elogio del fracaso | Revista Crisis
elogio del fracaso
Un análisis de la operación discursiva del presidente Macri en el Congreso, entre la emotividad calculada y el tono impostado.
Fotografía: Sebastián Andrés Vricella, Fotografía: Gala Abramovich
02 de Marzo de 2019

¿Cómo se comunica el fracaso? ¿Cómo se cuenta la decepción, lo que salió mal, los malos cálculos? ¿Y cómo hacer del yerro un terreno fértil para la seducción y la persuasión política?

Transformar el obstáculo en oportunidad es el principio resiliente en el que parece asentarse el relato macrista en su versión más actual, tal como quedó plasmado en el discurso de apertura de sesiones legislativas del 1º de marzo de 2019, el último de su mandato. El gobierno fracasó en su apuesta modernizadora y liberal: todo cuesta más, la economía está en declive, la pobreza aumentó, la inflación no se controla, y sin embargo el gobierno insiste. Y no solo insiste sino que apuesta a renovar el mandato.

Se supone que decir la verdad implica asumir los costos de la autocrítica, pero cuando la verdad duele, ¿no es también una forma autoritaria de deslindar culpas y responsabilidades? Se sabe: el que se confiesa se libera y limpia su nombre.

La operación de hacer del obstáculo una oportunidad se asienta, a su vez, en otro principio, menos asociado al mundo de la autoayuda que al de cierta izquierda: “cuanto peor mejor”, en versión liberal y despolitizadora. Cuanto más ajuste, cuantas más privaciones, cuanto más sufrimiento, más evidencia de que la transformación es profunda y estructural, de que “estamos haciendo crujir viejas estructuras oxidadas”, pues “cambiar en serio implica atravesar dificultades”. Es un relato de valentía y coraje, los argentinos en 2015 “tomamos juntos la decisión más valiente: nos propusimos cambiar nuestro país en serio”. 

Valiente también es asumir con crudeza la verdad. El leitmotiv de la sinceridad es el que articuló el discurso macrista desde sus fundamentos y el que le permitió trazar una frontera nítida con el pasado. La autocrítica y la asunción de la verdad, por más dura que esta sea, son la piedra de toque del cronotopo moral que Cambiemos estableció para leer el pasado, el presente y el futuro, un espacio-tiempo de transparencia, que asume la forma managerial de las lessons learned, las oportunidades de mejora y la rendición de cuentas: “Hoy hay un equipo que gobierna pensando en el largo plazo, que dice la verdad, que pone los problemas sobre la mesa, que transparenta el valor de las cosas, y que asume la inflación, la pobreza y la inseguridad”. Se supone que decir la verdad implica asumir los costos de la autocrítica, pero cuando la verdad duele, ¿no es también una forma autoritaria de deslindar culpas y responsabilidades? Se sabe: el que se confiesa se libera y limpia su nombre.

Pero los pobres quedan. El hambre queda. La materialidad cruenta de las privaciones queda. Las decepciones y los sueños truncos quedan. Macri también habló de pobreza en su discurso. De una pobreza épica, también ella resiliente y valiente: habló de los que sacrifican vacaciones, de la infancia vulnerable, de niños pobres que van camino a convertirse en delincuentes, de la dignidad de los necesitados, que para Cambiemos es la de no ser usados por la política. Pero Cambiemos también se nutre de los pobres para alimentar sus guiones, sus narrativas y sus relatos con historias de vida, para ensayar pedidos de disculpa y reconocimientos de culpa.

Pocos días antes del discurso de apertura de sesiones, un obrero increpó al presidente. “Hagan algo”, le imploró, y lo que fue leído como un gesto de proximidad entre el presidente y un operario cualquiera, en un acto cualquiera, también condensó el núcleo secreto del liderazgo managerial: el presidente como jefe campechano. Soy uno más, soy como ustedes, y al mismo tiempo soy más que ustedes. No es ningún secreto: los managers pueden ser muy bonachones y visitar cotidianamente las plantas de operaciones, jugar futbol y departir con sus empleados, para conocerlos y que lo conozcan. Así también se busca ejercer la autoridad, en una proximidad sin vallas ni restricciones, en charlas telefónicas, timbreos e invitaciones personales.

 

Y al final, las emociones. Se dijo: el del 1 de marzo de 2019 fue el discurso más emotivo de Macri, y por eso mismo también el más impostado. La mueca del enojo y la indignación pueden suscitar identificación pero también risa. Así se vivió en el recinto: porque la irritación no estaba destinada a los legisladores allí presentes sino al tercero, a ese que media entre el yo y el tú del discurso, al espectador, al público, pero también al tercer tercio, a los indecisos, a los que dudan.

A los que dudan, entonces, tres respuestas: elogio del fracaso resiliente, imposición de la verdad y sobreactuación del enojo. ¿Alcanzan esos tres ideologemas para recomponer un discurso electoral para octubre? Los legisladores opositores presentes en el recinto durante la alocución presidencial ostentaban carteles con la inscripción #Hayotrocamino, ¿tendrán las herramientas discursivas e ideológicas para sustraerse del discurso único y proponer ese otro camino posible?

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