Foto: Pablo Albarenga / Mídia NINJA
El resultado de las elecciones presidenciales en Brasil es lapidario. La probabilidad de revertir el impactante ascenso de Jair Messias Bolsonaro hacia el poder es muy remota, aunque esa mínima posibilidad haya que exprimirla al máximo. La elección del PT estuvo por encima de lo esperado, pero el 46% conseguido en primera vuelta por el candidato más derechista que hayamos conocido opaca cualquier matiz. Estas notas son un intento por comprender, en la urgencia y aunque sea tarde, porque lo cierto es que nadie lo vio venir. Y una invitación a salir del mero lamento.
la gedencia
El factor más desconcertante de la actual escena electoral brasileña es que la extrema derecha ha conseguido apropiarse del descontento popular. Bolsonaro decidió ser candidato a presidente en 2015 al comenzar su ¡séptimo! mandato como Diputado Federal, justo cuando Dilma se había reelegido en un balotaje peliadísimo (51 a 49) contra el mineiro Aecio Neves, del PSDB. Cuando los amigos del exmilitar escucharon la idea de su postulación les pareció insensato, por eso intentaron convencerlo para que desistiera. “No hay vuelta atrás, si llego a sacar el 10% está más que bien”, respondió.
Lo primero que hizo fue cambiar de escudería. Huyó de Progresistas (nombre adoptado cínicamente por una escición del partido que apoyó a la dictadura) pues estaba siendo amenazado por el Lava Jato, recaló por un tiempo en el Partido Social Cristiano, hasta que se instaló como precandidato a presidente del Partido Social Liberal. En 2016 contrató una asesora de imagen que había trabajado para Lula y Dilma: Olga Curado. Pero quizás el fichaje más definitorio para el éxito de su estrategia fue el economista Paulo Guedes, un gurú de la ortodoxia liberal, también un poco freak.
Un exquisito perfil publicado por la revista Piauí cuenta el recorrido de Guedes, desde los años de formación en Chicago hasta su actualidad como asesor estrella en Leblon, el barrio cheto de Rio de Janeiro. “Soy el único economista que se hizó conocido sin nunca haber pasado por el gobierno”, se enorgullece. Guedes también se considera un “excluido” de las principales usinas académicas del país, la Pontificia Universidad Católica (PUC) y la Fundación Getulio Vargas (FGV), incubadoras de los economistas que han construido una puerta giratoria con el Ministerio de Hacienda. Su carrera se desempeñó en el sector privado como artífice de fondos de inversión y consultor de grandes empresarios. Con una constante: la crítica furibunda a todos los programas económicos implementados desde el Plan Cruzado de Sarney hasta el presente.
Una anécdota lo pinta de cuerpo entero. Cuentan que de joven soñaba ser “el mejor economista del mundo” y no se siente tan lejos de ese sitial porque ganó todos los “duelos intelectuales” que libró. Uno de ellos fue contra Thomas Piketty en 2014, pleno estrellato del francés, en la Universidad de San Pablo. “Yo le dije a Piketty: escoge las armas. Él sonrió, pero se dio cuenta que tenía un negocio indigesto por delante... Al final, los estudiantes estaban entusiasmados y exclamaban: ‘Nuestro Piketty es mejor que el de ellos’”.
El duelista declaró su apoyo a Bolsonaro en febrero de 2018. Y le construyó un puente de plata con el empresariado brasilero, de modo tal que el cachivache nacionalista y estatista poco a poco fue tornándose digerible. Una pesquisa de XP Investimentos en agosto de 2017 pronosticaba que el 88% de los inversores creía que la bolsa iba a caer en caso de que Bolsonaro ganara las elecciones. Apenas cinco meses después, el 62% estimaba que el impacto de un triunfo del exmilitar sería positivo para sus acciones.
Entre los entusiastas se cuenta la industria armamentística, que se está haciendo un festín por anticipado. Forja Taurus, la principal fabricante de armas de Brasil, perdió 92,5 millones de reales en el primer semestre de 2018 y aun así sus acciones subieron 160% en lo que va del año.
punto de inflexión
Durante la última semana de campaña aconteció un vuelco en la tendencia que mostraba el crecimiento sostenido del candidato del PT. Primero fue la encuesta de Ibope del lunes 1, que mostró un envión de Bolsonaro. El candidato del Partido Social Liberal había comenzado la campaña a finales de agosto promediando un 20% de intención de votos. Cuando Lula (que llegó a tener el 40%) fue definitivamente excluido del comicio, Bolsonaro pasó a liderar la carrera pero su techo parecía estar en el 28%. El sondeo mencionado le dio por primera vez 31%.
El dato causó sorpresa, no solo porque implicaba un giro en la recta final, sino además porque la pesquisa fue realizada durante el mismo fin de semana en que el país fue sacudido por las impactantes movilizaciones que gritaron ele nao, organizadas en rechazo del excapitán del Ejército y actual Diputado Federal.
Al mismo tiempo, la encuesta mostraba un frenazo en el ascenso de Fernando Haddad, hasta ahí la sensación de las elecciones. Haddad había partido con el 4% y en un mes promediaba el 21%, cumpliendo el traspaso del voto más fiel de Lula hacia su candidato sucesor.
Las explicaciones quedaron en suspenso hasta el martes a la noche, cuando se anunciaba la publicación de una nueva encuesta, esta vez de Datafolha, quizás la más confiable de las empresas de sondeos. Llegado el momento los temores se confirmaron y el escenario se tornó más negro aún, pues las simulaciones de una segunda vuelta entre Haddad y Bolsonaro comenzaron a arrojar un empate técnico, cuando antes el petista figuraba ganador. Las últimas pesquisas publicadas el sábado 6 de octubre, a horas del comienzo de la elección, le otorgaban el 40% de los votos válidos al derechista y 25% a Haddad. El resultado final confirmó la polarización y elevó el porcentaje de ambas fórmulas a 46,06 versus 29,24 respectivamente.
Dos razonamientos circularon para explicar lo sucedido. El propio crecimiento de Haddad y la gran movilización de repudio organizada por las mujeres despertaron un monstruo que permanecía latente: el antipetismo, articulado durante los últimos años de una manera sistemática por los principales medios de comunicación. Según esta clave interpretativa, la polarización orbita hoy en torno a las cadenas de rechazo y el mensaje de las urnas benefició a quien mejor logró canalizar ese repudio. En este rubro tuvo influencia decisiva el uso hipereficaz de las redes sociales por parte del ganador.
Otras visiones hacen foco en el cúmulo de factores de poder que se definieron durante los últimos días a favor de Bolsonaro. Primero fue Edir Macedo, el líder de la Iglesia Universal del Reino de Dios. Luego la poderosa Bancada Ruralista, que reune a 262 parlamentarios de distintos partidos. Muchos candidatos a diputados, senadores e incluso aspirantes a gobernadores de los partidos del “centrão”, que formalmente apoyan la candidatura de Geraldo Alckmin (el preferido del establishment que nunca despegó), saltaron hacia la candidatura del puntero. En la misma saga debe leerse la “rendición” del capital financiero frente a una figura impredecible del que hasta hace poco desconfiaba.
ciudad de dios
El miércoles 3 fuimos a la favela inmortalizada por la película de Fernando Meirelles. Fuimos a acompañar la recorrida de un candidato a diputado federal nacido y criado en el barrio. Anderson Quack, activista de toda la vida, director del documental Remocao. Ni bien entramos a Ciudad de Dios, Anderson señaló uno de los cientos de monoblocks amarillos y dijo: “ahí fue donde lo mataron a Ze pequeño”.
El padrón del barrio supera los 70 mil votantes. “El objetivo es quebrar la pauta histórica de que los habitantes de la favela no votan candidatos de aquí”, dice Anderson. De conseguirlo, lo cuál no parece sencillo, quizás llegue a ser el primer diputado federal favelado. “Somos el 6% de la población, 11 millones de personas, y no tenemos un solo representante que defienda de verdad nuestros intereses”.
Quack saluda a los vecinos a los gritos. Ríen, se besan y gesticulan como si no se vieran hace décadas. Entrega calcomanías y volantes, poniendo énfasis en las doñas y los ancianos. Uno de los amigos del candidato se adelanta y conversa con los caras que están en la vereda en bandita. Quack pregunta “¿está todo bien?”, el compañero asiente y la caravana avanza. Todo de querusa.
El adelantado es un tipo con formación, criterioso y su opinión me sorprende. Cuando le pregunto cómo ve la batalla presidencial, dice que los gobiernos del PT fueron los mejores que vivió pero las mejorías fueron migajas y no cambió nada realmente. Recuerda cuando en 2006 trajeron a Lula. “Miles de personas aquí adentro, desbordaba, tuvimos que cortar la avenida, había mucha esperanza”. El balance que trasmite es durísimo: “A mi me parece que Lula terminó siendo como el capataz bueno de la Casa Grande, que le tiraba migajas a la senzala”. Va a votar a Ciro Gomes en la primera vuelta. Y si al balotaje pasaran Haddad y Bolsonaro, no votaría a ninguno. No lo puedo creer. Quack coincide en que el escenario de balotaje que se perfila es poco estimulante, pero anuncia su voto al candidato petista en la instancia decisiva.
Se hizo de noche y para salir del barrio nos guía un pibe negro de veinte años, de nombre Wallace. Le pregunto cómo anda el tema de la violencia, dice que ahora está tranquilo pero que anoche entró la Fuerza de Choque y la balacera fue infernal. Llegamos tarde al acto de cierre en Cinelandia del candidato de la izquierda, Guilherme Boulos. En el “comicio” del PSOL no hay mucha gente pero sobran energía, colorido y discursos. El candidato a gobernador de Rio se llama Tarcisío Motta y terminaría tercero con el 10,7%, por encima de la candidata del PT y del mismísimo Romario. Al final, Boulos hace una arenga impactante. Su voz carraspea y ciertas inflexiones de la tonalidad recuerdan al joven Lula. El mitin alcanza su clímax cuando el candidato pide un minuto de aplausos para Marielle Franco, mirando hacia la Cámara Municipal donde trabajaba quien fuera vereadora del mismo partido.
Detrás del escenario anda Pablo Capilé, referente de MidiaNINJA, un movimiento político comunicacional de enorme potencia. Capilé exuda entusiasmo. Considera que la fuerza de la izquierda en la segunda vuelta será imbatible. Dice más, dice que aún si gana Bolsonaro se avecina una revitalización de los sujetos contestatarios que tiene su anuncio en ele nao y son imparables. Hacen falta muchos Capilé para lo que viene, aunque suene demasiado optimista. Ayer a la noche le envié un mensaje: “¿cómo la ves?”. La respuesta fue mas cauta: “complexo”.
Foto: Ximena Talento
pronósticos incumplidos
Vale la pena remontarse al 9 de junio, cuando todavía no había comenzado la campaña pero ya estaban definidos los principales candidatos a presidente... menos uno. Ese día Ciro Gomes, tercero en la elección de ayer con el 12,5%, estuvo en Buenos Aires y conversé con él un largo rato. El escenario que dibujó fue más o menos el siguiente: “Hay cinco candidatos competitivos. Dos representan a la derecha, dos a la izquierda y uno va a quedar sin lugar, Marina Silva. En la derecha, Bolsonaro aparece bien posicionado en las encuestas pero Alckmin, cuando comience la campaña, lo va a eclipsar y pasará a la segunda vuelta. Lo mismo va a ocurrir en el espacio de la izquierda: hoy Lula está primero pero no se va a poder presentar y tampoco logrará transferir sus votos a un candidato del PT; por eso tengo muchas posibilidades de pasar a la segunda vuelta”. El razonamiento tenía sentido pero, salvo en lo que refiere a la única candidata mujer, no se cumplió.
Por la misma fecha conversé con Fernando Barros, director editorial de la revista Piauí, fino analista de la política brasilera, quien diagnosticaba algo similar: “Bolsonaro no es Trump, por tres elementos fundamentales: no tiene partido, no tiene dinero y no tendrá espacio en la televisión”. Barros preveía que Alckmin sacaría provecho de su enorme tiempo televisivo y del apoyo decidido de los grandes medios y el poder económico, para superar al fantoche derechista. Pero el candidato mimado nunca levó, no llegó a medir dos dígitos y terminó computando menos del 5%.
Por el lado del PT, el voto popular sobre todo del norte y el nordeste del país (que mantiene su fidelidad al símbolo Lula) alcanzó para despositarlo en segunda vuelta. Mientras tanto Bolsonaro, youtuber carismático, se convirtió en un huracán de los social media y capturó una subjetividad antisistema cada vez más extendida, llegando incluso a desafiar a los principales medios de comunicación. Su inquina manifiesta con O Globo le apunta a las telenovelas que, según su perspectiva retardataria, amenaza los valores tradicionales de la familia.
Hay un punto que no ha sido suficientemente analizado: la captura del centro de la escena por parte de esta nueva derecha radical constituye un golpe dentro del golpe. Una desviación imprevista en la hoja de ruta de los que manejan el tablero de comandos. Habrá que estar atento a la rearticulación de las alianzas y los bloques de poder más importantes de Brasil. ¿Bolsonaro será manejado como títere por los poderes fácticos? ¿O tendrá la fuerza para imponer sus términos al estilo Fujimori? Por lo pronto, hoy el capital financiero volvió a otorgar su consentimiento. Quizás el slogan elegido por Bolsonaro sobre el final de la campaña constituye un mensaje hacia ellos: “é melhor Yair se acostumando”.
el debate final
El jueves 4 salimos a las 18 horas del centro carioca y llegamos a las 20 a los Estudios Centrales de Producción de la TV Globo, ubicados en la zona de Jacarepaguá, en el suroeste de Rio. A un kilómetro del canal la calle estaba cortada por un enorme operativo de seguridad privada. Un montón de empleados de logística, trajeados y con headset, manejaban las listas de invitados y solo dejaban pasar al personal con acreditación, que se dividían entre “convidados” (acceso al auditorio) y la “prensa” (destinados a una sala contigua llena de pantallas y monitores). Mientras esperábamos el visto bueno, pasaron varios helicópteros a baja altura a punto de aterrizar.
El debate final fue el evento más importante de la campaña y tuvo una audiencia de 44 millones y medio de televidentes. Bolsonaro se excusó por estar convaleciente del atentado que sufrió en plena campaña. Sin embargo, en lo que fue considerado uno más de sus desplantes a los códigos básicos de la “convivencia democrática”, el candidato mejor posicionado apareció a la misma hora en una entrevista exclusiva para Record, la segunda cadena televisiva del país, propiedad del Obispo Edir Macedo: lo vieron 27 millones de espectadores.
En el panel de O Globo participaron siete candidatos: Fernando Haddad (PT), representando al proscripto Lula; Ciro Gomes (PDT), la centroizquierda no petista; Geraldo Alckmin (PSDB), candidato fallido del establishment; Marina Silva (Red de Sustentabilidad), cada vez más desperfilada sacó apenas el 1% de los votos válidos; Henrique Meirelles (MDB), Ministro de Hacienda del gobierno Temer hasta el comienzo de la campaña; Álvaro Dias (Podemos), otro representante de la derecha; y Guilherme Boulos (PSOL), líder del Movimiento de Trabajadores sin Techo, 36 años, el más joven de los aspirantes a presidente. El evento arrancó pasadas las 22 hs y recién finalizó a las 2 de la madrugada.
Durante el primer bloque se vio el pasaje más potente del debate. Frente a una pregunta del candidato del PT, Guilherme Boulos tuvo un instante de vacilación, pareció descolocado y en lugar de responder arrojó un alegato sobre el riesgo inminente de recaer en una dictadura. Heavy. Fue una de las pocas situaciones en que la emoción se impuso al recetario de propuestas. En la platea se escucharon aplausos y las redes explotaron.
Como era de esperar, la mayoría de las intervenciones cuestionaron la polarización. “Desolador y perjudicial para el futuro del país” y “Brasil no necesita fuerza física sino fuerza moral: yo voy a unir a los brasileños”, dijo Marina. “Esta campaña muestra la primacía de una disputa entre el odio y el miedo” y “yo soy el único que puede garantizar la victoria frente a Bolsonaro en segunda vuelta”, explicó Ciro. Buena parte de las críticas apuntaron hacia el ausente Bolsonaro (lo acusaron de “amarelar”, lo que vendría a ser algo así como “arrugar”). Pero los cuestionamientos también enfilaron con fuerza contra Haddad, centrados en las acusaciones de corrupción que golpean al PT.
Una sensación quedó flotando en esa bruma de rumores que es la opinión pública: Haddad precisa ser más convincente, mostrarse más seguro y encontrar un discurso menos defensivo para atravesar la segunda vuelta con éxito. Una sola vez apeló a Lula: “yo entré en la campaña de una manera anormal, porque nuestro candidato que lideradaba las pesquisa fue excluido arbitrariamente”. Sus alocuciones tendieron a reivindicar los trece años de gobierno petista (2003 - 2016), como si lo hecho fuera la llave de lo que vendrá. El slogan preferido promete trabajo y educación para todos. También insinúa un programa de resurección desarrollista, con el Presal como bandera. Pero lo que no consigue encarnar aún, es la fuerza de un rechazo visceral al impresentable Bolsonaro. Y ya no queda tiempo.
Foto: Emergentes
era por abajo
Bolsonaro sintoniza con un sentir popular muy extendido. Hospitalizado durante buena parte de la campaña, por lo tanto impedido de recorrer las calles y con poquísimo tiempo de publicidad en la tevé, el candidato se hizo fuerte en web a través de la gameficación de su figura. Bolsonaro se volvió una especie de héroe de videogame.
La clave en este punto, además del trasfondo antipolítico ampliamente mayoritario, es su capacidad para romper las “burbujas” que suelen conformarse en las redes, limitando el alcance de la conversación. El arma principal para lograrlo es la producción sistemática y profesional de noticias falsas (fakenews) que perforan las barreras de lo verosímil. También la utilización de aquellas herramientas que escapan a los controles de verificación y permiten ampliar infinitamente el radio de acción: mucho whatsapp y YouTube, poco Facebook, Twitter e Instagram. Uno de sus repertorios más eficaces es la constitución de cientos de grupos para conversar directamente con una masa enorme de seguidores y replicadores, que a su vez conforman sus propias redes a los que hace llegar el mensaje.
Hay quienes concluyen que el pueblo brasilero está muy desinformado y posee enormes bolsones de fascismo difuso. Pero algunos testimonios que pueden leerse en la prensa local introducen otras aristas posibles. Frases que llegan desde Pernambuco: “Yo votaba a Lula porque él representaba la esperanza de cambio; ahora quien representa la mudanza es Bolsonaro”. O bien: “La gente dice que él está loco, pero es el único que puede cambiar el país”. Otras dos fueron recabadas en el norte pobre de Rio de Janeiro: “Bolsonaro es tosco y no mide sus palabras, pero es el único de los candidatos a presidente que parece ser auténtico. Dice sin pelos en la lengua lo que las personas hablan a escondidas”. Y esta otra: “Ciro Gomes tiene respuesta para todo. Alckmin es del PSDB, que tiene relación con bandidos. No quiero sufrir de nuevo con el PT. Entonces, tengo que ir con Bolsonaro”.
A veces el humor provee una válvula de escape para graficar el patetismo de la situación. Ayer un hasthag que estuvo un rato largo como trending topic decía así: #FicaTemer.
Así las cosas, los primeros comicios luego del golpe institucional que en 2016 destituyó a la presidenta Dilma Rouseff, lejos de permitir la “normalización democrática” nos sumergen en una dimensión desconocida y muy turbia. La situación del líder que poseía la mayor intención de voto, Lula Da Silva, encarcelado, proscripto e impedido incluso de hacer uso de la palabra, podría empeorar. La propia expresidenta sufrió una derrota muy dura en su estado natal Minas Gerais: luego de liderar las encuestas durante toda la campaña, terminó cuarta con el 15% de los votos y está fuera del Senado.
Una pregunta que viene circulando hace meses resurge ahora con fuerza: ¿estamos ante el cierre del ciclo de gobiernos progresistas iniciados en 2003, a manos de una derecha fascista con fuerte arraigo popular que ha sido capaz de representar anhelos antisistema de una manera desconocida? Si este movimiento totalmente atípico llegara a encaramarse en el Gobierno Federal de Brasil por la via electoral, difícil pronosticar lo que nos espera. André Singer, creador del término “lulismo”, llamó ayer a evitarlo con una “epopeya democrática”. La gran pregunta es, a esta altura, de qué hablamos cuando hablamos de democracia.