El corrimiento de Cristina Kirchner –ahora Fernández– de la cabeza de la fórmula electoral desnuda la fragilidad de un sistema político que parece haber dejado en segundo plano la construcción de legitimidad, para apostar al realismo y la gobernabilidad. Por eso cualquiera puede estar en cualquier lado; y no vale la pena hacer nombres propios porque la misma impronta les cabe a casi todos. Si el macrismo se había propuesto ser una fuerza cohesionada en los valores de una novedad antiperonista, ha tirado por la borda ese intento con la incorporación como vice de Miguel Pichetto.
Lo que se ha puesto de manifiesto entonces, primero en la conformación de las duplas presidenciales y luego con el cierre de listas, es la crisis profunda de las estructuras políticas que aspiran a representar la voluntad popular. No hay que sorprenderse, por lo tanto, si existe un sector grande de la población que no se siente identificado por nadie, porque considera que el sistema político está perdiendo la capacidad de resolver grandes conflictos. Uno de los síntomas que confirma y a la vez refuerza esta situación es que lo “moral” empieza a tener un rol cada vez más importante en el discurso político, preparando un terreno fértil para que surja una mirada autoritaria, antipolítica y antiestatal.
casi todo vuelve
El 2001 estalló como consecuencia de un sistema de representación roto. Las causas fueron múltiples y no es el momento para debatirlas, pero en trazos gruesos se podría decir que la crisis económica, la promesa del gobierno de la Alianza de terminar con la fiesta y al mismo tiempo restaurar a Domingo Cavallo como ministro de Economía, y la ley Banelco –reforma laboral exigida por “los mercados” que fue aprobada tras el pago de suculentas coimas a los senadores– dinamitaron la relación entre el palacio y la calle. Por eso el sistema republicano y el bloque de poder establecido desde 1983 saltó por los aires aquel 19 y 20 de diciembre.
Meses antes de los sucesos del 2001, asistí al Foro Social Mundial de Porto Alegre cuya consigna rezaba “otro mundo es posible”. Con mis veinte años escuché cómo Lula, Evo, Chomsky y Chávez le hablaban a los movimientos populares de todo el mundo. Se intuía un desplazamiento tectónico en las placas de la historia. En el 2003 llega Néstor Kirchner al gobierno y decide ser la expresión en Argentina de esa ola popular latinoamericanista. Recompone los hilos de la representación y ensambla un sistema político con patas peronistas y “progresistas”. Luego de su muerte es reemplazado por el liderazgo de Cristina Fernández de Kirchner, quien desde entonces detenta la centralidad en una escena política que se estructura a favor o en contra de su figura.
El 2008 es una bisagra para la derecha, que logró organizarse detrás de un proyecto político ungido y fortalecido por dos escenarios convergentes: la ciudad de Buenos Aires gobernada por el macrismo y la pelea por la Resolución 125 de retenciones a los agroexportadores. Consolidado el proyecto conservador en 2015 con su acceso al gobierno nacional, Cristina seguirá ocupando –pese a la mayoría de los pronósticos– la centralidad política. Sin embargo la persecución sobre su persona, solo comparable con la que sufrieron Perón e Irigoyen, entre otras causas, terminó forzando su renuncia a la presidencia.
los inquilinos sin calma
La discusión en la Ciudad de Buenos Aires se encuentra hoy polarizada entre las dos fuerzas que se disputan el botín nacional, sin que parezca haber espacio para nada nuevo ni para algo en el medio. La unidad opositora lleva a un outsider como figura central: Matias Lammens tiene 39 años y es el emergente del fracaso de la oposición en la ciudad, que no ha podido construir una figura o propuesta capaz de cuestionar la hegemonía amarrilla que ya dura doce años y parece cada vez más firme.
Mientras el kirchnerismo apuesta su futuro a la provincia de Buenos Aires y la pelea nacional, todo parece indicar que Rodriguez Larreta seguirá a cargo de la jefatura de gobierno aunque el escenario global lo haga temblar. La pregunta es si Lammens logrará convertirse en la novedad capaz de disputarle el poder a la Alianza Cambiemos, o si el aparato del peronismo porteño lo termina usando como máscara para ingresar legisladores propios y así sobrevivir, pese a la falta de candidato propio. Dependerá del coraje y los riesgos que quiera tomar el candidato a Jefe de Gobierno. Y de la capacidad que tenga para darle cause a las demandas sectoriales detrás de un proyecto político que se piense a largo plazo.
¿Hay posibilidades de discutir política en la ciudad o habrá que tener un discurso lavado para hablarle a ese sector fluctuante mientras el oficialismo despliega un aparato propagandístico de inusitadas dimensiones? ¿Se pueden plantear propuestas de gobierno y políticas públicas o el electorado está esperando discursos que apelen a las emociones? No hay una sola respuesta, pero sí una pequeña verdad: no hay disputa de poder si no se hace política. Y aquí, en la ciudad más cara del país, en la ciudad donde más conflictos por el suelo hay, donde el 55% de la población vive en casa ajena, el rol de los inquilinos es fundamental.
El ex vicealcalde de Barcelona, Gerardo Pisarello, dijo hace poco: si no hubiese sido por el sindicato de inquilinos, nunca hubiésemos avanzado en algunas medidas que tomamos contra el mercado inmobiliario. Y en la ciudad de Buenos Aires gobierna el poder inmobiliario. Nuestro desafío es seguir construyendo la voz del sector y convertirnos en protagonistas de la discusión por aquello que los intelectuales llaman “el derecho a la ciudad”. Ya logramos que la vivienda vuelva a ser una discusión pública, ahora vamos a pelear para que sea considerada una lucha colectiva, no una demanda meramente individual.
Estoy convencido de que en la ciudad hay tres temas fundamentales: el mercado inmobiliario, el feminismo y el rol del Estado en el gobierno de lo público. Matías Lammens deberá encausar estas demandas y no lo podrá hacer por Instagram o por la tele nada más. Se precisa construir una fuerza política y cultural que sea el eco de una movilidad muy diversa y potente que es el alma de la ciudad. Hay que pensar en el día después de las elecciones, que son el punto inicial de un desafío mucho más grande.