futuros mínimos | Revista Crisis
futuros mínimos
Los primeros spots de campaña muestran un afán minimalista ante una realidad que asusta y recorta los futuros posibles. Las stories suplantan a los pliegos programáticos y el culto a la cercanía parece ser la respuesta al enigma de la representación. ¿Se puede narrar el porvenir en la democracia de las audiencias?
Ilustraciones: Panchopepe
18 de Julio de 2019

Dicen que vivimos en la era de la relatocracia, de la narrarquía, una época en la que se narra más de lo que se argumenta, en la que priman las pequeñas historias singulares por sobre las grandes ideas colectivas. Si la caída del comunismo implicó el fin de los grandes relatos, en nuestra época todo es pequeño relato: de la Historia a las stories, del largometraje al videito fugaz, de la razón teleológica a la banalidad telúrica. La era de las historias fragmentadas, individuales y recortadas de la gente común.

La omnipresencia del relato es relativamente reciente y sustituyó a los grandes discursos programáticos (basta pensar por ejemplo en el discurso alfonsinista, plagado de promesas y programas de gobierno, despojado de historias singulares). Es que también las democracias mutaron: ya no vivimos en democracias de partidos e ideas colectivas sino en democracias de audiencias, donde el enigma de la representación se resume en la proximidad y cercanía que el político logra con el hombre común.

Los especialistas en comunicación política acuden al storytelling, una técnica para construir relatos, como estrategia de marketing al servicio de un candidato o de una marca partidaria: se trata, según los gurúes, de construir pequeñas secuencias dotadas de las estructuras narrativas clásicas (héroes y villanos, conflicto, redención, moraleja) con las que el público se identifica. A veces, incluso, esas secuencias narrativas incluyen al propio candidato como protagonista o como personaje.

el relato tiene mala prensa: vilipendiado por derecha y por izquierda, siempre está sujeto a la crítica empirista de los que “hacen” en vez de “hablar”, leitmotiv de la política contemporánea.

 

pequeños grandes héroes

En el inicio de campaña del Frente de Todos hubo dos relatos breves y una autobiografía (suerte de narración que funciona como presentación del candidato). El protagonista es el propio Alberto Fernández, que es también narrador. Allí Alberto se narra a sí mismo y se muestra como un “tipo común” que pasea al perro, da clases de derecho y mira fútbol. “Quizás por eso es que puedo entender tus problemas”, dice Alberto, el semejante.

En los otros dos spots los protagonistas son personas todavía más comunes  –en el sentido de ordinarias– pero no reales, ya que no tienen nombre: son relatos ficcionados, guionados y actuados (que no ocultan su carácter de tal), protagonizados por una madre y un hijo que se mudan a una casa más humilde y por un laburante que perdió la posibilidad de comer asado: hombres y mujeres cualesquiera afligidos y arruinados por la decadencia económica del macrismo, despojados de los mínimos consuelos de los que puede gozar una persona común. Es cierto, puedo ser yo, podés ser vos, pero ¿quién quiere verse reflejado en ese espejo?

Este tipo de relato costumbrista puede contrastarse con otros de la misma fuerza política, donde los storytelling tuvieron una centralidad fundamental: la serie de spots de la campaña de Cristina en 2011, con el slogan “La fuerza de”. Aquellas piezas, de alto impacto, estaban protagonizados por personas reales, con nombre y apellido e historias de vida singulares: historias de superación, de lucha, de realización, de logros. Brian Toledo, el deportista olímpico; Jorge Nadler, el empresario argentino; Elena Zachs, la ama de casa misionera; Cecilia Mendive, la científica repatriada. Las fuerzas singulares de Brian, de Jorge, de Elena, de Cecilia se desplazaban metonímicamente hacia “la fuerza de un país” y se coronaban con el nombre de Cristina (también llamada a “tener fuerza” después de la muerte de Néstor), primus inter pares capaz de coaligar la historia de cada individuo singular con la gran historia del país.

Pero si las narraciones de aquella campaña de 2011, por más minúsculas que fueran, se inscribían en el “Nunca menos” con el cual el kirchnerismo redoblaba la apuesta pactista del Nunca Más, en 2019 las historias de vida anclan más bien en un imaginario minimalista y conformista cuya aspiración parece ser un módico “al menos”. “Problemas hubo siempre. Pero antes comíamos asado”, “nos tenemos que mudar a un barrio alejado, si al menos fuera a una casa más grande”, dicen los protagonistas.

Sin embargo los spots afirman que “hay esperanza”. ¿En qué se funda? En lugar de un desplazamiento metonímico aquí hay una sustitución metafórica: Alberto y Cristina son quienes encarnan la esperanza, pero no hay en sentido estricto ninguna relación de contigüidad con las historias relatadas. La temporalidad es más bien diferida: el futuro (Alberto) está llamado a sustituir al presente y a reponer un pasado –por más minimalista que sea. Esta especie de “salto” narrativo metafórico explica que en muchos focus groups los espectadores hayan señalado que los spots de Alberto “no explican cómo”. Y que hayan sido presumiblemente dejados de lado por su baja eficacia.

narrar el futuro

Más allá de esta hiper-propagación de lo narrativo, el relato tiene mala prensa: vilipendiado por derecha y por izquierda, siempre está sujeto a la crítica empirista de los que “hacen” en vez de “hablar”, leitmotiv de la política contemporánea porque insiste en el tópico de la superioridad de lo concreto sobre lo ideal, de lo verdadero sobre lo falso o al menos lo ficticio. Como si las ideas no tuvieran la contundencia del cemento, como si la concepción liberal de la economía, por ejemplo, no redundara en decisiones palpables: “Este pavimento no es relato, es real. Es así de rugoso y está bien hecho”, decía Macri en mayo. “Dato mata a relato”, dicen en las huestes de Cambiemos frente a la exhibición de asfalto y cloacas, siempre en la voz del ciudadano común que asegura haber esperado “esta obra durante años”. La paradoja es que el gobierno más afecto a las mini-historias, y el que más eficazmente emplea esa técnica, sea el que más se rehúsa a pensar la Historia.

El relato, tan cuestionado, es el terreno de constitución de las identidades individuales y colectivas: contamos cuentos a los niños, narramos el origen del mundo en forma de mito. Es imposible escapar al relato, por más que el propio discurso se figure como absolutamente fiel a los “hechos”. Porque los hechos, como el pavimento, también son “rugosos” e irregulares, permeables a las interpretaciones. De modo que incluso en las pequeñas historias puestas en escena por el macrismo para certificar la veracidad de los hechos es posible identificar una trama temporal que va desde el pasado (plagado de chantajes y mentiras) hacia un presente concreto. Se trata de un argumento pensado a la medida del votante apático, desinteresado, al que no le importa más que el hoy. El futuro queda asociado al largo plazo, a un tiempo lejano, el del “cambio cultural”. Y es un futuro hecho de esfuerzos y sacrificios, un futuro aséptico, ordenado y austero.

Se dice que las piezas de storytelling deben dejar un elemento abierto a ser repuesto por el espectador, pues si bien conllevan una moraleja también presentan una incógnita (¿qué pasará?) hacia el futuro y la trascendencia. Narrar el porvenir es un desafío para la política mediatizada, despojada del componente programático y devenida story. ¿Qué futuro es posible imaginar para la Argentina en un contexto de fragilidad política y de austeridad económica como el actual?

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