marcos peña, un entrenador de élite | Revista Crisis
diálogo picante / autoayuda para políticos / el trauma del pro
marcos peña, un entrenador de élite
Luego de cuatro años y medio de metódica introspección, el estratega del macrismo volvió a la palestra pública. Fiel a su estilo creativo, se apareció con un libro bajo el brazo y una propuesta de innovación institucional que pone la lupa en la “dimensión humana del liderazgo”. Pero sumergirse en lo personal, ¿es una táctica para eludir un balance político sincero sobre la fallida experiencia del Pro? En esta conversación sobre los avatares y la democracia, Marcos Peña revela cuál fue el principal error que cometió cuando le tocó gobernar.
Fotografía: Gala Abramovich
12 de Abril de 2024

 

Conocí a Marcos Peña en 2023, cuando habían transcurrido varios años de su retiro de la primera línea de la política. Me citó a media mañana en el club porteño donde suele jugar al tenis. Yo quería saber cómo estaba analizando él la cruenta interna en el partido de sus amores, entre los halcones de Bullrich y las palomas de Larreta, y sobre todo entender la pronunciada derechización de Macri. En cambio, tuvimos una amena y profunda conversación sobre la precariedad de la política contemporánea, bien alejada de la coyuntura. Me habló de sus investigaciones sobre cómo hacen agua los líderes, sean del signo ideológico que sean. Había subido a la cima del estado, para percatarse que el poder estaba en otro lado. Y andaba en pleno proceso de escritura del libro que acaba de lanzar, titulado El arte de subir (y bajar) la montaña. Cosas que aprendí sobre la dimensión humana del liderazgo.

Pero ese día Peña me dijo también que, antes de ese texto, había escrito otro libro. Un balance sobre la experiencia de gobierno de Juntos por el Cambio entre 2015 y 2019. Sin embargo, decidió no publicarlo. ¿Cómo puede ser? Le pregunté entonces y el mismo interrogante volví a formular ahora. Estamos en la sala de reuniones de siglo veintiuno editores para concretar este reportaje cuyo objetivo es promocionar su ópera prima. Los motivos que aduce no me resultan convincentes y es difícil mitigar la curiosidad por el opúsculo inédito.

—Me dejó muy intrigado la idea de “muerte política” que mencionás en el libro, pero no desarrollás. ¿Qué quiere decir?

—Cuando decidí “retirarme” y empezar un proceso de reconexión conmigo mismo, alguien muy de la vieja guardia que no me quería dijo que yo era un muerto político. Al principio, eso me generaba mucho enojo, ganas de pelearme, de discutir. Pero con el tiempo entendí que la provocación era muy saludable, porque cortar una etapa es dejar que muera un personaje y no la persona.

—Al establecer una diferencia tajante entre “el personaje simbólico” y “la persona”, me da la impresión de que terminás concibiendo a la política como una profesión más que ejercés un tiempo y luego podés abandonar para dedicarte a otra cosa: ¿vos lo pensás así?

—Es más profundo que eso la política. De todos los ropajes, es el más intenso. Creo que la pelea es contra la alienación y la pérdida de autonomía que implica ser propiedad de otros, porque eso es lo que te provoca el personaje. Durante estos años que me fui alejando me costaba convencer incluso a mi mamá, que me decía: “seguro te estás reuniendo en algún lado, contame”. Claro, porque no es solo que podés buscarte otro trabajo y listo, sino que hay una expectativa puesta, tanto por la positiva como por la negativa. No es un trabajo común la política, creo que es más elevado que eso, pero es importante que no te mate la autonomía, que puedas entrar y salir para oxigenarte, tomar perspectiva, y entender que se pueden lograr objetivos similares desde otros lugares también.

—La idea clave del libro es tu propuesta de fundar un tipo de entrenamiento especial para personas en situación de liderazgo extremo. ¿Vos ya tenés armado el dispositivo concreto? Si viene ahora un político y te dice “me interesa”, ¿estás en condiciones de entrenarlo?

—Sí, claro: estuve trabajando en eso durante estos años. Pero no hay un procedimiento establecido o prefijado, tiendo a creer mucho en la interlocución, en la posibilidad de tener una conversación abierta ante todo a lo humano, para conectar desde la experiencia y no desde un objetivo político. Esa es la gran diferencia con el formato de consultor o de asesor. Luego, hay como tres momentos muy distintos que requieren diferentes abordajes: uno es el que quiere subir, el que está buscando llegar a un lugar de poder o de relevancia y tiene que prepararse; otro es el que está en el medio de una crisis, ya llegó arriba y vive en la tormenta; y el tercero es el que bajó y necesita acompañamiento para elaborar el trauma.

—¿Con quiénes has trabajado hasta ahora?

—No lo quiero contar, precisamente porque es un trabajo que implica mucha confianza.

¿A cuánta gente más o menos estás en condiciones de entrenar?

—No se puede llegar a mucha gente. Para escalar hay que comunicar mucho la idea. Pensar dispositivos para la formación, para el acompañamiento y para el procesamiento del trauma que tengan otra dimensión. Son tres patas: por un lado, el proyecto que denominamos “campamento base”, que se ocupa de la difusión a través de charlas, talleres, capacitaciones, libros, podcast, todo lo que ayude a darle visibilidad al tema; por otra parte, el trabajo específico del entrenador (estamos explorando armar una red para sumar gente de distintos lados que cumplan ese rol, que no sería una megaestructura piramidal porque no creo en eso); y tercero, un área de investigación y desarrollo, donde tener experiencias e indagar. Si después todo esto desemboca en alguna institución de nuevo tipo no lo sé, la verdad que es una movida experimental.

—En el libro planteás que el financiamiento para esta actividad no debería venir del Estado y sugerís que podrían ser los partidos o la sociedad civil. ¿En qué estás pensando?

—Sí, el partido político perdió hoy toda capacidad de cuidar a sus recursos humanos, incluso de formarlos. Salvo el Partido Comunista Chino, ningún otro se ocupa del rol que, de modo más o menos eficaz, cumplieron durante un tiempo. No tengo claro cómo se podría financiar, pero se trata de entender que el liderazgo político implica una alta exigencia y por lo tanto requiere un alto nivel de acompañamiento. Y me interesa alertar que es hoy una tarea subapoyada. Hay una brecha entre lo que ayudamos a esas personas y lo que les exigimos.

 

el partido político perdió hoy toda capacidad de cuidar a sus recursos humanos, incluso de formarlos. Salvo el Partido Comunista Chino, ningún otro se ocupa de ese rol. se trata de entender que el liderazgo político implica una alta exigencia y por lo tanto requiere un alto nivel de acompañamiento.

—Sobre el final del libro presentás a los funcionarios políticos casi como víctimas de una ciudadanía que tiene demasiadas expectativas: la solución de moderar esas exigencias, ¿no nos lleva al conformismo social?

—Creo que hay dos cuestiones ahí para tener en cuenta: la primera es una interpelación a la ciudadanía, que si asume el lugar de espectadores lo que hace es desempoderarse del rol transformador que posee. Todos tenemos capacidad de decidir y el sistema necesita, para funcionar bien, que esa ciudadanía que reclama también participe. Y lo segundo es que yo no lo planteo tanto desde el lugar del político como víctima, sino de cómo hacer para que el político sea más eficaz. Para que genere mejores resultados no tiene sentido pedirle que no duerma, que gane poca plata, que deje la vida en el cargo. Por eso digo que hay que bajar el nivel de expectativas, para lo cual hace falta una mirada distinta.

—Dijiste que el sistema necesita la participación de la gente, yo creo que lo contrario es cierto. El sistema político actual inyecta pasividad en el pueblo. ¿Qué pasa si en lugar de pedirle a la gente que modere sus expectativas, pensamos en cambiar las estructuras institucionales y económicas que son la causa de que los políticos sean ineficaces?

—Bueno, puede ser. Pero eso no es un acto de voluntad: no creo que haya diez personas que son el sistema y definen que así sea. Hay un ejercicio creativo permanente y toda respuesta del sistema es un acto para un contexto, para un momento. Es cierto que hay mucha más energía puesta en cómo conservamos el sistema que en cómo lo repensamos, eso sin dudas.

—Tu planteo por momentos parece una crítica a lo existente, pero me da la impresión que termina siendo una propuesta para sostener subjetivamente a los funcionarios que salen de la picadora de carne que es el poder.

—No pretende ser eso y no hay que tenerle miedo a la discusión de las vacas sagradas institucionales. El partido político fue creado para un contexto de la humanidad totalmente distinto al actual y es muy obvio que nos estamos haciendo los boludos todos. “No, pero el partido político es sagrado”. Bueno, es sagrada la idea de agregar ciudadanos en torno a ideas y liderazgos, pero podemos pensar que hay que cambiar cosas. Los parlamentos tal como fueron diseñados hace doscientos años hoy requieren un rediseño. Hay que diferenciar los valores y las ideas fuerza, de lo que son las leyes, las instituciones y las convenciones.

—Al terminar de leer el libro me vino a la cabeza la bajada de la revista Barcelona: “una solución europea a los problemas argentinos”. Por momentos siento que proponés una solución humana a los problemas de la política y del poder.

—Bueno, yo no pretendo solucionar el problema de la política mundial, lo que planteo con el libro es que hay una pista que puede ser útil. Entiendo que lo ideológico, lo institucional, son dimensiones súper valiosas y relevantes. Pero, por ahí la vía de lo humano permite destrabar cuestiones que no se están pudiendo resolver con las formas establecidas. Lo que está viviendo el mundo hoy es una crisis sistémica muy profunda, y son tantas las variables que la pregunta es por dónde arrancás. El sistema escupe gente que tiene una riqueza de experiencia que hay que ayudar a reconvertir, pero no para que vayan al spa y al sauna y zafen del estrés, sino para que ayuden al colectivo.

 


 

caos y control
 

Peña llega puntual a la cita organizada por la editorial en la casona del barrio Palermo. Le pregunto de cuánto tiempo dispone y responde que una hora, máximo hora y cuarto. Es poco para todo lo que tengo que preguntarle. Encima necesitamos varios minutos más para conseguir un buen retrato. Comenzamos de inmediato, sin preámbulos, la conversación duró una hora veinte. Al terminar, Marcos se escabulle hábilmente de Gala, nuestra fotógrafa. Y ella me tira la bronca, con razón.

En El arte de subir (y bajar) la montaña, Marcos Peña cuenta que luego de su retiro le pidió a un grupo selecto de compañeros en la gestión, toda gente de confianza, que le envíen una valoración sobre su papel durante esos años. El autor percibe un común denominador en las diferentes respuestas: “Distancia con respecto a mí, vocación de control, énfasis en lo racional y poca validación del otro constituían una única y elaborada estrategia de defensa construida a lo largo de los años”. El libro es un producto hiper elaborado del proceso de desmonte de aquella coraza emocional. Tan cerradito y con un packaging tan atractivo, que en algún momento la fragilidad de la persona se esfuma para que renazcan el optimismo, la buena onda y el amor.

—El riesgo es que la vía del humanismo sea una estrategia para evitar el balance político sincero, incluso te diría la rendición de cuentas.

—Bueno, pero por eso estamos charlando. Si el libro fuese algo que largo y ya está, te entiendo. Pero yo lo pienso como un proceso abierto, sin cerrazones a la conversación. Lo que sí veo es que mucho de lo que entendí a lo largo de veinte años sobre la política, de lo que estudié en ciencia política, esos procesos de disputas de intereses, discusiones ideológicas, dinámicas institucionales, en mi experiencia al final pesaba más una dimensión que no había visto. Entonces, esto es en parte esa rendición de cuentas. Decir “pará, acá hay un temazo”. El 90% de esas discusiones que se enmascaran en cuestiones abstractas, también incluyen cosas mucho más humanas. Y si no miramos ahí estamos omitiendo un tema que es central. Yo estoy tranquilo, pero siento que aportaría menos repitiendo la comedia de defender lo que hice, o la clásica tentación de quienes se van del poder acusando a tal o cual porque la culpa fue del otro. Me parece que eso no sería ser honesto con lo que implica realmente rendir cuentas.

 

mucho de lo que entendí sobre la política, y lo que estudié en ciencia política, esos procesos de disputas de intereses, discusiones ideológicas, dinámicas institucionales, en mi experiencia al final pesaba más una dimensión que no había visto. El 90% de esas discusiones que se enmascaran en cuestiones abstractas, también incluyen cosas mucho más humanas.

—¿Y por qué no publicaste el libro sobre tu experiencia en el gobierno?

—Porque sentí que no era el momento, porque desde que me fui del gobierno aparecía la tentación todo el tiempo de volver a la misma dinámica, literalmente todo el tiempo: me pedían entrevistas, me llamaba uno, y también el otro, tenía la tentación cuando escuchás algo que no te gusta y decís me meto de vuelta. Buena parte del laburo personal fue salir de ahí, no quedar atrapado, tardé cuatro años hasta que realmente pude transformar el compromiso emocional. Y hoy siento que este aporte es más importante que seguir el mismo lugar.

—A pesar de que el gobierno de Macri no terminó bien y de que tu experiencia en él fue en cierto modo traumática, decís que fue algo muy positivo y que estás orgulloso. Pero la mayoría de la gente tiene una valoración negativa sobre esa gestión y una mirada más o menos objetiva podría concluir que fue un mal gobierno.

—No comparto, no creo que haya sido un mal gobierno. Sacamos 7 puntos más en 2019 que en la elección anterior, lo cual demuestra que crecimos en apoyo popular. Perdimos porque nuestros rivales unieron cosas contradictorias, por lo cual luego les costó gobernar. Anticiparon el balotaje para poder ganar, pero fue una victoria a mi entender un poco pírrica. Obviamente hay frustración, sobre todo en nuestros votantes, pero se divide en dos tipos distintos: algunos dicen que fue frustrante porque no lo hicimos bien y otros porque no se pudo. Pero no creo que haya sido un fracaso, no lo siento así, aunque respeto tu opinión.

—Trato de salirme de la opinión propia, alguna vara de objetividad deberíamos poder tener. Tres elementos: no lograron lo que se proponían, dejaron al país peor a como lo agarraron y el PRO luego de esa experiencia entró en una crisis aguda. Para no decir que tienen mucha responsabilidad en el dramático presente que vivimos.

—No comparto y no hay criterio objetivo, porque depende mucho de la variable que elijas para analizar. 

La gente salió perdiendo.

—Creo que si centrás la mirada en la variable económica, aunque hay un montón de otros planos, el dato clave es el impacto que tuvieron las PASO y el shock que generó la vuelta del kirchnerismo. Creo que eso es obvio e indiscutible a esta altura. Si vos sacás la foto de julio de 2019, la inflación mayorista estaba en menos de un dígito, tenías resuelto problemas que de vuelta se volvieron a generar como el de las tarifas, ni hablar de la infraestructura, la generación energética…

—Sin dudas cada uno tiene su biblioteca de variables macroeconómicas, pero cualquier funcionario del gobierno último reconoce que la gente salió peor de su gobierno que como entró. Creo que el macrismo podría reconocer que dejó más pobreza, que el poder adquisitivo general se contrajo.

—Tratemos de buscar un punto común: si vos mirás la evolución económica, personal y social de la Argentina en los últimos veinte años, o treinta, o cuarenta, la gente está en una pendiente hacia abajo. Y eso genera una bronca con la política y una sensación de que no se puede salir de esa pendiente.

—No sé si cuarenta, entre el 2003 y...

—No nos metamos en esa discusión, hacé el recorte que quieras, podemos usar las estadísticas para acompañar la propia opinión política. Lo que digo es que objetivamente hay una frustración, todos hemos participado en distintas escalas de esa frustración. Y en lo que me toca a mí, obviamente me hago cargo, independientemente de la evaluación de la experiencia. Porque podés incluir en la mesa la valoración de la calidad democrática, la prioridad de la paz social, hay mil variables por las cuales yo te puedo decir que estoy tranquilo y orgulloso.

—¿También con la actuación de la Agencia Federal de Inteligencia, por ejemplo?

—De vuelta, te propongo que vayamos más allá de la casuística. Vos me estás preguntando si estoy orgulloso con la experiencia del gobierno. Sí, tengo muchas razones para estarlo. A su vez, me decís: “che, pero el país está en una pendiente que no lograron revertir”. Sí, esa es la parte de la frustración, de la que hay que hacerse cargo y tratar de aprender para hacer las cosas mejor. Son discusiones distintas y hay que salir de la etiqueta fácil. Romper con la metáfora de la selección nacional: está la gente en la popular, otros en la platea, algunos pocos en el palco VIP, el periodismo deportivo, y nosotros que vamos a salir campeones. Y si no, es un fracaso. Esa metáfora no nos permite resolver problemas. Ahora veo más claro cuando miro para atrás: jugar ese juego es un error y nosotros caímos en él. Cuando estás ahí adentro querés asumir el desafío, la responsabilidad, empezás a defender y a prometer cosas… Ahí sí hay un tema estructural. Pero además, hagamos un zoom-out: supongamos que los políticos son todos malos, un desastre, ¿esa es la única razón por la que Argentina no cumple su objetivo? Todo el resto del sistema de poder, ¿no tiene ninguna responsabilidad, ningún aporte para hacer, ninguna autocrítica, ningún aprendizaje? Ahí me parece que el problema es cómo estamos mirando el asunto. Sin caer en algo que tampoco comparto y es la idea de que al final son diez que deciden todo, porque la realidad funciona de manera más descentralizada, yo creo que nadie maneja nada, que es todo mucho más caótico de lo que parece.

 

 

error vacui
 

Hacia el final de la entrevista Marcos Peña recupera la vehemencia. Sorprende con una autocrítica que reafirma aquel punto de vista político que lo llevó a ser protagonista. Pero se abstiene de opinar sobre el gobierno de ultraderecha que hoy encandila a su antiguo jefe, mientras la población padece un retroceso en sus condiciones de vida nunca visto. Ni siquiera Milei logró recomponer un piso mínimo de acuerdos, aunque más no sea para trazar algunas líneas rojas.

Sin embargo, la prédica del estratega que alguna vez fue apodado EPA (el puto amo) hoy tiene un tono contracorriente. Como si ya no le interesara estar en la cresta de la ola. Mientras la sociedad escupe a los políticos y el presidente outsider le echa nafta a la hoguera de los representantes, Peña propone cuidar a los líderes y recomienda tener piedad con quienes estuvieron en la élite.

—Si tuvieras que decir tres cosas que hicieron o les salieron mal en el gobierno, tres errores de política concreta, cuáles te parecen los más gruesos. Por ejemplo, nunca entendí por qué el poder financiero les cortó el boleto a ustedes. 

—Te referís a la primera corrida de abril del 18. Yo creo que para todo lo económico hay un problema que nace de la perspectiva y la escala: mayor carga de reformismo, más probabilidad hay de reducir capacidades. Porque se te traba el sistema. Ese equilibrio entre reformismo y gobernabilidad, en parte fue subestimado. Y creo que afectó en lo económico. También fue proporcional: la caída fue significativa, porque fue muy alta la confianza. Y quienes confiaron sintieron, como pasó con nuestros votantes, que no pudimos concretar lo que prometimos. No había suficiente consenso político. Por eso les parecía divino lo que estábamos tratando de hacer, pero en la práctica no estaba el sostén político ni el consenso social para el camino que propusimos. Y a mi entender muy personal, el error fue la incapacidad o la dificultad para tener un diálogo con el kirchnerismo. Yo no lo pude tener. Estamos tan cerca, incluso generacionalmente, y no pudimos encontrar ese puente.

—¿Cómo es eso?

—Hay dinámicas que te van llevando, como la corriente. Nos fue llevando a decir: “bueno, tenemos que sumar el 51 por ciento y vamos para adelante”. Cuando hacés eso aumentás las chances de que el otro lado diga: “listo, estoy afuera, entonces no coopero en nada”. No hay consensos mínimos. Creo que es un error espejo del que ellos cometieron. Lo correcto es tratar de integrar a todo el sistema. Esa es la decisión más difícil que tiene un gobierno, y en general se tiende a lo más fácil: blindo lo mío y a las piñas. Mi aprendizaje es que esa modalidad tiene patas cortas. Por eso, y volviendo al libro, hay que entender el peso en todo esto que tienen las personas. No logramos conectar.

 

a mi entender muy personal, el error fue la incapacidad o la dificultad para tener un diálogo con el kirchnerismo. Yo no lo pude tener. Estamos tan cerca, incluso generacionalmente, y no pudimos encontrar ese puente.

—Tengo la impresión de que hay una inquina muy particular entre el kirchnerismo y Macri. Alguna cuita que parece irremontable. Por esa grieta se cuela Milei.

—Sí, creo que hay un tema no resuelto, y es un enorme desafío para ambos, entre Mauricio y Cristina. En un sistema democrático dos figuras tan relevantes tienen que encontrar una forma de dialogar. Cuando lo ves de afuera parece obvio. Y no es que no lo han intentado, han tenido momentos y no han funcionado.

—¿Pensás que Milei es una amenaza para la democracia?

—Yo creo que la amenaza es que la gente deje de creer en el sistema. En todo caso es por qué el sistema no pudo ofrecer algo mejor que alguien que diga que hay que romper todo el sistema.

—Pero Milei no hubiera sido presidente si Macri no lo apoyaba.

—Es causa o efecto. Yo creo que la demanda ordena la oferta, no al revés. No creo que sea tan importante el político. Lo que Mauricio ha dicho muchas veces es que mi votante pide que lo acompañemos. Y al igual que Massa decía en el 2019 que sus votantes pedían apoyar al kirchnerismo...

¿Entonces no hay principios en juego? Porque hay dirigentes radicales, incluso del PRO, que dicen que aunque sus votantes prioricen el antikirchnerismo ellos no van a apoyar a Milei porque tienen valores democráticos.

—Está bien, pero eso es parte de la libertad política de cada quién. Hay quienes se suman, otros que no porque va en contra de sus ideas.

¿Vos qué pensás? ¿Milei es una amenaza para la democracia?

—No, yo no me voy a poner en ese lugar. Hoy no lo sé. Creo que la amenaza a la democracia es la falta de confianza de los ciudadanos hacia el sistema. De vuelta, en varios momentos de nuestra historia reciente estuvimos en ese fleje en el que la oposición acusa al oficialismo de antidemocrático. Ha pasado con todos los gobiernos. Incluso dijeron que nosotros éramos la dictadura. Cualquier cosa. Eso se tiene que regular en la discusión institucional. Y en todo caso, el sistema pone los límites, o no. El límite entre la autocracia electoral y la democracia competitiva es muy finito. Siento que el sistema lo tendrá que resolver institucionalmente, pero el desafío más grande pasa por otro lado. Lo que digo es: existe siempre el riesgo en nuestros países de que la democracia desbarranque. Pero depende de un montón de actores, no de una persona. Si siempre, cada cuatro años, estamos hablando monotemáticamente de una sola persona, dejamos de hablar de todo el resto. Creo que es un error. Es una construcción colectiva esto. Porque no es que vino con un aparato de poder gigante para imponerse, le ganó a todo el sistema político. Creo que la política tiene que repensar cómo conecta con la sociedad. El modelo burocrático de aparatos partidarios, de ideologías, no está conectando. Si no reparás eso, no reparás el sistema. Ese es para mí el punto central.

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