Los metaleros siempre estuvieron ahí | Revista Crisis
crisis eran las de antes / agosto de 1989 / radiografía de aquel rock pesado
Los metaleros siempre estuvieron ahí
A fines de los ochenta, el heavy metal nacional fundaba una cofradía que se balanceaba entre el pulso agitado de una contracultura y las olas de oportunismo del mercado. Este informe publicado en la crisis #73 permite entender los orígenes de su chispa local y un fervor que se encarnaba en una pregunta que se hacían sus músicos: si el género tomaba de pronto el lugar que en algún momento había ocupado el rock nacional.
08 de Octubre de 2021

 

Una sociología de pacotilla destina el gusto por el rock pesado, el heavy metal, a los jóvenes de clasemedieros para abajo. Es un género del suburbio, del barrio, dicen. Y algo de razón les asiste. Pero la mirada pertinaz quiere ver hilos revueltos tirados desde lo cultural, las costumbres y lo político. ¿Por qué no? En años duros se desempolvan las camperas de cuero negro; se saca brillo a las tachas y se desoxidan las cadenas. El género maldito del rock que había tenido su cuarto de hora hace algunos años y muriera ahogado en su propio sonido, regresa redivivo, con bríos flamantes, nuevas bandas, long plays y recitales. Los melenudos metaleros de remeras negras siempre estuvieron allí. Esperando para ser vistos y oídos. Ahora, las bolitas de naftalina giran cayendo hasta el piso desde las camperas sin percha, inútiles porque a las polillas no les gusta el cuero negro.

Como los metálicos tienen el tupé de declararse herederos del sonido furibundo y denso de bandas como Cream o solistas como Jimi Hendrix, la historia del metal en la Argentina puede rastrearse hasta aquellos grupos cultores del rock pesado en la década anterior: Pescado Rabioso, Polifemo, Pappo's Blues, La Pesada del Rock and Roll con Billy Bond a la cabeza, y los Deep Purple nacionales: El Reloj.

Ya desde entonces, los émulos locales de Led Zeppelin y Black Sabbath provocaban el comentario. Razzias policiales, conciertos con inconvenientes (aquel recorrido de La pesada en el Luna Park, donde al grito de “rompan todo” se hizo casi exactamente eso). Sucios y desprolijos, asustaban a las vecinas de escoba en mano. Norberto “Pappo” Nappolitano —alma mater del género y el mejor guitarrista del ambiente— rememoraba ya en un viejo reportaje que le hiciera una revista subte: “Yo en esa época era un quilombero terrible. Usaba campera negra, la moto Chopper que todavía tengo y andaba con cadenas, gillettes, cuchillo. Era pesado...”.

Pero la leyenda negra se dejó de escribir en 1976, más o menos. Con la dictadura, la música progresiva se convirtió en un topo subterráneo y en el voleo se cortó también la historia de los pesados. La vieron y la vivieron a la distancia, porque en Inglaterra y en Estados Unidos la movida heavy recomenzó con la década de los ochenta, de la mano de grupos nuevos, con una polenta distinta: más potencia, mejores instrumentistas. Casi un concierto de toneladas de roncanrol concentrado, duro y rapidísimo. Época de Iron Maiden, Judas Priest, el perenne Kiss y AC/DC.

Fue justamente durante un recital de esta banda australiana cuando surgió en la cabeza de Pappo la idea de armar algo similar por aquí. Y le salió Riff, la primera resurrección de los pesados. Al frente se colocó también la banda V 8, y había programas de radio en la FM (Cuero Pesado) y revistas (Riff Raff y Metal). Hebe Blanco, la directora de Metal, se acuerda: “En el '83, con la democracia, empiezan a cambiar las cosas, hay una expansión, llega mucha información. Los chicos que escuchan mucho rock —ya se sabe— quieren formar una banda. Ahí comienza el movimiento heavy en la Argentina. Los años ´84 y '85 son capitales, con centenares de grupos, casi todos muy malos, con muchas más ganas que talento. Como todo florecimiento repentino, tuvo grandes problemas inmediatos: falta de preparación por parte del público para vivir la libertad que significa un recital de rock, más aún un concierto teñido con toda la fuerza del heavy metal. ¿Consecuencias? Desmanes, problemas”. Además, “si un sistema te vence es porque hay errores que costaron eso” —explica Walter Giardino, guitarrista de Rata Blanca. “Había algo que avanzaba, pero también lo vi caerse. Hubo tipos oportunistas, paracaidistas sin capacidad pero que vieron que había miles de personas rondando el heavy metal y que podía ser muy rentable. Pero ni siquiera tuvieron la inteligencia para explotarlo como era debido”.

Violencia y paracaidistas hicieron una mala combinación. No hubo más locales donde tocar, no más radio ni TV, las compañías discográficas dejaron de apoyar a los grupos y la estrella que guiaba, se apagó: se desarmó Riff. “Desapareció todo —definitivo, Giardino—, muchos metálicos se sacaron la campera de cuero y se pusieron la hawaiana. O se cortaron el pelo y ¿salieron a trabajar”.

 

segunda resurrección

Cualquier ojo detector de mercados potenciales sabía que debajo de estas cenizas podía brotar nuevamente el fuego del metal. El tiempo muerto sirvió para decantar, mientras los pibes de las remeras negras esperaban. Ahora, el grupo Kamikaze: arrancó vendiendo mil 200 placas por adelantado de su elepé. Rata Blanca ya pasó de los varios miles (“Salió junto con Todos al Obelisco, que hacen reggae —aporta Carlos Sale, de Polygram— y nos sorprendió porque es el que más vende, a pesar de la moda del reggae. Vendieron más que Elton John. Acá en la Argentina, claro”). Por su parte, la revista Metal tira 23 mil ejemplares quincenales y es la que más números atrasados vende de toda su editorial. Un fin de semana cualquiera, más de media docena de bandas de HM pueblan las agendas de conciertos.

Los números no son tan módicos si viven en medio de la anemia general. Ya salió el disco de Vitiken y el de Tarzen, una banda internacional con integrantes argentinos. Grabó también Alakrán y más atrás vienen remando los grupos inéditos con sus demos bajo el brazo. En las páginas de Metal y de las fanzines del ramo —como Metálica— las agrupaciones se cuentan con los dedos de varias manos: Dr. Jekyll, Murdock, Retrosatán, Trailer, Prisión, LZ 2, Hermética, Horcas, y faltan más manos.

Pero, a pesar de todo, el heavy metal sigue siendo marginal. En los medios pierden por goleada ante el pop mundial y las versiones argentinas de ska jamaiquino y reggae o el rock blando y aguachento. Los músicos —varios de ellos realmente buenos— no son reconocidos por sus colegas extra corriente. ¿Sólo esto los hace distintos? Hay más. Su público.

 

¿dónde está el rock?

En un trasvasamiento sanguíneo, los heavies heredaron las características de los rockeros de antaño. En este aspecto, son los que continúan la tradición del pelo largo. Usan remeras con los logos de sus bandas favoritas. De ser posibles, pintadas a mano, únicas. Los pibes desprecian la moda, se visten con su propio uniforme, se esfuerzan por ser distintos. Y, al igual que su música, muchas veces son marginados. Cuenta Hebe Blanco que comienza su jornada de trabajo leyendo el correo: “La carta más común que recibo —dice— es la de un adolescente de 16 años que me explica: "tengo un problema, me gusta el heavy. Pero todos mis compañeros son conchetos. Cuando les digo que se dejan llevar de la nariz por la moda, me miran con espanto. Es así que no tengo amigos, por favor que alguien me escriba porque me siento mal." Tenemos una sección de mensajería. Allí lo más usual es el pedido de correspondencia o los saludos a los amigos. Él sabe que es un tipo que se destaca dentro del rebaño y que recibe como respuesta el aislamiento”.

Con aquella sangre recibieron más cosas: un sentido de movimiento, de comunidad. Aunque en esto hay matices. El metal reproduce los giros del exterior y se dividen entonces entre los distintos estilos que surcan el género, diferenciados desde el sonido sucio y podrido del thrash metal, a las lentejuelas y el maquillaje del glam, pasando por el speed metal, el hardcore, el power metal, black metal o el soft. Todos difícilmente conciliables. Por supuesto que en estos parajes sureños cada estilo tiene sus cultores y seguidores. Y se pelean por carta en las revistas, aunque el movimiento esté por sobre todo. “Hoy tendría que estar contento pero estoy triste —se puede leer en una carta a Metal—, porque veo que cada vez más, los metálicos nos estamos dividiendo. Cuando abro la revista en la sección correo, los glams se pelean con los thrashers, los white con los black, y así siempre. ¿Es que nunca nos vamos a poner de acuerdo?”. Otro corresponsal se queja: “... Si queremos la unidad de todos los metálicos, ¡por favor, dejen de pelear!”.

Los consumidores de HM conforman una base fiel, con marcas geográficas: el bajo Flores, Lugano, son zonas metálicas. También el Sur y el Oeste del conurbano. Tiene sus lugares de encuentro: Parque Rivadavia, los domingos a la mañana para canjear discos. Los sábados a la tarde el Obelisco y —cerquita— el circuito de otro fenómeno heavy: las disquerías especializadas. Sólo metal en bateas y bateas con elepés que reproducen constantes en sus tapas las fantasías que emergen de las letras de las canciones: lo medieval, la muerte, imágenes torturadas y desgarrantes o muy cínicas. También la ciencia-ficción (Heavy Metal es el nombre de la versión yanqui de la revista de historietas Metal Hurlant francesa, y de la película de dibujos animados que llevó música de Black Sabbath, Blue Oyster Cult y otras bandas pesadas). César Fuentes Rodríguez ya tiene muy vistas esas «portadas en su disquería en la calle Lavalle, “Excalibur” (medieval...). Piensa que el metal “pone el énfasis en la fuerza, entonces destaca aquello que lo represente: un vikingo con un hacha. Y el horror, ese aspecto de lo rebelde. El horror inspira fuerza”. Fuerza, rebeldía. Los glóbulos de la sangre rockera venían cargaditos. ¿Quizá una ideología? Al menos un cúmulo de ideas, el “no transar”, una vaga idea de cambio social, una “ética”. “Si es que hay un movimiento - dice César- lo que hay es fe en él, en la ideología tradicional del rock, su aspecto rebelde, el enfrentamiento generacional, el hacé la tuya, el no rendirse”. Enrique Gómez Yafal, vocalista de Kamikaze, coincide: “El heavy metal tiene como una especie de mundo propio. Tratamos de manejarnos con otros valores, con conductas diferentes de lo cotidiano. No estamos convencidos de que el sistema en que vivimos sea el más correcto. Propondríamos cosas mejores. Bastaría con que fuéramos escuchados, como cualquier corriente de opinión. Comparando con otro tipo de música, tenemos mucho más clara una opinión y una ideología que movimientos como el ska, por ejemplo, que no tienen posición ante un corno. Sin embargo son importantes, vaya a saber por qué”.

En los fanzines y en los programas en radios libres, circula un pensamiento más terminal. La editorial de la subte Metálica es un buen botón de muestra: “La sociedad maneja hábilmente la opinión pública —dicen—. Nosotros, el heavy metal, proponemos un alto, un cambio. Pero vistiéndonos de cuero y tachas y escuchando a Metallica no vamos a cambiar nada. Cada uno o en grupos debe hacer una revista subte, un grupo, un programa de radio, etcétera. Y por sobre todo, ¡¡¡no transar ni creérsela!!! No ganar guita ni perder. Que las cosas se hagan por onda. El heavy metal es uno solo, o se está con él o contra él. ¡Elijan su bando!”.

En una nota de Cerdos y peces de abril de 1984, Ricardo Iorio, bajista en ese entonces de la banda V8, decía: “Soy un ser humano que hace pis y caca, y nadie te viene a ayudar a hacer fuerza cuando vas al baño y te mirás en el espejo y te das cuenta que estás solo. Por más que tu viejo te diga que te cuida y tu novio y tu vecino te digan que te quieren, estás solo. Y el crecimiento pasa por darse cuenta de esa soledad”. Un movimiento de solos, donde la ética de la “música del corazón” y el “no transar” empapan todo. En otra carta se anuncia: “...sólo se puede confiar en los grupos chicos, los que aún tocan heavy porque lo sienten, porque se divierten, y no para ganar plata y hacerse millonarios superestrellas”.

Reeditan a su manera la terminología cófrade del viejo rock nacional. Basta comparar, cotejar las cartas de lectores de las revistas metaleras con las del Expreso imaginario, Hurra o cualquier subte de aquellas épocas. El movimiento, el sentirse hermanados a través de lo común. “Con los músicos nos preguntamos si el heavy no ocupa el lugar que en algún momento ocupó el rock nacional —se interroga otra vez Hebe Blanco—. A pesar de estar marginado. Ahora, después de 18 o 20 años de luchar para crear un movimiento, nos encontramos con que el rock nacional no existe. ¿Quiénes son los grandes vendedores de discos? Los Pericos y Los Fabulosos Cadillacs... Eso no es rock, eso es Katunga sintetizado diez años después”.

 

no más bastarditos

La incipiente masividad y el renacimiento gradual de su terreno del mercado ha puesto a todas las convicciones en una prieto. Un brete que genera conflictos, porque parece que al metal le ha tocado nuevamente la sortija. Están ávidos por dar un buen salto. “El heavy en la Argentina está tratando de unir filas y salir para adelante de una vez —se entusiasma Gómez Yafal—. Hay mucho talento, mucha gente trabajando en serio. Sorprendentemente en serio. Lástima que se maneje todo como una cosa muy marginal, todavía”. Sin embargo, los músicos del cabello largo y las guitarras pesadas ya vuelven a merodear compañías grabadoras y a grabar seguido. Tocan en Obras, en Palladium, hasta en un teatro como el Alfil y en el circuito de pubs. También en Halley, una discoteca cuyo dueño —dicen que músico frustrado- se largó con un sello independiente que publica metal.

“Yo me pregunto qué estoy haciendo aquí, estoy parado mirando a todos lados, gris”, decía una canción de Riff. La pregunta es la misma, y las miradas se entrecruzan retomando experiencias y buscando respuestas. Walter Giardino, el de Rata Blanca, literalmente curado de espanto y a tono con los pragmáticos tiempos que corren, opina que “la época del rebelde bastardito ya pasó. Si sos músico tenés que ser músico. No podés enarbolar bande-ras que muevan a un sector de gente y pensar que son una élite o algo por el estilo. Idealicemos menos: muchos chicos metálicos se ponen tachuelas para salir a la calle o para ir al concierto, no viven realmente una vida “tan pesada” como la que pueden llegar a pintar. Muchas veces no supieron de qué se trataba y simplemente estaban reaccionando frente a una propuesta que les parecía apetecible por la rebeldía y la bronca que llevaban adentro. Ahora hay que trabajar, hacer música. Es el mejor camino para una banda que quiere zafar de lo mediocre”.

Puede que se les hiele la sangre y sólo queden pintarrajeados sobre un escenario, tocando siempre lo mismo. O que sigan siendo “chicos malos”. O un poco de cada cosa. Ahora disfrutan. A Walter pocos podrán reprocharle: hace muchos años que toca su guitarra, y siempre metálico el hombre. Los de Kamikaze también venían bregando. Desde arriba y desde abajo se ve distinto. Ahora están frente a un espejo preguntándose qué hacer: seguir “rebeldes”, “bastarditos”, o bañarse y peinarse para aparecer en el televisor que la fama tiene en su living.

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