Hablan de cómo marchar sin ser reconocidas. “¿Unas máscaras?”. De cómo pegar carteles sin ser marcadas. “¡Hay cámaras por todos lados!”. Son cuatro y están reunidas en el patio de una casa en Pacheco. Hablan, también, de contactar a la familia de Norma Raquel García, la trabajadora doméstica del country de San Miguel que murió en diciembre, atropellada por la hija de sus patrones. Llamémoslas Claudia, Adriana, Silvia y Rita.
¿Qué sabíamos de las trabajadoras domésticas de Nordelta hasta que “eso” se viralizó? ¿Qué sabíamos de las trabajadoras domésticas de los countries? Ese piquete del 7 de noviembre sobre Avenida Nordelta y ruta 197 significó un antecedente. Lo dicen ellas, todavía con la adrenalina de ese día.
Hay dos caminos. O varios. Por un lado está el culebrón de la empresa de transporte Mary Go. Por el otro, una historia sutil, la de las trabajadoras transparentes que sostienen lo que se suele pasar por alto, esas tareas que son parte de un engranaje clave que, a la vez, ha sido históricamente desestimado.
Hay una expresión en guaraní, kuña guapa, que le da nombre a la mujer laburante, la sacrificada, la hacendosa, la que atiende el hogar y deja la casa limpia, los niñitos alimentados, antes de salir a limpiar
casas de otros, a alimentar niñitos de otros y volver al hogar a seguir trabajando. Viene de hace mucho: el concepto creció durante la Gran Guerra en Paraguay, entre 1864 y 1870, cuando los hombres fueron a la batalla y el 60% de la población murió. Sobre el cuerpo de ellas se reconstruyó una nación. Sobre su sacrificio, alabado como heroico, se traficó la explotación. Kuña guapa, un término que ahora, sin embargo, encuentra a corrientes feministas que empiezan a resignificarlo, para rescatar a esas mujeres valientes, trabajadoras y alumbrar otras cuestiones vinculadas al poder, a la lucha. Un linaje que solo necesita ser iluminado.
Muchas de las trabajadoras domésticas de Nordelta son paraguayas. Las hay también argentinas, peruanas, y en los últimos años creció el número de venezolanas. Aseguran que a los patrones les molestaba que ellas hablaran en guaraní, y que tuvieran olor, que viajaran transpiradas, y por eso pedían no moverse en las mismas combis.
“Esto es lo que hacen. Nos viven discriminando”, se escucha la tonada paraguaya. Es Laura, que por estos días está de visita en su país y por eso no está en la reunión en el patio de Pacheco.
“Señora, cumplo órdenes de la empresa”. La filmación con el celular de Laura muestra cómo el chofer le pide que espere al otro colectivo, “el que le corresponde”, y cómo avanza entre los asientos una mujer de tacos y pantalón sastre que sí puede viajar ahí. Sí pertenece. El video y la noticia que publicó La Izquierda Diario alertaron sobre lo que pasaba entre esas mujeres que conocen cómo viven, comen, y se comportan puertas adentro algunos de los hombres y mujeres más poderosos del país congregados en ese bioma artificial. El conflicto cuajó en la discriminación por el transporte pero eso que creció en los tiempos muertos de la cola del colectivo fue mucho más. Empezaron a hablar, a pasarse números de teléfono, a armar un grupo de Whatsapp. Fue un cimbronazo.
Repasemos: el 7 de noviembre de 2018, una, dos, tres, cuatro combis de la empresa Mary Go con asientos vacíos pasaron de largo ante esa fila de setenta mujeres que esperaban volver a su casa. Claudia estalló en un grito de bronca y enseguida cortaron la entrada de ese enjambre de veintitrés barrios cerrados con Asociación Vecinal, cámaras de seguridad, y un pacto tácito de vecinos que allí van a encontrar una vida “tranquila”, una vida entre muros. Ya se corría la voz de que la empresa atendía al pedido de algunos vecinos de Nordelta que no querían viajar con ellas. Los medios se hicieron eco. Empezaron los intereses cruzados. Se reflotó un proyecto para que ingresara una línea pública, la 730, y se aprobó pese a los cacerolazos de los “vecinos de Nordelta” que para entonces decían que los discriminaban por “chetos”. A partir del 7 de abril, la línea ingresará en las franjas de mayor demanda y la Mary Go, empresa privada que históricamente tuvo la exclusiva para circular por ahí, seguirá con un servicio gratuito interno. Para esta nueva movida, se reforzará el sistema de seguridad y se pondrán, avisan desde la Asociación Vecinal, cámaras de seguridad 360° en cada parada. Hubo, en el medio, pedidos de informes, presentaciones en el INADI, se puso en el tapete el monopolio de la Mary Go, se habló de Eduardo Costantini, y se analizó la pasividad del Estado. Pero durante el verano, la espuma del conflicto mermó y el lugar recuperó el tono de las noticias con las que se lo vincula a menudo: “Luli Salazar pasea a su niña en Nordelta, donde se siente segura”, “Un narco vivía en Nordelta y era ganadero en Bolivia”.
el panóptico de las dueñas
Las relaciones muros adentro se mantienen: hay patrones, patronas, y trabajadores y trabajadoras. Entre albañiles y empleados de seguridad, las empleadas domésticas, que suman unas 7000 entre las que van y vuelven en el día y las que trabajan con cama adentro, intentan aprovechar para hacer historia y organizarse.
“En los barrios vulnerables, o trabajás en Nordelta o salís a pedir cosas para vender en la feria o de manera ambulante, como hace mi hija”, dice Claudia. Vive en Pacheco, donde un sábado a la tarde se ven algunas ferias improvisadas en los patios, o una grande, que crece día a día al ritmo de la crisis, más allá, en la avenida.
Aunque ahora conmueva a todos en la ceremonia de los Oscar, en Latinoamérica el trabajo doméstico fue la principal ocupación de las mujeres durante el siglo XX. Más de doce millones (incluyendo niñas) se contaban en 2005 según la Organización Internacional del Trabajo. Un 15% de la población femenina.
Ellas ya saben que trabajar en Nordelta no es el paraíso. El trabajo doméstico tiene condiciones laborales más precarias que cualquier otro empleo. En Argentina, recién en 2013 se dictó una legislación que contempla esa actividad: la Ley del Régimen Especial de Contrato de Trabajo para el Personal de Casas Particulares, que busca dar los derechos laborales básicos. Un informe de 2018 de la Administración Federal de ingresos Públicos (AFIP) revela que mucho queda en la sombra: de una muestra de 1051 trabajadoras, 423 estaban en negro. ¿Los lugares de trabajo? Puerto Madero, barrios privados de zona norte, del oeste y el sur del gran Buenos Aires.
¿Ustedes están en blanco?
−Nosotras sí, pero en Nordelta la mitad de las 7000 está en negro.
Cobran de $100 a $120 la hora. Cada día pasan los dos círculos de seguridad y entran a esa propiedad en la que el patrón y la patrona tienen la última palabra. Las están buscando, lo saben. Ellas cuatro son las más activas, las que decidieron decir: “Hasta acá”. Y sentirse parte de un colectivo organizado. Un momento importante en la formación de esa identidad se evidenció cuando participaron de la Asamblea de Mujeres que se hizo el día después de que absolvieran a los acusados del femicidio de Lucía Pérez. Frente a cientos de mujeres, Claudia y Adriana se presentaron como “trabajadoras de Nordelta”.
“Lo primero que les quiero decir a todas es que no podemos salir en fotos porque hay una persecución muy grande de parte de las propietarias de Nordelta. Están buscando a las que están a la cabeza de esta lucha. Por denunciar todo lo que pasa ahí adentro, la discriminación de la Mary Go, por denunciar el trabajo en negro, la explotación laboral, los acosos. Nos están buscando”, dijo Claudia.
“Ahí donde trabajamos hay ministros, hay grandes empresarios, hay ingenieros, abogados. Nosotras somos solas dentro de la casa, no trabajamos de a muchas como en una fábrica. Tenemos miedo a los despidos. Yo estoy en blanco, pero es otra lucha que tenemos, yo gano 13.000 pesos y la verdad que no alcanza. Las chicas que trabajan con cama, que las tienen algunas en blanco, muchas en negro durante muchos años, cobran 10.000 pesos”, dijo Adriana.
Al día siguiente participaron de la marcha que se acordó en esa Asamblea. No fue fácil llegar. No podían faltar a sus trabajos, así que tuvieron que viajar luego de salir de Nordelta. Dos horas de viaje para poder estar ahí.
Para entonces, el grupo de WhatsApp iba creciendo y sumaba unas sesenta compañeras. Ahí empezaron a circular cosas: cuánto cobrar por hora, en qué casa mejor no trabajar, qué se puede hacer para lograr mejores condiciones de trabajo, qué cosas no hay que permitir, qué hacer si la patrona quiere echarte pero te pide que firmes la renuncia.
Entre los patrones, nadie recoge el guante y aseguran que no existe discriminación. Carla hace un año que vive en Nordelta y cuenta que contrató a su empleada a través de una agencia. “La probé. Me gustó y la tengo. Ella viene en bicicleta y me dice que no hay problemas”. Carla dice que toda la movida fue una operación para que entrara la 730. Ahora los Vecinos Autoconvocados le sacan viruta al chat de WhatsApp para ver cómo proponer una tercera vía y evitar que el barrio cerrado “se abra”. “Sé que suena clasista, pero lo que no queremos es eso. Y no somos todos multimillonarios. Hay gente que vino hace mucho y que si hoy tuviera que comprar la casa en la que vive no podría”.
Cada uno de los veintitrés barrios es un mundo. Cada líder de barrio tiene su red. Hay rencillas, internas, operetas. Santiago, otro vecino, cuenta que en una asamblea, por ejemplo, alguien fue a participar y dijo: “¿Esta es la reunión para solucionarle el transporte a los negritos y negritas que laburan en nuestras casas?”, pero hubo mujeres que lo cruzaron para decirle que era importante darles un medio para transportarse. Así fue como se extendió hace un tiempo el recorrido interno de la Mary Go. “¿Sabés quiénes se oponían a la medida de Mary Go para mi sorpresa? Las personas más paquetas, las más formadas, muchos que inclusive usan Mary Go. ¿Por sensibilidad? ¿Por justicia e igualdad? ¡Ni en pedo! Que no viajaran les desorganizaba los horarios, les desbarajustaba la operación casera, y las empleadas se les quejaban, les reclamaban las horas de espera o empezaban a faltar.”
“Los patrones están conectados. Si discutiste con alguno y te dicen alguna injusticia, tenés que sonreír y decir: ‘chau señora’ pero no podés mandarlos a cagar porque después te escrachan en el grupo. Agarran la foto de perfil del WhatsApp y dicen que no te contraten porque sos chorra o quilombera”, cuenta Claudia.
Solo en la provincia de Buenos Aires hay entre 900 y 1000 countries y barrios cerrados. Nordelta es el más famoso, el más grande. Cuando en 2014 le preguntaron al narcotraficante colombiano Henry de Jesús López Londoño, Mi Sangre, vecino del barrio hasta que fue detenido, por qué había elegido ese lugar para vivir, respondió: “Lo único que busqué como seguridad es un barrio cerrado. La seguridad de Nordelta funcionó a la perfección. Policías de Colombia entraron al país de forma ilegal, disfrazados de turistas. Vinieron a asesinarme y se encontraron con la barrera de protección. No pudieron pasar”.
Hay dos anillos de seguridad que las trabajadoras deben atravesar día a día. “El primero es cuando empieza Nordelta. Después hay otro a la entrada de los barrios. Ahí te tenés que registrar. Te miran los bolsos al salir y algunos te miran el bolso al entrar”, detalla Silvia.
¿Cómo las tratan los de seguridad?
−Cuando yo me pasé de barrio, al que trabajaba en seguridad también lo pasaron –cuenta Claudia. A veces me lo cruzo en Pacheco y nos saludamos. Inconscientemente, sabemos que somos los dos del mismo palo. Pero después están los otros, los que se piensan que son los dueños de Nordelta.
−Si no estás autorizada no podés salir del barrio –dice Adriana. A vos te fichan la entrada y la salida. Hay unos remises truchos que te cobran barato, y se pueden compartir, pero no podés salir cuando querés. Ponele que trabajás con cama y necesitás comprar comida, toallitas, algo, y tus patrones están en Europa. Tenés que esperar a que ellos manden un mail para avisarle al de seguridad que vas a ir al Coto que está dentro de Nordelta pero fuera del barrio en el que trabajás.
Dicen que el trato, en la mayoría de los casos, es con las patronas. La patrona se encarga de marcar, por ejemplo, “te dejé esa jarra para vos, no me tomes el agua mineral”, la que reta si llegan tarde, la que vigila. Ahí está el tercer cordón de vigilancia: la mirada. El tercer cordón de vigilancia es sagaz y opera puertas adentro.
Rita dice: “Hace un tiempo, trabajé en la casa de una nutricionista. Yo estaba arriba y cuando bajo la veo a ella en el cuarto de servicio revisándome la mochila. Le pregunté sorprendida qué pasaba y ella con naturalidad me dijo: ‘Es que siempre dejás el bolso arriba de la cama y hoy lo dejaste cerca de la piletita. Eso me generó sospecha’. Ese día dejé de trabajar ahí. Ella revisaba la bolsa de basura para ver si yo comía algo en el cuartito de la despensa. Si ellos no te ofrecen nosotras no les comemos todo. Yo llevaba alfajores y caramelos y ella agarraba los papelitos que yo tiraba para saber si eran de la misma marca que los que tenía ella”.
Claudia se acuerda de algo que le pasó hace unos años (hace más de diez que trabaja en Nordelta): “Yo tenía cuatro chicos en casa, los otros cuatro ya habían crecido. Me iba confiada a los trabajos nuevos y me encontraba con que no podía compartir la comida. Por ahí entonces sí picoteaba una galletita, pero al otro día me llevaba la vianda”.
Rita suma: “A mí también me pasó. Comí cuatro Chocolinas. Cuando llegó la patrona, empezó: ‘¿Chicos, chicos, quién se comió las galletitas?’. ‘Yo, señora. Fui yo’, le dije. Y me respondió: ‘Mirá, Rita, si vos querés galletitas, me pedís y te compro para vos. ¿Cuáles te gustan?’. ‘Cualquiera, señora’, le dije. Al otro día me compró un paquete de galletitas de agua”.
Hay cosas más densas que ahora, que están conectadas, pueden compartir. Entre las cuatro reconstruyen: a una compañera, que había llegado hace poco de Paraguay, su patrona la echó porque se había peleado con la chica que planchaba. En realidad, la obligó a renunciar y le advirtió que, si le
hacía juicio, iba a hablar con sus contactos en Migraciones para que no pudiera salir del país para pasar las Fiestas con su familia. “Mirá qué pilla la patrona para no pagarle la antigüedad de los tres años”, dicen las cuatro y suman otra historia que se compartió en el grupo: “fue una similar pero la patrona la
llevó a la chica en su 4x4 hasta el correo y se quedó hasta que hizo el telegrama de renuncia. Después se fue. Pero esta compañera se avivó y volvió corriendo al correo y el empleado que la había atendido se había dado cuenta de todo y logró anular el telegrama. La chica pudo hacerle juicio. Hacía diez años que trabajaba ahí”.
¿El sindicato interviene en esos casos?
−En Tigre hay delegación. Atienden los miércoles. Cuando fui, había un pibe de poco más de veinte años que lo que menos sabe es limpiar una casa.
Por lo general las patronas son mujeres. ¿Nada de sororidad?
−Es que ahí entra el clasismo. Es así. Es una cuestión de clase. Después ellas van a las marchas por Ni una menos.
La hija de Claudia, Carmen, aparece y cuenta cómo el hijo de 15 años de su patrona apareció un día desnudo frente a ella. Por algo similar, su hermana, que trabajaba en la casa del padre del muchacho, había renunciado porque no aguantaba más. El detonante fue un clásico que se repite: el patrón le susurraba al oído mientras ella lavaba los platos.
“Es el machismo del hombre de creer que somos objetos y pueden hacer lo quieren porque tienen dinero y suponen que nosotras vamos a estar en silencio. Por eso está bueno esto de juntarnos, porque muchas chicas lo sufren, en especial las que duermen con cama, y por conservar el trabajo soportan cosas”, dice Silvia.
el círculo de las tinieblas
Claudia militó hace años, tiene la lectura del momento. Propone reuniones. Adriana fue parte del colectivo de esposas de la Línea 60 que en 2015 pelearon junto a sus compañeros por los puestos de trabajo. René y Silvia no tienen un pasado de militancia ni en Argentina ni en Perú, de donde vienen, pero son puro temperamento.
¿Qué buscan ustedes como grupo?
−Defendernos del acoso, de la discriminación, del trabajo en negro. A todo eso lo queremos erradicar de a poco.
¿Cuesta la participación?
−Algunas no preguntan cómo nos fue en la asamblea de Ni Una Menos, ni en qué avanzamos. Solo quieren trabajar y trabajar. Nosotras también queremos trabajar pero tenemos que hacernos un tiempo.
−Hay patrones que te hacen trabajar doce horas o de lunes a lunes. Imaginate si lográramos que fueran jornadas de ocho horas. Sobraría trabajo. Se necesita gente que se atreva.
−Nosotras venimos a lavar su mugre. Habría que hacer una huelga y ver cómo se arreglan ellas, a ver si van a agarrar la escobita, el clorito.
¿Qué cosas concretas esperan que cambien?
−Tener el básico de 12.000 pesos, y un jardín maternal para las empleadas. Una vez se ahogó la hija de una compañera que no tenía con quién dejarla y la llevó a Nordelta porque no la dejaban faltar. Desde entonces no podemos ir con chicos. Y no vamos a ser eternas en este laburo. Si tenemos un accidente, ¿qué pasa? Todas esas son cosas que pueden cubrir un trabajo en blanco. Si estamos en negro no tenemos derecho a nada.
−Y nos gustaría tener delegadas en cada barrio, para tener un apoyo moral. Por suerte nos acompañaron de otros gremios. Eso nos da fuerza para pelear, con más ahínco. Por fin salimos a la luz, por fin nuestra voz es escuchada.
En 1901 el belga Maurice Maeterlinck publicó el libro La vida de las abejas. Allí observaba esta especie única sobre la que se sostiene, aseguran, el destino de la Humanidad y se preguntaba: “¿Y la reina abeja a quién obedece? A la comida que le dan, porque no toma por sí misma sus alimentos; es alimentada como un niño por las mismas obreras a quienes agobia de fatiga su fecundidad. Y, a su vez, esa comida que las obreras le tasan guarda proporción con la abundancia de las flores y con la cosecha que traen las libadoras de los cálices. Aquí, pues, como en todas partes, una porción del círculo se halla sumido en las tinieblas; aquí, pues, como en todas partes, la orden suprema viene de fuera, de un poder desconocido, y las abejas se someten como nosotros al amo anónimo de la rueda que gira sobre sí misma aplastando las voluntades que la hacen mover”.
Tan puertas adentro y al mismo tiempo tan a la intemperie, en este enjambre, las trabajadoras domésticas de Nordelta supieron por una vez poner en evidencia lo invisible y agitar el avispero.