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la ferocidad
Frente al genocidio de Gaza en tiempo real, el silencio internacional, la impotencia del lenguaje y el retorno del Holocausto como un trauma no resuelto, el colapso de Occidente se vuelve no solo político si no también psíquico, diagnostica Franco "Bifo" Berardi. Sin embargo, agrega, comprender resulta imprescindible aunque más no sea para desertar de la historia en busca de un resquicio de felicidad. Aquí un adelanto de Pensar después de Gaza que por estos días publica Tinta Limón.
17 de Julio de 2025

 

Que la raza humana pueda sobrevivir a la embestida combinada del cambio climático, la demencia agresiva y las tecnologías de inteligencia destructivas no es seguro.

Lo que sí es seguro, sin embargo, es que la civilización –entendida como la progresiva “humanización” de lo humano, como el predominio del lenguaje sobre la ferocidad natural del instinto– se está desintegrando.

Hace tiempo que percibimos los signos de la desintegración, hace tiempo que nos dimos cuenta de que la desregulación liberal allanaba el camino a la prevalencia de la fuerza entre los animales humanos.

Esta involución final de la historia moderna se hizo evidente en los días y meses que siguieron a la atroz agresión que formaciones yihadistas palestinas desataron contra las comunidades que habitan el sur de Israel el 7 de octubre de 2023, una agresión que debemos definir como un pogrom, similar a los que el pueblo judío ha sufrido a lo largo de los siglos en muchos territorios europeos, y similar a los que los palestinos de Cisjordania vienen sufriendo desde hace años a manos de bandas armadas de colonos israelíes.

Tras este tiempo de atrocidades ininterrumpidas, el fracaso del proyecto humanista y universalista que tomó el nombre de “civilización” se ha hecho evidente y la ferocidad ha vuelto a apoderarse de nosotros: el retorno de la bestia en la historia de la humanidad, el retorno de la violencia asesina como reacción primordial para defender la propia supervivencia.

El nombre “Gaza” aparece por primera vez en los documentos militares del faraón en el siglo XV a.C. En las lenguas semíticas, el significado del nombre de la ciudad es “feroz”.

Como suele ocurrir en la historia, los hombres se atribuyen títulos grandilocuentes, exhiben posturas agresivas y prometen devastación. Así, los gazatíes se autodenominaron “feroces”.

La infelicidad del mundo depende, al menos en parte, de este atribuirse una identidad, una grandeza, un poder que no tenemos, pero que nos gusta ostentar, y que a veces nos vemos obligados a exhibir con la esperanza de asustar a otros que son más feroces que nosotros.

Esa franja arenosa de tierra que se asoma al Mediterráneo oriental es mencionada muchas veces en la Biblia, en antiguos documentos egipcios e inscripciones de Ramsés II, Tutmosis III y Seti I.

Cuando los israelitas llegaron a la Tierra Prometida, Gaza era una ciudad filistea, y entre sus habitantes estaban los anaceos, un pueblo que habitaba las regiones montañosas de Canaán y algunas zonas costeras.

Es en Gaza donde Sansón, cegado y encadenado, derribó el templo dedicado al culto de Dagón, donde podían reunirse más de 3000 personas. Murió él mismo, pero se llevó consigo al infierno a miles de filisteos.

Después del 7 de octubre, los israelíes reaccionaron con crueldad y ferocidad.

Si la crueldad es un deseo humano perverso, la ferocidad es una reacción animal, inscrita en el instinto de conservación. Es el retorno de la ferocidad como único regulador de los intercambios entre humanos lo que marca el inicio del proceso de extinción de la llamada civilización.

La civilización ha consistido, al menos en los siglos modernos, en el intento de someter la ferocidad a la política, el instinto a la voluntad, es decir, de someter el caos al lenguaje.

Después de Gaza, es hora de reconocer que este intento de humanizar la historia ha fracasado, y que no habrá otro intento.

 

La civilización ha consistido en el intento de someter la ferocidad a la política, el instinto a la voluntad, es decir, de someter el caos al lenguaje. Después de Gaza, es hora de reconocer que este intento de humanizar la historia ha fracasado, y que no habrá otro intento.

 

Es hora de reconocer que el experimento llamado civilización ha fracasado. Lo que la civilización nos ha entregado de forma duradera es el poder destructivo de la tecnología, especialmente de la tecnología militar. Pero cuando prevalece la ferocidad, la tecnología se convierte en la función de la guerra.

Lo que nos queda de la civilización es precisamente eso: nuestra capacidad para matar de una forma mucho más sofisticada y sistemática que cualquier otro animal feroz.

Pensar después de Gaza significa, ante todo, reconocer el fracaso irremediable del universalismo de la razón y de la democracia, es decir, la disolución del núcleo mismo de la civilización.

Pero también significa buscar vías de escape del futuro que nos espera, y que espera sobre todo a los nacidos en este siglo infame.

A los que nacieron en la luz oscura del siglo terminal, les debemos este último acto de pensamiento, para que puedan desertar de la historia, por caminos que de momento no podemos imaginar.

 

A los que nacieron en la luz oscura del siglo terminal, les debemos este último acto de pensamiento, para que puedan desertar de la historia, por caminos que de momento no podemos imaginar.

 

Pensar después de Gaza significa reconocer que las palabras se pronuncian para decir exactamente lo contrario de lo que el análisis histórico, semiológico y psicológico nos permite comprender. En la era de la ferocidad, el lenguaje sólo sirve para mentir, engañar, someter y explotar.

En el discurso actual, en los medios de comunicación ultrarrápidos, no hay tiempo para el análisis histórico, semiológico o psicológico.

No hay tiempo para escuchar ni para comprender.

El tiempo de circulación de los mensajes en la mediosfera electrónica es hiperrápido, más rápido que cualquier procesamiento cognitivo.

El tiempo acelerado por la tecno-mediosfera es un tiempo tan contraído que no permite la comprensión y el procesamiento crítico de las palabras.

En este sentido, podemos decir que la historia humana ha llegado a su fin: porque lo humano (más allá de cualquier privilegio especista) es la esfera en la que las palabras cobran sentido, los signos se interpretan y el lenguaje media las relaciones entre los cuerpos.

Desde que el lenguaje se ha convertido en el campo de batalla en el que los más poderosos imponen su sentido, desde que, en nombre de la velocidad de circulación de los signos-mercancía, se han cortado las vías de la crítica y del pensamiento independiente, hemos entrado en el reino de la ferocidad.

En el reino de la ferocidad, toda forma de lenguaje se convierte en un instrumento de exterminio.

La Ley y el Derecho fueron propuestos como formas universales capaces de regular la relación entre los actores del juego social, entendidos como sujetos del lenguaje.

En los siglos modernos, el derecho se consolidó como un discurso universal alternativo a la ferocidad de la pertenencia tribal.

La afirmación moderna de la universalidad de la razón fue posible por la contribución intelectual judía, es decir, desde una contribución intelectual que pensaba desde un lugar nómade, desde un lugar distinto al de la pertenencia.

Incluso el internacionalismo obrero y comunista se hizo pensable a partir de la contribución de la cultura judía, libre de pertenencias étnicas o territoriales.

Por eso la tragedia de Gaza tiene un carácter definitivo e irremediable: porque evidencia una traición a la contribución intelectual judía a la civilización moderna por parte de un Estado y de un ejército que se proponen como expresión​ territorializada de aquella cultura, herederos de aquella historia.

Pensar después de Gaza significa asumir la traición a la cultura judía por parte del liderazgo sionista y de la gran mayoría del pueblo israelí: el fracaso de la razón universalista y la traición de la cultura judía moderna son las dos caras de la misma moneda.

El Estado de Israel ha sido desde su inicio la traición y negación de aquel legado; pero hoy, después de Gaza, la devastación del derecho –e incluso de la ilusión de universalidad de la razón humana– se ha convertido en programa político y sentido común de Israel.

La victoria militar del ejército y la complicidad del pueblo israelí con el genocidio desatado por el gobierno de Netanyahu marcan irreversiblemente la regresión hacia el particularismo y la cancelación de toda esperanza en un futuro “humano”.

La lección que Israel nos ha dado es esta: en la esfera histórica, las víctimas no saben ni pueden pedir paz ni reparación, sino sólo buscar venganza. Esto significa que las víctimas de hoy nunca podrán ser otra cosa que víctimas, a menos que logren transformarse en verdugos.

 

La lección que Israel nos ha dado es esta: en la esfera histórica, las víctimas no saben ni pueden pedir paz ni reparación, sino sólo buscar venganza. Esto significa que las víctimas de hoy nunca podrán ser otra cosa que víctimas

 

Tras el genocidio israelí, el derecho, el universalismo y la democracia aparecen como ilusiones que los depredadores usaron para mantener su poder sobre las presas. Pero ahora estas ilusiones se han disuelto, y emerge el rostro feroz del colonialismo, del que Israel es su última manifestación.

La lucha contra el nazismo y la victoria sobre la Alemania hitleriana permitieron reafirmar el valor y vigencia de los principios del universalismo moderno.

La ferocidad nazi fue derrotada por la ferocidad de las potencias antifascistas, pero más allá de la barbarie de la guerra, pareció emerger un tiempo de paz, derecho y democracia. Este era el sentido del “nie wieder” (“nunca más”) que fundamentó la formación cultural y política de las generaciones crecidas tras la Segunda Guerra Mundial (mi generación).

Hoy esa convicción parece definitivamente una ilusión.

Ese “nunca más” fue provisional, porque no se crearon las condiciones para expulsar la ferocidad de la esfera de la civilización humana.

Esas condiciones radicaban (o radican) en la igualdad social que la clase obrera organizada logró imponer de manera limitada, sin alcanzar jamás el núcleo generador de la ferocidad: la propiedad privada, la explotación, la transformación del tiempo de vida en valor de cambio.

El genocidio que los israelíes han desatado por venganza contra la venganza palestina demuestra que aquel nie wieder era una mentira, porque las víctimas del genocidio nazi se preparaban para volverse lo suficientemente fuertes como para perpetrar a su vez su propio genocidio.

 

Pensar después de Gaza, de Franco Bifo Berardi

Tinta Limón Ediciones, 2025

Traducción: Diego Picotto y Ezequiel Gatto

Imagen de tapa: La Furia, Sergio Langer, 2025. Obra elaborada especialmente para esta edición.

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