadie entiende del todo. El estado lo está mirando con atención pero cuidando de no ser un elefante en un bazar que diga vengo a ayudar y termine arruinándolo. Ejemplo de cosas que pensamos: que bajes de la estación de subte de tu barrio y tengas toda la programación cultural de la semana, pública y privada. Que se creen clubes de barrio donde, si vos vivís en Boedo, sos socio de Timbre 4 y tenés un descuento en el precio. En Barcelona las bibliotecas públicas son espacios tomados por la comunidad y los convierten en la caja de resonancia de los problemas públicos: la gente de la calle se va a bañar, duerme, y nadie lo ve mal. Los espacios culturales funcionan habitualmente de siete de la tarde en adelante. ¿Y todo el resto del día qué pasa? Estamos pensando por qué no celebrar tu cumpleaños en un teatro, por ejemplo. Por eso creo que en el concepto de emprendedor cultural algunos elementos son útiles, pero no todos. Porque te sitúan en un lugar que no es parte del ADN de la cultura independiente de esta ciudad, que para mí se vincula mucho más a la comuna en términos si querés de Berlín, donde el fenómeno cultural es una mancha que se va contagiando colectivamente.
la fiesta y sus límites
En Clase Cultural, un libro de 2011 publicado por Caja Negra el año pasado, la artista y crítica cultural neoyorkina Martha Rosler se pregunta por las tensiones que existen entre la aplicación global de las ideas vinculadas al desarrollo creativo de las ciudades, a las cuales Avogadro es afín, y los procesos de gentrificación y exclusión ciudadana. Según Rosler, buena parte de estos conflictos radican en la forma en que se piensa el contemporáneo “modo artístico de producción” propio de las grandes urbes. En el mismo, el arte y la cultura conforman el perfil del trabajador que las empresas necesitan –creativo, autónomo, expresivo- y al mismo tiempo fomentan un tipo de ciudadanía donde la precariedad, la sobrevaloración de la producción de experiencias estéticas y la ansiedad por integrarse a la economía de los servicios terminan por opacar la división cada vez mayor entre una superelite acaudalada y vinculada a las finanzas y una infraclase endeudada y al mismo tiempo celebrada por la cultura corporativa.
En este marco, el engarzamiento del ambicioso plan cultural de Avogadro con la integración de las villas que Larreta pretende como insignia de su futura carrera presidencial parece estar cimentado en una interesada ingenuidad donde los grandes actores del poder económico existen en una suerte de dimensión paralela, mientras la provisión de cultura y herramientas (el famoso “acceso”) estaría exento de ser formateado por las organizaciones de poder concentrado.
¿Cómo vivís la tensión entre estos planes ambiciosos y de apoyo a la cultura independiente que sueñan con Larreta con un espacio público cada vez más corporativizado? ¿Qué margen de acción te dejan operaciones como la fusión entre Telecom y Clarín, o el enorme negocio inmobiliario que los gobiernos del PRO le inyectaron a la metrópoli porteña?
Me parece que es central la apelación al diálogo que estamos haciendo y te diría que por primera vez con muchos de los colectivos culturales hay una mesa de trabajo continua y permanente. El planteo que hacemos consiste en, sin dejar de lado las banderas o las reivindicaciones que tienen las distintas asociaciones, construir una agenda en común. Hay un gobierno al que le interesa el desarrollo de su cultura independiente. ¿Qué más podemos hacer en términos de agenda, en términos de nuevos dispositivos, festivales, encuentros, noches? Por ejemplo, apoyamos fuertemente a la feria de editores del Konex.
¿Pero cuál es el alcance de ese apoyo? ¿Imaginás un estado que les pueda facilitar papel más barato a las editoriales independientes? ¿Un estado que pueda garantizarle a los teatros independientes servicios con una tarifa social por la relevancia cultural que tienen? ¿O sólo hay que esperar banners, mecenazgo y aumento de tarifas?
Sí, lo imagino porque lo hemos hecho. El tema tarifas es complicado, desde el punto de vista técnico, diferenciar para ofrecer descuentos. Esto lo hemos hablado con el Ministerio de Energía en su momento. En términos concretos lo que hicimos fue poner en marcha un programa para la reconversión energética de los espacios culturales, apuntando no a subsidiar la tarifa sino a bajar el consumo. Si vos te convertís en un espacio energéticamente más eficiente vas a consumir mucho menos y de esa forma vas a bajar la tarifa. Eso implica un acompañamiento importante en términos de subsidio para que vos puedas hacer primero el diagnóstico, la consultoría, y después acompañarte con créditos blandos para que implementes el cambio en término de infraestructura. A nosotros nos interesa trabajar con cada sector propuestas que sean superadoras, donde estado e independientes piensan juntos un derrotero a cinco o diez años, con responsabilidades de ambos lados.
¿Y qué pasa cuando le llevás el proyecto a Rentas o Economía? ¿Te lo bajan, como bajaron el proyecto de Mecenazgo Nacional?
En ese caso la devolución es “bueno, bánquenlo ustedes”. Que no está mal. Porque tampoco el trabajo de Rentas es ese. ¿Qué es el sistema de mecenazgo? Es una decisión del gobierno de la Ciudad para ceder parte de sus impuestos. Impuestos que en el extremo, digo, pueden ir a hospitales y jardines de infantes…Y se ceden ingresos para fomentar proyectos culturales que están por fuera del presupuesto de Cultura. Tenés el presupuesto de cultura y además tenés un presupuesto para mecenazgo. Es el único distrito que tiene una ley de mecenazgo, y es mejorable.
¿Cuáles van a ser los cambios en el régimen de Mecenazgo?
Lo primero es un cambio de procedimiento para que sea mucho más ágil el sistema. Hoy en promedio tardás un año y medio o dos años en presentar un mecenazgo y cobrar el dinero. La idea es achicar mucho los tiempos, agilizar los sistemas, facilitar el vínculo entre empresas y proyectos para que se diversifique mucho la cantidad de proyectos que se apoyan. Otro cambio es que ahora las empresas que están en mecenazgo no pueden decir que están en mecenazgo, pero es lógico que si van a hacer una inversión puedan tener visibilidad. En un punto me interesa poner de moda la inversión privada en cultura, sin que por eso baje la inversión pública. Pero si vos comparás Buenos Aires con otra grandes ciudades, y no hablo de Europa o Estados Unidos sino de muchos países de América Latina, tenés un sector privado con una participación cultural más relevante que acompaña la participación pública y hace más diverso y más rico el panorama sin por eso estar privatizando la toma de decisión. Necesitamos empresas más comprometidas con la cultura y estamos pensando distintos mecanismos de incentivo, incluso un premio para ir en esa dirección.
¿Y van a trabajar sobre los mecanismos de decisión?
Totalmente. Esos son cambios importantes, pero por ahí menos visibles. Queremos transparentar todo el proceso de selección. No solo quiénes son los jurados sino qué criterios se van a evaluar y cómo ponderan, para cuando uno recibe una negativa entender por qué el jurado eligió lo que eligió. Después uno puede estar de acuerdo o no. Incluso como Estado queremos decir, por ejemplo, “esta convocatoria va a privilegiar proyectos que tengan que ver con género”.
Otro área donde el poder corporativo es extractivo y monopólico es en lo vinculado a los datos que circulan a través de las redes sociales y motores de búsqueda. El estado parece el hijo bobo de Mark Zuckerberg. ¿Cómo pensás que tiene que ser la injerencia de un ministerio de Cultura en la gestión de datos?
Facebook, Google, Apple, van a una velocidad supersónica y los gobiernos vienen muy de atrás, incluso en Europa. Sin embargo hay organizaciones dedicadas al monitoreo. En Inglaterra, por ejemplo, se trabaja mucho con el monitoreo público del big data. Incluso están creando un concepto que aplica al derecho jurídico: si te mudaste a un barrio donde había muchos lugares de música en vivo, no podés quejarte después de que hay mucho ruido a la noche. La aplicación de datos en políticas culturales es fundamental. Por eso estamos creando un área.
¿Pero eso no te lleva a confrontar con Facebook o Google, que se sienten los dueños de la información? Un ministerio de cultura, ¿no debería tener cierta soberanía respecto de algunos datos?
Hay que encontrarle la vuelta. Vivimos en un mundo de audiencias muy segmentadas y necesitamos encontrarnos con ellas. Estamos creando un área que se va a llamar Data Cultura y va a empezar a medir y publicar, liberar datos, organizar eventos sobre participación y gestión cultural. Uno de los indicadores más importantes que vamos a lanzar es un índice de diversidad cultural por barrio para poder medir no solo el acceso sino también qué tan diversa es la oferta en tu barrio. Sin datos es como estar navegando a ciegas. Igualmente, algunos datos los tenemos que extraer de estas plataformas, por lo que la letra chica sigue siendo esa. Tenés la oportunidad de salir, pero eso indica ir a la edad de piedra. Salvo gente muy valiente y que está muy organizada en su vida, el resto de nosotros tenemos que convivir con las plataformas porque las usamos en el día a día. El desafío es cómo creamos contenidos interesantes que lleguen a la mayor cantidad de audiencias. Y tenés que transar con las plataformas, o no vas a llegar nunca. En términos de creación de contenidos lo inteligente es irte a lo identitario, a lo original. ¿Quién tiene la espalda para hacer una serie calidad Hollywood para Netflix? No es solo que tenés una factura increíble. Una productora de acá, chica, de tres personas, compitiendo con todo eso, es muy complejo.
Más allá de la discusión sobre el modelo económico de Cambiemos y su rápido agotamiento, queda la sensación de que vos hablás un idioma y los técnicos de tu gobierno que tienen que calibrar soluciones con miras al futuro, hablan otro. ¿Cuál considerás que es el rol de un ministerio de Cultura en un paisaje social que tiende hacia la precariedad laboral, la ausencia de ascenso social y la refundación del pacto social en clave algorítimica?
El escenario que vos señalás en relación al mundo del trabajo está sucediendo en el mundo entero. Tiene que ver con el proceso de cambio tecnológico y la salida no está para nada clara. Yo tengo una visión bastante negativa de ese proceso. El capitalismo triunfó pero es una victoria pírrica. Se está devorando a sí mismo. Si vos tenés crecimiento con desigualdad hay una bomba ahí que no se puede desactivar con más de lo mismo. De hecho la emergencia de las versiones más populistas tienen que ver con una falsa respuesta a ese problema. Por eso el rol de la cultura es central en términos de generación de convivencia, de creación de un colectivo que esté por encima del individuo. Y sobre todo de reconocimiento de un otro como otro, no como alguien que yo quiero que sea como yo digo. Desde la esfera individual, siento que vamos hacia un mundo donde se va a tensionar la idea de para qué sirve la guita: ¿estamos para juntar plata como locos o para vivir plenamente? La cultura es una especie de llave que te permite abrir esa puerta. Yo soy parte de un espacio político y estoy convencido de que es un espacio con una enorme sensibilidad social. Hay una decisión política encabezada por Horacio Rodríguez Larreta que asignó recursos a todas estas herramientas que van en ese sentido. Nosotros desfinanciamos iniciativas vinculadas a eventos llenos de gente. Estamos viendo cómo Cultura contribuye a encarar desafíos que no son estrictamente los propios. Aportamos en educación, salud. Pero tenemos que medir esos impactos. Todo lo que yo digo está traducido a un tablero de comando con objetivos generales, específicos e indicadores, en base a una línea de referencia que la tuvimos que generar porque no existían datos. Si yo digo que quiero aumentar el acceso a la cultura tengo que poder medirlo en algún momento. Creo que parte de la pérdida de relevancia de la cultura es responsabilidad de la propia cultura. Porque las discusiones son muy endogámicas y si discutimos entre los que somos de la cultura estamos todos de acuerdo y no tenemos que convencer a nadie. El desafío es plantarse y decir: tenemos mucho para decir al respecto de todos los problemas sociales que estamos atravesando. Y lo que tenemos para aportar va a generar un impacto. Yo quiero entrar como un caballo de Troya al centro del sistema.