“¡Démosle un cálido aplauso a nuestra creadora, nuestra fundadora, la Dra. Ruja!”. Al instante suena a todo volumen “This girl is on fire” de Alicia Keys. Unas máquinas escupen llamaradas y columnas de humo desde la base del escenario, acompañadas con haces de luces y miles de aplausos. La palabra OneCoin aparece escrita en una pantalla gigante. La economista búlgara Ruja Ignatova, de 36 años entonces, ingresa luciendo un vestido de gala bordó con apliques de bordados brillantes. Sonríe al agarrar el micrófono. Hace un año y medio que inventó una criptomoneda que, según promete, superará a Bitcoin. OneCoin tiene una “visión”, un “ecosistema”, una propuesta de “educación”, “la mayor capitalización del mercado”, “dos millones de usuarios activos”. “Súmense a la revolución financiera”, anuncia ante una multitud eufórica.
Es 11 de junio de 2016 en el Wembley Arena de Londres y Ruja Ignatova acaba de autobautizarse como la “asesina del Bitcoin”. Incluso le pone fecha de muerte: “En dos años, ya nadie va a hablar de Bitcoin”.
Pero algo falla. Seis meses antes de la fecha límite de su profecía, en octubre de 2017, Ruja desaparece buscada intensamente por la Justicia. Sin embargo el negocio continuó. Se calcula que para 2020 ya llevaban invertidos 4 mil millones de dólares, desde casi todos los países, en una criptomoneda inexistente.
Ruja Ignatova pergeñó la estafa piramidal más grande del mundo, a la vista de todos, con constantes apariciones en la prensa, eventos en lujosos hoteles y la promesa de una revolución. En Argentina tuvo un séquito que le siguió los pasos, y dejó una larga fila de estafados.
atrapados sin salida
“Las criptomonedas ofrecen la posibilidad de hacer transacciones sin que haya un banco de por medio y sin la intervención de un Estado fijando la política monetaria”, explica Germán Guismondi, referente en Argentina de la billetera digital Paxful, asesor en criptoinversiones y uno de los artífices de los afiches que adornan varias ciudades argentinas con la consigna “Ahora Bitcoin”. En lugar de instituciones que pertenecen al pasado, según sus difusores, las criptomonedas están respaldadas por una red descentralizada llamada blockchain. “Blockchain es la tecnología que avala a la criptomoneda, su columna vertebral. Hay miles de computadoras en el mundo que participan en la verificación de las operaciones y, al no haber una base de datos única y estar distribuida en tantos procesadores, es inviolable”, explica Guismondi y agrega a modo de resumen: “Blockchain es un libro, un registro contable abierto y público. Todas las criptomonedas tienen un blockchain por detrás. O si no, pueden ser un token de una blockchain. Es más: la mayoría de las monedas que hay son tokens de la red de Ethereum”.
Entre ellas, Bitcoin es la número 1 y hoy cada monedita tiene un valor de casi 50.000 euros. Cuando fue creada en 2009 no valía ni medio.
¿Y OneCoin, creada por Ruja Ignatova en 2015? “No tiene ni nunca tuvo blockchain, no es ni siquiera un token. Su valor está decidido por la empresa. Era un número en una planilla de Excel”, revela Guismondi. Cuando los inversores veían en su balance que las OneCoins subían de medio euro en 2015 a casi 30 en 2019, solo observaban un número artificial, a veces incluso modificado manualmente por la prófuga Ruja Ignatova.
OneCoin no es ni nunca fue una criptomoneda, jamás se pudo hacer ninguna transacción con ella. Pero en honor a la verdad, advierte Guismondi, hay una excepción: la plataforma DealShaker, con el mismo modelo de eBay o Mercado Libre, que promete “60.000 comercios adheridos”. Allí aún se pueden comprar (y pagar solo una parte en OneCoin y el resto en euros) cosas como “un fin de semana en una cabaña en Córdoba en fin de mayo, alguna artesanía, sahumerios, algún servicio odontológico con descuento”.
La respuesta oficial de OneCoin siempre fue la misma: “No, no se pueden usar (nuestras criptomonedas) pero cuando coticen públicamente en el mercado de Hong Kong, la aceptarán en todo el mundo y su valor se disparará”. Había fechas. Había un supuesto plan.
una moneda
OneCoin atrajo a aproximadamente 40.000 argentinos desde 2018. ¿Por qué acaso no poner €110 para un paquete educativo “starter pack” (paquete inicial)? El atractivo era innegable: OneCoin, aseguraban sus líderes, pasó de costar medio euro en 2015 a más de 20 en marzo de 2018, cuando llegó a Córdoba y prometían que seguiría creciendo de forma estable. Sus creadores eran taxativos: “El dinero físico dejó de existir”. ¿Cómo no comprar un paquete “exchange tycoon” (magnate del intercambio) de €55.500, que promete incluso más monedas de OneCoin?
En Córdoba no solo invirtieron personas individuales. También lo hicieron una concesionaria de motos, una empresa constructora e incluso, en 2018, se organizó una reunión para intentar captar al Sindicato de Luz y Fuerza. “Por suerte no fue nadie”, recuerda Fernando Demaría, gerente de Administración y Finanzas de la regional capital del gremio.
De hecho, OneLife, empresa administradora de OneCoin, también trató infructuosamente de asociarse con Guismondi. “Tenemos una moneda para mostrarte”, le dijo alguien por teléfono. Luego, en un barcito de la ciudad de Córdoba, tres personas entusiasmadas le contaron concretamente sobre el negocio. De los tres del bar, hoy dos están presos.
Los Tribunales de Córdoba, Nueva York, India y otros países empezaron a detener a los implicados porque OneCoin no era otra cosa más que una estafa piramidal. Un “marketing multinivel” similar al de Herbalife pero sin producto alguno, en la que lo único que traía valor a la gente en la cima era que los de la base de la pirámide reclutaran más y más personas. Varios de los jerarcas de OneCoin provienen de ese mundo. Lo confirman los mails de Ruja recuperados por la justicia estadounidense: “Podemos hacerla a lo grande: el marketing multinivel se juntó con la perra de Wall Street”.
sexteto cordobés
Luego de la desaparición de Ruja, su hermano Konstantin Ignatov –hasta entonces su asistente personal– tomó las riendas del negocio. Konstantin (33) es experto en artes marciales mixtas, tiene tatuajes que le llegan hasta el cuello, una sonrisa entradora y, según varios medios internacionales, aceitados lazos con la mafia búlgara. Visitaba ciudades del mundo promocionando OneCoin, incluso la que se convertiría en el epicentro de la empresa en el Cono Sur: Córdoba. En el mejor salón del Hotel Sheraton de la ciudad, se abrió paso entre una multitud que agitaba banderas de países latinoamericanos y cámaras de fotos. “¡Konstantin!”, agitaban. “Todo el mundo quería hablar con él, parecía un semidiós del Olimpo”, cuenta a crisis quien fuera su custodia personal durante ese evento de julio de 2018. Él mismo estuvo a “dos o tres reuniones de invertir miles de dólares en OneCoin”, convencido por el discurso del carismático José Gordo, otro de los oradores en el evento, de nacionalidad española, número tres de la empresa a nivel mundial en aquel entonces, experto en network marketing.
OneLife hacía este tipo de eventos también en lujosos hoteles de Mendoza, San Luis, La Pampa y Buenos Aires. En Río de Janeiro, Gustavo Taylor, cabeza del “grupo de los seis” que maneja OneLife en Córdoba y “diamante” en la jerarquía de la empresa a nivel nacional, organizaba una cena de gala para captar inversores, adonde misteriosos comensales llegaban en limusinas. Meses después, en un conocido restaurante de Puerto Madero, Taylor boqueaba sobre cuantiosas ganancias en euros y dólares que se podía ganar con OneCoin. Cuando terminó la cena, no tuvo dudas: “Pago yo”, le dijo a los inversores ya convencidos, quienes comentaron el valor del ticket durante varios días. “El dinero forma parte de lo que necesitás para alcanzar la felicidad. No es lo mismo llorar en un Fiat 600 que llorar en una Ferrari”, solía decir Taylor. Es que en OneLife uno podía ser zafiro, rubí, esmeralda o diamante, dependiendo de cuánto dinero y cuántas personas uno metiera en la estructura piramidal de la empresa. Cada cambio de rango era anunciado en los eventos con lágrimas, cheques gigantes de OneCoins y palabras de autosuperación.
Antes de comenzar a ascender en la escala de las piedras preciosas, Taylor pasó por Herbalife y fue gerente comercial de un medio de comunicación dedicado a las pymes. Pero OneCoin era para él “un nuevo despertar”. Desde entonces, los medios lo presentaban como “experto en criptomonedas”. Y lo mediático era una pata fundamental para OneCoin. La misma Ruja Ignatova pagó una página completa en la edición búlgara de la revista Forbes.
En Córdoba, Edgar Moreno, locutor y conductor radial de Alta Gracia, era parte del selecto “grupo de los seis” que administraba OneCoin en la provincia. Moreno utilizaba sus programas de radio y redes sociales como plataforma de promoción. Así se presentaba en su LinkedIn: “Una persona en constante cambio. Feliz, conductor, emprendedor e inversionista en criptomoneda Onecoin. Enamorado de la vida, creyente del Universo y de la Ley de la Atracción”. Hoy, Moreno está detenido en Bouwer, uno de los centros penitenciarios de la periferia cordobesa.
Los otros cuatro del “grupo de los seis” eran Gustavo Amuchástegui, contador y empresario inmobiliario cuya posición económica revestía de una mayor legitimidad al negocio. Amuchástegui daba charlas contra los impuestos que supuestamente tendrían que pagar los inversores cuando la moneda se hiciera pública y todos fueran ricos. Andrés “el Gato” López decía en los eventos que había renunciado a su trabajo en una empresa muy conocida de Córdoba para meterse a OneCoin y así tener más tiempo para pasar con su hija. Gabriela Blasco, también contadora, solía hablar sobre la importancia de la “educación financiera”. Completaba el grupo Manuel Vicente Peralta, que no tenía un perfil público como el resto. También es de la partida (aunque ni siquiera se presentaba como miembro del “grupo de los seis”) Ariel Morasut, uno de los dueños de Los Capuchinos, funeraria investigada judicialmente por “reciclar” ataúdes. Hasta hace poco tiempo, una calcomanía de OneCoin adornaba la entrada de la funeraria. Hoy el frente simula césped y promete “sepelios ecológicos” con un símbolo que recuerda al de reciclado.
ecología financiera
“Fernando”, que prefiere no usar su nombre verdadero, habla como el sobreviviente de una secta. Luego de asistir al evento del Sheraton en julio de 2018, llevó 11.000 dólares a una financiera en Puerto Madero que probablemente no volverá a ver en su vida. No le entregaron recibo alguno por el dinero que luego fue depositado en bancos panameños y argentinos. Sumó a su novia y a varios conocidos para que pusieran plata, a cambio de lo que recibió comisiones pero todas en OneCoin. Solía asistir a las reuniones semanales que se hacían en el hotel de La Cañada. Según calcula, solo uno de cada de diez encuentros fue para explicarles cómo funcionaba la confusa plataforma de home banking de OneCoin, algo que nunca quedó en claro. “Era un quilombo. Es más, todos teníamos la misma clave. Ahí me tendría que haber dado cuenta”, recuerda en diálogo con crisis.
Según su relato, en las reuniones abundaban promesas, como la tan mentada “salida al mercado de la criptomoneda”, la posibilidad de comprar autos con OneCoin, y sobre todo, la superioridad con respecto a Bitcoin. “Fue toda una evangelización. Y yo caí. Pero mal, eh”, resume. Como parte de ella, se organizaban viajes a eventos en los que algunos miembros del “grupo de los seis” aprovechaban para hacer negocios paralelos. Por caso, según relata “Fernando”, Gustavo Amuchástegui vendió terrenos a 10% en dólares y el resto en OneCoin a algunos de los “inversores” de la falsa criptomoneda. “Cuando se haga pública, el terreno es tuyo”, les prometía.
Mientras tanto, algunos sucesos lejanos traían inquietud entre los popes del negocio en su sede cordobesa: en agosto de 2019 la justicia norteamericana arrestó al hermano de Ruja, Konstantin Ignatov, cuando estaba a punto de abordar un vuelo en el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles. En noviembre se declaró culpable de fraude y fue condenado a más de 90 años en prisión. Pero meses más tarde logró escabullirse después de colaborar con la justicia contra su hermana. Así salieron a la luz los correos que Ruja intercambió con él, en los que la “asesina del Bitcoin” revelaba su estrategia de salida: “Tomar el dinero, escapar y culpar a alguien más”. Meses después, el español José Gordo, número tres de la empresa a nivel mundial, la abandonaría “por motivos 100% personales”.
Lo que más despertaba inquietudes no era lo que pasaba sino lo que no sucedía: OneCoin iba a cotizar en el mercado de Hong Kong en octubre de 2018. Cuando no ocurrió, patearon la fecha para enero de 2019. Poco después ya no hubo fecha. Gustavo Amuchástegui llegó a decir en una entrevista que no la podía revelar con exactitud porque “es parte de la estrategia”. Sin embargo el grupo de los seis en Argentina tenían un mantra para tranquilizar a los inversores locales ante las denuncias mundiales: “Es todo un invento de la competencia”.
En Córdoba, los grupos de WhatsApp se empezaron a poner densos. “¿Cuándo sale pública la moneda? Yo quiero mi plata”, insistían. Gabriela Blasco respondía eliminando a todos y pasándolos a un grupo de Telegram en el que nadie podía enviar mensajes. Meses después, el grupo de los seis se disolvió: “Nos vamos de la empresa, nos vamos a diversificar”.
En octubre de 2019, Amuchástegui se encargó de comunicarles las malas nuevas a algunos de los inversores: solo quedaba él en el grupo de los seis, la líder Ruja Ignatova estaba escondida en Dubai y Konstantin estaba preso en Estados Unidos. El malestar terminó de estallar cuando Edgar Moreno, también cabecilla del grupo de los seis, presentó “ZevenCoin”, vendida como la primera “criptomoneda ecológica”. Moreno se mostraba exultante. Los jueves a las 20, por Radio Sucesos, conducía “Zeven”, un programa dedicado a las problemáticas ambientales, en donde invitaba a “ganar dinero salvando el mundo” a través de ZevenCoin. Organizaba “vivos” en redes sociales con otros ex integrantes de grupo de los seis para contar las bondades de la nueva moneda. Por ejemplo, planean utilizar sus comisiones para proyectos de reciclaje y reforestación. “Hemos realizado una donación para plantar 700 árboles en Colombia, esta será solo una de muchas más misiones”, aseguran en la web de este movimiento “ambiental” y “positivo” de “tecnología financiera” en el que hasta hace poco participaban varios ex OneCoin.
Recién en marzo de 2020, un empresario gastronómico que invirtió en OneCoin los 80.000 dólares que obtuvo de la venta de un departamento, se comunicó con el estudio jurídico de Pedro Eugenio Despouy Santoro y Eduardo Omar Capdevila para entablar una denuncia penal que finalmente inició en junio, tras la negativa de los denunciados a tratar el tema en el fuero civil. “Esta gente no tenía ningún interés en resolver el conflicto”, afirmó el estudio de abogados a crisis. “Fernando” se sumó a la denuncia cuando leyó en el diario sobre “el cuento de las criptomonedas”.
Ante la abrumadora cantidad de pruebas presentadas por ambos, que, según consta en el expediente, incluyen conversaciones de WhatsApp, fotografías, videos y contratos, el fiscal Enrique Gavier, de la Unidad de Delitos Complejos, apuró las detenciones de todo el “grupo de los seis”, más Ariel Morasut, Daniel Cornaglia y Ricardo Beretta. Todos ellos están imputados por “presunta asociación ilícita y estafas reiteradas”. Si bien la causa permanece bajo secreto de sumario y la investigación se encuentra en “etapa de recolección de pruebas”, fuentes judiciales confirmaron que “existen bastantes motivos para sospechar la existencia de un hecho delictivo”, particularmente que la sociedad denominada OneLife fue una asociación ilícita “con la finalidad de captar inversores para la adquisición de una criptomoneda fraudulenta, denominada Onecoin, la que nunca existió. Por el contrario, fue inventada por los coimputados y sostenida por una red de marketing internacional”, resumen en la causa.
Despouy, uno de los abogados de los damnificados, aseguró a crisis que OneCoin se trató de un “ardid y engaño” en el que “las tareas se habrían distribuido entre aquellos que promocionaban el ‘producto’, otros daban indicaciones de cómo y dónde efectuar los depósitos de dinero para adquirir los ‘tokens’, a quién entregárselo; otros organizaban los eventos publicitarios, etc.”.
También la justicia cordobesa pidió las detenciones internacionales de Ruja, de su hermano Konstantin y de José Gordo, pero los tres permanecen prófugos. En febrero del 2021 el juzgado de control, rechazó un pedido de la abogada de Gordo, confirmando la vigencia del decreto de detención ordenado por la fiscalía. Entre otros motivos, citaron a la Cámara de Acusación y dijeron que una organización criminal como OneCoin “facilita las posibilidades tanto de fuga como de entorpecimiento de la investigación, porque desde ella es más fácil burlar los controles del Estado”.
Más y más víctimas se han ido sumando a la denuncia original, pero faltan bastantes. “Hay muchos que fueron estafados, algunos por más plata que yo, que todavía no denunciaron. Lo que pasa es que muchos se sienten estafadores, porque la empresa te llevaba a eso”, resume Fernando.
últimos creyentes
Maximiliano tiene 38 años y hace ocho fundó una fábrica de aberturas en Villa María, Córdoba. Conoció OneCoin a través de un cliente. “Con mi hermano invertimos 2.000 dólares y recibimos algo así como 16.000 monedas… Hoy, en capital serían como 50 millones de pesos”, cuenta a crisis orgulloso. Pero eso no es todo: en marzo de 2020 puso 20 euros para acceder a una feria virtual y vendió productos en OneCoin por un equivalente a 800.000 pesos. Ahora está a punto de cerrar una venta en OneCoin a una empresa constructora de Córdoba que invirtió gran parte de su capital en la supuesta criptomoneda.
El grupo privado de OneCoin en Facebook sigue activo con sus flyers de autoayuda crudamente editados y en la plataforma DealShaker se siguen vendiendo escarpines y artesanías varias. Dice Maximiliano: “Para mí el sistema está fantástico: no es como Bitcoin, que es una moneda de especulación, esto es un ecosistema”. Según todavía cree, las denuncias que se tramitan en Córdoba y en el resto del mundo parten de un malentendido: “¿Qué le vas a reclamar a la empresa? Si compraste monedas y las monedas las tenés”.
Como muchos alrededor del mundo, todavía espera el día en que esas monedas valgan algo.
Por caso, nadie conoce la verdadera identidad de Satoshi Nakamoto, el creador de Bitcoin, la criptomoneda más valiosa y utilizada del mercado. Este año fuimos testigos de cómo un puñado de adolescentes de un foro de Internet le torció el brazo a un fondo de inversión, multiplicando por varias veces el valor de una empresa agonizante. Días después, Elon Musk cambió su biografía de Twitter a “#bitcoin” y, en cuestión de horas, su precio saltó un 20% como por arte de magia.
A pesar de que las pruebas, las denuncias y las detenciones se acumulan, Maximiliano espera -como miles de inversores- el momento en que la búlgara Ruja reaparezca y por fin, una vez que sus moneditas digitales adquieran valor concreto, poder ascender al prometido paraíso terrenal en el que los emprendedores como él poseen yates, countries y Ferraris.
Desde que en 2008 el estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos sumiera en una profunda crisis a todas las economías del planeta, quedó demostrado que el capitalismo tiene visos de religión, con sus misteriosos profetas, sus creyentes, sus inesperados milagros y finalmente sus arrasadoras plagas.