En La naturaleza política de la selva (Caja Negra, 2024), Paulo Tavares explora la intersección entre arquitectura, ecología y derechos no-humanos en la Amazonia y otros paisajes poscoloniales para dar cuenta de nuevas prácticas militantes. A través de doce ensayos cuestiona las nociones tradicionales de naturaleza, desarrollo y arquitectura, proponiendo una nueva sensibilidad material y una imaginación política para entender estos entornos.
“Las interpretaciones cartográficas estándar presentan los bosques de la Amazonia como ambientes no intervenidos (por el hombre)”, asevera Tavares en el capítulo que le da título al libro. “En un amplio abanico de campos –etnografía, biología, arqueología, geografía–, así como en la cultura occidental en general, existe la constante suposición de que las sociedades indígenas no ejercieron ninguna influencia sobre la composición de las especies y la biodiversidad de la Amazonia”, remarca el arquitecto brasileño.
“Tenemos que cambiar nuestro horizonte y pensar en nuevas formas de relacionarnos con la Tierra”, señala Tavares en una conversación exclusiva con la revista crisis. “Los modos de habitar de los pueblos de la selva no solo dejan una clara huella en el paisaje, como revela la arqueología de los pueblos desaparecidos, sino que también han desempeñado y desempeñan una función notable en la conformación de las asociaciones vegetativas y los contenidos de especies selváticas”.
Ganador del León de Oro en la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2023, junto a Gabriela de Matos, por su exposición Terra. Mismo año en que fue seleccionado por ArchDaily como una de las Mejores Prácticas de Arquitectura, para Tavares “la historia de Latinoamérica está marcada por el extractivismo, pero también por una tradición de resistencia política que señala que el extractivismo, bajo su mecanismo colonial, nos lleva al subdesarrollo”.
Utilizando herramientas de la arquitectura y tecnologías digitales, Tavares revela cómo la organización del espacio puede ser tanto un instrumento de poder y violencia como un medio para la defensa de los derechos humanos y ambientales. “Trabajo con herramientas como medidas del espacio, dibujos, cartografías y construcciones digitales. Aprovecho el lenguaje de la arquitectura para mapear violaciones a los derechos de las comunidades”.
Tavares estudió en la Universidad Estadual de Campinas. En Londres fue miembro de la agencia de investigación independiente Arquitectura Forense. Esta práctica permite que materiales y estructuras se conviertan en testigos de la violencia ejercida contra las personas en contextos de conflictos políticos, control fronterizo, ataque a los derechos humanos y no humanos.
La arquitectura forense hace "explícita su preocupación por la distribución de la cognición en artefactos, archivos, sistemas de imagen y sensores y las formas en que esto permite a algunos actores, y no a otros, hacer afirmaciones de conocimiento", señala Alejandro Limpo Gonzalez en el prólogo del libro. La preocupación sobre el uso de la tecnología y métodos de la arquitectura para cartografiar una disposición militante de leer el espacio forestal se encuentra entre otra de las intenciones del libro.
“La cartografía es quizás el ejemplo más clásico de cómo los instrumentos espaciales surgieron al servicio del colonialismo, facilitando la ocupación territorial y la identificación de recursos naturales. Sin embargo, en la actualidad, están emergiendo cartografías activistas que se desarrollan directamente en los territorios, promoviendo formas de vida alternativas y más justas”, resalta Tavares ante la pregunta por las posibilidades de la cartografía y arquitectura.
A medida que los mapas y las cartografías militantes se transforman en herramientas de intervención forense, también se exponen las condiciones de producción del discurso moderno-colonial que presenta al Amazonas como un territorio vacío, reducido a su condición de plataforma para la extracción de recursos.
En la siguiente entrevista, exploramos su crítica al desarrollismo, la tradición de resistencia política en América Latina y el diseño militante como herramienta para repensar el vínculo entre el espacio y los derechos, tanto de las comunidades humanas como de los entornos naturales.
Acabas de ganar el León de Oro en la Bienal de Venecia por el proyecto Terra. ¿Qué aprendizajes te llevás sobre la relación entre arquitectura, territorio y justicia social?
El proyecto Terra fue una experiencia enriquecedora, especialmente por trabajar junto a Gabriela de Matos y con diversas comunidades afrobrasileñas e indígenas, quienes, por primera vez, estuvieron representadas en el pabellón de Brasil. Desde el inicio, identificamos dos aspectos clave en el proyecto. El primero fue la idea de reparación histórica a través de la arquitectura. Esto implicaba reconocer que las tecnologías espaciales y las formas de diseñar el paisaje de estas comunidades, a pesar de haber sido históricamente excluidas de las narrativas de la arquitectura canónica, son esenciales y merecen representación. De esta manera, el proyecto se planteó como una intervención en la historia, un acto de justicia que abordó también el concepto de nacionalidad dentro del pabellón. El segundo aspecto, que iba más allá de la representatividad, fue aprender de lo que llamamos "tecnologías ancestrales". Inspirados por el pensamiento indígena contemporáneo, entendimos que estas formas de conocimiento, aunque provienen de tradiciones milenarias, tienen mucho que enseñarnos sobre cómo relacionarnos con la tierra. Lo más innovador en torno a la naturaleza y la vida en el planeta está inscrito en las configuraciones espaciales que llevamos al pabellón. Este diálogo entre lo ancestral y lo contemporáneo fue central para el mensaje de Terra.
En el libro desarrollás el concepto de arquitectura forense que también articula esa conversación entre lo ancestral y lo contemporáneo. ¿Cómo se vincula esta disciplina con el concepto de diseño militante? ¿Y qué rol cumple en la defensa de los derechos humanos?
Históricamente, la conexión entre arquitectura y poder se ha visto desde un punto de vista simbólico, como los grandes palacios que muestran quién está en el poder. Sin embargo, Foucault nos enseñó que el poder también se ejerce a través de la organización del espacio y los movimientos dentro de él. La arquitectura puede ser un instrumento de exclusión y violencia, pero también puede proteger derechos. Cuando comprendemos que la arquitectura y el espacio son instrumentos de poder que van más allá de lo simbólico e ideológico —que pueden funcionar como un arma—, entendemos su capacidad para generar exclusión, violencia o violaciones de derechos. Pero también es fundamental reconocer que la arquitectura puede convertirse en un mecanismo de protección y en una herramienta para la defensa y militancia de los derechos. La arquitectura forense utiliza herramientas como dibujos, cartografías y construcciones digitales para mapear violaciones de derechos y hacerlas visibles. Un ejemplo claro es la ocupación ilegal israelí en el West Bank, donde la arquitectura se usa para implementar un sistema de apartheid. En Latinoamérica, debemos pensar en una práctica espacial militante que defienda los derechos fundamentales de las personas y la tierra. Tenemos que hackear los instrumentos de poder espaciales para visualizar el territorio y la resistencia de una manera completamente distinta.
En la arquitectura forense la tecnología se pone al servicio de la comunidad. ¿Cómo entendés la tecnología?
La tecnología es un espacio de intervención política. Un instrumento cuya finalidad no está garantizada por su propia naturaleza, sino por la forma en que vamos a utilizarla. En este sentido, el trabajo que realizamos en arquitectura forense utiliza los avances tecnológicos como herramientas políticas de resistencia. Al mismo tiempo, es importante señalar que los pueblos originarios tienen tecnologías fantásticas para relacionarse con el ambiente. Sin embargo, bajo la epistemología del colonialismo moderno occidental, estas tecnologías fueron consideradas primitivas. Pensemos en la selva como una red de comunicación, en la cual todo está vivo y conectado. El antropólogo Eduardo Kohn, describe la selva como un ser pensante, un espacio con su propio pensamiento. Vivimos un momento fascinante, en el que parece abrirse una nueva forma de conocimiento, un encuentro entre la ciencia más avanzada y el pensamiento ancestral de los pueblos originarios. Esta convergencia nos señala hacia una perspectiva diferente sobre la Tierra, que resulta crucial para enfrentar la crisis ecológica y climática que atravesamos.
Tenés una postura muy crítica al desarrollismo. No obstante, en los años en que se implementó este modelo político-económico existió pleno empleo y cierta riqueza en las sociedades latinoamericanas. Mirando hacia el futuro de la región, ¿cómo podemos superar estos paradigmas y generar la riqueza necesaria para lograr una mayor igualdad?
El proyecto moderno en Brasil y Latinoamérica, desde los años 50 hasta los 60, antes de la dictadura militar, fue un movimiento utópico de transformación social, ligado a la modernidad, al desarrollo social y económico. Este movimiento tenía una fuerte conexión con el modernismo cultural y estético. Hubo muchos cambios significativos, especialmente desde los años 30 con Getulio Vargas, quien inició una revolución burguesa moderna. Sin embargo, este proceso tenía contradicciones fundamentales. Una de ellas, que remarco en el libro, es la continuidad con el colonialismo en la raíz del pensamiento de desarrollo y modernidad. Esto se veía tanto en el planeamiento material, que implicaba la conquista de fronteras y territorios, como en la ideología. Getulio Vargas decía que su imperialismo no era para conquistar otros países, sino para conquistarnos a nosotros mismos.
¿Cómo afectó el proceso de modernización en Latinoamérica a los pueblos indígenas y al ambiente?
Las élites políticas y económicas de Latinoamérica creían que debían conquistar y colonizar su propio territorio para alcanzar el progreso y la modernidad, bajo la influencia del modernismo. Un ejemplo de esto es Brasilia, una ciudad creada para conquistar lo que se consideraba una región inhóspita, aislada y poco desarrollada. Brasilia es una capital colonial, su fundamento ideológico-cultural es hacer una ciudad en lo que se decía era el desierto, la frontera. Este proceso, impulsado por figuras como Lucio Costa y Mario Pedrosa, ha tenido un costo significativo. La modernización causó una destrucción ambiental muy violenta en nuestros territorios. Porque cuando la modernización se militariza, se vuelve aún más violenta, no solo en términos de destrucción de la naturaleza sino también en la imposición de un Estado-Nación autoritario y racista. Este enfoque ha sido especialmente perjudicial para los pueblos indígenas. Mi trabajo examina los legados de este proceso violento, que se manifiesta a través del planeamiento y la arquitectura moderna.
No obstante lo cual, volvemos a los procesos de resistencia.
Cuando Brasil salió de la dictadura militar y entró en la abertura democrática surgieron fuertes movimientos ecologistas y democráticos. Los activistas luchaban tanto por la protección de la naturaleza y la selva, como por los derechos humanos y la libertad de expresión, que habían sido reprimidos por los militares. Un ejemplo importante es Chico Mendes, un siringuero que promovió prácticas sostenibles y fundó el Consejo Nacional de Siringueros en 1980, además de participar en la creación del Partido de los Trabajadores en São Paulo. Para mí, estos movimientos están muy conectados: una democracia fuerte y la defensa de los derechos de la naturaleza van de la mano.
Vuelvo sobre lo mismo. ¿Es posible tener un desarrollo sostenible en la región?
Creo que hay experiencias muy valiosas en todo el continente que demuestran que es posible lograr mayor igualdad social y económica si las personas tienen derecho a la tierra y esta se preserva. Debemos pensar el desarrollo de una manera diferente al desarrollismo, que ha sido dominante tanto en la derecha como en la izquierda. En mi opinión, el constructo ideológico más importante del siglo XX no es ni el capitalismo ni el socialismo, es el desarrollismo. El extractivismo está presente en ambos campos ideológicos como una ideología hegemónica.
Viviste en Ecuador por más de 10 años. ¿Cómo te marcó esta experiencia?
Ecuador fue muy importante en mi trabajo para aprender la práctica política de los movimientos ecologistas, feministas y los pueblos originarios. Me sirvió para entender que ahí existe una vanguardia política. Es decir, para hacer política de izquierda hay que descolonizar la visión de la naturaleza, porque la visión extractivista es una reedición de la violencia colonial. Sin embargo, vemos que la mentalidad desarrollista, extractivista, sigue siendo muy potente dentro de las élites económicas y políticas de Latinoamérica.
¿Qué relación mantienen los pueblos amazónicos con la selva?
-Para los pueblos, la naturaleza es algo que está vivo, que tiene una relación como si fuera una persona humana, ¿no? Hay un libro muy interesante del etnógrafo y antropólogo Philippe Descola que se llama Más allá de naturaleza y cultura, desarrolla la idea de que la naturaleza es un objeto de apropiación humana. Y que el antropocentrismo es una práctica de las sociedades occidentales. Que la gran mayoría de la diversidad del mundo no tiene este tipo de relación con la naturaleza. Heredamos este tipo de pensamiento, un fruto del proceso colonial. El colonialismo no solo avanza conquistando territorios, sino imponiendo una epistemología hegemónica.