La primera etapa del proceso electoral en curso está a punto de finiquitar y la relación de fuerzas se inclina hacia uno de los polos en disputa. Que Cristina Fernández de Kirchner (CFK) detente la iniciativa no es solo consecuencia de su talento, ni la pericia de sus oponentes es tan escuálida como parece. Sucede que la política a veces se rige por las leyes de la física y entonces el margen para la voluntad se reduce al mínimo indispensable. Todavía falta mucho, hasta el momento solo sabemos una de las fórmulas que competirán, y la Argentina es un territorio sísmico siempre sujeto a lo imprevisible, pero la tendencia por ahora parece nítida y la expresidenta acompaña el curso de los acontecimientos con sutiles movimientos tácticos.
El renunciamiento a postularse a la presidencia, aun encabezando todas las encuestas, fue una estocada artera. Si no estaba en los cálculos de nadie es porque el elegido, Alberto Fernández (AF), no cuenta con votos propios y ni siquiera figuraba como candidato. Un experimento de transferencia nunca visto pero que tiene lógica y en sus primeros testeos parece demostrarse eficaz: incremento en la intención de votos de la flamante fórmula, estupefacción en las filas terceristas que procuraban ofrecer una alternativa competitiva, y un oficialismo en pánico aferrado al viejo truco de la grieta.
Pero, antes que por los efectos, habría que comprender la jugada por sus causas. Luego de la derrota electoral de 2017 en la provincia de Buenos Aires, y más aún a partir de la debacle económica desatada por el macrismo en 2018, CFK trazó dos objetivos fundamentales en 2019: primero, la unidad del peronismo para ganar las elecciones; segundo, sentar las bases para una gobernabilidad que se prevé áspera en el caso de que un nuevo ciclo político emerja en diciembre. El “fernandizmo” es una apuesta coherente con ambos propósitos, por eso rápidamente la alquimia se tornó verosímil; aunque está por verse si conseguirá ser verdadera en términos históricos, algo muy difícil de pronosticar.
El principio rector de esta estrategia es la convocatoria a un nuevo contrato social, lo cual requiere de una coalición de gobierno más amplia aún que la unidad electoral en ciernes. La hipótesis sería que el retroceso, y por lo tanto “la vuelta”, no nos conduce al reciente 2015 sino al trágico 2003. En lugar de la mítica plaza de despedida cristinista, lo que diciembre ofrece es la ardua labor de reconstruir un país otra vez desde las ruinas. Alberto Fernández, como Néstor Kirchner (NK) entonces, tendrá la tarea de unificar mundos que parecen irreconciliables y establecer redes de contención. Pero lo que “el Furia” (NK, al decir de Jorge Asís) consiguió en base a una desesperada acumulación de legimitidad popular, radicalizando los enfrentamientos al mejor estilo populista y alimentándose de la fuerza simbólica de sujetos cuestionadores; el “Poeta Impopular” (AF) lo lograría gracias a la moderación, el talento para la rosca y la racionalidad superestructural. Si el kirchnerismo surgió para obligar al Estado a reconocer demandas y luchas que habían sido ninguneadas por la democracia realmente existente, el “fernandizmo” nace con la necesidad de pausar la agenda callejera (porque divide) para que “la política” pueda hacer su trabajo de victoriosa componenda.
El renunciamiento es también una forma de admitir que no están dadas las condiciones hoy para un nuevo mandato kirchnerista. Quizás este diagnóstico impregnado de realismo asegure lo que no pudo garantizar CFK a sus seguidores en 2015: el triunfo en las elecciones, lo cual no es poco. Pero cuesta imaginar que la mera apelación al cálculo como método, deplazando del tablero a la audacia, alcance para inaugurar un nuevo ciclo político. Sobre todo si se tiene en cuenta la asfixia financiera y geopolítica que heredará la próxima administración, con los límites que tal coyuntura impone al acuerdismo social ahora de moda.
El repliegue de la expresidenta no debe ser leído, como sugieren las oxidadas usinas cambiemitas, como una remake de aquella vieja consigna “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. Todo parece indicar que CFK ha comenzado su retiro a los segundos planos, con la intención de generar las condiciones para un gobierno de transición mientras prepara el trasvasamiento generacional en su propia escudería. La candidatura a gobernador de Axel Kicillof es una señal en ese sentido, y habrá que estar atentos al rol de su hijo Máximo en el armado de las listas.
Un fantasma inquieta al inconsciente colectivo luego del decidido apoyo que Donald Trump le propinó a Mauricio Macri: ¿entregarán mansamente el poder los dueños de la escena o se reservan alguna carta capaz de torcer la voluntad popular?
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