Junio de 2013, provincia de San Pablo, ciudad de Jacareí. A 80 km de la capital paulista, la pequeña urbe de 200 mil habitantes estaba alborotada. Parecía una jornada más dentro de la serie de protestas masivas que se extendían cada día en todo Brasil y ganaban terreno en los noticieros internacionales. A cada movilización se sumaba más gente. Pero aquella jornada, algo llamó la atención de Lucila Andreozzi: un grupo de estudiantes había llevado esta vez una pancarta de vinilo en contraste con los artesanales carteles pintados a mano que ilustraban pedidos contra el aumento de 20 centavos del boleto de colectivos, trenes y subtes. "Ahí vimos que algo ya empezaba a cambiar", cuenta a diez años de lo ocurrido. Actriz y docente de artes dramáticas, integraba en ese entonces un grupo de teatro independiente, el 4 na rua é 8, que desarrollaba obras en el espacio público sobre historias de la ciudad y sus personajes emblemáticos.
En un contexto pre Copa Mundial, Brasil recibía una inmensa inversión para ser sede del megaevento de la Fifa de 2014 –que terminaría con la fatídica derrota 7 a 1 contra Alemania–, y las Olimpiadas en 2016. A la vez, las nuevas construcciones y reformas urbanas daban lugar a desalojos violentos en distintos puntos de las principales capitales. El humor social amplificaba una protesta que empezó con una consigna puntual y, más tarde, se volvió difusa.
Cuando las protestas de junio ganaron mayor dimensión en todo el país, el grupo de teatro y más de un centenar de vecinos se movilizaron para acompañar la movida desde Jacareí. Y el lento cambio de clima también se empezó a sentir ahí. "El aspecto era otro. Empezaron a venir personas de otras organizaciones, que tenían más dinero. Era un diálogo interesante. Pero en ese momento en que llegaron esos adolescentes con una faja de vinilo que decía 'vem pra rua' [vení para la calle], nos preguntamos: ¿qué está sucediendo?". Era la primera vez que se veían carteles en verde y amarillo.
Los colores de la bandera de Brasil se convertirían más tarde en un símbolo de las protestas de sectores de clase alta y conservadores que pedirían la destitución de Dilma Rousseff, la entonces presidenta del país, del Partido de los Trabajadores (PT). Aún más tarde, en el símbolo de reconocimiento entre los que apoyaban al ultraderechista Jair Bolsonaro.
Las protestas de 2013 nacieron de un movimiento autonomista de izquierda en San Pablo, pero sus desdoblamientos inesperados rinden diferentes lecturas hasta hoy. Para estudiosos de este momento histórico, como el cientista social y filósofo Marcos Nobre, sin embargo, el evento de 2013 no debe ser leído como una línea de continuidad que inevitablemente lleva al ascenso de la ultraderecha en la escena política de Brasil. Hay particularidades de ese evento histórico que merecen una mirada atenta. Son también muchas las variables y los episodios que se desarrollaron de manera rápida, con poco margen interpretativo en aquel momento, pero que hicieron surgir figuras y movimientos clave para lo que sucedería en los años siguientes en el país. Sin duda, 2013 abrió un nuevo capítulo en la historia de la joven democracia brasilera, pero así como surgió, curiosamente también desapareció rápido de los discursos y análisis políticos y coyunturales de Brasil.
Un año atípico
Aquel año el Movimiento Pase Libre (MPL) planificaba la habitual marcha en distintas ciudades contra el aumento del precio de los viáticos. A diferencia de años anteriores, en 2013 la actualización de las tarifas en las principales capitales no fue en enero. Bajo presiones inflacionarias, la presidenta Dilma Rousseff solicitó a los intendentes de las ciudades de Rio, Eduardo Paes, y de San Pablo, Fernando Haddad, hacerlo más adelante.
Joana Salém, doctora en Historia Económica y profesora en la red de educación popular Emancipa, en San Pablo, participa de las protestas del MPL por la gratuidad de los viáticos desde 2005. "No había ninguna señal de que 2013 sería tan diferente", afirma. Sin embargo, el aumento terminó sucediendo el 2 de junio, coincidiendo con el año lectivo. "Es cuando los estudiantes están más concentrados y la movilización estudiantil puede ser más organizada y fuerte", afirma Joana. Además, agrega, había un clima de insatisfacción más a la izquierda del petismo en aquel momento.
"El PT en particular se fue convirtiendo en una izquierda institucional muy centrada en el Estado y cada vez más distante de sus orígenes, de las bases populares, las movilizaciones, los barrios periféricos, las categorías de trabajadores", enfatiza la docente. "Los movimientos sociales y los liderazgos populares fueron entrando más y más para el Estado y apartándose de las realidades de donde vinieron". Una de esas organizaciones críticas a la izquierda institucional incluía justamente al MPL.
La primera protesta convocada por el MPL sucedió al día siguiente al aumento, el 3 de junio. Cortaron una ruta en el conurbano de San Pablo. El día 6 el acto fue en la capital, en dirección a la Avenida Paulista. El 7 las manifestaciones ya reunían 2 mil personas en el centro de la ciudad paulista. El 11 eran 5 mil. En un contexto novedoso de convocatorias a través de las redes sociales, los actos se multiplicaron rápidamente.
Desde los sectores medios a los populares, y con el protagonismo de los estudiantes, las protestas levantaban consignas por el derecho al transporte público y el habitar la ciudad de manera más digna. “En los años Lula y Dilma hubo más estabilidad económica", observa Lucila. “Entonces empezás a poner atención en otros lugares."
De hecho, el año de masivas protestas coincide con el de más paros en la historia del país. En 2012 fueron 873 paros; en 2013 el número saltó para 2.057, y de ahí se estableció en un alto nivel los años siguientes, hasta la pandemia. Fue un momento de intensa actividad en los sectores populares y de trabajadores.
“Quienes participaron de las protestas de 2013 eran una juventud de clase media estudiantil universitaria de izquierda y una juventud de clase trabajadora precarizada que se había recién convertido en universitaria", apunta Joana. Este último grupo se había beneficiado de las políticas sociales y educativas del gobierno Lula, pero se veía desilusionado por las promesas no cumplidas de ese ciclo de mejoras. “Estudiantes pobres que entraron a la universidad en los gobiernos PT no lograron convertir su conquista del diploma en la conquista del mercado de trabajo", analiza la docente. La economía no se había modificado en su estructura y eso marca, también, los mandatos de Dilma en la era PT.
La masividad de las protestas impresionaba, siendo televisada y también transmitida en primera persona a través de las redes sociales de manera nunca antes vista en Brasil. Las caras también eran nuevas: toda una generación salía por primera vez de casa para participar de una manifestación.
El día 13 lo cambia todo
A un año del inicio del mundial de 2014, la cuarta protesta en San Pablo terminó con una fuerte represión, el 13 de junio. Con la excusa de controlar a los grupos violentos de manifestantes identificados como black blocs, la policía avanzó de manera más incisiva contra la movilización de aquel miércoles. Brasil sería sede del Mundial y las Olimpiadas y, por lo tanto, las fuerzas de seguridad estaban entrenadas –y armadas– para cubrir los eventos internacionales.
"Muchos colegas fueron presos y después vigilados, sentían miedo, tuvieron depresión", cuenta Joana, que no se lastimó en las protestas pero vio de cerca los resultados de la represión. Antes del estallido de 2019 en Chile, en 2013 la policía de Brasil ya tiraba en los ojos de manifestantes y periodistas. "Muchas personas fueron impactadas, tanto física como psíquicamente. Y eso, en mi opinión, tiene un peso enorme en lo que sucedió después", dice Joana. Lo que sucedió después fue una pérdida importante de apoyo de la base social al gobierno Dilma y más movilizaciones importantes como el aumento de las ocupaciones y las tomas de escuelas del movimiento secundario en 2015, entre otras luchas populares que marcaron el después de 2013.
La represión del 13 de junio repercutió internacionalmente, y la violencia policial escaló mientras el oficialismo se alejaba de las voces de las calles. En lugar de suprimir, la represión hace amplificar las protestas por todo el país. A partir de ahí se empiezan a ver en las manifestaciones carteles de "Fora Dilma" y discursos más enfáticos contra el PT.
“Hubo una manifestación donde todo fue muy extraño", cuenta Lucila, sobre el día en que manifestantes de Jacareí decidieron cortar la Via Dutra, una ruta nacional que conecta San Pablo a Río de Janeiro. “Mi grupo decidió no ir y mientras volvíamos unos policías nos preguntaron: '¿pero ustedes no van a la Dutra?'. ¿El policía nos sugería cortar la ruta? Ese fue un momento fuerte en que percibimos que algo más estaba pasando."
A esa altura, el Movimento Passe Livre anunció que ya no era el convocante de las manifestaciones. El 20 de junio fue el clímax de las movilizaciones, con más de un millón de personas en 388 ciudades. Las pancartas de partidos fueron destruidas por los manifestantes, que llamaban a un acto sin bandera y sin partido. Solo se veían banderas de Brasil. También era vistos grupos minoritarios de skinheads en la capital de San Pablo. Aparecía la consigna del momento: "o gigante acordou" [el gigante despertó].
Por eso hoy, cuando ve una protesta sin una demanda explícita, Gabriela Andrade suele pensar "se va a pudrir todo". Periodista radicada en Brasília, Gabriela acompañó a las principales manifestaciones bolsonaristas entre 2019 y 2022. "Mientras la demanda sea puntual, es un pedido a ser atendido; pero si no, se transforma en una cosa acéfala", dice. Y completa: el rol de la prensa es clave a la hora de generalizar una demanda aprovechando un descontento social.
Desde el gobierno Dilma, la prensa atraviesa una crisis que la periodista considera grave: la de diferenciar qué es un análisis de la creación de narrativas. “La prensa se ha conducido en un proceso arrogante de creer que puede gobernar. Y no puede, es una anomalía. Eso altera todo el ecosistema político", enfatiza la periodista. "Con la ascensión de las redes sociales, con la población descontenta y los discursos políticos que estaban en ese momento, vimos al monstruo crecer en la radicalización popular que la prensa ayudó".
Los principales medios del país, Globo, Folha de São Paulo, Veja y O Estadão, identificaron en las manifestaciones una oportunidad para fogonear las narrativas en contra del gobierno PT y construir una agenda anticorrupción. La línea de los grandes medios respondía –y responde– a intereses del campo neoliberal, en contrapunto con los neodesarrollistas. Son dos polos que el investigador y profesor de ciencia política de la Universidad Estadual de Campinas, Armando Boito, dice que empiezan a diferenciarse con más nitidez a partir de la crisis del capitalismo internacional de 2011: el campo neodesarrollista representado por empresas nacionales, parte de la clase media baja, operarios y campesinos, sectores representados por el PT; y el neoliberal, representado por parte de la burguesía brasilera integrada al capital internacional que buscaba un alineamiento pasivo a Estados Unidos.
Los mismos intereses del campo neoliberal hicieron posible la masacre de Pinheirinho, un violento desalojo de 1.800 familias que vivían en la ocupación así nombrada, en São José dos Campos, en enero de 2012. "Tanto Jacareí como São José son ciudades que tienen muchas fábricas, así que muchas organizaciones, sindicatos y partidos, incluso movimientos de iglesias, acogieron a las personas desalojadas", cuenta Lucila Andreozzi. “Fue muy brutal, porque fue un desalojo de un barrio: tenía colectivo, energía eléctrica, agua. Los vecinos intentaban defender sus casas con cascos de moto y trozos de madera, mientras llegaban tractores derribando las casas. Niños veían sus hogares siendo aplastados, gente con tiros de balas de goma, perros asesinados delante de sus dueños. Todo eso fue televisado". La acción violenta, comandada por el entonces gobernador de San Pablo, Geraldo Alckmin, puede ser considerada un preanuncio de la reacción represiva a las manifestaciones de 2013.
autofagia suicida
En las manifestaciones masivas empezó a tener énfasis un colectivo de comunicación independiente, Mídia Ninja, con impactantes transmisiones en vivo en las redes sociales de la represión de las protestas de junio. A la vez, entraron en escena consignas que serían retomadas por la derecha organizada el año siguiente, 2014, como el Movimento Brasil Livre (MBL). A partir de la financiación de think tanks internacionales de gran incidencia en Latinoamérica, como es el caso de Atlas Network, las nuevas organizaciones de derecha ya lo tenían bastante aceitado en 2015 y fueron clave en la campaña por el impeachment de Dilma Rousseff.
Pero si algo entendió el campo político neoliberal en 2013 fue que el PT perdía el control de las calles. “Sin ese control, el PT se hacía desechable para las clases dominantes", afirma Salém. “Con ese raciocinio, las clases dominantes plantearon su agenda antipetista, que resultó en el golpe de 2016". Junio de 2013 genera las condiciones para la reorganización de las derechas en Brasil. Así pudieron crear una agenda de ocupación de las calles en los años siguientes.
Otra corriente de reflexión sobre 2013 apuesta a una lectura más situada en un contexto global. El ya mencionado cientista social Marcos Nobre, en su último libro Os limites da democracia (2022), incluye a junio en el marco de "un ciclo de revueltas democráticas de carácter global", parecido a lo sucedido en 1968. Fueron estallidos y contextos de complejo desarrollo: como el caso de la Primavera Árabe, que destituyó dictaduras pero dio lugar a guerras civiles y a otros regímenes autoritarios; la ascensión de la extrema derecha en diversos países de Europa con el discurso antiinmigración; y, en América Latina, el inicio de un ciclo de golpes parlamentares inaugurado con Paraguay, con la destitución de Fernando Lugo en 2012.
“Brasil pasó a pensarse como parte del mundo cuando empezó a comparar las recurrentes exhibiciones autoritarias de Jair Bolsonaro con las actitudes de autócratas y proyectos de dictadores en otros países", escribe Nobre. “Así fue como Bolsonaro apareció también como resultado y como explicación de todo lo que sucedió desde 2013 en el país. La ligación directa entre ambos momentos es tomada como obviedad, como si no exigiera explicación".
Para el filósofo, buscar entender 2013 a partir del presente tiende a la irresistible lectura de explicar otros acontecimientos importantes como la elección de Bolsonaro, la prisión de Lula en 2018 y la destitución de Dilma en 2016 como fruto innegable de lo que fue 2013. Y eso puede anular otras variables que participaron de las masivas manifestaciones. Importantes movimientos de izquierda, feministas, negro y LGBT se potenciaron y se movilizaron a partir de ahí. Muchas organizaciones sociales y de comunicación se fortalecieron o surgieron del caldo de cultivo de 2013. Mientras tanto, del lado de la política oficial, Nobre destaca que tanto la izquierda como la derecha eligieron encasillarse en el propio sistema político, blindándose contra la energía de las calles. Eso tuvo como costo lo que el autor llamó la autofagia suicida.
Desde muchas miradas, junio es leído como el momento en que el sistema político perdió el control de la política, y que el PT perdió el control de la calle. Diez años después, con el retorno del PT al comando del país, el escenario es diverso y adverso. Y poco se habla de aquellos días de 2013 que cambiaron el rumbo de la política y la politización de los brasileros de distintas clases sociales. Quizás, como dice Joana Salém, sus efectos siguen sucediendo, así como sus posibles interpretaciones: “Me gusta definir junio de 2013 como una metáfora de la esfinge: descíframe o te devoro. Es un enigma. Y descifrarlo es fundamental para comprender qué pasó y dónde estamos”.