Casi veinte años pasaron de cuando mi viejo me despertó a las cinco y media de la mañana para avisarme que me llamaban de una radio mainstream para una entrevista. Yo era presidente del centro de estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires. "¿Por qué hacen algo ilegal? Parecen los encapuchados de los cortes de ruta de la Patagonia", era la envenenada pregunta en aquella época. La prehistoria de las inquisitoriales entrevistas de Eduardo Feinmann a los estudiantes que luchan contra el opaco proyecto de la “secundaria del futuro”, propuesto por la inefable ministra de Educación porteña, Soledad Acuña.
En 2017 se multiplicaron las tomas hasta llegar a unos treinta colegios. Nadie lo esperaba. Los estudiantes exigieron que la reforma del gobierno de Larreta se paralizara hasta que fuera debatida por el conjunto de la comunidad educativa. Pero la ministra Acuña se negó y la situación se estancó en mutuas acusaciones de inflexibilidad.
Hoy abro cajas de volantes de fines de los noventa y repaso nuestras consignas contra el desmantelamiento de la educación pública, nuestra voluntad de poner en marcha nuevas formas de hacer política. El movimiento estudiantil secundario nos enfrenta –ayer y hoy– a las distancias generacionales. No solo de edad o tecnológicas, sino también de cambios culturales y hasta sexuales. Se trata de un movimiento que no tiene historia precisa. No conoce de fracasos políticos anteriores ni de discursos aglutinantes. A veces se deja llevar por espontaneísmos o dogmatismos, pero tiene la potencia de lo elemental. Un asidero muy fuerte en la práctica, un lugar compartido, y problemáticas cotidianas que permiten una creatividad de la que la política general carece.
Mientras releo los volantes me pregunto si las tomas son la eterna repetición de lo mismo, o si podemos encontrar nuevas preguntas frente al espejo deformado de los estudiantes.
el futuro está llegando hace rato
El macrismo presentó la reforma de los secundarios como si fuera a vender un electrodoméstico de los años cincuenta. Este discurso se remonta a la reforma educativa del menemismo. Cuando se aplicó la Ley Federal de Educación (LFE) se instauró una retórica que oponía en forma binaria pasado y futuro. Se diagnosticó una escuela pública obsoleta que debía cambiar de raíz para estar a la altura de los tiempos neoliberales. El sistema unificado nacional fue descuartizado en subsistemas provinciales y se benefició a las escuelas privadas. El pase de jurisdicciones no fue acompañado por presupuesto nacional y las provincias tuvieron que hacerse cargo del (des)financiamiento. El clásico esquema de primaria y secundaria se rearmó con la EGB y el Polimodal, y se amplió la obligatoriedad. Los cambios curriculares, el aumento de la matrícula y la reorganización de los contenidos fueron sinónimo de degradación de las condiciones laborales docentes. Mirada desde el presente, la reforma fue quizás efectiva en desmembrar el vetusto modelo educativo sarmientino, pero nunca funcionó como prometía.
La Ley de Educación Nacional (LEN) que implementó el kirchnerismo desde 2006 buscó reencauzar la escuela con un piso de financiamiento, la reorganización de los ciclos y una nueva extensión de la obligatoriedad. El mandato de sostener como sea la permanencia de los estudiantes, fue acompañada por una política de aumentos relativos de salarios y de mayor oferta formativa hacia los docentes. Pero no logró revertir la sensación de que la escuela no daba abasto con lo que se le pedía. Durante el kirchnerismo hubo más presupuesto, salarios, edificios, netbooks, libros bien impresos, años de cursada, formación docente en temáticas específicas como la Educación Sexual Integral, pero no se instauró un nuevo modelo genuino capaz de doblegar la desigualdad, la fragmentación, el caos y el negocio del mundo privado.
En 2009 se establecieron una serie de acuerdos en el marco del Consejo Federal de Educación. Se planteó reinstitucionalizar la enseñanza, actuando menos a nivel de las leyes y las grandes políticas educativas y más al ras del suelo, desde la "innovación", esa palabra mágica que tanto excita a padres, periodistas y empresarios del siglo XXI. Con un lenguaje a la vez tecnocrático y progresista, se habló de la autonomía de los alumnos y de las iniciativas de los docentes. Una retórica bella pero irrealizable. En estos documentos se escuda el macrismo para la gran reforma. De hecho, la polémica idea de las pasantías ya había sido planteada en aquel entonces. Por el kirchnerismo.
Desde 2013 el macrismo plantea la Nueva Escuela Secundaria de Calidad. Se vende como una continuidad de las políticas educativas, al mismo tiempo que busca intervenciones de impacto público. Pero, como siempre, lo importante no se dice sino que se escribe en letra chica en el reverso del envase: el desfinanciamiento, el recorte de salarios, la desarticulación de programas de formación y de las orquestas juveniles, entre otros. El gobierno de la ciudad plantea que no está haciendo cambios legales sino que está gestionando eficazmente las novedades de la época. Pero lo cierto es que las escuelas ni siquiera tienen Internet, se inundan, se les caen los techos y hay nidos de ratas que se multiplicaron durante las gestiones de Macri y de Larreta.
liberalización o convivencia
La doctrina del Larretismo implícito consiste en probar diferentes medidas como globos de ensayo (no se puede decir que no avisaron), medir con herramientas de investigación de mercado o social listening cómo pegaron entre "los vecinos", y luego avanzar o dar marcha atrás según el cálculo político. Si un grupo de infiltrados pudre una marcha, se propone a los vecinos ir a limpiar paredes sin preguntarse por los detenidos y golpeados por la "nueva" policía. Si los alumnos toman los colegios, se cuantifica la reacción de los padres y se actúa en consecuencia. Lo que se intenta capitalizar es el rumor y el sobreentendido. La temporada escolar 2018 comenzó en febrero con una materia previa dictada desde la cúpula del Gobierno de la Ciudad. El título, pedagogía de la represión y el amedrentamiento. La bibliografía, un nuevo protocolo que criminaliza la toma de los colegios por parte los estudiantes.
En el plano curricular, el Ministerio de Educación a nivel nacional plantea en un documento dos opciones de aplicación local para las reformas educativas. Una es consensuar este año y aplicar el que viene el proyecto completo; la otra es empezar con una prueba piloto en algunas escuelas e implementar la reforma integral de manera paulatina. La discusión entre gradualismo o reforma radical no incluye solo a la economía. En la Ciudad se tomó la segunda opción. Eligieron diecisiete escuelas piloto y se empezó sin consulta pública ni consenso con organizaciones docentes ni estudiantiles. A los directivos que la aceptaron en sus instituciones se les otorgó un sobresueldo y se los instruyó en base a un Powerpoint que se filtró generando un escándalo.
Podríamos agrupar las propuestas de la "secundaria del futuro" en tres grupos. En el primero las iniciativas que remiten a la Ley Federal de Educación que nunca se aplicaron en la Ciudad de Buenos Aires, tales como la unificación de materias en áreas o la eliminación de las calificaciones numéricas. En el segundo las que vienen de la Ley de Educación Nacional que ya planteaba reestructuraciones curriculares y la posibilidad de pasantías. Y en el tercero las genuinamente macristas: la idea de créditos, de cursada no presencial y la gamificación (sic). Se suma la propuesta de un quinto año donde se eliminarían las materias tradicionales, repartiéndose los contenidos entre un cincuenta por ciento de emprendedurismo y otro cincuenta de pasantías. Esto último fue desmentido o matizado en documentos posteriores, agregando para simular progresismo supuestas prácticas en espacios sociales o culturales y articulaciones con la universidad.
En la fundamentación de la reforma se propone que las escuelas tengan obligatoriamente autonomía para definir los perfiles de los egresados, los contenidos troncales, los proyectos de articulación, y más. La sensación es que se propicia un sistema caótico que reduce la educación pública a un gran servicio de contención social abierto a la caridad de las empresas y las fundaciones.
Hace un año el ex ministro Esteban Bullrich decía en el coloquio de IDEA que las escuelas tenían que funcionar buscando talentos, como un gran departamento de recursos humanos. En la reforma se pide generar "individuos seguros de sí mismos y capaces de liderar su vida". La eliminación del presentismo para reemplazarlo por actividades virtuales implica sustraer los cuerpos del incómodo roce con los otros. Deleuze profetizó que los individuos ya no estarían encerrados sino endeudados. La escuela larretista propone créditos en vez de notas: calificaciones no numéricas y el agrupamiento de materias que buscan tanto la fluidez de los conocimientos como de los estudiantes a través de varias instituciones. También se incorpora el concepto de evaluación de trayectoria educativa en vez de la posición en un grado o aula; una pedagogía líquida que permitiría flotar entre la primaria, la secundaria y la universidad.
La educación disciplinaria tradicional buscaba articular al individuo en la masa asignándole un lugar específico o excluyéndolo. Las raíces del imaginario de la escuela pública en la Argentina tanto hablan del derecho a la educación como de un espacio aséptico, silencioso y blanco, vaciado de participación y jerarquizado en su interacción. Docentes atomizados, instituciones burocratizadas y alumnos estigmatizados e ignorados.
Si desde hace veinte años que la educación está en crisis, ¿qué es lo que la mantiene funcionando? La sociedad la sobrecarga de demandas: con la educación se come, se disciplina, se entretiene, se genera seguridad, se emplea, se aggiorna, se incluye. Pero, ¿se democratiza?
Las escuelas buscan desesperadamente proteger la membrana que les permite mantenerse vivas, como un organismo que resguarda en su interior el mínimo amparo para sostener la convivencia. ¿Hasta qué punto puede pensarse a los docentes y a la escuela como guardianes militantes, a nivel local, territorial, de la comunidad ya inexistente?
La utopía de la Nueva Escuela macrista desea, por el contrario, liberar al individuo del espacio compartido. Pretenden romper barreras, pero plantean otro tipo de filtros: que pueda entrar Ronald McDonald y quede afuera Santiago Maldonado. El intento de transformar la trayectoria educativa en un Candy Crush, no busca tanto resolver el desinterés de los chicos como satisfacer el interés de las empresas. En todo caso, incentiva poco al intercambio de experiencias y más bien promueve la compra de créditos para pasar de nivel.
cuerpos que hablan
Después de varias semanas de toma, la Defensoría del Pueblo propuso a fines del 2017 una mediación y consiguió sentar en una misma mesa a la ministra de Educación Soledad Acuña y a los delegados estudiantiles. Los pibes y pibas reclamaron que se suspenda la aplicación de la Reforma para realizar un congreso pedagógico y respondieron a las provocaciones oficiales con el rostro de Santiago Maldonado. En las tomas realizaban talleres, organizaban la comida y algunos voluntariosos hacían arreglos de la infraestructura. Durante las marchas las consignas no se leían en sus remeras sino en sus cuerpos. Se mostraban con los torsos pintados y desnudos.
Esa tarde me contaron que había una asamblea en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Fui a mi vieja escuela para hablar con los pibes, pero en los pocos cruces que mantuve respondían desconfiados. Les conté que había estudiado ahí y que había sido presidente del centro. Me preguntaron en qué año y ante mi respuesta que remitía al siglo pasado, se miraron con desconcierto. Les pedí que me contaran sobre las agrupaciones actuales, pero sinceramente no logré entender del todo el mapa político contemporáneo.
Los pibes están en el borde de la política, entre el futuro y el pasado, entre lo pequeño y lo grande. Se puede ver algo nuevo, diferente, que nos habla del porvenir, pero también algo más básico o atávico, una especie de vuelta a las bases, a la participación directa, sin tanta mediación de discursos preestructurados.
Los "adultos responsables" les hablan de participación, de alumno activo, de reflexión crítica, pero rechazan el diálogo cuando se plantea en los términos propuestos por los jóvenes y se escandalizan con las tomas. Sin embargo es común escuchar que los estudiantes sienten que aprenden más en una semana de convivencia y labores colectivas durante las ocupaciones, que en ese tiempo pedagógico homogéneo y vacío en el aula. Mi sensación al hablar con ellos es que no responden a nuestro idioma. Lo más inquietante es que tampoco parecen querer transmitirnos el suyo.
De pronto, una noticia prolifera primero por abajo y luego explota en la opinión pública: hubo un abuso sexual en el Nacional Buenos Aires durante los primeros días de la toma. "¿Por qué los pibes sostuvieron la medida a pesar de lo ocurrido?", repiten en las redes y los medios. Se duda del centro de estudiantes y se lo acusa de complicidad con el abusador. También del padre por encubrir a la toma. Se sospecha del desmanejo de las autoridades. Todos opinan y juzgan. Pero nadie escucha a las chicas y chicos, mucho menos a la víctima. No tienen derecho a decidir cuándo ni cómo hablar.
Una encuesta en un grupo de Facebook de ex alumnos revela una cifra escalofriante de casos de abusos en los claustros. Las luchas feministas tal vez sean la mayor evidencia de un profundo cambio generacional. Las jóvenes encabezan las denuncias por la falta de aplicación real de la ESI y discuten con sus compañeros sobre las propias medidas disciplinarias que deben aplicar a los abusadores, aun en el caso de compañeros queridos. En el nuevo año que comienza, mientras algunos rinden las materias que se llevaron a marzo (siempre que hay tomas importantes aumenta la cantidad de aplazados), la mayoría se prepara para participar en la huelga del 8M. Y siguen con inquietud el debate finalmente abierto sobre la despenalización del aborto.
En una de las marchas recientes, observé a los pibes desde una distancia prudencial y reconozco lo lejos que quedaron mis propios recuerdos sobre ese militante estudiantil que alguna vez fui. Esta vez no me animo a hablarles como un extraño, como una representación de la sociedad que espera integrarlos. Los contemplo mientras se hacen chistes, se empujan, se ríen, se histeriquean. Ellos empiezan a marchar. Los acompaño con curiosidad y prudencia.