Comencemos este texto urgente con una paradoja fascinante: las PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias) son el instrumento que inventó el sistema político para evitar la fragmentación y generar mayor estabilidad en el sistema a través de la consolidación de “la oferta”, es decir de su concentración en pocas opciones. Una especie de blindaje por arriba para encerrar al ganado en ciertos rediles predefinidos. Sin embargo, una vez más el tiro sale por la culata y las Primarias terminan siendo la oportunidad para que el profundo malestar que se acumula en la sociedad se exprese con toda su fuerza de corrosión y de manera sorpresiva. Una especie de grito desesperado de cambio. De que no va más.
Frente a esta manifestación, que se dio en 2019, se repitió en 2021 y anoche se expresó con más claridad aún, hay dos actitudes muy distintas: hacer lo imposible por introducir a esa voluntad popular en un cono de silencio intentando reducir daños, procurar que no cunda el eco y apelar a un ardid para hacerla recapacitar; o ser fieles al significado profundo de la palabra democracia (el pueblo nunca se equivoca) y concentrarse en descifrar el mensaje de las urnas con mucha atención, sin miedo, sin anteponer los intereses propios, y con la mayor sinceridad intelectual posible. Vamos por este segundo camino.
que se vayan todos
El primer dato relevante de este comicio es el aumento récord de los votos no positivos desde que se instalaron las PASO en 2009. Si comparamos las cuatro elecciones presidenciales que se sucedieron desde entonces, la merma en el total de sufragios afirmativos es impresionante: del 24,3 por ciento que suman las cifras de abstención, voto en blanco e impugnados en el año 2011, pasamos al 36,5 por ciento en la Primaria de ayer domingo, por encima del 33,3% que se había verificado en 2015 y del 30,3% en 2019. Si en 2011 el caudal de votantes que no eligieron a nadie fue de 7.434.542, apenas la mitad de los conseguidos por Cristina Fernández de Kirchner para conseguir su flamante reelección, en 2023 ese guarismo llegó a los 11.952.064, y se ubicó en la primera posición ampliamente por encima del libertario ganador.
Estamos ante la proliferación de lo que aquí proponemos llamar el ciudadano desafectado, que no coincide linealmente con quienes no ejercen su derecho al voto pero explica al menos una parte de esa tendencia en crecimiento. La desafección es la etapa superior del descontento, en tanto va mas allá del voto castigo (directamente dirigido a cuestionar al gobernante de turno) e incluso del voto bronca (que manifiesta su disconformidad con la totalidad de la oferta), para expresar algo así como una desconexión respecto de la lógica misma de la representación política. Eligen no creer. Ya no esperan nada. Tal vez muchos de ellos se definan a último momento, pero se rigen por parámetros que nada tienen que ver con la deliberación ideológica o programática. Para reconstuir el vínculo entre estas personas y la decisión colectiva de los asuntos comunes es preciso un reseteo profundo del sistema político.
rockanroll
El segundo aspecto clave es la emergencia, en el doble sentido de la palabra emergencia, de una nueva fuerza política que en apenas dos años se convirtió en la más votada a nivel nacional, pese a todos los pronósticos y en contra del deseo del establishment local. El fenomenal triunfo de Javier Milei y Victoria Villaruel desmiente a quienes se burlaron de sus pobres performances provinciales, sin reparar en algo obvio: el libertario sintoniza con el extendido malestar popular. Y gana todas las discusiones políticas que encara, poniendo a la defensiva a sus rivales y proponiendo lo que la mayoría de la población parece desear: un cambio decidido de rumbo, un futuro distinto capaz de ilusionar.
Este gigantesco envión de legitimidad electoral le otorga ahora al líder ultraliberal un poder inmediato para incidir en el curso de los acontecimientos, lo cuál se verificó al instante con la devaluación del dólar oficial que adoptó el Banco Central. Toda la iniciativa está de su lado. De no cometer errores, su camino a la presidencia podría ser imparable. La gran pregunta es si para concretar esa marcha hacia la Casa Rosada necesitará desestabilizar al actual gobierno. Y si en el caso de que así sea, logre llevar a la práctica ese deseo. La principal batalla política, por lo tanto, puede librarse antes de octubre.
que sea lo que pueblo quiera
La derrota del oficialismo resulta inapelable, pese a los signos de astucia que sus principales referentes emiten al insinuar que el escenario de tres tercios podría favorecerlos, por una rara carambola electoral. Lo cierto es que el peronismo pasó de 12 millones 200 mil votos en 2019 (47.79%) a obtener 7.058.830 (32.43%) en 2021, para tocar fondo anoche con menos de 6 millones y medio de adherentes (27,27%), lo que significa una caída de casi la mitad del electorado en apenas cuatro años, y estando en el poder. Pero si ponemos el foco ahora en el llamado ”candidato de la unidad” la sangría es aún más elocuente: 7 millones de votos tirados a la basura, y un descenso desde las alturas de haber arañado la mitad del electorado a un piso de apenas el 20%, un quinto de los sufragios en juego. Un dato menos numérico evidencia hasta qué punto el peronismo enfrenta un dilema de largo alcance: por primera vez desde 1945, es decir desde su nacimiento, el peronismo quedó tercero en una elección presidencial.
Tres postales ilustran la crisis de las tres corrientes que conformaron la coalición en 2019. Toma 1, el presidente Alberto Fernández votando solo y demacrado en la sede de la Universidad Católica de Puerto Madero, barrio de la oligarquía porteña posmoderna. Toma 2, la esposa del candidato a presidente Malena Galmarini perdió la interna del peronismo en su propio terruño, poniendo de manifiesto el grado de hidroponia del massismo. Toma 3, el kirchnerismo fue derrotado por primera vez en la gobernación de Santa Cruz y perdió la elección presidencial en la provincia a manos de Milei, una afrenta muy difícil de digerir para el legado pingüino.
corta vida al macrismo sin macri
La irrupción de La Libertad Avanza dejó en terapia intensiva también a la tradicional coalición opositora. Juntos por el Cambio es otro de los perdedores de la jornada de ayer. A pesar de haber conseguido el segundo puesto, su lugar en el eventual balotaje de noviembre está seriamente amenazado. Sin embargo, al interior de esta fuerza se alternan nítidos ganadores y estruendosos fracasos. Entre los primeros descolla el ex presidente Macri, no sólo porque logró retener el distrito madre a través de su primo, no sólo porque festejó el triunfo en la interna presidencial de su candidata más afín, sino también porque su hipótesis de que ya maduró el consenso social para imponer una transformación liberal en serio parece haber sido confirmada por la votación.
En cuanto a Patricia Bullrich, el triunfo contra la maquinaria electoral de su contrincante la termina de convertir en una de las figuras con más proyección en el escenario político que viene, pero quizás haya salido del comicio con menos posibilidades de llegar a la presidencia que antes. Tal vez por carecer de un cálculo razonable para reunir los votos que precisaría para acceder a la segunda vuelta, termine convirtiéndose en una aliada de Milei en la tarea de demoler lo que queda del gobierno todista.
El más grande perdedor de las primarias 2023 fue Horacio Rodríguez Larreta. El que disponía de la mejor herramienta electoral e inagotables recursos económicos, al que la mayoría de los analistas daban como casi seguro próximo presidente, sacó apenas el 11% de los votos. No sería demasiado arriesgado vaticinar, incluso en un país donde todo vuelve y se recicla, que estamos ante el fin de la carrera política de la fría máquina de gestionar, el héroe de los moderados. Seguramente seguirá siendo funcionario y participará de futuras elecciones, pero ha perdido la posibilidad de ser el conductor de su propio proyecto. A sus plantas rendido un ratón.
romper la pared
La suma de los votos conquistados por Massa y Larreta, los dos políticos profesionales por excelencia, los genios de la rosca, los preferidos del círculo rojo, los rivales que corren hacia el centro para finalmente darse un beso, apenas supera el guarismo que alcanzó el payaso loco. Si algo parece demostrar esta elección es que de la grieta no se sale por arriba, construyendo puentes en las alturas, sino que la salida es por el costado, en una especie de éxodo respecto de lo políticamente correcto. El problema no sería la falta de acuerdos, sino la naturaleza de los consensos existentes que imposibilitan cualquier desenlace, sea del signo que sea.
Para las fuerzas populares y progresistas esta elección ha sido un golpe durísimo. Los peores temores se han confirmado: la ultraderecha extrae su potencial de los votantes jóvenes, también entre los sectores empobrecidos, incluso en los territorios periféricos, porque consigue representar la rebeldía contra el orden existente, a todas luces injusto. La función que no hemos querido o no hemos sabido asumir está siendo usufructuada por una narrativa de la peor calaña. Cristina Fernández dijo una vez, en el mejor momento del ciclo kirchnerista, que a su izquierda solo estaba la pared. Esa fórmula ha impedido la emergencia de una voluntad política capaz de enfrentar con coherencia y lucidez al mal gobierno peronista. La campaña y el resultado obtenido por Juan Grabois y Paula Abal Medina han puesto en evidencia la necesidad de romper ese muro de contención. Impedir la llegada al gobierno de la ultraderecha este año es la tarea inmediata. Relanzar un proyecto de resistencia y creación, cuya fidelidad esté atada a la felicidad efectiva del pueblo, más allá de cualquier cálculo de gobernabilidad o beneficio político sectorial, es lo urgente y al mismo tiempo lo importante.