No se recuerda en Córdoba una campaña electoral tan fría, insustancial y mediocre como la de las últimas semanas. Solo el huracán Carrió movió el amperímetro político, aunque el efecto podría ser devastador para su jefe de bancada en Buenos Aires, Mario Negri. Agradecerle a Dios la muerte de José Manuel De la Sota, el político más influyente de estas tierras desde la restauración democrática, fallecido en un reciente y trágico accidente, generó indignación en propios y extraños. La amenaza a periodistas que cubrieron su paupérrimo cierre de campaña en Río Cuarto restó otro granito de arena a un candidato que podría convertirse en el artífice del principio del fin de Cambiemos en la provincia. ¿Y en el país?
El domingo habrá 2.904.739 cordobeses empadronados en condiciones de emitir su voto para elegir gobernador y vice, 44 legisladores provinciales por distrito único y 26 representantes departamentales, además de miembros del Tribunal de Cuentas. Del total del padrón, casi el 40% votarán en la ciudad capital, donde se elegirá al sucesor del dos veces intendente Ramón Mestre.
Todas las encuestas señalan que Juan Schiaretti será reelecto. Un proselitismo oneroso, ordenado y persistente, acompañado de un ambicioso plan de obras públicas en plena ejecución y a la vista de todos, apuntalan las aspiraciones de quien fue durante las últimas décadas el socio ideal de De la Sota. La inesperada muerte del fundador de la renovación peronista, lejos de afectarlo, lo convirtió en único líder de un justicialismo que hasta el día de la tragedia era bicéfalo. La presencia de la hija del exgobernador y de su autoproclamada viuda en la lista de candidatos a la Legislatura parece más una graciosa concesión de Schiaretti a la memoria de su ex socio que una necesidad política. La fractura del radicalismo –que en este caso se dobló hasta romperse– y la ausencia del kirchnerismo en el escenario electoral le allanan el camino hacia una victoria anunciada. Solo falta saber con qué porcentaje se impondrá Schiaretti para medir hasta dónde llegan sus aspiraciones nacionales como referente del alicaído peronismo federal, esa tercera posición alternativa a la polarización entre Macri y Cristina.
campaña sorda
Uno de los rasgos distintivos de la campaña cordobesa ha sido la falta de propuestas e ideas originales. Las pocas que se lanzaron al ruedo fenecieron ante su palmaria incoherencia con la actuación de los propios candidatos. Negri prometió bajar las tarifas eléctricas de la empresa provincial (EPEC), pero como jefe del bloque de diputados nacionales apenas consiguió que su Gobierno morigerara el impacto del último tarifazo, permitiendo su pago en cuotas. Ramón Mestre quiso exhibir sus logros en la Municipalidad de Córdoba –“Córdoba capital social”, proponía su slogan inicial de campaña–, pero las encuestas lo presentan como el intendente con peor imagen de gestión en la provincia.
Sin capacidad para imponer ejes programáticos y sin lograr respuestas del postulante oficialista que los aventaja, tanto Negri como Mestre se aferraron a la receta ortodoxa: cuestionar la falta de alternancia en la provincia –Unión por Córdoba cumplirá dos décadas en el poder– y disparar con balas de fogueo contra el narcotráfico y la inseguridad. Pero a los exabruptos de Carrió, la ministra Patricia Bullrich respondió con desmesurados elogios a la supuesta coordinación entre las fuerzas federales y cordobesas en la lucha contra “el flagelo de la droga”.
La llamativa ausencia de estrategia del radicalismo fracturado constituía una oportunidad inmejorable para el kirchnerismo vernáculo. Pero el ascendente liderazgo del docente Pablo Carro como figura de recambio del espacio de Cristina en Córdoba fue horadado por la vieja guardia con base en el Instituto Patria. Y a cuatro horas del cierre de listas en la Justicia Electoral, llegó desde Buenos Aires la orden de bajarse de la contienda.
A pesar del tibio apoyo brindado la última semana por algunos kirchneristas a Schiaretti, las urnas develarán qué porcentaje de ese diez por ciento de los votos consolidados por los seguidores de la ex presidenta engrosarán la cosecha del candidato a la reelección, que no hizo un solo gesto para atraerlos durante la campaña. Y qué porcentaje se repartirá entre el amplio abanico de partidos y alianzas que completan la oferta electoral mediterránea: cuatro opciones de derecha, tres de izquierda, dos de centro y el Partido Humanista.
renovación y cambio
Lo cierto es que el mapa político de Córdoba cambiará el próximo domingo. Si Schiaretti gana por amplio margen, como se prevé, su horizonte se proyectará inevitablemente fuera de la provincia. La flamante incorporación del socialismo a su coalición electoral parece una apuesta a que Antonio Bonfatti triunfe en Santa Fe y entre ambos relancen un frente progresista que incluya al peronismo federal y a sectores del radicalismo tan desencantados con Macri como refractarios a Cristina.
Un duelo aparte se vivirá en la capital de la provincia y la segunda ciudad del país, ya que por primera vez desde el estrepitoso (des)gobierno del liberal Germán Kammerath –que llegó al Palacio 6 de Julio en 1999 de la mano de De la Sota–, el peronismo aparece con chances ciertas de quebrar la histórica hegemonía radical.
Al igual que De la Sota, Schiaretti no deja herederos. Si el ex intendente de San Francisco, ex vicegobernador y ahora diputado nacional Martín Llaryora gana en la capital, amén de desalojar al radicalismo del gobierno de la segunda ciudad del país, se convertirá en el dirigente mejor posicionado para encabezar el recambio generacional. Así Schiaretti arrase en las urnas, un impedimento constitucional –no puede aspirar a otro mandato– y sobre todo biológico –está por cumplir 70 años y padece diabetes– marcará el principio del fin del ciclo político más exitoso de la versión peronista del cordobesismo.
Por su parte, si Mestre logra desplazar a Negri al tercer lugar –como auguran algunas encuestas, aunque la diferencia es exigua–, el dos veces intendente de Córdoba se convertirá, con solo 46 años, en el referente indiscutido del radicalismo mediterráneo y figura de recambio a nivel nacional en un partido que ya especula con el día después de la probable debacle electoral de octubre.
Cuatro años atrás, Córdoba le dio –con la complicidad de De la Sota y Schiaretti– un vendaval de votos a Mauricio Macri, que resultaron decisivos para catapultarlo a la Casa Rosada. Hace apenas dos años, el amplio triunfo de “La Coneja” Héctor Baldassi en las elecciones de medio término ilusionaron a Negri y los dirigentes de Cambiemos. Pero el escenario cambió drásticamente a fuerza de recesión, inflación, desocupación y pobreza. Macri ya no enamora en estos pagos. Terminado el idilio, el jefe de los diputados macristas –que ya había encargado el traje de gobernador–, se encontró con el abrupto cambio de humor de sus coterráneos y la intransigencia de Mestre, que lo toreó primero para ir a internas y, ante su negativa, se quedó con el sello –y buena parte del aparato– del partido radical.
Ante este escenario, inimaginable dos años atrás, Negri recorre la provincia resignado a disputar el segundo puesto. Sería un premio consuelo para el referente de un espacio menguado que lleva como primer candidato a legislador al último intendente de Río Cuarto, la ciudad donde nació Cambiemos. Su destino podría ser, paradójicamente, convertirse en su sepulturero.