mercedes sosa, dueña y señora | Revista Crisis
crisis eran las de antes / febrero de 1975 / la cantora universal
mercedes sosa, dueña y señora
A comienzos de 1975, Mercedes Sosa llenó diez veces el Théâtre de la Ville, en París. Tuvo eso que ella llamaba “un relámpago que ilumina y después se apaga”. Supo de los éxitos pero conoció la otra cara. En esta charla que publicó la revista crisis #25, repasa su vida, sus noches de hambre, de maternar, de entrenar la voz, con la terquedad de quien sabe que en el arte se le va la vida. Una cantora que supo entender a la canción, que buscó el amor del público sin ceder el compromiso, y que entrenaba para cantar como un ciclista se prepara para la carrera.
Fotografía: Jazmín Tesone
Ilustraciones: Ezequiel García
14 de Mayo de 2021

 

Je suis très contente de chanter pour vous", en medio del recital, te sale macanudo, Mercedes.

-Sí, pero me cuesta un Perú decir eso, m'hijito.

No parece: claro que el cantito sigue siendo tucumano.

-Una vergüenza; un idioma tan dulce, tan perfecto y si llegás a pronunciar mal, quién sabe lo que decís. Fijate que poisson no quiere decir lo mismo que poison; uno quiere decir pescado y el otro quiere decir veneno. ¿Te imaginás si vas a un restaurante y te querés hacer la viva?... ¿te das cuenta?

¿Y cómo te sentís sobre las tablas que pisó Sarah Bernhardt?

-Callate. otro lío. Cuando me mostraron el teatro y me llevaron a ver el camerino de ella no sabía dónde meterme. En escena siempre tengo un miedo atroz, claro que después de la tercera canción...

Se te pasa...

-No, ¡qué se me va a pasar! Sigo teniendo un miedo atroz: entrás un poco en calor, nada más.

 

Eso lo sabe ella sola. Lo que llega al público que llenó diez veces el Theatre de la Ville, en Châtelet, junto al Sena, es la presencia rotunda -cara de luna indígena, alas negras del poncho, bien plantada-; esa voz de las que ya no vienen, abarcadora total; la autenticidad sin discusión posible de esta argentina, latinoamérica, universal.

Nada que ver con el mito de la "consagración en París" pero de vez en cuando importa que llegue hasta este otro mundo sabio y cansado, lo que tiene que decir un continente con su historia en carne viva, "las penas, las luchas y las sonrisas de nuestros pueblos".

Ella no estaba segura de poder lograrlo. La asustaba lo del idioma. Pero así como una Edith Piaf, una Joan Baez, una Ella Fitzgerald, saltaron ese muro para nosotros, ella se ganó a los franceses con la misma facilidad que si hubiera estado cantando en aquellas perdidas vinerías montevideanas o porteñas: dueña y señora.

-Yo también estoy sorprendida, más que sorprendida, anonadada y no sé cómo explicármelo. Será porque traigo creaciones de distintos países, no me cierro en un sentimiento nacionalista estrecho. Canciones de una chica venezolana, Gloria Martín, de chilenos, de uruguayos, de gente de mi país. No tengo compromiso para cantar con ningún compositor; mi compromiso es con la música, con la poesía y con otras cosas.

«Y también será por lo que vos decís: a mí me gustan mucho cantantes extranjeros a los que no les entiendo una palabra de la letra. Debe pasar algo parecido conmigo. Aunque, te digo, mi caso es un poco distinto: la letra importa mucho. La gente se tiene que dar cuenta que yo no estoy transpirando, querido, por largar una buena nota, únicamente.»

 

De piba cantaba hasta en los velorios. "Y vos sabés el respeto que se le tiene a la muerte en el interior: después del entierro se lo pasan nueve noches rezando ante la foto del finado alumbrada por una vela. Y allí, en medio de esas novenas, yo dale cantar; un desastre.

Era la voz que se destacaba en la escuela y un día de 1950 por hacer una broma con una compañera cantó "Triste estoy", la zamba de Margarita Palacios en un concurso de LB 12, Radio Independencia de Tucumán y se lo ganó. Le dieron un contrato de doscientos pesos mensuales, "un fortunón para aquella chiquilina". Tres veces por semana salía corriendo de la escuela para cantar en la radio su repertorio de cuatro canelones: “India”, "Mis noches sin ti", "Triste estoy", y un gato, "El 180", que dice: "un corazón de madera tengo que mandarme a hacer, no sé si alguna vez lo oíste”.

Padre mil oficios: changador, ferroviario, "sabalero" en el horno de un ingenio, "con aquel calor de Tucumán, en medio del fuego", madre que aguantó el chaparrón de muchos años mostrándole siempre una sonrisa: los dos muy peronistas, sin actividad política, con ese amor extraordinario de la gente de pueblo por Perón. Ella no se enteró de nada, aunque a veces se diera cuenta que no había mucho para comer: aquellos viejos, codo a codo, tapándole cuatro verdades duras le hicieron una "infancia despreocupada y muy hermosa". Ella cantaba, cantaba hasta boleros: "Sólo tú... y solamente tú…”, cantaba en cualquier lado. Cantaba de todo.

-Mi corazón está abierto a toda la música. No podemos encerrarnos en una música pintoresquista porque estamos rodeados de toda la gente y toda la música del mundo. Ayer estuve escuchando música árabe y me emocionó muchísimo.

«Claro que antes que nada tenemos que conocernos a nosotros mismos, los latinoamericanos. Yo no conozco profundamente la música de Costa Rica, de El Salvador, de Nicaragua. De Ecuador. ¿Qué conozco aparte de "Vasija de barro"? Vas a Caracas y te enterás de que "Alma llanera", que la tenías por una canción representativa, para los venezolanos está comercializada.»

«Son los gobiernos los que "nos tienen tan alejados", como decía Violeta Parra. La incomunicación musical y de la parte folklórica, sobre todo, viene de los gobiernos que no quieren que nos conozcamos. Es increíble pero yo tengo contratos para el Japón y no para Centroamérica. Si venís a ver desde Argentina, porque estamos cerca, nos conocemos con los uruguayos, los chilenos y los paraguayos, porque ya con Bolivia empiezan los problemas.»

Muy joven conoció a Manuel Oscar Matus, se casaron, "él estaba realizándose como compositor y prácticamente hicimos una carrera juntos'". Fueron ocho años "muy hermosos desde el punto de vista de la lucha, muy dolorosos también porque fueron años de mucho trabajo, de estar permanentemente abajo, con canciones desconocidas, encerrados en nosotros mismos, sin querer abrirnos; algo muy duro para un artista''.

Al año de casada le nació el niño, estando ya en Buenos Aires; tuvo que dejar de cantar. Limpiaba pisos, cuidaba una casa. Nino Saloni le consiguió una piecita en Junín y las Heras. Noches de guitarreadas clandestinas porque aquello era un local del Ministerio de Educación. Entonces, por el 62, estuvo entre los fundadores del movimiento "Nuevo Cancionero", con el propio Matos, con el poeta Tejada Gómez.

-Lo miro desde hoy y creo que he cumplido. Si bien es cierto que después nos separamos con Matus, he seguido grabando sus canciones y también las de Tejada Gómez, las de Francia: sobre todo creo que he sido fiel a lo que nos propusimos con el "Nuevo Cancionero".

«Era un movimiento para no robar a la gente, para estimular el desarrollo de los jóvenes, basado, por supuesto en Atahualpa Yupanqui y en Buenaventura Luna de quienes nos importaban sus canciones de neto corte social: tomando como consigna aquellos versos del Martín Fierro: "Yo he conocido cantores / que era un gusto el escuchar / más no quieren opinar / y se divierten cantando / pero yo canto opinando / que es mi modo de cantar".»

«Atahualpa, nosotros pensábamos, le había dado dignidad a esa canción, si se puede decir eso de una canción que ya de por sí es digna porque pertenece al pueblo, porque con sus palabras sencillas refleja el alma del pueblo: pero Atahualpa la hizo respetar.»

Había grabado su primer disco para la RCA Víctor, en el 61. Pasó inadvertido porque la compañía grabadora lo declaró "no comercial'' y no lo promovió. Ella era mimada pero de una pequeña minoría y sentía que "no podía cantar las canciones de Matus, aquella música litoraleña que inundaba la Argentina, a raíz del éxito de Ramonita Galarza".

Y ella, aunque no tenía un estilo firme, "porque en esto de la canción hay no solamente un problema de orientación musical, también una cuestión ideológica'', sentía que la habían sacado de Tucumán, "me habían trasplantado a otro lado pero yo seguía siendo muy regionalista, muy norteña en mi manera de cantar".

 

Por ese entonces conoció el mar. Fue en Mar del Plata. Conoció el mar y se conoció a sí misma. Cree recordar con precisión el momento del descubrimiento: una noche en una peña cantaban dos mexicanos y ella también cantó. Los mexicanos se le acercaron y en el mejor acento del norte argentino le preguntaron: "¿y ahora no se quiere cantar una chacarerita?". Uno era santiagueño y el otro tucumano pero parece que los "mexicanos" entraban mejor en Mar del Plata y había que ganarse la vida... Cuando esos tipos se liberaron y sintieron la necesidad de decirme que eran argentinos, yo canté de otra manera, sintiendo que les estaba dando algo." Decidió que ése era el camino.

-Y llegás a encontrar tu estilo, llegás a tener seguridad cantando, cuando sentís que te estás dando y que el público te recibe. Ningún artista crece sin amor: el cantante es una cosa muy especial, pienso yo, tiene que estar rodeado de amor como esas plantas de los invernaderos necesitan el calor para no morirse.

«Pensándolo ahora creo que aquella compañía grabadora no estaba tan errada diciendo que yo era una artista "no comercial", si ellos entendían por comercial lo chabacano: si confunden populachero con popular. Nunca voy a ser una artista comercial, si así se entiende la cosa. A mí me interesaba primero decirle algo a la gente, llegar a la gente y, ya ves, terminé siendo comercial porque mis discos se venden, sin que haya tenido que venderme yo.»

Pero haberlo visto no era haberlo conseguido. "Era muy jovencita, tenía muchas preocupaciones: la situación económica, el hijo chico." Pasaba las noches leyendo y le costaba levantarse temprano al otro día para atender su trabajo de cocinera. Su vida era permanente ir y venir de Buenos Aires a Tucumán porque "cuando las cosas se ponían muy mal nos íbamos con Matus a la casa de los viejos, engordábamos un poco y volvíamos”.

“Empezaba la década del 60 y en folklore había dos cosas: el movimiento de Los Fronterizos, de Ariel Ramírez, Los Chalchaleros, los Quilla Huasi, por un lado, y el movimiento nuestro por el otro que era de una minoría, de consumo interno, se podría decir: nos aplaudíamos entre nosotros. Pero teníamos un público muy seguidor, por otra parte, un público politizado".

Ella seguirá buscando sus canciones, al tanteo primero, “de una manera muy intuitiva": después, "cuando ya había leído mucha poesía, con un criterio selectivo, de valoración".

-Con la canción se produce como un gran noviazgo, con sus broncas, sus reconciliaciones. A veces una canción te entusiasma a primera vista y la armás de un momento para otro; otras veces se produce un proceso lento de maduración. Así me pasó, por ejemplo, con la canción "Cuánto trabajo", de la compositora venezolana Gloria Martín, que estoy cantando ahora en París. Me gustaba la canción y no sabía bien por qué, como me pasa casi siempre: nunca sé del todo por qué me gusta una canción. Estaba dedicada a su madre, una mujer muy dulce y sacrificada que conocí en Venezuela. Con Gloria hicimos recitales juntas. Yo la escuchaba y pensaba: "me gusta esa canción pero así no la cantaría yo. ¿Cómo puedo cantarla yo?". Conseguí el disco, me lo llevé a casa y lo escuché muchas veces. Poco a poco mi versión de la canción se me fue armando en la cabeza. Un día hablé con Cardozo Campos, el arreglador de la orquesta -que no estaba muy convencido- y le dije: "agarrá la guitarra que ya sé cómo va a ser”. Y salió.

Vivían en una pensión de mala muerte por Saavedra “donde casi se nos va la vida entre los mosquitos y la comida que nos daban”. Ella cantaba en “La Guminda", una “peña muy hermosa en Condarco y Yerbal" donde habla un desfile de artistas buenos ''de los que aprendí mucho, porque era el momento de aprender. Se me había abierto un mundo, lo quería conocer todo de golpe, esa desazón tan espantosa que se siente cuando te estás encontrando". Pero "La Guminda” cerró y otra vez en la calle.

-Siempre digo que no podré abrir nunca un boliche. Hay que ser muy duro en el aspecto comercial y yo invitaría a tomar vino a todo el mundo y me fundiría en un mes. Además, si querés durar, tenés que llevar una vida muy metódica. Dormir diez, doce horas, si es posible; un régimen severo de comidas, beber muy poco alcohol y dejar de fumar, cosa que como ves todavía no he hecho. Agregale a eso el cuidado especial de la garganta: las clases de foniatría que hago con mi médica, la doctora lncháustegui, en Buenos Aires, ejercicios respiratorios y de las cuerdas vocales; igual que un ciclista que tiene que hacer tantos kilómetros por día. Cuando tenés recitales de dos horas, como ahora en Francia, es muy difícil llegar. Y hay que llegar porque tenés que pensar que a través de esta voz que prestás se están expresando muchos compositores, músicos y poetas y vos no los podés dejar mal.

 

La tablita de salvación, allá por el 63, fue Uruguay. "En Uruguay es donde prácticamente se produce mi desarrollo como artista". Llegaron al puerto de Montevideo sin una moneda para hablar por teléfono a la radio "El Espectador” que la había contratado. "Un changador del puerto -esas cosas que sólo hacen los uruguayos- me la dio."

Entonces cantó y empezó a crecer: televisión, la peña “Teluria", las radios, el teatro “Victoria", la peña "Los Cocuyos", los tablados carnavaleros y hasta un boliche del puerto, “Altamar'', con “un ambiente muy difícil pero no sé por qué milagro las mujeres se callaban y hacían callar a los hombres cuando yo cantaba".

-Los amigos para toda la vida se hacen cuando una ya es grande y cuando una está en la mala. Debe ser por eso que yo tengo más amigos en Montevideo y en Mendoza que en Tucumán, donde nací. Amigos -y recuerdo especialmente a Carlitos Núñez, periodista uruguayo de Época y de Marcha, de ésos que te siguen ayudando a andar vivo.

Lo demás es historia conocida: festivales, discos, recitales, giras: la voz de Mercedes Sosa desde Moscú a Nueva York, desde la Habana a París; la voz de Mercedes Sosa en cuchitriles del nordeste brasileño –“fijate vos, no lo sabía”- en pueblitos bolivianos de los que no se ocupa el mapa.

-Acabo de estar en Estados Unidos, fue un gusto enorme cantarle a los estudiantes norteamericanos en Los Ángeles y en San Diego, en San Francisco y en Santa Cruz. En varias universidades canté en las cafeterías que después de comer te las transforman, de un momento para otro, en un teatro inmenso. Ningún profesor se apareció por allí; sólo estudiantes, muchos y muy entusiastas. Pude conocerlos: lo caro que les cuesta estudiar, el desprecio que sienten por los organismos represivos de su país, su falta de confianza total en ese sistema.

«Vos sabés que yo no tengo nada que ver con una cantante oficial. Por eso cuando me recibe algún embajador de mi país, como pasó en Washington, me asusto. Ahora creo que no lo van a volver a hacer más. Resulta que junto a mi embajador estaba el chileno cuando yo canté "Plegaría para un labrador” y dije las palabras que digo siempre y seguiré diciendo toda la vida: "esta canción la dedico a la memoria de Víctor Jara, asesinado por la Junta Militar de su país"; un asesinato espantoso, por lo demás. Y tiene que ser así porque estas cosas una las tiene que cantar muy libre.»

«Pienso que todos nosotros hemos venido por determinadas razones a este mundo; que uno escribe, el otro pinta; yo tengo la suerte de poder cantar, a veces puedo cantar bien, por lo menos siempre intento hacerlo: a veces me cuesta, a veces me sale fácil: mi garganta, concretamente está al servicio de la canción que sea esclarecedora de los problemas del hombre y de los pueblos.»

«Y ahora vos me hablás de los aplausos de París. Sí, me dan una felicidad enorme. Pienso que el escritor o el pintor no tienen esa suerte: la reacción inmediata frente a lo que hacen, aunque, por compensación, su trabajo es más perdurable. Pero el artista que se crea más porque recibe un aplauso cae en un absurdo. El aplauso es un relámpago que ilumina por un momento el teatro y después se apaga. Si uno antes estaba solo, vuelve a quedarse solo. Lo que importa es cantar; ahí, en el momento de cantar, es donde el artista puede dar todo su amor o esconderse, según lo decida hacer. Y a mí lo que me importa es darme cantando.»

Fotos al ejemplar de la revista original: Jazmín Tesone.

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