Dos asesinos, una víctima, 1998, tríptico (detalle), serie El triunfo de la muerte | Oscar Bony © The Estate of Oscar Bony
Todo experimento político-cultural tiene en su origen un acontecimiento que lo define. Una marca de fuego. Para crisis fue la muerte de Néstor Kirchner en la primavera de 2010, cuando preparábamos el número dos de la revista. Entonces escribimos: “Al kirchnerismo se le quemó, de un día para el otro, el sistema operativo. La función que cumplía Néstor en el emprendimiento político que comandaba no tiene remplazo posible. No hubo tiempo para prever, en los instantes finales, los necesarios relevos”.
Para dar cuenta de aquel cisma reunimos en ese momento a jóvenes militantes oficialistas. La Cámpora aún estaba en pañales. Uno de los invitados, Iván Heyn, moriría poco después de forma inesperada, a los 34 años. Era economista y en diciembre de 2001 había sido presidente de la FUBA. En el medio de la conversación, disparó: “Kirchner nos enseñó que la política es, básicamente, dos cosas: territorio y dinero. Todo lo demás son boludeces”. Lo que Heyn había descubierto en el adagio del conductor era la lengua del poder. Y, gracias a esa revelación, decidió dejar atrás su pasado romántico de activismo estudiantil. “Territorio y dinero” era una actualización doctrinaria de la fórmula empleada por la militancia revolucionaria en los setenta: “sindicatos y fierros”.
Salvando las enormes distancias, el kirchnerismo se encuentra hoy respecto de su manejo de la guita en una posición similar a la que los setentistas padecieron en su relación con las armas durante el “retorno de la democracia”. Lo que poco tiempo atrás era considerado parte del paisaje sistémico, de golpe se convirtió en abominable. La principal figura de la oposición deberá rehacerse con celeridad para perforar esta encerrona de la historia, o terminará cediendo su poltrona a una “renovación peronista” de tinte conservador y servil.
Nos sumergimos en una crisis de magnitudes inéditas. El macrismo superó ampliamente las peores predicciones acerca de su capacidad para gestionar la cosa pública. El presidente cedió el destino económico del país a un organismo de crédito internacional que nadie votó y al que la enorme mayoría de la gente desprecia. Ya nadie duda que durante los próximos meses la vamos a pasar muy mal. Mientras tanto, el sistema político muestra su incapacidad de producir soluciones y se hunde en el cálculo mezquino, cada vez más lejos de las necesidades populares.
Buena parte de nuestro futuro inmediato se juega durante este mes en Brasil, donde la coyuntura se ha convertido en un thriller fantástico y surrealista. Allí el círculo rojo perdió toda capacidad de conducir el proceso electoral y en el balotaje se verán las caras dos candidatos que, por motivaciones y cualidades antagónicas, desafían los marcos de racionalidad del establishment. La gran incógnita que se develará el 28 de octubre es si la operación retorno de Lula a través de su delfín Haddad resulta exitosa. Y en el caso de que el líder del PT consiga la proeza de recuperar el gobierno desde la cárcel, habrá que ver cuál será el tono y el alcance de su resurrección: ¿la templanza fisiológica o una irreverencia aún mayor?
En la Argentina falta una eternidad para los comicios. Y se debate públicamente la conveniencia o incorrección de dar por concluido el final del errático mandato de Mauricio Macri. Mas allá de las elucubraciones que circulan en las filas opositoras, o en el sindicalismo y los movimientos sociales, la decisión vuelve a estar en manos de aquellas franjas de la población que verán sus condiciones de vida deteriorarse radicalmente. ¿Asumirán el ajuste como una fatalidad o harán tronar el escarmiento en la escena pública, en reclamo de una solución democrática? Nos vemos en diciembre.