el rock contra Pinochet | Revista Crisis
crisis eran las de antes / marzo de 1988 / sácalo afuera ya
el rock contra Pinochet
El rock chileno se integró a su modo, a mediados de los ochenta, a la ola de protestas populares que se suceden contra la dictadura militar. Uno de los temas más en boga propone, con música de la banda Los Prisioneros, unirse "al baile de los que sobran”. Se trata de una generación que apenas abrió los ojos, tuvo que entornarlos frente a los fogonazos de la casa de gobierno en llamas. La electricidad de esa cultura particular y joven -y epidérmica y caótica- genera códigos y hace retumbar el moho de una ciudad que desea sacudirse el silencio obligatorio.
07 de Abril de 2022

 

En la calle Herrera, por Catedral abajo, los Pinochet boys están habitando una enorme y barata mansión: "Nadie puede parar de bailar la música del general", aúllan en "Dictadura musical”, una de sus no-composiciones: dicen que las tocan una sola vez y que después las entierran. ¿Por qué Pinochet boys, ese nombre? "¿No es él quien nos manda a la cama todos los días a las dos en punto de la mañana?", pregunta uno de ellos, a modo de explicación.

Las bandas rock, punk, ska y new wave se inscriben, sumadas, en lo que se está llamando el nuevo pop chileno. Algunos grupos debutan y se acaban. Otros se consolidan con instrumentos prestados, se disuelven, cambian y refundan. De repente logran estabilidad, crean su corriente y se dejan seguir. Ahí están Paraíso perdido, Electrodomésticos, Aparato raro, Primeros auxilios (duró un año y recién se acabó), Emociones clandestinas (de Concepción), Upa (con algunos miembros del disuelto Primeros auxilios), Cinema (muy de Plaza Italia para arriba y, como todos, seguido por una mayoría de escolares), Zapatilla rota, Banda 69, Valija diplomática...

Sus presentaciones se anuncian mediante fotocopias pegadas en postes o corriendo la voz. Los siguen patotas de amigos, tribus de pelos pintados (mohicanos de noche, juniors de banco en el día), madonas sanmiguelinas y madonas de colegios particulares vestidas con abrigos de los “ahora o nunca", los depósitos de ropa usada norteamericana: una cohorte de entusiasmados que se mueve y canta en castellano.

"No quiero estar en tu sucia guerra / Ni militar ni militante", especifican los Aparato raro, grupo que se caracteriza por el uso de instrumentos electrónicos como sintetizadores y baterías programadas, y que agregan: "¡No trates de disfrazar tu temor / Haciendo yoga o invocando al Señor! / Si eres marxista irás derecho al infierno / Si eres fascista eres peor que un cerdo".

 

bombardeo alucinante

El poderoso movimiento rockero argentino ha sido, desde su consolidación total –merced a la guerra de las Malvinas, que por furia antibritánica abrió los mass media a la música hecha en la Argentina-, un abridor de camino para el rock chileno.  Las visitas de Charly García y Celeste Carballo, los casetes de GIT, Soda estéreo, Virus, Twist, Los Violadores, ya consagrados y probados como producto, han ido penetrando la FM chilena.

Hace 2 años, colgados un poco de esa mula, irrumpieron Los prisioneros. Su casete La voz de los 80 ha vendido doce mil copias y "ya nadie opina que cantar en castellano sea siútico", como dice Carlos Fonseca, joven productor musical de los mismos y de otros afines.

Apareció así una alternativa competitiva a la música disco envasada en los Estados Unidos, que copó el espacio radial a partir del '73 cuando los rockeros de estas tierras se sumergieron en las catacumbas: "De ahí para adelante ser rockero fue peligroso. Los recitales eran reprimidos por la policía y a la gente le cortaban el pelo en la calle. El rock pesado, grueso, agresivo, fue súper popular entre la juventud poblacional, mientras las radios estaban colonizadas por la música disco", afirma Antonio de la Fuente, uno de los fundadores de La Bicicleta, revista que le ha seguido la pista y ha difundido la creación musical de aquí.

En 1984 dos jóvenes maipucinos murieron drogados. Sus compañeros, pito en mano, hicieron del sepelio una fiesta. El cortejo avanzó hacia las tumbas con el sonido rumboso y denso de Tumulto, Amapola, Sol de Medianoche, La banda del gnomo. "El rock se ríe de la muerte", comenta Cristián Warnken, poeta y teórico de este movimiento al que también critica: "En Chile faltan imágenes y buenas letras. Imágenes. Salvador Allende sería una potente imagen rockera: murió en La Moneda envuelto por el fuego, en un bombardeo alucinante que no se ha visto en ninguna parte del mundo".

 

estar lindo, tirar buena onda

El nuevo pop chileno tiene que ver con un rebrote generacional. Músicos y fans están en los 20 años como promedio. “No son principistas: nada con el heroísmo tristón del Canto Nuevo. Quieren romper con la cosa telúrica, con la movida raicísta nostálgica. El rock motiva más que una manifestación política lateral: en él participan el cuerpo, los sentidos. Pragmáticos, hacen su movida a como dé lugar", describe Antonio de la Fuente.

Se da el caso de la vocalista mujer Javiera Parra, hija de Ángel Parra y nieta de la Violeta legendaria. Con su hermano Ángel armaron Primeros auxilios. "Reconozco mi pasado histórico, pero musicalmente no. Queremos cambiar la estética a nivel de música, de ojo, de actitud corporal. Yo sentí que me pasaba de todo en el escenario, que de ahí podía manejar grosamente al público. Con la José, la otra vocalista del grupo, somos como el yin y el yan. Yo soy la ondulante, ella es la línea recta. Me gusta bailar y armar onda con los músicos. Tirar buena onda", dice Javiera.

Tirar buena onda: la consigna de Charly García, un tata rock, explica: "Me gusta la gente que se respeta a sí misma y respeta a los demás y es educada en el sentido de tirar buena onda, de estar lindo." La divisa no excluye participaciones como las que se vieron en la última concentración opositora del Parque O'Higgins. Un lienzo certificó manuscritamente: "Onda Punk Presente." Los Paraíso perdido se constituyeron hace un año. Debutaron en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile. Interpelan a Ronald Reagan: "Ronald no ataques Ciudad Gótica / Ronald no bombardees Libia / no ataques Nicaragua / será mejor que bailes reggae". En la cosa contingente y nacional, premonitoriamente compusieron "Cabezas sueltas", que dice así: "A los que se rebelan cansados de servir / a este cruel soberano y lo llegan a decir / él los degollará y ya a mi alrededor / son muchas las cabezas que rodando no me dejan caminar".

La terapéutica de Primeros auxilios propone: “Niño mal criado: esto está muy mal. ¡Sácalo afuera ya! Grítalo y pasará".

Y de nuevo el crítico teórico Warnken escribió: “En 1983 las protestas y el rock fueron la punta de lanza de dos estallidos hasta entonces segregados y silenciados: la política (la ‘ratio’ de masas) y la sensualidad musical de masas. El rock es una forma posibilitaria más de la creación libertaria, un lenguaje y una liturgia colectiva en un país sin rituales laicos de encuentro. Por su fuerza, magnetismo y poder de convocatoria y concertación, hay quienes afirman, incluso, que a la política chilena le hace falta rock".

 

“tú, dulce tontita”

“No queremos banderas, no queremos fronteras”, gritaron Los Prisioneros, y de alguna manera la manda que vibra con esos toques pasa por alto esos bastiones patrióticos. Mucho más que con “las raíces” presuntamente mapuches, la conexión se reconoce en las imágenes cosmopolitamente arrasadoras de los comics, la publicidad y la TV (la verdadera pachamama del siglo veintiuno). Es así como en otras latitudes se esponjas grupos punk –chilenos- exiliados, como Corazón rebelde, que dicen lo suyo en París y que circulan aquí en casetes piratas. Antipartidos, antirracistas, antirreligion, antiviejos (“no les creemos nada”), antidogmáticos, pro derechos humanos, pro democracia, andan en la misma que los de acá. “Despatriados”, “descomprometidos”, “frívolos”, les gritaron en las “peñas solidarias” de ultramar.

Los referentes musicales son internacionales: Madness, The Clash, Sex Pistols, The Cure, el reggae jamaicano y su pope muerto de drogado, Bob Marley, quien innumerables veces pidió la legalización de la marihuana como medida preventiva contra el glaucoma. También figura Mekano, grupo español pos Franco, claro está.

Móvil, la movida santiaguina circula más o menos en los márgenes urbanos: gimnasios. El troley (un sindicato que ha sido escenario de espectáculos de vanguardia), colegios y hasta estacionamientos. En Bellavista, claramente, los new wave se apoderaron de la calle el verano pasado. Almuerzan en el Galindo, hacen rayados de colores en los muros. Hay artistas plásticos asociados a la onda rock, como Robin di Girólamo y Pablo Barrenechea que tienen un taller habitación en la calle Blanco Encalada. Aparecen revistas sacadas a pulso y de una sola edición, como De nada sirve, En ola gay, Sudacas + turbio.

El tópico de la ciudad como musa amorosa o maldita desplaza al del amor romántico. No ha lugar: “Los que le cantan al amor lo hacen para vender. Sexo sí, violencia sí, porque son mucho más fuertes los pacos que te agarran en las calles que cualquier hueva romanticona”, dice Andrés Bobe, de Paraíso perdido. Y en verdad sería difícil imaginar el rock como fondo musical para una cosecha de trigo. Definitivamente tiene que ver con lo urbano, con el graffiti, con las luces de neón y el esmog.

“Y tú, dulce tontita, con tu sonrisita / Vives la vida como si fuera un spot de TV / Puntuada, hueca, cuica en la nueve y en el mar / Si no sabes pensar entonces sal a bailar / Deja ya de arrepentirte de tus pecados, viejo trancado”, espetan los Aparato raro en “Ultimátum”.

 

nadie puede dejar de bailar

por Martín Ruiz (de Araucaria)

El rock es con frecuencia el más dinámico y fervoroso manifiesto de una generación que ya no resiste los viejos moldes, y que aspira a una vida plena en todo orden de cosas. No hay más decididos enemigos de la guerra y del invierno nuclear que los cultores del rock. Acusan a gritos a los traficantes del porvenir de la especie humana, los desenmascaran y los expulsan de su mundo bullicioso, que aspira a ser fraternal y libre.

Hace poco leímos en el diario El País, de Madrid, un reportaje del periodista Manuel Délano en torno a los rockeros chilenos, a quienes llama certeramente "los ingratos hijos de Pinochet''. Délano constata que el rock conmueve a la juventud chilena más que ninguna otra expresión musical y que -naturalmente- en las ciudades del país han aparecido los punk, los rapados, los aros, los peinados extravagantes. Estos grupos están integrados por jóvenes que tenían seis o diez años en 1973. “Somos jóvenes que aspiramos a la libertad, pero que no la conocemos", dice uno de ellos. 

Uno de los conjuntos más populares se llama Los Prisioneros. Vendieron más de 30 mil discos con un tema titulado "Tirando Piedras", que habla de la juventud que aspira a ingresar a la Universidad y que termina en la cesantía. Otro grupo se llama Los Pinochet Boys y sus integrantes expresan que no tienen memoria y que son únicos "en un ambiente represivo". Los Prisioneros cantan: "Seremos fuerza, seremos cambio / No te conformes con mirar / En los ochenta tu rol es estelar / De las entrañas de nuestras ciudades / surge la piel que vestirá al mundo". Y luego hacen una declaración de principios: "Cantamos resentidos, es cierto. No nos gusta el capitalismo, preferimos el socialismo. Estamos en contra de la dictadura y hartos de las desigualdades sociales, económicas y sanitarias".

Los rockeros chilenos reniegan de los temas en inglés que nadie entiende y que se cantan cánicamente. Se han decidido a cantar todo su repertorio en español. Reconocen influencias del rock argentino, que también jugó un papel muy importante en la denuncia de los crímenes de los militares fascistas.

Las sesiones de rock son multitudinarias en Chile y el entusiasta auditorio repudiaría cualquier conformismo o conciliación oficialista. El reportorio de sus conjuntos favoritos son instrumentos de su protesta, la expresión de sus opiniones, de sus deseos y de su decisión de no aceptar pasivamente los golpes recibidos. A veces los intérpretes del rock criollo las emprenden contra los folkloristas adocenados, a quienes les reprochan venderse "al aplauso de los cursis conscientes".

Los Pinochet Boys se integraron recientemente a una manifestación de la oposición con un letrero que decía "Onda Punk, Presente", Se burlaron de los músicos que ceden a la presión de la dictadura con una letra que expresa: "Nadie puede parar de bailar / la música del General / Nada en el refrigerador / Nada en el cerebro".

Lo habitual es que estos conjuntos no hagan concesiones ni las acepten, aunque el precio sea ser excluidos de las radios, la televisión, los sellos grabadores y los festivales.

En la vida diaria los integrantes de las bandas de rock son estudiantes, obreros, cesantes con inquietudes musicales. Casi siempre sus instrumentos y equipos son rudimentarios. Pero no les faltan jamás auditores. Donde quiera que aparezcan tienen a miles de seguidores. No son incultos ni improvisados musicalmente. Ensayan y se documentan acerca de las "ondas" en otros países. Las adaptan al medio chileno y aseguran que no tocan ni cantan "sólo por cantar y tocar". Tienen motivaciones más valederas y las proclaman a gritos.

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