Es una de las burocracias mejor pagas del mundo. Recetó ajustes a gobiernos latinoamericanos desde los sesenta hasta poco después del 2000, cuando el boom de las materias primas los eximió de seguir pidiéndole plata y consejo. Pero aunque hizo algunos recortes cosméticos a su propio presupuesto durante la crisis de 2008, nunca se apretó en serio el cinturón. En el Macro Café del subsuelo de su cuartel general, por ejemplo, se siguen sirviendo bacalao noruego, niguiri japonés y tacos con guacamole regados por vinos franceses e italianos a precios subsidiados para que sus economistas, oriundos de los cinco continentes, no sufran tanto el desarraigo en el DC.
Sus dos últimos jefes terminaron envueltos en escándalos tan fabulosos como el poder que detentaron. Rodrigo Rato llegó al hipérbole de hacer desviar el cauce de un río para que bañara el jardín de su mansión y una multitud de españoles terminó poniendo plata por internet para investigarlo y enjuiciarlo por su calamitosa gestión como ministro de Aznar, durante la cual, además, se quedó con algunos vueltos. Lo de Dominique Strauss-Kahn fue más impactante: encarcelado por abusar de una mucama en su habitación de un hotel de lujo durante una cumbre mundial, acabó por develarse una biografía cruzada por el enfieste y las sustancias prohibidas. Ambos estuvieron a un paso de saltar del despacho de Washington que ahora ocupa Christine Lagarde a la presidencia de sus respectivos países.
La asamblea de este mes en Lima fue la primera en 48 años convocada en suelo latinoamericano. Y no por casualidad. El Fondo se imagina pronto de regreso en sus dominios al sur del río Bravo. Lo dijo abiertamente el jefe para América, Alejandro Werner, en las reuniones fuera de agenda que mantuvo con los enviados de Mauricio Macri y de Daniel Scioli. Lo sugirió también su jefa, la propia Lagarde, cuando le preguntaron si la historia reciente no justificaba la imagen de cuco que conserva FMI en la región. “Ya no somos la vieja América latina ni el viejo FMI. Nuestra relación es mucho menos prescriptiva y mucho más cooperativa que hace 15 años”, exageró.
Las últimas intervenciones del Fondo en países en crisis, en realidad, no se apartaron mucho de su libreto habitual. Los préstamos condicionados a Grecia fueron a cambio de leyes y medidas muy parecidas a las que Anne Krueger y Anoop Singh les exigían a Menem y a De la Rúa. Lagarde se ufanó en Lima de que la relación con Latinoamérica no está rota y sacó a relucir los acuerdos “de facilidades flexibles” que firmó con Colombia y México. Pero 15 años atrás tenía programas vigentes con Argentina, Brasil, El Salvador, Nicaragua, Haití, Honduras, Uruguay, Perú y Bolivia, según sus propios registros.
Ahora que las potencias del G-7 sofisticaron sus mecanismos para condicionar financieramente al resto del mundo y que China les compite por el uso de los recursos naturales y la hegemonía político-cultural, el Fondo necesita reinventarse para seguir siéndole útil a ese puñado de gobiernos ricos que lo sostiene. No extraña en ese contexto que busque aferrarse otra vez a Latinoamérica. El bajón de las commodities que agujereó los balances de pagos ya generó el marco propicio. El resto lo hizo la impericia de los gobiernos nuestramericanos para aprovechar el boom y desenganchar la suerte de sus economías del vaivén de esas cotizaciones.
En un mundo que cambió tanto desde Bretton Woods, sin embargo, el FMI probablemente deba arriar su bandera más anacrónica para sobrevivir: la règle tacite, que estableció en la posguerra que el Fondo sería conducido siempre por un europeo y el Banco Mundial por un norteamericano. Barack Obama dio un paso algo tramposo en esa dirección cuando postuló para el banco a su actual titular, el coreano Jim Yong Kim, quien migró con su familia de Seúl a Iowa a los cinco años. Ahora a Lagarde le pisan los talones el mexicano Agustín Carstens y el indio Raghuram Rajan, dos economistas nacidos y criados en países “emergentes” (o sumergentes, como ironizó Fidel Castro) que expresan sin fisuras la ideología fondomonetarista. Ella promete resistir y va por la reelección. Pero después del escándalo de la FIFA y sus votos comprados, amañar elecciones supranacionales para cumplir un pacto entre vencedores de una guerra de hace setenta años puede afectar la legitimidad de un instrumento que supo serle muy útil a las potencias globales, justo cuando prepara su regreso triunfal al lugar del planeta donde más le temen.