Cristina se lleva puesto al peronismo | Revista Crisis
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Cristina se lleva puesto al peronismo
La ex Presidenta dejó a todos en off side y volvió al centro con su candidatura por fuera del PJ y su costumbre de ignorar las PASO. Toma riesgos, ensaya su propia renovación y va a pelear como espejo refractario del gobierno. La ventaja de enfrentar al macrismo y la encrucijada del peronismo para las presidenciales. ¿2017 puede ser victoria y 2019 su contracara?
25 de Junio de 2017

Cristina Fernández de Kirchner no quería ser candidata. Prefería ver por televisión este turno electoral y competir en 2019. Los leales que nunca dejaron de visitarla escucharon de su boca durante un año y medio la batería de argumentos que justificaban un No: que después de ser presidenta dos veces tenía más para perder que para ganar, que hacer campaña en el conurbano es extenuante, que es hora de que surjan nuevas figuras dentro del kirchnerismo. Sin embargo, CFK volverá a competir básicamente por dos motivos: un espejo refractario como gobierno que la pone en inmejorables condiciones para el retorno y un partido en el que hoy nadie puede decretar su jubilación.

El acto de lanzamiento de la ex presidenta en el estadio de Arsenal de Sarandí –tierra de Ferraresi, el intendente incondicional de Avellaneda– confirmó que Cristina no tiene competencia dentro del peronismo. Nadie es capaz de congregar a los intendentes del PJ bonaerense y también a una feligresía que trasciende el sello partidario. Es la que más mide, es la única que puede ser, es la que nunca perdió una elección y es la que se fue –sin autocrítica– con la plaza llena.

transversalidad y mal menor

La decisión de ir a pelear por fuera de la interna del PJ, sin mencionar los símbolos del justicialismo, con el traje de la Unidad Ciudadana y una lista de candidatos en su mayoría desconocidos, marca un cambio en la estrategia de campaña. Si peronistas son todos, como afirmó alguna vez el fundador del movimiento, entonces habrá que ser distinto a lo que el peronismo viene siendo. Es un retorno a las fuentes de aquella transversalidad del kirchnerismo púber que –cuando las papas quemaron– se reveló insuficiente para Néstor Kirchner.

Cristina gestionó con los gobernadores y los intendentes pero sin hacerle concesiones simbólicas al peronismo. Ahora –que no tiene que gobernar– va por afuera a buscar los votos que le faltan para reconstruir una mayoría. Con un fisonomía más social y menos partidaria, ya no puede enamorar pero puede ser lo que Daniel Scioli no pudo en 2015: el mal menor ante un gobierno que encarna el ajuste y no se inmuta mientras se pierden puestos de trabajo y languidece el consumo, la gallina de los huevos de oro del kirchnerismo.

Frente a un gobierno que se financia con deuda como el de Cambiemos, el recipiente natural del descontento mayoritario debería ser el peronismo, salvo por sus divisiones, la falta de un liderazgo que unifique y –quizás también– la ausencia de una salida para la Argentina, después de haber gobernado desde 1989 casi de manera ininterrumpida. Que el menemismo y el kirchnerismo hayan sido proyectos antagónicos en varios aspectos es casi anecdótico para los que se hartaron del peronismo y buscan –por izquierda y sobre todo por derecha– otra cosa.

la renovación que no llega

Más allá de que el regreso de Cristina entusiasme al kirchnerismo del corazón, el escenario es incierto y nadie tiene la victoria asegurada. La economía no arranca y el macrismo no acierta con el rumbo, pero la película dice que el espacio de la ex presidenta perdió tres de las últimas cuatro elecciones en la provincia de Buenos Aires: con Kirchner, Scioli y Massa en 2009, con Insaurralde en 2013 y con Aníbal Fernández ayer nomás.

Si la ex presidenta se impone, será fundamentalmente por el mérito que hace Cambiemos para espantar votantes y obligar a una relectura más benigna del último mandato de CFK. “Yo no haré nada (para volver). Todo lo harán mis enemigos”.

Cristina regresará al conurbano, a pelear contra un gobierno que buscará refugiarse en la sonrisa de María Eugenia Vidal y a profundizar la división del peronismo.

Lo ideal para la ex presidenta hubiera sido un acuerdo con Florencio Randazzo, el único que insinuó un intento tibio de renovación. Pero Florencio y el sector que lo respalda primero no quisieron saber nada con un acuerdo y, cuando quisieron, ya era tarde.

La estrategia de los neorenovadores resulta inconsistente: apuestan a una refundación que se queda en el NO a Cristina y no aciertan con un despliegue que explique con qué vienen a romper. Ese peronismo más plebeyo, menos dogmático y más conciliador que se nutre de algunas organizaciones sociales no logró una expresión político electoral que traccione a los intendentes. Con un discurso más lavado, con gente de a pie en el escenario de Arsenal y también con la lista de sus nuevos candidatos, CFK los dejó casi sin argumentos.

La tan proclamada renovación no resulta sencilla para un peronismo que perdió pero no estalló. Como Sergio Massa por afuera en 2013, el Grupo Esmeralda lo planteó por adentro en 2016 pero pocos quisieron y lo que quedó fue expresión de deseos y reunionismo. Si el recambio de dirigentes llega, será producto de una nueva derrota y no de la convicción de los herederos del cacicazgo territorial. Mientras tanto, la ex presidenta insinúa que ella también puede ser –a falta de intérpretes más audaces– la cara de un lifting posible.

la que arriesga ¿gana?

Vistos desde la endogámica Buenos Aires, los gobernadores se encerraron en sus peleas distritales con una consigna discutible: que 2017 no es una elección nacional. En un país que de federal tiene poco, 2017 será una contienda nacional una vez más por lo que suceda en la provincia de Buenos Aires.

Las críticas entre despechadas y autocomplacientes de históricos peronistas como Mario Das Neves y Juan Schiaretti no alcanzan para vertebrar otro polo dentro del PJ. Después del tercer puesto que obtuvo en 2015 y con las dudas sobre su capacidad para romper la grieta, Massa se alió al progresismo sui generis de Margarita Stolbizer y relegó la prioridad de liderar al peronismo antikirchnerista. Puede crecer en esa franja indefinida de los que no quieren ni volver al pasado ni convalidar el presente.

Con todos jugando al empate, la ex presidenta puede gustar o no, pero es la única que arriesga. Con eso le alcanza para asustar al establishment mediático y político que la demoniza cada día mientras defiende a Macri a desgano y como puede.

Todavía es temprano para saber si arriesgar le alcanza para ganar. Pero parte desde ese piso que sigue siendo la envidia de muchos. A sus nietos les dirá que vuelve a pelear por la responsabilidad histórica que le toca. También lo hará gracias al PJ timorato que tiene su suerte atada a la de Macri: necesita que al presidente le vaya bien para fantasear con una sucesión en orden, la continuidad con cambios que moldea el antikirchnerismo.

Si su gobierno sigue así de gris, con una economía de bajas temperaturas, el peronismo de la conciliación que pregonan desde Urtubey hasta Pichetto tiene un futuro cuesta arriba, aunque suene más moderado y más racional para un sector de la sociedad que –claro– no vota al peronismo. Cristina Kirchner lo sabe y por eso hoy está otra vez parada en un escenario inigualable, en el centro de la cancha.

Que se haya ido del gobierno con una economía que hacía rato no crecía ni generaba empleo, con un tercio de la población afuera y en la que ya nada convenía más que especular, hoy resulta para muchos anecdótico. Que la incapacidad para encarar reformas más ambiciosas haya derivado en un enfrentamiento con el sindicalismo que representaba a los trabajadores mejor pagos, también.

Si ahora es el presente el que se plebiscita y las mayorías sienten el ajuste como una marca inconfundible del macrismo, entonces Cristina puede ganar. Y si eso pasa, es probable que el peronismo se encamine a complacer al gobierno nuevamente en 2019 con una división que hoy parece irreversible: ir a pelear detrás suyo o abrazarse a la ilusión de una liga de ex kirchneristas díscolos que encabecen Massa y Randazzo, dos que tampoco se quieren demasiado pero parecen ir hacia una confluencia.

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