Las fiestas de TNT, que se hacían en un club de barrio sobre la avenida Córdoba, eran una novedad en la noche porteña entre mediados y fines de los años noventa. No sólo porque reunía gente de distintas facultades de la UBA, muchos de ellos no necesariamente militantes, sino también porque la agrupación que las organizaba se definía como oposición al establishment de la política universitaria, encarnado por la omnipresente y poderosa Franja Morada. TNT era una agrupación independiente, sin vínculos con ningún partido político, ni siquiera con el trotskismo. En el ámbito festivo de la noche neoliberal, esta singularidad se manifestaba sobre todo en la música, que estaba lejos de ser la habitual en fiestas y boliches de la época: pop de los 80s, cuando todavía era una novedad, algo de rock, mucho Manchester y brit pop. En TNT militaban Axel Kicillof, Ariel Langer, Cecilia Nahón, Paula Español, entre muchos otros. Uno de los DJ´s era el músico y entonces estudiante de Economía Sebastián Rubin, quien años más tarde, sobre el final del kirchnerismo, se transformaría en Director Nacional de Lealtad Comercial. El otro era Augusto Costa, Secretario de Comercio entre 2013 y 2015, durante la gestión de Kicillof en el Ministerio de Economía.
Costa habla rápido. Su aspecto es informal, casi juvenil. En su discurso alterna el “yo” con el “nosotros” para referirse a su grupo de militancia universitaria, que formó el núcleo duro de la gestión de Axel Kicillof en el Ministerio de Economía. Las versiones que se tejieron en torno a él durante sus años en la Secretaría de Comercio, cuando reemplazó al temible Guillermo Moreno, eran contradictorias. Por un lado, de acuerdo con algunos medios de comunicación, era el joven economista que sufría ataques de pánico debido a las presiones recibidas desde la Casa Rosada. Por otro, según estos mismos medios, era un oscuro burócrata que avanzaba, con buenos modales pero sin contemplaciones, contra la libertad empresaria.
¿Pero cómo se llega desde las fiestas de una agrupación universitaria hasta la Secretaría de Comercio que tuvo un rol central en el alto kirchnerismo cuando la inflación ya era un problema?
Para empezar a responder esta pregunta es necesario remontarse a los años noventa.
"Ingresé a la facultad en el 95”, dice Costa, “antes de la reelección de Menem, en plena convertibilidad. Muchos de los efectos siniestros de ese plan económico todavía estaban escondidos. Paula Español, que había ido conmigo al secundario, estaba participando en TNT. Siempre me llegaban los volantes, que se burlaban de la solemnidad del discurso político tradicional. Me empecé a encariñar. Esperaba esos volantes porque eran divertidos, contaban las cosas de una manera muy atractiva. El logo era el Coyote de la Warner Brothers. Si uno no podía anotarse en una materia, le pedía un favor al de la mesa de la Franja Morada y lo anotaban por afuera. TNT era una agrupación política que, en lugar de venir a resolver los problemas, generaba responsabilidades, te decía que tenías que hacerte cargo de los problemas, que las cosas pasaban también por tu culpa. Ahí conocí, entre otros compañeros, a Axel Kicillof. Él había sido uno de los fundadores de TNT un par de años antes. Se acababa de graduar para ese entonces, pero seguía participando de las actividades de la agrupación”.
En 1996, con Menem bien afianzado en el poder ejecutivo, Costa se ofreció como fiscal de TNT en las elecciones del centro de estudiantes. El fraude llevado adelante por la Franja Morada, apéndice estudiantil del radicalismo, que buscaba proponerse como alternativa al menemismo en el plano nacional, lo impulsó a la militancia. Las fiestas formaron parte de una estrategia de financiamiento vital para una agrupación que carecía del apoyo de grandes partidos. “Instalamos una marca, que después fue copiada por otros ya en una faceta más comercial. Por ejemplo, había unas fiestas muy famosas en la confitería La Ideal. Quienes empezaron esas fiestas eran fanáticos de las fiestas de TNT y copiaron el formato. Era una marca que fue siendo flexibilizada porque cambió mucho la situación social, la situación cultural, entre el 95 y el 2001. Toda mi etapa de militancia la recuerdo con mucho amor en el sentido de compromiso, pero también estaba esto de poder disfrutar, en un contexto muy hostil, de las cosas en las que uno creía”.
En los años siguientes, la agrupación ganó relevancia en la política interna de la facultad de Ciencias Económicas, en gran parte gracias al rechazo hacia ciertos clichés que se habían instalado con respecto a la militancia universitaria. “Vos no podés transformar la realidad si no te formás primero. Tuve la suerte de hacer una buena carrera porque nosotros entendimos que prepararse era importante. Eso nos legitimó mucho ante el resto de los estudiantes, porque nos veían discutir y también veían que muchos de nosotros empezamos a ser ayudantes de materias y dábamos clases. Aprobábamos las materias, nos sacábamos buenas notas. No era alguien que no habías visto nunca en tu vida, te daba un volante y te pedía que lo votaras”.
el exilio interno
“Insólita iniciativa de un grupo que no quiere votar”, titulaba el diario La Nación el 3 de octubre de 1999, días antes de las elecciones presidenciales que le darían el triunfo a la fórmula Fernando De La Rúa - Chacho Álvarez, bajo el sello de la Alianza, que le ganó al Partido Justicialista, encabezado por el binomio Eduardo Duhalde - Ramón Ortega. Sin mencionar a TNT, una de las agrupaciones universitarias que impulsaba la movida, la nota sin firma repasaba su documento fundacional con una perplejidad algo despectiva: “Sus ideas están reunidas en una ‘Carta a los no votantes’, una suerte de manifiesto en el que afirman: ‘En la última elección presidencial, dos millones y medio de personas no se presentaron a votar, votaron en blanco o impugnaron su voto... Boletas convertidas en papel picado, una feta de jamón o un sobre vacío sirvieron como forma de protesta... Dentro de un tiempo, cuando los fuegos artificiales de la campaña hayan pasado, casi todo permanecerá igual; o peor’. ¿La propuesta? ‘Que el 24 de octubre nos encuentre en el kilómetro 501, más allá del voto, que hoy se nos presenta como una imposición’”. Las reacciones no tardaron en llegar. Algunos tildaron al grupo de enemigos del sistema democrático. Como el candidato presidencial del Partido Obrero, Jorge Altamira, que los acusó de tener una actitud reaccionaria.
“501 fue algo muy propio de la época”, reflexiona Costa. “Pensado en retrospectiva, hasta parece un mal planteo. La forma democrática de los noventa era un proyecto neoliberal de exclusión, que se legitimaba en elecciones donde no había alternativas. La Alianza decía que no iba a tocar la convertibilidad y Duhalde, que era el otro candidato con posibilidades de ganar, formaba parte del partido del gobierno. Para mí, el justicialismo era el menemismo”. Costa confiesa que no proviene de una tradición peronista desde la cuna. Su imagen del justicialismo era Herminio Iglesias quemando el cajón en el 83 y después Menem llevando adelante un proyecto neoliberal. Pero ese universo tan de finales de los noventa y principios de este nuevo siglo empieza a denunciar la falsa democracia que implicaba una elección en donde los candidatos de los diferentes partidos iban a sostener un proyecto político excluyente. “No queríamos votar porque no creíamos que el sistema fuera genuinamente democrático. Y el planteo era paradójico, porque no ejercer el derecho a voto podía sonar antipolítico, sobre todo después de lo que significó recuperar la democracia. Los candidatos nos parecían más de lo mismo. Era un proto que se vayan todos”, afirma Costa. Bajo esa consigna emprendieron viaje a Sierra de la Ventana (Tandil), a más de 500 kilómetros de distancia de sus domicilios, tal como lo exige la ley electoral para obtener la eximición de la obligación del voto. Apenas llegadas, unas 200 personas fueron a la comisaría para que les justificaran su abstención. A la distancia, el exsecretario de Comercio considera extraña aquella movida, pero entiende que era una forma disruptiva de denunciar un sistema que destruía las condiciones de vida de las mayorías. “El planteo era político, de participación: acá no tenés que votar, tenés que participar, comprometerte. Vamos a discutir de política durante todo un fin de semana, a preguntarnos qué significa este circo que es una elección hoy en la Argentina”.
optimismo de la voluntad
Desde 1997, en la facultad de Económicas se consolidaba una alianza entre la Franja Morada y la Belgrano, expresiones estudiantiles de la UCR y el Frepaso respectivamente. Eran los años de De La Rúa, Chacho Álvarez y Graciela Fernández Meijide, una primavera que se destacó por su brevedad. De las tres agrupaciones en condiciones de disputar el poder en el centro de estudiantes, quedaron dos: la Alianza, que se presentaba con el mismo logo que se usaba a nivel nacional, y la independiente TNT.
Una innovación comunicacional que pusieron en marcha fue hacerse remeras con el logo “TNT, una alianza con la derrota”. Se la ponían y salían a militar por los pasillos. Era una irónica invitación nihilista: “votanos, que vamos a perder”. Costa inventó un jingle de campaña que decía: “no hay nada mejor que el Coyote perdedor”. De fondo, el planteo que resumía ese tipo de consignas era que el pueblo estaba perdiendo y quienes estaban junto a este iba a ser un perdedores. Llegados a 2001, en el contexto de descomposición general, discutieron en el espacio y lograron una súbita confianza: se podía ganar. “Empezamos a ver las condiciones materiales como para que, ante el desprestigio de la clase política, una agrupación sin recursos, sin aparato, sin nada, pudiera colarse en las hendijas del poder y expresar ese rechazo masivo a todo el proceso que estaba viviendo la Argentina. Fue como un click. ´Es ahora´. Cambiamos la lógica de la comunicación y empezamos a decir: ´Ahora sí, los perdedores somos más. Y como somos más, vamos a ganar´. Instalamos eso. Vi con mis propios ojos cómo un movimiento político, dadas las condiciones, puede ponerse del otro lado y decir: ´ahora somos más porque nos hicieron mierda, tenemos que hacernos cargo´. Obviamente, nosotros pegábamos carteles y venía la Franja Morada y los arrancaba. Entonces, en esa elección, entrábamos en las aulas y soltábamos globos de helio con carteles, y como estaban arriba no los podían bajar”.
TNT gana la elección pero no la reconocen en el centro de estudiantes. Hubo un fraude preelectoral de votos y después directamente les cambiaron en las actas los votos que habían obtenido. Impulsaron un reclamo político y legal pero entendieron cuál era la diferencia fáctica de poder entre una agrupación independiente, sin recursos, y un partido como el radical que contaba con un ejército de barrabravas y mucha plata. Finalmente lograron asumir en el Consejo Directivo con la mayoría pero nunca en el Centro de Estudiantes. “Los que hicieron eso son los mismos tipos que todavía están en la facultad, con un lavado de cara”, afirma con resignación.
la banda izquierda
Una vez concluida la etapa universitaria, la pregunta era cómo seguir adelante. La izquierda, que a primera vista parecía el lugar natural para una agrupación como TNT, no los satisfacía. “Muchas veces coincidíamos con el contenido, pero no con la forma. En 2001 aparecieron experiencias de izquierda alternativas, como el partido de (Luis) Zamora, Autodeterminación y Libertad, que planteaba una cosa similar a lo que planteábamos en la facultad, de participación y horizontalidad. Pero después también esa forma de organización mostró que tenía límites muy claros. Evaluamos que los partidos existentes no nos representaban”. El espacio de militancia sería, entonces, la economía. Con este propósito en el horizonte, surge CENDA (Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino), que los agrupó durante algunos años.
Corrían los primeros tiempos del gobierno de Néstor Kirchner, cuya figura todavía era un enigma. Desde el sur llegaban rumores diversos, a veces contradictorios entre sí, sobre su carácter y su estilo de gobierno. Con esta inquietud, en 2004 CENDA elabora un documento titulado “Las consecuencias económicas del señor Lavagna”, parafraseando el artículo de Keynes “Las consecuencias económicas de mister Churchill”. “Nos preguntábamos, a un año del gobierno, qué era Kirchner”, subraya Costa. “Porque no teníamos idea. Un tipo que había caído de la mano de Duhalde, que venía del sur, al que conocíamos porque se le había plantado en su momento a Machinea, al frente de una liga de gobernadores. Pero que, por otro lado, llegaba de la mano de lo más tradicional del peronismo. Y vuelvo a nuestra psiquis militante: para nosotros era imposible que el discurso de Néstor Kirchner el 25 de mayo de 2003 en el Congreso pudiese ser llevado a la práctica. Porque nosotros solo habíamos vivido el neoliberalismo. Nos llamaba la atención y nos resultaba simpático que alguien se planteara cuestiones opuestas a ´la convertibilidad no se toca´”.
El gobierno no había presentado un programa económico ni explicitado claramente sus objetivos políticos. Luego de analizar algunas medidas tomadas durante aquel 2003, Costa y su grupo se preguntaban si el kirchnerismo iba a llevar adelante un gobierno como el que había esbozado el presidente en su discurso ante el Congreso. Las conclusiones eran mixtas. Parecía que sí, pero tampoco estaba claro. Los siguientes documentos se expidieron en forma similar. La postura general era de apoyar críticamente al flamante gobierno. “Resolvimos que nuestro rol militante iba a ser el de marcarle la cancha por izquierda a un gobierno que se decía nacional y popular”.
la cadera de lousteau
Durante el conflicto con el campo, Augusto Costa se integra al equipo del ministro de Economía Martín Lousteau. Paradojas de la vida -o no-, hoy Lousteau permanece muy vinculado al aparato universitario de la Facultad de Ciencias Económicas que Costa tanto padeció.
Había cursado algunos tramos de la carrera con integrantes del equipo como Gastón Rossi y Rodrigo Pena, con los que había tenido una muy buena relación. Cuando les tocó asumir la gestión, Rossi, quien era Secretario de Política Económica, lo convoca para que se haga cargo de la Unidad de Preinversión. La asunción fue en marzo de 2008.
Finalmente Lousteau duró cuatro meses como Ministro de Economía. “Quien tenía que impulsar la 125, en realidad estaba en desacuerdo con esa medida. Ellos lo planteaban de otra manera. Decían que Guillermo Moreno -que en ese momento empezaba a tener mucho protagonismo- quería cobrar 80% de retenciones. Creían que la 125 era el mal menor”, recuerda Costa. Después de la renuncia de Lousteau, hubo un almuerzo de despedida con el ex equipo económico. Mientras comían, alguien preguntó quiénes habían votado a Cristina. El único que levantó la mano fue Costa. En ese incómodo instante, pensó qué estaba haciendo ahí. Las elecciones habían sido cuatro meses antes. Todos habían votado a Elisa Carrió. “Esas son las paradojas de los procesos políticos. Supuestamente, el kirchnerismo era un proyecto con una línea política muy definida, que ya en 2007 estaba muy clara, pero tenía en su equipo económico a gente que no creía en gran parte de esas políticas”.
Costa reconoce algunos problemas en el manejo del conflicto desde el gobierno. “Se dio el fenómeno de que sectores del campo que eran víctimas de la estructura de propiedad y de la estructura de comercialización de los productos agropecuarios, se alinearon con sus explotadores. No te puedo dar la causa de esa situación. Lo que reconocimos es que eso ocurrió. Hubo una situación de alineamientos políticos que perjudicó el avance de una medida, pero también el avance de una forma de redistribución de la renta que hubiese beneficiado a quienes se oponían a ella. Esa fue la tragedia. Fue un serio problema estratégico”.
La 125 sirvió, sin embargo, para delimitar aguas y tramar un acercamiento más definitivo y menos ambiguo al kirchnerismo. “Empezamos a entender que el movimiento peronista es muy amplio y contradictorio. Y que puede albergar una expresión neoliberal como el menemismo y una expresión nacional y popular como el kirchnerismo. Me parece que hay que romper los prejuicios que uno tiene respecto al análisis del peronismo. Nosotros pensábamos: ´esto es lo más de izquierda que vamos a poder ver de un gobierno por lo menos en los próximos años´. Hubo una discusión interna nuestra con respecto a qué hacer. ¿Apoyar con el cuerpo, siendo parte de una gestión, a un gobierno que nos generaba contradicciones? Estaban llevando adelante políticas que eran las que nosotros siempre pensamos que había que concretar. Entonces, hicimos la apuesta de poner el cuerpo con el riesgo de quedar pegados. Hoy, en perspectiva, creo que no nos equivocamos”.
inconclusa sintonía fina
Costa duró en su cargo apenas un poco más que Martín Lousteau. En septiembre de 2008 renunció con el propósito de viajar a Londres, becado por la embajada británica. Pasó un año en la London School of Economics, una experiencia que define como fundamental, tanto por su valor académico como por la oportunidad que le brindó, durante ese período, de ver en vivo a las bandas que escuchaba con devoción desde los años noventa.
Durante la ausencia de Costa, el proceso de acercamiento al kirchnerismo de sus compañeros siguió adelante. Mariano Recalde, a quien los ex TNT conocían desde su etapa de militante universitario en la facultad de Derecho, asumió en 2009 como presidente de Aerolíneas Argentinas. Axel Kicillof se integró a la empresa por invitación suya. Fue el comienzo de una trayectoria que los llevaría a conducir los destinos de la economía nacional durante los últimos años del kirchnerismo.
A raíz de la nacionalización de las AFJP, que se había llevado a cabo en 2008, la participación accionaria de ANSES en muchas empresas le dio al Estado el derecho de designar a sus propios directores. En marzo de 2011, Kicillof fue designado como director en Siderar, una empresa perteneciente al grupo Techint, en reemplazo de Aldo Ferrer, que se hizo cargo a sus 83 años de la embajada argentina en París. En ese momento, Kicillof todavía no integraba el círculo más estrecho de colaboradores de Cristina Fernández. Era, apenas, un joven economista ambicioso, verborrágico y de convicciones firmes.
“Ahí empieza una operación mediática terrible de Paolo Rocca con Clarín, diciendo que el gobierno quería poner a un comunista en Techint, que iba a destruir las empresas”, afirma Costa. La operación tuvo un efecto inverso al esperado, al menos en la presidenta, porque despertó su curiosidad sobre el joven economista. Si el establishment vetaba a Kicillof, entonces algo bueno tendría. Esto abrió el camino a través del cual se transformó en viceministro de Economía en 2011. Al mismo tiempo, Costa asumía como Subsecretario de Competitividad, el área encargada de lo que se dio en llamar “sintonía fina”.
“Para nosotros era importante desarrollar herramientas de financiamiento efectivas, herramientas de desarrollo de competitividad en sectores a partir de transferencia tecnológica, de inversión, establecer redes de proveedores que vayan retroalimentando el proceso de industrialización. No alcanza con estimular el consumo. En ese sentido, no se logró avanzar mucho. Porque no se desarrollaron las herramientas que se necesitan, porque hubo restricciones al financiamiento, porque hubo dificultades lógicas para orientar las decisiones de las empresas. Y esa es una deuda pendiente en un gobierno nacional y popular. Cuando llegás al límite de la industrialización con herramientas macro, hay que dar el siguiente paso para volver sustentable el proceso”, admite Costa aunque defiende la política de subsidios del gobierno kirchnerista: “Los subsidios a la energía son una forma indirecta de fomentar la industrialización, porque en la medida en que les abaratás los costos energéticos a las empresas, estás transfiriendo recursos para que existan actividades productivas que no serían rentables si se tuviese que pagar el precio pleno de la luz, del gas, del agua. Y eso quiere decir producción, empleo y mayores ingresos. Por otro lado, cuando subsidiás el transporte, estás indirectamente subsidiando el consumo, porque el trabajador destina una menor parte del salario que cobra a pagar el bondi, y una mayor parte a ir a comer afuera. Eso es mayor consumo y mayores compras a las empresas industriales”.
Para Costa la cuenta pendiente más relevante del kirchnerismo es el inconcluso proceso de reindustrialización que impulsaron a partir de 2003. Concretamente, no se logró superar la restricción externa que comenzó a manifestarse más claramente a partir de 2011 en el marco de un contexto internacional adverso pero también ante la falta de herramientas de política industrial efectivas para apuntalar el proceso de crecimiento y la generación de mayor valor agregado.
entre la herencia de moreno y los precios cuidados
Antes de Guillermo Moreno, la Secretaría de Comercio era una entidad fantasmal, desideologizada, cuya función no estaba clara para el público en general. Y a veces, ni siquiera para los gobiernos de turno. La construcción del personaje que se llevó adelante desde algunos medios de comunicación, sumado al carácter explosivo de Moreno, le dieron visibilidad. Se sugería, incluso, que el Secretario de Comercio era más influyente en la conducción de la economía que los propios ministros del área que se sucedieron durante los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner.
“Dentro de un modelo de Estado muy controlador, que a mi juicio tenía en algunos casos tintes extorsivos, Costa y Kicillof intentaron hacer una gestión diferente. De hecho, hay que recordar que Kicillof asume al frente del Ministerio de Economía con la condición de que Moreno no estuviera más en la Secretaría de Comercio. Y así fue”, sostiene Liliana Franco, periodista acreditada en la Casa Rosada y el Ministerio de Economía.
Tras un paso por la Secretaría de Relaciones Económicas de Cancillería, Augusto Costa llegó a la Secretaría de Comercio en noviembre de 2013. El desafío no era simplemente reemplazar al explosivo Moreno sino racionalizar algunas políticas que venían siendo muy cuestionadas desde los medios de comunicación pero también, en voz baja y por motivos diferentes, en el interior del propio gobierno. La gestión de Costa representó tanto una continuidad como un quiebre con respecto a la gestión anterior. Se mantenía la administración del comercio, es decir, el régimen de permisos que regulaba las importaciones, con el que se buscaba fomentar la reindustrialización. “Yo estaba convencido de que había que mantener esa herramienta”, dice Costa al rememorar aquellos años, “pero también de que había que perfeccionarla y sistematizarla, profundizando en el análisis sectorial de qué se estaba importando y qué no”.
En cuanto a la efectividad de la administración de precios llevada a cabo por la gestión anterior, Liliana Franco afirma: “Moreno llamaba a los supermercadistas y les decía: ´hoy me ponés el kilo de asado a 10 pesos´ cuando en todas partes salía 20 pesos. Pero en realidad, uno encontraba el kilo de asado a 10 pesos entre las 5 y 15 y las 5 y 30 de la mañana”. Es decir, el sistema no funcionaba y no tenía incidencia alguna sobre la inflación.
Precios Cuidados, el programa implementado a comienzos de 2014, no representaba el congelamiento de los precios de una cantidad innumerable de productos porque, según Costa, eso no funcionaba en la medida que era imposible controlar. La opción elegida fue seleccionar productos representativos de cada uno de los rubros y regular los precios bajo un esquema de actualizaciones periódicas en el marco de un acuerdo firmado por los supermercadistas y los proveedores.
“¿Por qué logramos conformar una canasta de productos muy representativa en muchos rubros con las empresas, de una manera voluntaria? Primero, porque negociamos como perros. Segundo, porque conocíamos qué tipo de productos necesitábamos para que funcionara el programa. Pero si Coca Cola decía no, no había herramientas para obligarla. ¿Por qué Coca Cola, entre muchas empresas de primera línea, terminó estando incluida en el programa? Tengo mis hipótesis. Por un lado, quizás las empresas, en su evaluación costo-beneficio, decían: ´no quiero estar mal con el gobierno, porque si estoy mal me van a mandar a la AFIP´. O tenían temor a que Cristina las escrachara públicamente. O cualquier otra cosa que los medios de comunicación decían que el gobierno hacía. Y no era así. Por otro lado, para mí, también había cierta subestimación hacia nuestra gestión y existía una creencia de los empresarios de que el programa no se iba a controlar. Que era algo que pasaba, quizás, con los programas anteriores. Entonces, tenían cierta tranquilidad. Y otra idea que circulaba era que no íbamos a durar. Un representante de los supermercados me confesó, tiempo después, que cuando asumió nuestro equipo económico, los empresarios hicieron un Prode para ver cuánto durábamos. Y que la mayor cantidad de respuestas era que durábamos 45 días. Pensaban que nos iban a llevar puestos”.
“Nuestros objetivos en materia de política económica muchas veces nos llevaron a tener conflictos con sectores del capital que -lógicamente desde sus intereses- se resistían a políticas que apuntaban a una redistribución del ingreso que en ciertos casos implicaba menores ganancias empresariales, particularmente aquellas originadas por posiciones monopólicas u oligopólicas en los mercados. Esto no significa que el objetivo fuera fundirlos ni que tuvieran pérdidas. Por el contrario, la idea era que ganaran lo que corresponde sin perjudicar a los actores más débiles de las cadenas de valor: los consumidores, los pequeños productores y comercializadores”.
El éxito de Precios Cuidados, sumado a una inflación que no daba tregua, motivó que el macrismo no discontinuara el programa, al menos en apariencia. Todavía es posible encontrar unos pocos productos señalados con el logo característico del programa, en algunos supermercados e hipermercados. La evaluación de Costa, sin embargo, es lapidaria: “Hoy el programa existe en los hechos, pero ninguno de sus objetivos originales se cumple. Transformaron el programa en una política de productos de segunda marca, a precios de oferta, que no están en ningún lado, porque no controlan que estén. Y además dejaron de hacer publicidad, que era una de las claves del programa: que el consumidor conociera su existencia, porque si no, no sirve para nada”.
demasiados DJs
En una nota publicada el 28 de enero de 2014 por el sitio La Política Online, titulada “Los extraños episodios del sucesor de Moreno que preocupan a la Rosada”, se afirma que: “(…) desde que asumió en su nuevo cargo, Costa habría tenido al menos tres episodios de estrés agudo que las fuentes definen como ‘ataques de pánico’, aparentemente producto de las enormes presiones que está sufriendo en una función en la que convergen varias de las cuestiones más urgentes de la economía”.
La versión de Costa es diferente: “Fue algo absurdo. Obviamente, estaba con presiones. Pero un ataque de pánico es algo grave. Después lo levantaron otros medios. Esa semana recibí llamados de familiares preocupados, me llamó mi tía. Ahí me puse mal. Sentí que estaba metido en una picadora de carne. Jugaban con mi vida personal al nivel de que había gente que me quería preocupada por una mentira que salía en los diarios. Entendí el grado de daño que pueden hacer. Más allá de las denuncias penales, de que te acusen de chorro para tratar de ensuciarte. El daño es personal”.
En la actualidad, además de su trabajo diario en la Auditoría General de la Nación y como docente universitario, Augusto Costa se desempeña como vicepresidente de Vélez, donde se encarga de las finanzas del club.
“Es el club de mis amores, donde mi abuelo fue dirigente en los ochenta. Cuando asumí en la Secretaría de Comercio, entré en contacto con algunos directivos del club, que me buscaron porque yo me encargué de que todo el mundo se enterase de que yo era hincha de Vélez”.
Raúl Gámez, el dirigente histórico de Vélez, ganó las elecciones del club en 2014. Durante esos años, el equipo hizo una mala campaña y quedó al borde de pelear el descenso. Las finanzas tampoco estaban bien. Costa militaba en una agrupación opositora que, a causa de la decadencia del establishment, se encontró de repente en una posición favorable, igual que TNT ante el fracaso de la Alianza en 2001. Y en 2017, ganaron las elecciones. Augusto Costa se transformó en el vicepresidente segundo de la institución.
“Hoy, Vélez es para mí la oportunidad de demostrar que una sociedad civil sin fines de lucro puede ser viable cuando están los capitales con cuchillo y tenedor queriendo meterse en el fútbol argentino. Y todavía el fútbol resiste a este espíritu de lucro. Transformar culturalmente las canchas es parte de una militancia que me parece que está buena, porque en la medida en que se sigan reproduciendo prácticas discriminatorias, estamos perdiendo la batalla más allá de todos los avances que hay últimamente”.
El año pasado, además, Costa presentó un disco con temas propios.
“Tuve mi bandita en los 90, pero nunca estudié música”, dice. “Aprendí acordes en la guitarra criolla y después empecé a tocar el bajo. Siempre, como cable a tierra, me gustó hacer canciones. Yo no canto bien, pero hago melodías, qué sé yo. Y con el nacimiento de mi hija, después de la gestión, tuve una especie de rush creativo y compuse muchos temas, tenía muchos otros guardados, y le dije a Seba Rubin, un amigo, ´¿me grabás en guitarra acústica, bien cantadas, estas canciones?´. Y él me propuso hacer un disco de verdad. Armamos una banda para la ocasión y estoy re contento. Nunca en mi vida pensé que iba a sacar un disco y lo sacamos”.
Además de estas ocupaciones, desde abril de este año Costa dirige el Centro Cultural Morán en el barrio de Agronomía. “Es una práctica de militancia concreta a nivel territorial, con la idea de que nuestro aporte sea abrir un espacio para la cultura en un contexto de crisis económica. Armamos un espacio propio para darle lugar a los artistas, porque cuando empieza a verse afectado el poder adquisitivo, lo primero que se reducen son los consumos culturales”. Morán, para sus organizadores, es un intento por recuperar el espíritu que tuvo en los noventa la estudiantil TNT pero ahora en medio del derrumbe de la economía macrista.
Estamos a punto de despedirnos. Atardece en el Morán y Costa es requerido desde distintos flancos. Se nota que disfruta lo conseguido en el lugar, cuya agenda de actividades está en crecimiento. La pregunta de salida es inevitable.
¿Van a volver?
“Creo que la experiencia del gobierno neoliberal de Macri después de 12 años de políticas que con aciertos y también con errores priorizaron los intereses de las mayorías populares demuestra que no hay más lugar en el país para este tipo de experimentos excluyentes y de concentración de la riqueza. Pero eso no implica que tenga que volver ni la misma gente ni las mismas políticas que se implementaron hasta 2015. Hoy la situación es completamente distinta tanto en plano económico como político como social. Lo que estoy seguro es que quienes somos militantes del campo nacional y popular tenemos la obligación de construir una alternativa que pueda disputar el poder en 2019 y que permita recuperar el camino de crecimiento con inclusión que quedó trunco con la llegada de la Alianza Cambiemos al gobierno. Estoy convencido de que en nuestro espacio tenemos las propuestas y las personas adecuadas para hacernos cargo de este verdadero desastre que nos va a dejar el macrismo”.