Margaret Thatcher y las rutas del mar austral | Revista Crisis
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Margaret Thatcher y las rutas del mar austral
Este texto publicado en la Crisis #49, a cinco años de la guerra de Malvinas, desarma cualquier mitología escolar de las islas y contra la fácil caricaturización de Margaret Thatcher propone, con la fuerza de un uppercut, un análisis sobre la importancia geopolítica del mar atlántico. Militarización del sur y cruces estratégicos hacia la Antártida: una lectura que conserva asombrosa vigencia.
05 de Abril de 2023

En 1982, durante lo que se llamó “la gesta de las Malvinas” pero resultó ser baladronada y la aventura más grotesca que hayan ideado nuestros estrategas de escritorio para entregar a los británicos las rutas claves del mar austral, diarios y revistas argentinos publicaron diversas caricaturas de Margaret Thatcher. En alguna, aparecía como una versión femenina de Drácula, con largos dientes de vampiro y ojos licántropos; en otras, con una pata de palo, tuerta, cubriendo su conjural cuenca vacía con un parche a lo Dayán o a lo pirata de historieta. Esta iconografía, hay que confesarlo, cumplía su propósito: la ridiculización y el desdén. La propia señora se sintió molesta. Lo malo es que mientras nosotros sonreíamos, los gurjas degollaban con toda seriedad a adolescentes que jamás habían tenido un arma en las manos y nuestros generales de campo, con sus botas relucientes, preparaban la capitulización mas vergonzosa de la historia nacional.

Lo malo de estos retratos de la señora Thatcher es que no le hacen justicia; por un lado, la magnifican hacia el horror o la epopeya; por el otro, hacen de ella la cifral del Mal. La Thatcher, mirada objetivamente, tiene más bien aspecto de directora de colegio; de inglesa que cocina tortas para los sobrinos. Con un gorrito azul, botincitos de taco bajo y un bombo, puede encabezar un pequeño desfile del Ejército de Salvación. Si seguimos creyendo con candor que en el conflicto del mar austral sólo está en juego una lucha de personalidades, bastaría enviar a Inglaterra a una mujer como Tita Merello a que le diera dos cachetazos y asunto terminado. Lo que está en juego acá no es siquiera la soberanía de las islas: es el cruce estratégico entre dos océanos, la proyección futura hacia el territorio antártico, la militarización imperialista del Sur, y, para cualquiera que quiera verlo, el control sobre América Latina.

Basta notar que los Estados Unidos nunca abandonaron ni piensan abandonar Guantánamo, basta reflexionar en el escándalo internacional que no le importó enfrentar al gobierno de Reagan con su faraónica ayuda a los contras, basta ojear un mapamundi y ver dónde están situadas, en el Pacífico y el Atlántico, las pequeñas islas-puente que todavía pertenecen a Gran Bretaña o que son bases norteamericanas, para ver que América Latina, sitiada desde el Norte por los Estados Unidos y flanqueada al Este y el Oeste, está siendo minada desde el Sur. Tanto en el 82 como ahora, la ocupación del Atlántico austral por los barcos británicos coincidió con la agresión yanqui a Nicaragua. Que en el 82 hayan sido nuestros propios militares quienes le dieron a Inglaterra la excusa para mandarnos en bloque toda la flota del Mar del Norte es accesorio: la historia se organiza racionalmente sobre lo irracional.

Ya en la Segunda Guerra Mundial, los japoneses hicieron justamente el disparate necesario para permitir a Estados Unidos justificar su guerra: bombardearon Pearl Harbor, alegoría bélica tan inexplicable que pareció inventada por los norteamericanos. Por otra parte, hoy mismo ya hay quienes acusan al gobierno argentino de provocar a los ingleses. Y lo hacen desde la Argentina. Acabo de leer en un diario que Alfonsín no debió tratar con los rusos, que esos futuros pesqueros ponían nuestro mar en peligro. En peligro comunista, se entiende; amenaza de la que la flota de guerra británica debía protegerse. Simultáneamente, el gobierno norteamericano hizo público un listado de desacuerdos con la Argentina. Ni con la deuda externa fue tan explícito. Lo molestan: los convenios pesqueros con la URSS (los convenios, no que la URSS pesque en nuestras aguas, ya que siempre lo ha hecho, y no sólo ella); la intensificación del comercio argentino-soviético; el que Alfonsín no justifique la intervención norteamericana en Nicaragua pero calle… “la presencia soviética y cubana en Chile” (sic.)  

En fin, para resumir, ni la señora Thatcher ni siquiera Reagan son los modelos del retrato que hay que hacer. Nuestros diarios nos informan que ellos dos son solidarios por tradición histórica, porque hablan inglés, porque a solas él la llama Maggie y ella, Ronnie. Sí, son como Periquita y Tito, como Ocalito y Tumbita. Por favor. Acá se está jugando el destino histórico de Latinoamérica frente al imperialismo. Y da la impresión de que el resto de países latinoamericanos lo saben pero nosotros seguimos aferrados a nuestra mitología escolar. Ya en 1982 tuvimos que aprender algo: las Malvinas, para los latinoamericanos, pertenecían espiritualmente a Latinoamérica, no a un solo país. Cuando el presidente Alfonsín o nuestros cancilleres piensan, supongo que seriamente, “que la decisión británica pone en un aprieto a los Estados Unidos, ya que Estados Unidos pertenece a América”, confunden los colores y las líneas pintadas en los mapas con el espíritu de los pueblos. EE.UU. es América sólo en los atlas. La América real somos los venezolanos, los salvadoreños, los cubanos, los uruguayos, los chilenos; somos los argentinos y los mexicanos y los bolivianos. Y si no nos apoyamos en esto, si no entendemos qué significa para un peruano o un nicaragüense la soberanía latinoamericana de nuestras islas, vamos a seguir dibujando mal a Margaret Thatcher. El mejor retrato de esta señora lo contemplé esta misma mañana, al llegar a Retiro desde San Pedro. Medio dormido, me deslumbró de golpe la claridad de una de las arcadas de la estación. Los vi como por primera vez, ahí estaban: en primer plano, la Torre de los Ingleses: detrás, la mole del Sheraton. Tan agresivos y obvios que parecían un panfleto.

 

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