Le prenden fuego la casa. La Deo ya sabe de estas cosas, pero esta vez le toca más de cerca que nunca. Además, ahora es mamá de su primer hijo, que va a cumplir cinco años. Y le están quemando la casa. La cosa viene brava hace días. Antes les habían tirado palos y bombas molotov en el pozo de agua hasta hacerlo desmoronar. Después les habían robado algunas cabras y matado un chancho. Ahora fueron más lejos. El fuego hace crujir el hogar de la Deo, donde viven también sus padres y sus hermanos, en la comunidad de Pampa Pozo, a quince kilómetros de Quimilí. Es octubre de 2005, y ahí donde ahora sisean las llamas, antes vivieron los abuelos y bisabuelos de la Deo. Durante años, a ellos también los habían intentado echar, pero nunca de este modo. La casa estaba hecha con grandes horcones de madera y techo vivo, con tierra y plantas. Cinco matones la han prendido fuego y huido en una camioneta. Todo arde y Deolinda Carrizo, la Deo, no podría imaginarse el futuro. Nosotros lo conocemos. Pero antes de contarlo es preciso mirar hacia atrás.
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Uganda Cipriana Lemos era la partera de Pampa Pozo. Para la Deo era la tía Uganda, y la había traído al mundo una tarde de 1980, siete años antes de pararse frente a la primera topadora que vieron aparecer.
La Deo va a recordar que tenían seis vacas lecheras, que hacían queso y dulce de leche, y que tomaban la espuma del ordeñe recién hecho. La mitad de esas vacas se las tuvieron que dar a Orlando Jorge, el empresario que llegó diciendo que el terreno era suyo. La tía Uganda le había hecho frente blandiendo una pala con las mismas manos con las que traía los bebés al mundo. Había aprendido de la bisabuela Nemesia, que también supo ser partera y luchadora. En los años setenta había sido una de las pocas que pudieron quedarse cuando el empresario Jorge encabezó el primer desalojo de la zona, que terminó con un centenar de familias expulsadas de Pampa Pozo. Hasta que llegaron las topadoras.
Poco después de esa aparición, Eusebio Isac y Pocho Carrizo, el abuelo y el padre de la Deo, empezaron a caminar silenciosamente los senderos hasta las casas y parajes vecinos. Querían organizarse. Por esos años, al sudeste de la provincia se había escuchado El Grito de los Juríes. Así llamaron a la primera manifestación masiva en protesta por los desalojos que venían en aumento. Miles se movilizaron en el departamento Taboada, a cien kilómetros de Quimilí y a trescientos de la Capital.
Unos años antes se había hecho en Colombia el Encuentro de Mujeres Campesinas, que empezaban a oponerse a la celebración de los 500 años de lo que todavía llamaban el descubrimiento de América. La Deo va a recordar que por esos años iba a la escuela en el pueblo de Quimilí y el 12 de octubre con sus compañeros tenían que vestirse de indiecitos, con arpillera y pluma de gallina. Y va a recordar que Benito, su bisabuelo, le decía que los indios no eran eso. Él, que era cacique y que en su juventud había sido baqueano y recorrido los caminos más lejanos y perdidos del monte, le había dicho que los indios eran otra cosa. Que nadie los había descubierto. También le había contado que a principios de los cincuenta había visto grupos de auténticos indios vagar sin rumbo, fugados de los obrajes donde los tenían en condición de esclavos.
Cuando se fundó el Mocase, en agosto de 1990, la lucha ya era otra. Ya no era contra los empresarios que explotaban a los indios que hachaban madera hasta la última gota de sudor y sangre, sino contra los empresarios que los desalojaban porque decían que las tierras eran suyas.
El Mocase llegó a agrupar a nueve mil familias organizadas en seis centrales ubicadas en distintos puntos del territorio provincial. Pero no lo hicieron solos. Curas, técnicos y estudiantes que llegaban de otras provincias argentinas y también de Europa, se fueron acercando a las centrales. Seducidos por la épica de la resistencia monte adentro, se vincularon a esta nueva organización y la ayudaron a abrirse a nuevas ideas y contactos monte afuera. En otras provincias, en la capital, y en el exterior.
La Deo creció viendo a toda esa gente agruparse y organizarse. En 1998, con solo 18 años, viajó a Mato Grosso, enviada junto a otros once jóvenes argentinos a los cursos de formación política organizados por el Movimiento Sin Tierra de Brasil. En ese enorme estado de extensas planicies, menos del uno por ciento de los propietarios tiene la mitad de las noventa millones de hectáreas del territorio. A fines del siglo pasado, Mato Grosso se había convertido en emblema de la lucha por la recuperación de tierras y uno de los primeros lugares donde se avanzó en la formación política de líderes campesinos a escala internacional. De aquel viaje, que duró un mes, la Deo recordará las requisas hechas por las fuerzas de seguridad, que acusaban al MST de estar formando guerrilleros. Recordará que no se podía sacar de la cabeza que habían matado noventa campesinos en Brasil en lo que iba del año. Y también dirá que allí, bien joven, empezó a pensar los problemas de Quimilí a escala latinoamericana.
Ese mismo año la Deo hizo otro viaje, más corto. Recorrió a toda velocidad la ruta 116 en la camioneta de su padre hasta llegar a La Simona. Un grupo de topadoras de la empresa Los Mimbres había pasado arrasando árboles y cercos, con la intención de desplazar a las familias para plantar soja. Miembros de distintas centrales del Mocase llegaron a resistir, y se parapetaron durante días y noches bajo una carpa de plástico negro. Por primera vez los enfrentamientos entre campesinos y topadoras se vieron en las pantallas de los canales nacionales. El conflicto cobró otra dimensión.
Los campesinos impidieron el desalojo pero la tensión se mantuvo. El empresario Guillermo Mazzoni, titular de Los Mimbres, firmaría la paz con el Mocase recién quince años después, en una mesa al lado de la Gobernadora y el Defensor del Pueblo, en el marco de las mesas de diálogo por la tierra.
Con la llegada del siglo XXI el precio internacional de la soja se triplicó, y en Santiago las hectáreas de este cultivo pasaron de cinco millones a mediados de los noventa, a trece millones a mediados de los dos mil. Muchas de ellas, a expensas de violentos desalojos.
Los conflictos se expandieron por todo el territorio: antes de 2005 hubo enfrentamientos en Pinto, Las Lomitas, Santo Domingo, San Pedro, Tres Leones, Tintina, Las Cañas. En casi todos, la policía defendiendo a los empresarios, y con decenas de campesinos heridos y detenidos.
En 2000, en Atamisqui, el Mocase había realizado el primer taller con delegados de todas las comunidades para organizar la resistencia. La Deo recordará que el objetivo era mirar las raíces, hacer un camino de autorreconocimiento, y atar más seriamente la historia y la memoria que tenían los mayores, para encarar las luchas contemporáneas.
En 2005 la Deo es una de las principales oradoras en el campamento de jóvenes en Quimilí. Sigue los pasos de su hermana Nélida en la comisión de comunicaciones del movimiento. Ha hecho programas de radio en distintos pueblos y acaba de llegar de Alemania, donde estuvo durante quince días participando de un intercambio de radios alternativas. En el campamento habla con fuerza. Dice que los medios masivos son cómplices de la persecución de los campesinos, y remarca la importancia de contar desde sus radios lo que no se cuenta en otro lado. Tiene una remera negra que le queda grande y jeans celestes gastados. El pelo, la piel y los ojos son de distintos tonos de avellana. Aunque los ojos son más claros y luminosos. Le alivianan el ceño fruncido y duro. Después va a marchar con una multitud por la ruta de Quimilí agitando las banderas celestes, rojas y blancas del Mocase. Serán una columna inmensa levantando una polvareda y gritando tres palabras. Producir. Ocupar. Resistir.
Y allí resisten las comunidades como Pampa Pozo, que quedaron como oasis de monte en medio de kilométricas planicies donde el suelo sin bosque, sembrado con maíz y soja transgénicos, se ha reducido a un delgado filete verde bajo el cielo enorme. Para llegar a sus casas hay que abrir tranqueras de campos privados que los rodean, porque han quedado prácticamente encerradas con el avance de los empresarios que se han adueñado de la tierra. Por eso los quieren sacar. Por eso, en esos días llegan los matones a quemarle la casa a La Deo y su familia.
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Difícil saber si hay violencia más profunda que la destrucción de un hogar. En todo caso, al calor del fuego, no hay comparaciones que valgan. Mientras los cuerpos se tiñen de naranja a la luz de las llamas que se comen la casa, la Deo probablemente no piensa en eso. Tampoco en el futuro, que está al llegar.
Días después van a decidir que no quieren reconstruir la casa. Se van a mudar un tiempo a la ciudad de Quimilí. Pero después del fuego la cosa va a cambiar. En 2006 el Congreso de la Nación va a sancionar la Ley 26160, que declarará la emergencia en materia de posesión y propiedad de las tierras que tradicionalmente ocupan las comunidades indígenas originarias del país. En 2007 la comunidad de Pampa Pozo, con la familia de la Deo a la cabeza, va a tramitar ante el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas su reconocimiento como población originaria vilela. Y esto les va a garantizar sus derechos como propietarios de la tierra. Van a ser 519 personas autorreconocidas como vilelas en todo el país, y de ellas 359 en territorio santiagueño. En la provincia se van a reconocer 49 comunidades de distintas etnias. La Deo va a organizar un emprendimiento con tres primas, una tía y un tío. Todos con el Plan Trabajar, van a entrar a un programa de proyectos productivos. Con un subsidio de Nación van a comprar trece vacas, y a su emprendimiento lo van a bautizar Producción y Género. Van a hacer un corral comunitario, van a empezar la yerra y diez años después sus vacas van a ser más de ochenta. Pero también van a seguir luchando, porque Santiago es grande y los conflictos seguirán apareciendo en el territorio.
A pesar de estar vigente la ley de emergencia, las cosas se van a agravar. En marzo de 2010 Eli Juárez, de 33 años, se va a morir de un ataque al corazón cuando tres topadoras entren en su predio de la localidad de San Nicolás, apoyadas por un grupo de Infantería de la Policía de la Provincia. Veinte meses después, en el paraje San Antonio, Javier Juárez, sicario del empresario santafesino Jorge Ciccioli, le va a pegar un escopetazo en la ingle a Cristian Ferreyra, de 23. Cristian se va a morir, y treinta y seis meses después a Juárez lo van a condenar a diez años de cárcel en un juicio en el que Ciccioli también va a ir al banquillo, pero lo van a declarar inocente. Menos de un año más tarde, en el paraje El Simbol, Paulino Risso Patrón le va a dar una mortal puñalada en el cuello a Miguel Galván, de 40 años. Risso Patrón va a ir preso y a aceptar la culpabilidad de homicidio en un juicio abreviado que lo va a condenar a nueve años de cárcel. Pero se va a desvincular a la agropecuaria La Paz, con la que se relacionaba al asesino en el marco de una investigación por un conflicto de tierra en la zona.
Del otro lado también va a haber bajas. Orlando Jorge, el empresario que la Deo señalará como el responsable de haber mandado quemar su casa y perseguir a su familia durante tres décadas, va a terminar mal. Se lo va a tragar la tierra. Literal. Va a recorrer un campo en un tractor y va a caer en una grieta y a morirse aplastado. Un final que los campesinos, cuando hablen entre ellos, no lo van a considerar un accidente, sino obra del Sachayoj, protector del monte.
Mientras tanto los desalojos van a seguir, porque son decenas de empresas las que avanzan. La Deo va a alzar la voz denunciando las muertes de los hombres y mujeres del Mocase, y la continuidad de los ataques empresarios contra las comunidades campesinas. Y va a llevar esa denuncia por la Argentina y el mundo.
Después de participar de la fundación del Movimiento Nacional Campesino Indígena en 2010, va a ser una de las protagonistas en la articulación con la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones de Campo. La Cloc, que hasta entonces estaba organizada en las regiones Caribe, Centroamérica, y Andina, incorporará desde allí a la región Cono Sur. La Deo va a viajar por el mundo. Va a ir a Mozambique a preparar un campamento de juventudes donde las organizaciones latinoamericanas compartirán experiencias con las de África. Va a participar de una misión solidaria en Haití después del terremoto que causará más de trescientas mil muertes y dejará sin hogar a un millón y medio de personas. Va a ir a Colombia como veedora del proceso de paz entre el gobierno y las Farc. Va a participar de reuniones de la Cloc en diferentes países y en 2013 la van a elegir secretaria política de la organización, junto a Diego Montón, integrante del MNCI que milita en Mendoza. Porque la Cloc se organizará así: con un varón y una mujer como secretarios y voceros por cada una de las cuatro regiones. Y cada cuatro años una de esas duplas será la conductora a nivel global. Entre 2013 y 2017 lo harán la Deo y Montón, representando a 84 organizaciones de 18 países de América Latina.
En 2015, después de participar en una reunión con el vicepresidente boliviano Álvaro García Linera en el Forum de Santiago del Estero, la Deo me va a decir en una entrevista que en el Movimiento es una exigencia la participación con paridad de género. Y que no se trata de ir a cubrir un lugar como mujer. Que están construyendo el concepto del feminismo campesino, popular, originario y comunitario. Que quieren romper con la idea de una mujer que busca quitarle el lugar al hombre. No pensamos eso, va a decir. Pensamos cómo complementar nuestra batalla contra el patriarcado y el machismo. Y no solo hombre y mujer, sino toda la familia.
En diciembre de 2017 los campesinos santiagueños van a entrar en la lista negra de los grandes medios de Buenos Aires. En el canal América, Luis Majul los va a asociar a la RAM y a poner al aire un informe titulado “Mocase: otra cara violenta de la argentina”. El aparato estigmatizador los va a poner en la mira, y la lucha se volverá más difícil.
Pero todo eso será mucho después. Ahora es 2005 y le queman la casa. Ella no sabe lo que le espera. El futuro, del que nosotros solo conocemos una parte, es enorme. La Deo va a cambiar, para ser cada vez más ella misma. Se va a hacer más fuerte, y se va a ver diferente. Va a empezar a usar guayaberas blancas o rojas con bordados coloridos y aros grandes. Se pondrá adornos en el pelo y hablará arrastrando sus eses y sus erres de un modo que no parecerá del todo santiagueño. Ni jujeño, ni paceño ni cuencano. Desde el corazón del monte, su voz aplomada seguirá inspirando.
(Una primera versión de este texto fue publicada en Santiago del Estero en la revista Agenda de Género[s] N° 4, en noviembre de 2017).