El desafío que se plantea Matías Kulfas en Los tres kirchnerismos es doblemente ambicioso. Por un lado, porque pretende trazar un balance económico de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner en caliente, en pleno ajuste y casi sin estadísticas que se acepten como válidas a uno y otro lado de la grieta. Por otro, porque como economista, Kulfas fue funcionario durante toda la década (si bien ocupó puestos de segunda línea que lo mantuvieron lejos de los titulares de diarios y las cámaras de TV) y no por ello se siente obligado a vomitar una defensa cerrada del “modelo” ni mucho menos. Muy por el contrario, arranca planteando que no hay tal cosa. Y que buscar coherencia entre las políticas del primero, el segundo y el tercer kirchnerismo “puede resultar una tarea forzada y, además, innecesaria”. Casi una herejía en un ejército con tantos soldados y tan pocos estrategas.
Con foco en lo social y lo productivo pero sin sacrificar rigor a la hora de analizar flujos financieros y variables macroeconómicas, Los tres kirchnerismos es un valioso aporte para la discusión más repetida en los círculos politizados de 2016: cuánto del ajuste actual debe atribuirse a los últimos años de gobierno de Cristina Kirchner y cuánto responde a la vocación del elenco encabezado por Mauricio Macri de revertir lo más rápido posible los (pocos) cambios verdaderamente estructurales registrados desde 2003. Los apéndices estadísticos, compilados con paciencia de arqueólogo tras la malversación de tantos datos durante tanto tiempo, son presentados al final de cada capítulo, escindidos del hilo ensayístico. Eso ya lo candidatea a los estantes bajos de la biblioteca, ahí donde se guardan los ejemplares de consulta frecuente.
El problema de este libro es que debió haber sido escrito tres o cuatro años antes. O al menos en algún momento después del período 2003-2011, durante el cual Argentina creció más que ningún otro país de la región, y antes de que la política de “aguantar el empate” que desplegó Cristina Kirchner encaramada en el 54 por ciento de 2011 hundiera al país entre los de peor performance latinoamericana, solo detrás de la Venezuela de la decadencia chavista. Las críticas más lúcidas que vierte el autor en sus páginas habrían sido de gran utilidad para el proceso político y para la sociedad toda si se hubiesen hecho en tiempo real, a modo de alerta temprana. Suena fútil como todo ejercicio contrafáctico, pero si el tercer kirchnerismo hubiese estado abierto a esos debates, quizá su ocaso no habría allanado el camino para el regreso por la puerta grande de ideas tan gastadas y nocivas como la flexibilización laboral, el desguace del Estado y la liberalización de cuanto mercado se haya intentado regular. En suma, para que la derecha accediera al poder por primera vez mediante el voto popular.
¿Por qué Cristina no escuchó esas críticas y vistió de épica errores de gestión evidentes, como los subsidios al consumo energético de las clases altas o el macondiano sistema de administración del comercio exterior que obligaba a los importadores de autos a exportar vino o limones para “compensar” su consumo de divisas? ¿Por qué adjudicó exclusivamente la corrida cambiaria de 2011 a los objetivos desestabilizadores de sus enemigos y no a los desajustes macroeconómicos evidentes que movían a muchos a dolarizarse? ¿Qué extraño fenómeno trocó en dogma inalterable a ciertas herramientas útiles para determinadas coyunturas externas pero desaconsejables en otras, como las retenciones, el desendeudamiento o los permisos de exportación? ¿Fue ella la que no escuchó o acaso los economistas que gravitaron en su entorno –entre ellos, Kulfas– no se hicieron escuchar lo suficiente? Son preguntas para que respondan otras disciplinas, como la psicología o la ciencia política, pero que quedan flotando tras digerir este volumen sobre economía.
La cautela excesiva, casi reverencial, con la que los economistas militantes abordaron los errores que justamente como militantes debieron haber discutido más, quizá incluso al costo de irse a su casa, pervive en ciertos tramos del libro. Uno de ellos es la frase que el autor dedica a deplorar la intervención oscurantista del INDEC que llevó adelante Guillermo Moreno, una cruza de charlatán de feria con matón de arrabal que sólo en medio de una gran confusión o como parte de un plan suicida puede haber tenido a su cargo las botoneras más importantes de la gestión. Esa destrucción deliberada de estadísticas vitales para la acción del Estado, llevada adelante por una patota de barrabravas mercenarios, es presentada apenas como “la introducción de una serie de cambios en la gestión del INDEC que terminaron afectando la consistencia y credibilidad” de los números. Si bien el autor admite que se trató de “uno de los mayores desaciertos de los períodos kirchneristas”, tanto eufemismo hace un poco de ruido.
Lo mismo que de Moreno puede decirse de Julio De Vido, el otro orgulloso y tenaz ejecutor de los desaciertos que más caro le costaron al kirchnerismo. Si bien Florencio Randazzo y Axel Kicillof avanzaron paulatinamente sobre sus dominios durante el último mandato, con buenos resultados para la gestión del transporte y (en menor medida) la energía, eso solo ocurrió después del espasmo que cruzó a la sociedad tras la masacre ferroviaria de Once y del sacudón político que significó la derrota ante Sergio Massa en 2013. Ninguna figura de peso al interior del gobierno o de su núcleo de apoyos se le animó antes. O si lo hizo no nos enteramos, que es más o menos lo mismo. Los pocos ámbitos de debate fuera del dispositivo de poder oficial donde las críticas heterodoxas se hacían escuchar, como los trabajos de Martín Schorr o de Claudio Lozano, solían ser tachados de “troskos” por la mayoría de los militantes kirchneristas. De ahí lo novedoso y a la vez disonante del enfoque del autor, que rema contra una corriente negadora y justificadora que se apoderó de gran parte de la producción intelectual y académica de los simpatizantes de la gestión que terminó en diciembre, quizá sin saber el daño que se autoinflingía.
Y, sin embargo, Kulfas sale airoso del desafío intelectual que se propone. Lo hace como un equilibrista, sin sacar los pies del plato ni renunciar al método de análisis que patentaron en los años ochenta desde la filial local de FLACSO investigadores consagrados como Daniel Aspiazu y Eduardo Basualdo, cuyos discípulos cuarentones (Nicolás Arceo, Mariano Barrera, el propio Schorr) terminaron la última década divididos –y en algunos casos hasta enfrentados– entre defensores y detractores del kirchnerismo, como casi toda familia progresista.
El autor extrae una conclusión interesante de la accidentada y extensa narración de los años kirchneristas: que sus gobiernos “fueron más hábiles en el cuestionamiento y la puesta en crisis de los preceptos del viejo régimen que en la formulación de las pautas de un sistema alternativo”. Que su ductilidad “pudo observarse mejor en el manejo de conflictos (que los hubo, y muchos) que en la planificación y gestión en tiempos de paz”. Pero que marcaron el fin del experimento neoliberal donde debe buscarse la explicación de un rendimiento productivo tan decepcionante como el del país en el último cuarto del siglo XX.
Lamentablemente, esa habilidad para combatir a la ortodoxia económica se quedó renga al no haber podido ofrecer a las mayorías un horizonte superador cuando la situación externa dejó de acompañar y cuando se agotó el combustible político del conflicto per se. Las viejas ideas del derrame y la apertura irrestricta vuelven a estar hoy “situadas en un ámbito de superioridad y dotadas de un supuesto halo de cientificidad”, tal como antes de las irreverencias K más valorables (la estatización de las AFJP, la intervención en los directorios de las grandes empresas o la estatización –tardía– de YPF), y más por error propio que por mérito ajeno. Pero que un ex funcionario haga una autocrítica tan sincera a pocos meses de que el péndulo se haya echado a mover en la dirección contraria no deja de ser un reflejo de vitalidad de la heterodoxia, si tiene aún algún significado una categorización tan vaga como esa. Vendrían bien algunas más.
Además de eso, Los tres kirchnerismos es también una buena piedra para tirarle a la vidriera ideológica del gabinete de los CEO. Un capítulo jugoso se aboca a desbaratar la tesis de la declinación, que endiosa al viejo granero del mundo soslayando su carácter desigual y oligárquico y que pondera aquel séptimo lugar en el ranking del ingreso per cápita que llegó a ocupar Argentina en 1908. Con los números justos y en base a un breve estudio comparado con las trayectorias de Estados Unidos, Australia, Chile, Brasil y Canadá, Kulfas muestra que el momento en que “se jodió la Argentina” –como dirían Vargas Llosa o su caricaturesco remedo porteño Fernando Iglesias– no fue el peronismo, como sostienen los tesistas de la declinación, sino la última dictadura militar, con su proyecto deliberadamente antiindustrial, sus más de 15 mil fábricas cerradas y sus 27 trimestres consecutivos de caída del empleo en el sector manufacturero.
Los cursos de acción copy-paste que proponen con candidez impostada y con marketing de charla TED alfiles de Macri como Gustavo Lopetegui o Francisco Cabrera (“tenemos que hacer como hace Australia”, “no hay nada que inventar”, “elijamos un país desarrollado y usemos las recetas que le funcionaron”) soslayan la historicidad de los procesos de acumulación, la naturaleza del colonialismo y el imperialismo y la indisimulable propaganda de los viejos países proteccionistas y estatistas contra el proteccionismo y el estatismo de la actualidad. Como si el coreano Ha-Joon Chang no hubiese escrito su Retirar la escalera, y como si no fuera bastante obvio ya para los estructuralistas o los marxistas la idea principal de Chang: que las potencias industriales procuran que los países atrasados no apliquen las recetas que les permitieron a ellas dejar de serlo.
La tesis de que no hay un modelo kirchnerista puede resultar frustrante para quienes se educaron en la lógica de bancar y ahora pretenden resistir con aguante, desde el parque Centenario o cuando hace frío tuiteando frente a la TV clavada en alguno de los conductores-estampita que sobrevivieron a la limpieza étnica del macrismo. Pero sin dudas resulta útil para entender las contradicciones de una época que además de Moreno y De Vido tuvo como protagonistas a Alberto Fernández, Roberto Lavagna, Amado Boudou, Sergio Massa, Sergio Berni, Mercedes Marcó del Pont y Axel Kicillof. Y también las contradicciones de una región que navegó una de sus décadas más dinámicas de la historia, en las que cada país combinó como pudo Estado con mercado, ortodoxia con heterodoxia y políticas sociales con inversión extranjera.
Matías Kulfas, Los tres kirchnerismos. Una historia de la economía argentina 2003 – 2015
Siglo XXI Editores, 2016, 240 páginas