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“lula va a ser muchos lulas”
El país más grande del Continente se apresta a dar vuelta una de las páginas más siniestras de su historia pero poco se sabe acerca de lo que vendrá. ¿Qué pasará con el bolsonarismo? ¿Lula podrá gobernar o será disciplinado? ¿Emerge algo nuevo o estamos ante una reposición de la escena anterior al golpe de 2016? En esta entrevista un íntimo conocedor de la trayectoria del PT y de Lula, Breno Altman, ofrece indicios, devela debates internos y señala las disyuntivas más urgentes.
Fotografía: Télam
02 de Octubre de 2022

 

Breno Altman es un baqueano de lujo en la mata de la política brasileña y tiene especial talento a la hora de sintetizar los dilemas que enfrenta la izquierda. “Lo más probable es que vamos al ballotage”, avisa el sábado a la tarde luego de analizar los últimos trackings que van llegando antes del día D. Como buena parte de los cuadros históricos del Partido de los Trabajadores (PT), combina una arquitectura de pensamiento ideológica forjada en el marxismo con un gusto por los detalles y las anécdotas personales. La singularidad de Altman es su apuesta por construir una narrativa que esté a la altura de ese linaje. Por eso fundó Opera Mundi, un medio digital que hoy despliega especial dinamismo a través de su canal de YouTube

Las dos horas de conversación que tuvimos en su casa del barrio paulista de Pacaembú pasaron volando, pero nos permitieron hacernos una idea del marco general de las elecciones claves que se celebran. Para percibir la confianza en un triunfo que tranquiliza y permite volver a respirar luego de seis años de asfixia. Para comprender hasta qué punto la amenaza de golpe de la ultraderecha es un bluff y aclararnos en qué sentido sí hay que preocuparse posta. Y para tener una idea de lo que podemos esperar a partir del retorno de Lula al poder.

Breno Altman cuenta con algunas certezas firmes: “Yo conozco bien a Lula y él tiene mucho cariño por su biografía, por su legado. No hay posibilidad de que traicione”. Pero también tiene muchas dudas sobre lo que está por pasar y hacia esas incógnitas apuntaron nuestras preguntas.

 

radiografía de la ultraderecha brasileña

Todo parece indicar que Bolsonaro perderá las elecciones. ¿La ultraderecha dejó pasar su oportunidad y va a tender a disolverse o es un fenómeno que llegó para quedarse?

- Mira, yo creo que el bolsonarismo construyó una corriente neofascista de masas, lo cuál es una novedad en Brasil. La derecha jamás había logrado disputar las calles con la izquierda, salvo quizás en los años treinta con el integralismo. La derecha brasileña siempre fue institucional, en el sentido de que intervino a través de instituciones como las Fuerzas Armadas. Ahora lo que tenemos es un movimiento popular de extrema derecha. Yo no creo que sea provisorio. Claro, ellos tienen que pasar algunas pruebas para garantizar su sostenibilidad. Una es que no han logrado construir una organización de tipo partidario: habrá que ver cómo se sostienen cuando salgan del gobierno ante la eventual victoria de Lula. Pero hay varios indicadores que me permiten decir que sí, que van a tener vigencia después de las elecciones. 

¿Cuál es esa base social bolsonarista y cómo se organiza?

- Ellos tienen cuatro tipos de estructura. Primero, el aparato armado del Estado, no tanto las Fuerzas Armadas pero sí las policías militares. Recordemos que en Brasil las policías militares son una creación de la dictadura que jamás ha sido revocada. Surgen como reemplazo de las antiguas guardias públicas de las provincias encargadas de la contención de los crímenes en la calle, para ejercer la represión supeditadas a las Fuerzas Armadas y ya no a los gobernadores, con un tipo de jerarquía militar: coroneles, mayores, tenientes, capitanes. Cuando termina la dictadura esas policías vuelven a estar supeditadas a los gobiernos estaduales, pero eso es algo formal porque siguen estando articuladas a los comandos militares de la región. Es una estructura importante, unos 500 mil agentes. Bolsonaro hizo toda su carrera política defendiendo sus intereses económicos y durante su gobierno las financió y empoderó de manera notable. El segundo sector que alimenta este movimiento popular de masas son los más importantes grupos evangélicos del país, un verdadero partido profético. La tercera estructura son las milicias, grupos paramilitares de ultraderecha que aparecieron en los años noventa, especialmente en Rio de Janeiro. Casi todos sus integrantes provienen de la Policía Militar y se organizan para combatir clandestinamente el tráfico de drogas, es decir por fuera del sistema de exigencias legales. Pero en el camino se dan cuenta de que podrían hacer otra cosa más provechosa, que es controlar los territorios y gerenciar las actividades económicas que allí se realizan. Vender protección, pero también controlar las conexiones a servicios como el cable, gas, electricidad. Y finalmente también se involucran en el tráfico de drogas. Hay una cuarta fuerza más reciente, que emerge en 2016 y tiene que ver con los dispositivos que han logrado una actividad muy intensa e influyente en las redes sociales. Y creo que hay una quinta forma de organización surgida ahora que son los clubes de tiro, acá en Brasil se llaman CAC (Colecionador, Atirador e Caçador) y se han multiplicado. Siguen teniendo el apoyo de un sector de la burguesía, cuentan con una presencia importante en los sectores medios, van a mantener una fuerte presencia parlamentaria y van a elegir algunos gobernadores. Para nada veo al bolsonarismo como un fenómeno pasajero.

Foto: Victoria Gesualdi/Telam

La pregunta es cómo se llegó a esta situación. ¿Puede decirse que Bolsonaro fue un elemento que el establishment utilizó para desplazar al PT pero luego se salió de control? 

- Yo creo que es un fenómeno que tiene distintos orígenes. Voy a intentar resumir las que considero principales. Brasil vive desde los años noventa, como toda Latinoamérica, una crisis estructural de sus economías porque el neoliberalismo provocó una reorganización económica que nos quitó el vector central del desarrollo que era la industria. Nos convirtió otra vez en productores de materia prima y productos agrícolas. Eso implica, particularmente en los países que habían alcanzado un grado más elevado de industrialización, como con Brasil y Argentina, un deterioro de las condiciones sociales. Y fue generando progresivamente un malestar social. La izquierda pudo capitalizar ese malestar durante los primeros diez años del siglo veintiuno. Trabajaba siempre con esa fórmula: la descomposición social del neoliberalismo fortalece a la izquierda. Ahí está nuestro primer error, porque la descomposición social puede llevar a otra cosa también. Por otro lado, esa izquierda ya no era rupturista, no era revolucionaria, ya no quería destruir al sistema y poner otro a funcionar. Se trataba ahora de llegar al gobierno por la vía institucional y cambiar desde adentro con una estrategia muy gradualista. Esos gobiernos lograron en algún momento mejorar la situación del pueblo, sin introducir cambios estructurales. Simplemente se amplió la demanda mejorando el poder adquisitivo de las mayorías, se invirtió mucho en obra pública y eso funcionó bien durante un tiempo. Pero eso tiene un límite, porque solamente funciona cuando el mercado está en su fase de expansión a nivel global. Cuando se modifica esa situación, como sucedió a partir del 2008, ocurre que esos factores utilizados como resortes por los gobiernos progresistas pasan a ser para la burguesía gastos que hacen crecer sus costos de producción y reducen su tasa de ganancia. Entonces comenzaron a presionar por una agenda ultra liberal para reducir los sueldos, rebajar derechos y de ahí para adelante. Esa es la base material que acá en Brasil lleva a la burguesía a dar un giro en dirección al golpe en 2016. 

Pero Bolsonaro en ese entonces no era la opción que los poderes preferían. ¿Cómo llegó a posicionarse? 

- Los viejos partidos de la burguesía no tenían condiciones para derrotar al PT por su rol en la sociedad brasileña. Ellos no podían conectar con un elemento central en el golpe de 2016, que fue la movilización social de las capas medias. Eran puros partidos electorales. Entonces emerge el neofascismo, que había tenido su ensayo general durante las movilizaciones de junio de 2013. Ese movimiento comenzó siendo empujado por la izquierda, pero la derecha disputa el comando de las manifestaciones. Allí tienen un papel importante ciertos grupos de extrema derecha extraparlamentarios que operan en las redes sociales y logran organizar el odio social de las capas medias para volcarlo contra el gobierno de Dilma. El PT hizo una cosa muy rara: una alianza entre los más pobres y los súper ricos. Los millonarios ganaron plata como jamás habían ganado antes, porque no se alteró su stock de riquezas ni su renta. Y los más pobres crecieron mucho gracias a la transferencia de ingresos que tenía como fuente a los impuestos que salían de las capas medias. Eso hizo que los sectores medios se sintieran doblemente presionados, por arriba y por abajo. Y empezaron a ser atraídos por un discurso de extrema derecha que puso en el centro la lucha anticorrupción. La ecuación es simple: la plata que pagas en impuestos se la roban los políticos. ¿Qué hacen los partidos burgueses en 2016 cuando se desatan las grandes manifestaciones contra Dilma? Contrataron, entre comillas, a esas jóvenes tropas de extrema derecha, que se mueven como pez en el agua en la movilización social y no están bajo el comando de los partidos. Cuando los partidos burgueses logran destituir a Dilma y asume Temer, le piden a las tropas de ultraderecha que vuelvan a sus casas porque ahora volvía la política de los adultos. Pero esos grupos le dicen que no: “ustedes son como ellos y también son nuestros enemigos”. Es ahí cuando Bolsonaro emerge como el representante de esos grupos. Y les ofrece una perspectiva de poder. Entonces hay sectores de la burguesía que apoyan también a Bolsonaro. Ellos razonan así: “mira ese tipo loco, de escasa educación política, al que yo jamás invitaría a comer en mi casa, pero tiene capacidad de combate y es capaz de enfrentar al PT”.

Seguramente pensaron que lo podían disciplinar. 

- Exactamente. Hay que tener en cuenta también la operación Lava Jato que incluye el apoyo de los grandes medios de comunicación y consolida el clima anticorrupción como un elemento de la lucha contra Lula. Son distintas tramas que se vinculan y encuentran en Bolsonaro al receptáculo político. Ahí comienzan las diferencias con el fascismo. Yo utilizo una expresión un poco en broma un poco de verdad para describir a Bolsonaro: él es liberal-fascista. Sus ideas son ultraliberales en términos económicos, como Milei. Pero su lógica es fascista en términos de la organización del Estado. A él le encantaría cambiar el régimen político por alguna forma de estado policial, pero su modelo no son las viejas dictaduras. Su ideal es la Colombia de Uribe, o sea una pantalla institucional donde todo parece funcionar muy bien pero por abajo hay un estado policial que mata mucho más que la dictadura argentina.

¿Y por qué la burguesía  finalmente rompe con él? 

- Bolsonaro es disfuncional, genera demasiadas crisis. La burguesía brasileña, en el modo de inserción neocolonial que vivimos, necesita de buenas relaciones con el exterior y Bolsonaro ha generado crisis con China, con países de Europa, con el cambio de gobierno en Estados Unidos, en el Mercosur. Todo eso es un lío para los negocios. También genera inestabilidad interna, porque Bolsonaro provoca y necesita el renacimiento del PT. Entonces, para la burguesía él es una buena solución para derrotar el PT, pero después hay que pasar a otra fase y él no quiere. Y la burguesía brasileña no está dispuesta en este momento histórico a bancar una dictadura militar o un estado policial. En términos conceptuales el bolsonarismo es una variable del viejo bonapartismo identificado por Marx en el 18 Brumario: es una fuerza externa al sistema burgués, que gana fuerza cuando el sistema está en colapso político y busca reorganizar al estado desde afuera hacia adentro, inclusive enfrentando a los viejos partidos y a la burguesía. Este bonapartismo tiene dos alas: hay una que podríamos llamar del bonapartista institucional, que son las Fuerzas Armadas. Desde el principio apoyaron a Bolsonaro para volver a tener un rol protagónico en el Estado brasileño, no a través de una dictadura sino vía institucional. Las Fuerzas Armadas ingresan a esta fase alrededor de 2012, cuando llegan a la conclusión de que el PT es su enemigo. 

¿Cómo llegan a esa conclusión? ¿Por dónde pasa ese antagonismo con el PT?

- Número uno, el mundo estaba ingresando a una nueva guerra fría con el ascenso de China y la vocación brasileña es Occidente. O sea, es un vagón en el tren que tiene como cabeza a los Estados Unidos y la política del PT ponía a Brasil fuera de ese tren. Segundo, la lógica del PT de que Brasil puede tener una vía autónoma de desarrollo es una idea fracasada; Brasil solamente podría desarrollarse estando plenamente integrado a los circuitos financieros del capital mundial. Tercero, la idea de que el desarrollo brasileño podía ser impulsado por la ampliación del mercado interno es suicida porque genera un tremendo aumento de los costos del Estado. Las Fuerzas Armadas entonces se van a convertir con cada vez más fuerza al neoliberalismo y al atlantismo. El gran reto de los historiadores va a ser descubrir si Bolsonaro atrajo a las Fuerzas Armadas, o si las Fuerzas Armadas lo inventaron a él. Bolsonaro tiene una capacidad de intervención en las redes sociales que ningún grupo civil posee, nosotros no tenemos ni una fracción de su potencia. Eso se hace con mecanismos tecnológicos que no están al alcance de ninguna fuerza política. El problema es que hay una contradicción entre ese bonapartismo institucional de las Fuerzas Armadas y el bonapartista individual de Bolsonaro, que quiere ser el centro del nuevo sistema que desea construir.

¿Significa que las Fuerzas Armadas rompieron con Bolsonaro?

- No, hay tensión, pero aún están juntos. 

¿Qué capacidad tiene Bolsonaro de no entregar el Gobierno o entorpecer la transición?

- ¿Qué significa no entregar el gobierno? Significa un golpe militar clásico. Eso no lo va a poder hacer. Las Fuerzas Armadas no van a aceptar eso, porque las demás precondiciones para un golpe de Estado no están. Los golpes de estado no son operaciones de un individuo, sino de una clase. Debería haber sectores fundamentales de la burguesía apoyando, los medios de comunicación, una parte de la sociedad dispuesta a apoyar una dictadura, Estados Unidos tiene que dar su aval, y necesita tener algún grado de complicidad de las demás instituciones del Estado, el Parlamento y el Poder Judicial. ¿Entonces qué puede hacer Bolsonaro? Presionar, bluffear, quizás va a generar un grado de confusión política. ¿Algo como hizo Trump en el Capitolio? Puede ser, pero eso fue un circo, no una tentativa real de cambiar la correlación de fuerzas, fue más bien una operación de propaganda para mostrar a su base social que era un tipo capaz de enfrentar al gobierno de Biden. Bolsonaro puede ser algo semejante, pero eso no es una estrategia del poder. No va a impedir que Lula sea el próximo presidente. Las Fuerzas Armadas no van a dar aval, la Policía Militar tampoco. Siempre puede haber algún sector que vaya a una aventura, pero los jefes que acepten ir por ese camino, ¿qué hacen al día siguiente? ¿Van a pasar 10 o 15 años en la cárcel?

Foto: Victoria Gesualdi/Telam

el significante vacío del regreso de lula

Luego de cuarenta años de militancia Breno Altman es un personaje muy conocido en el mundillo político de San Pablo. Miembro de un largo linaje izquierdista, introduce siempre referencias históricas y posee un fino conocimiento de la política argentina y de otros países latinoamericanos. Entre sus camaradas más cercanos se cuentan dos personajes que fueron “liquidados” por la derecha brasileña: la expresidenta Dilma Rouseff y el mítico José Dirceu. Cuando le preguntamos si pensaba asumir algún cargo en el nuevo gobierno su cara de repente se transmutó en un gesto de espanto: “Yo no sirvo para eso. No tuve nunca una corbata”, dijo y lanzó una carcajada. 

¿Qué Lula es el que está volviendo?

- Yo creo que ni siquiera Lula lo sabe. Mirá, yo sé que Lula sacó muchas lecciones de lo que ocurrió en el país en 2016. Hasta el momento en que recupera sus derechos electorales, en marzo del año pasado, él se daba cuenta de que su gobierno y el de Dilma habían caído (para decirlo de forma sintética) en el clásico error de la ilusión de clase, es decir la incomprensión de que la estructura del capitalismo brasileño obliga a una reacción inevitable de la burguesía contra las reformas que afectan sus superganancias, y del problema fundamental de la dependencia externa. Lula sale de la cárcel por ejemplo con una fuerte conciencia antiimperialista, por el rol que Estados Unidos tuvo en el golpe de Estado contra Dilma. Pero la cabeza piensa donde pisan los pies. Y lo que ocurre es que Lula es el único líder capaz de derrotar a Bolsonaro. Y él se va convenciendo de que la única forma segura que tiene de derrotarlo es siendo el líder de la restauración de la Sexta República. Pero eso es completamente contradictorio con las lecciones del golpe de Estado. La construcción de ese Frente Amplio contra Bolsonaro lleva a Lula, objetivamente, a la misma situación en que estaba el PT cuando tuvo lugar el golpe de Estado en 2016: una alianza con sectores antagónicos que son neoliberales. 

Foto: Victoria Gesualdi /Telam

¿Y esa era la única posibilidad para sacar a Bolsonaro?

- No, dentro del PT muchos propusimos otro camino. En la primera vuelta tener un programa y una alianza de izquierda, construir fuerza social, había espacio político por el aislamiento de Bolsonaro y el colapso de los partidos de centro, y si hubiera una segunda vuelta ahí sí hacer un frente amplio. Pero sin crear la misma gran coalición del proceso anterior. Claro que había riesgo en lo que nosotros proponíamos. Y Lula que es un pragmático dijo: “No, ese camino tiene riesgos porque quizás la burguesía reconstruye el centro político y en vez de ir a una segunda vuelta contra Bolsonaro tenemos que ir contra ellos. En ese escenario perdemos. No podemos correr el riesgo. Tenemos que neutralizar cualquier chance”. ¿Y cuál es la forma de neutralizar? Irse al centro. Bueno, pongamos que gana las elecciones y punto. Cambiamos de escenario. Volvimos al gobierno. Muy bien. ¿Y ahora qué hacemos? Nuevamente el gobierno va a estar en una situación muy difícil para implementar cualquier programa de reformas, porque dentro de esa gran coalición vamos a tener corrientes que estaban contra Bolsonaro pero no contra el neoliberalismo. Y esas corrientes van a presionar, y la burguesía va a chantajear, y si Lula no acepta el chantaje lo van a sabotear, y si no logran debilitarlo con el sabotaje lo van a golpear. Porque esa es la lógica del proceso de acumulación de la burguesía brasileña, que no ha hecho ni va a hacer una opción por otro camino que no sea la exportación de productos primarios y la valorización financiera. Al revés. Hoy Brasil tiene una tasa de industrialización del 9%, la misma que teníamos en 1913. 

¿Vos prevés entonces un escenario similar a la de Estados Unidos?

- No, yo creo que el gobierno de Lula va a estar en disputa entre la izquierda y los neoliberales. Y la derecha va a tratar de reorganizarse para presentar una opción en 2026. Ahora el objetivo es paralizar al gobierno de Lula, no tumbarlo. Ellos ya asumieron que van a tener que soportar cuatro años. ¿Puede precipitarse antes un conflicto? Sí, porque la situación internacional es muy compleja y si Lula avanza en una alianza con China y Rusia, y juega un papel decidido en la integración regional para reconstruir a Latinoamérica como un espacio contrahegemónico en relación a Estados Unidos, se puede prever una política más agresiva contra él. Pero el plan original es secuestrarlo, chantajearlo, neutralizarlo.

Como está pasando en Chile, como pasó en Argentina, como está sucediendo en Perú, ¿y como va a pasar con Petro?

- Yo creo que Petro es un tipo inteligente, que se dio cuenta que no podía caer en el error de las políticas de conciliación. Él está haciendo algunas cosas espectaculares para negociar después desde una posición de fuerza. Lo que hizo con las Fuerzas Armadas, el discurso en las Naciones Unidas. La derecha colombiana ya empezó a preocuparse y eso es un peligro, porque rápidamente llegan a la conclusión que la solución es liquidarlo.

Foto: Elineudo Meira

No termino de entender el cálculo de la burguesía y la derecha no bolsonarista: ¿ellos quieren crear una fuerza capaz de derrotarlo en cuatro años o su apuesta es disciplinar a Lula?

- Las cosas se combinan. Hay que paralizarlo, o sea ponerle un límite: “Ok, estamos de acuerdo con restaurar la Sexta República. Haga que el país vuelva a funcionar normalmente. Haga unas políticas para los pobres para que no haya desesperación social, tampoco a nosotros nos cae bien eso. Pero reforma de los tributos ni en sueños. Reforma financiera para romper con el oligopolio de los bancos tampoco. Alianza con Rusia y China no: queremos vender a China, pero no una alianza geopolítica. ¿Integración latinoamericana? Sí, es una buena idea, pero nada de acuerdos con Venezuela o Cuba como en el pasado”. Y ellos saben que eso llevaría a Lula para abajo en términos de popularidad y la cohesión de la izquierda alrededor de Lula se acabaría, más temprano o más tarde se rompe el PT, los movimientos sociales se van a enojar. Mientras tanto ellos tratan de construir una alternativa. Tienen dos o tres caminos, uno está a la vista de todos: ¿por qué no Alckmin en 2026? Alckmin es una solución en el caso de un nuevo golpe y una opción para las elecciones del 26. Otra posibilidad para la derecha es rearticularse con un outsider, como el actual gobernador de Minas Gerais. ¿Cuál es la clave en este punto? Una de las cuestiones fundamentales para lograr la táctica del Frente Amplio fue enterrar la narrativa sobre el golpe de 2016, de lo cual casi no se habla más. Y eso significa que los sectores políticos y empresariales que condujeron el golpe han recibido una amnistía política, no van a tener que pagar por su apoyo a Bolsonaro. Ahora son amigos.

¿El lulismo reformateado puede tener un plus de vitalidad que pueda entorpecer el plan de la burguesía?

- Creo que sí, porque va a haber mucha presión sobre Lula por la izquierda, y el mismo Lula no va a ser uno solo. Lula va a ser muchos Lulas. Los discursos de Lula son contradictorios entre sí. Es un péndulo político no un estratega. No funciona por la lógica de la izquierda que es de lo universal a lo particular, de la ideología al cotidiano. Eso no tiene nada que ver con la lógica del pueblo, que es de lo particular a la ideología… si se llega a la ideología. Lula opera con la lógica del pueblo. Es un hombre de 76 años, si tuviera 50 podría arriesgarse a dos cosas: a una aventura donde puede perder o a un acuerdo que va a destrozarlo políticamente. Un hombre de 76 años no puede arriesgarse a ninguna de esas dos situaciones.

¿Y entonces qué va a hacer?

- Es compleja la situación, vamos a tener un Lula pendular. Va a hacer cosas que van a enojar a la izquierda y después va a tomar decisiones que van a poner a la burguesía furiosa. Lula es un encantador de serpientes. Esa es su fortaleza y su debilidad. Los encantadores de serpientes tienen mucho poder, miremos la historia del continente. Es como un tipo de esos de circo que son capaces de hacer malabarismo de jóvenes, pero si pierde los reflejos o si alguien sabotea los objetos poniéndoles más peso, entonces se puede extraviar. O sea él apuesta a controlar factores de poder antagónicos, pero la situación es distinta que hace veinte años. ¿Por qué? En primer lugar, la polarización entre Estados Unidos y la alianza chino rusa restringe los espacios de maniobra en Latinoamérica. Estados Unidos no está de broma, mirá lo que ha pasado con los gasoductos Nord Stream I y II. Yo no tengo pruebas, nadie las tiene, ni Moscú, ¿pero a quién interesaba que explotara? Estados Unidos no puede permitirse ceder terreno en Latinoamérica porque es su reserva estratégica natural, y eso va a poner a Lula en un nivel de mucha más presión que al inicio del siglo. 

¿Hay alguna novedad que pueda darle vitalidad al proceso?

- Aparentemente no, pero nadie se muere de aburrimiento en este país. El PT está muy debilitado como partido. El sindicalismo también. Lo mismo los movimientos sociales, con la excepción relativa del MST. Venimos de siete años de duras derrotas, de pérdida de capacidad financiera, aislamiento, ha sido muy duro. Pero la elección del lunes va a liberar nuevas energías. ¿Cómo se van a manifestar? No sé. Puede generar una renovación del PT, del sindicalismo, de los movimientos populares. O puede significar el surgimiento de otro tipo de formación política. Es muy temprano para saber, pero algo va a pasar. Son demasiadas contradicciones en el escenario para que no pase nada. Mi apuesta política es renovar la izquierda, ni bien gane Lula. Necesitamos de una izquierda rupturista para enfrentar a la extrema derecha rupturista. Incluso Lula, para poder hacer sus políticas moderadas, necesita de una izquierda rupturista.

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