el gran hermano mandarín | Revista Crisis
el gran hermano mandarín
Alejandro Galliano escribe sobre la historia de la televisión central china. 
Ilustraciones: Frank Vega
20 de Enero de 2017
crisis #26

La de China es la épica que nos tocó a la generación posrevolucionaria, criada a la sombra del imperio maduro de los Estados Unidos y la senilidad europea. Es China la que anuda la tragedia revolucionaria, el vértigo del capitalismo joven y la sabiduría de las naciones viejas. Sin embargo siempre sabemos poco de China, siempre hay un dato nuevo que nos descoloca, que hace que nuestra foto del gigante salga movida.

Dos mil millones de ojos. La historia de la Televisión Central de China, editado en Argentina por Gedisa/Eudeba, viene a aportar un pixel más para esa foto. ¿Qué televisión mira y produce esta nación de millones de consumidores angurrientos que todavía usan frases de Mao para sus programas femeninos? El libro, escrito por Ying Zhu, profesora de Cultura de los Medios de la City University of New York, no es exactamente una historia, ni tampoco una antropología geertziana de ”interpretación densa”, tal como promete la Introducción. Los capítulos de Dos mil millones de ojos ordenan temáticamente una buena colección de relatos y testimonios sobre un híbrido mediático y cultural que marca la agenda que discuten los chinos.

”China hizo una particular selección entre mecanismos de mercado, ideales confucianos y principios socialistas para seguir un curso de desarrollo híbrido que hasta ahora mantuvo al Estado de partido único eternizado y a las masas mayoritariamente satisfechas… La cadena televisiva nacional de China, la CCTV, es un ejemplo de este ensayo híbrido, un ejemplo del camino experimental que está tomando China”. Desde el comienzo del libro, Zhu se propone hacer metonimia de la excepcionalidad china a través de la historia de su televisión.

La cosa comienza en 1958 cuando se creó Beijing TV. Luego de tomar el poder en 1949, Mao había hecho uso extensivo de la radio con un sistema de altoparlantes instalados en escuelas y bases militares para conectar a las masas rurales con el Estado. En las ciudades, cada edificio de departamentos tenía un parlante montado en un rincón del techo que comenzaba a transmitir a todo volumen a las seis de la mañana. Ahora era la TV la que heredaba la función de difundir la línea del partido en la hora crítica del suicida Gran Salto Adelante. En 1978, como parte de las reformas de Deng Xiaoping, Beijing TV fue rebautizada Televisión Central de China, CCTV, e introdujo avisos comerciales. Desde entonces el Estado comenzó a reducir su presupuesto hasta suprimirlo en 1997. 

El canal hoy se autofinancia y obtiene ganancias, una parte de las cuales remite al Estado. El Estado retribuye esos aportes consagrando el cuasi monopolio que tiene la CCTV además del must carry, la obligación de la señales de televisión paga de retransmitir parte de los contenidos de la Televisión Central. El gobierno también impuso el chino mandarín a toda la televisión para que los canales regionales no cuenten con ventajas idiomáticas ante sus públicos.  Así, pese a la autofinanciación, el límite entre el interés del Estado y el mercado, en cuanto a propiedad y funcionamiento, se mantuvo borroso. 

El verdadero desarrollo de la televisión china no comenzó sino hasta los años ochenta, cuando potenciaron la producción de insumos televisivos y las horas de trasmisión. En 1985 la CCTV nombró como vicepresidente a Yang Weiguang, un hijo de campesinos formado en el periodismo maoísta y la radio. Yang introdujo un pequeño aviso publicitario de vinos Confucio en el Boletín de noticias nacionales y así abrió el camino para la explotación comercial del noticiero. También salteó a los empleados de planta permanente del canal con un sistema de contratos durante la flexibilización laboral de 1992-1993. Bajo su dirección se produjeron documentales de calidad y telenovelas de éxito en todo el Sudeste Asiático, como Romance de los tres reinos. Yang también produjo la sitcom Una casa con hijos, que trataba el tema de las familias ensambladas. "Bajo la política del hijo único, la gente sobreprotege a los niños o los exige demasiado. Una casa con hijos apunta a cambiar la cultura de la crianza de los hijos en la China actual. Hicimos varios productos derivados, incluyendo Una casa con aliens. Patentamos la marca para el desarrollo de historietas y de juegos de Internet. Y hemos incorporado Una casa con hijos en la currícula de los colegios secundarios”, reflexionó Yang 

En 1999 Yang dejó su cargo a Zhao Huayong quien profundizó la comercialización, creó canales especializados y extendió el sistema de contratación a todos los empleados. En el contexto de endurecimiento ideológico previo al ingreso chino a la OMC, la CCTV recibió el imperativo de llevar a China más allá de las fronteras. Se crearon CCTV-4, el canal internacional para la diáspora china, CCTV-9, el canal chino en inglés, así como otras señales en español, francés, árabe y ruso. La estrella de CCTV-9 es Diálogo, conducido por Yang Rui, un confrontativo periodista que se encarga de defender la imagen china ante los malentendidos y la mala fe occidentales. 

A pesar de la popularidad creciente de Internet, la CCTV fija la agenda pública, accede a información privilegiada, concentra el treinta por ciento de la publicidad televisiva y preside las asociaciones nacionales de profesionales de la TV que fijan normas y reglas para la industria. Todo eso no evitó el surgimiento de competidores satelitales como Hunan STV, el canal juvenil que derrotó al conductor estrella de la CCTV, el payasesco Li Yong, con Super chicas, versión china de American Idol. Pero ninguno de estos canales se asumen como competidores de CCTV y son bastantes pesimistas en cuanto a las posibilidades de negocios. De hecho, el gobierno fue estrangulando a Super chicas con sucesivas prohibiciones de gritos, festejos, chismes, abrazos y peinados extravagantes hasta que el programa perdió toda gracia y rating.

En 1995 el presidente de China Jiang Zemin propuso continuar las reformas pero con una nueva estrategia comunicacional. El concepto que circuló fue el de ”poder blando”, pariente oriental de la hegemonía gramsciana: ”es la capacidad de persuadir a otros para que deseen lo que uno desea”. La CCTV asumió el imperativo con un énfasis en programas como Investigación periodística, creado a imagen y semejanza del norteamericano 60 minutos, el magazine Perspectiva oriental, o En foco, abocado a las investigaciones y denuncias. En foco fue un éxito de mediados de los años noventa pero poco a poco las presiones llevaron a reducir la cantidad de informes críticos y su rating cayó en picada.

Una generación de periodistas más jóvenes, ajenos al reformismo de los ochenta, asimiló el endurecimiento de las condiciones para producir noticias bajo el concepto de ”Ilustración”: un equilibrio entre las presiones del Estado y las de los televidentes que apunta a enseñar a los chinos nociones de ciudadanía, sin contribuir al ”síndrome del mundo cruel” que genera la proliferación de malas noticias. 

Semejante concepto de Ilustración no dejó de hacer ruido, aún para los mismos chinos: ”Yo nunca uso ese término -dice Liu Chun, presidente del competidor canal Phoenix, del grupo Murdoch-. Me suena elitista. ¿Se comparan con Voltaire? Una economía de mercado sin intervenciones del Estado conduciría a un desarrollo sólido. Así que no hay necesidad de unos pocos iluminados que ilustren a la gente. La competencia eliminaría a los programas de mala calidad”.

Pero en el ferviente credo librecambista de esa respuesta reside la pata renga de la ”Ilustración” televisiva china. Jürgen Habermas señala que en el siglo XVIII europeo surgió la ”esfera pública burguesa”, esa instancia de interpelación civil entre el Estado y el mero individuo, poblada de clubes y prensa. No hay tal burguesía en China: cuando Deng fue a buscar a los viejos empresarios expropiados por Mao para motorizar la reforma se encontró con apacibles jubilados. El Estado chino debió crear a su propia burguesía, pero esta nunca olvida esa tutela: es difícil que construyan una esfera pública para interpelar al Estado e ilustrar al común.

Si la burguesía ilustrada falló, es posible encontrar a otros sujetos que se eduquen a través de la CCTV. La mitad del cielo, título inspirado en aquella frase de Mao ”Las mujeres sostienen la mitad del cielo”, es un programa abocado a los problemas de la mujer, que evolucionó de la entrevista a mujeres exitosas al tratamiento de la violencia doméstica, la brecha salarial y la divulgación de estudios de género. Con ratings y horarios cambiantes, el programa se mantiene y es uno de los pocos en contar con total libertad para tratar temas.

En el debate entre el reformismo librecambista y la izquierda conservadora, una mayoría silenciosa de los chinos opta por redescubrir la tradición confuciana. Una forma defensiva de encarar al mundo y tratar de sanar las heridas a la autoestima que sufrió el Celeste Imperio. La CCTV participa de este afán restaurador con programas de divulgación como Sala de conferencias, con exposiciones dinámicas y menos ceñidas a lo académico, a imitación de las TEDx. El primer programa fue una interpretación conspirativa y sexual del clásico de la dinastía Qing, Sueño del pabellón rojo. A eso le siguió otra interpretación, rayana en la autoayuda, de las Analectas de Confucio. En ambos casos, debieron disculparse ante las críticas académicas por la falta de rigor, pero los ingresos por publicidad y merchandising fueron fabulosos. Junto a esa divulgación restauradora campea el interés utilitario por la Historia occidental. En 2006 CCTV-2, el canal de finanzas, estrenó el documental El ascenso de las naciones poderosas, una historia de los imperios occidentales para el uso chino: cómo ser una potencia. Con la participación de Paul Kennedy y Joseph Stiglitz, el programa fue un éxito de rating y entre los internautas y vendedores de DVD piratas de Taiwán. 

La contracara del fallido iluminismo periodístico, la restauración divulgadora y la historia magistra imperiae son los documentales producidos por la CCTV, críticos y revisionistas de la historia oficial. El caso más emblemático fue La elegía del río, de Xia Jun, que criticaba el peso muerto de las tradiciones confucianas en la sociedad china. El programa se estrenó en 1988 y fue un éxito, al punto de inspirar en parte las manifestaciones estudiantiles de 1989. Xia fue radiado por seis años y su legado fue tomado por Chan Xiaoqing, un prestigioso documentalista inspirado por el cinema verité, la escuela historiográfica de Annales y el nuevo historicismo de Lévy-Brühl. Chen describió la vida y miserias de las aldeas chinas en sus documentales, exponiendo ”los hechos sin sermonear” para llegar a un público encallecido por la resistencia a la propaganda estatal.

Sin embargo, estos documentalistas autopercibidos como ”intelectuales críticos” saben que no tienen lugar en el giro mercantil y tecnocrático de la televisión y la sociedad chinas. El resultado de la apuesta fue claro: Xia se transformó en empresario de medios; Chen sigue en la CCTV, diagnosticado con depresión.

Leída a la distancia, la metonimia entre la Televisión Central y la China reformada es transparente: un sistema híbrido, un monstruo desproporcionado, que debe adaptarse al mercado sin abrir el juego político y sobre esa contradicción hace crujir a sus medios de comunicación, que deben lograr hacer propaganda y rating. Sin embargo, esa incapacidad de construir conocimiento e intelectuales en la TV, esa petulancia frustrada de periodistas iluminadores, ese aplanamiento del saber en divulgación nos resultan demasiado conocidos en Occidente. En La cuestión judía de 1843 un Marx casi psicoanalítico señalaba que todos aquellos atributos negativos que la sociedad proyectaba en los judíos eran los rasgos que el capitalismo se negaba a reconocer en sí mismo. Es probable que el interés morboso de Occidente por China, su contaminación y explotación social, su plebeyización estúpida y su falseamiento de la esfera pública busque también la caricatura de sí mismo.

Dos mil millones de ojos. La historia de la Televisión Central de China, de Ying Zhu
Eudeba, 2015, 364 páginas.

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