Liliana Herrero: “Pobrecito Erik Satie, no lo ha conocido al Cuchi” | Revista Crisis
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Liliana Herrero: “Pobrecito Erik Satie, no lo ha conocido al Cuchi”
Es verano de 1989 y Liliana Herrero es un viento que alborota la escena musical con una impertinente pasión que cruza la raíz con lo contemporáneo, sacándoles el óxido a los géneros. Una tromba de respuestas filosas que en esta entrevista publicada en la crisis #67, deja en claro que interpretar puede ser otra de las bellas artes y explica por qué “la técnica te permite optar entre ser robot vos mismo o transformarte en aprendiz de brujo”.
30 de Julio de 2021

 

Docente en la Facultad de Humanidades de Rosario, furiosamente entrerriana (de Villaguay), dice que tiene "la edad de lo que canta". Ha nucleado una banda poderosa con la que recicla cadencias olvidadas, dotando a las vidalas anónimas y las composiciones de Carnota, Julio Argentino Jerez y Linares Cardozo de inesperados decibeles y percusiones más emparentadas con el frenesí rockero o la herencia africana que con la ortodoxia del legüero, y todo esto sin perder un ápice de sabor terruñal. Con un LP en la calle y otro en grabación, ambos producidos por el ubicuo Fito Páez, se la ha visto participar de experiencias como los festivales de “Alternativa Musical” organizados por la Cooperativa Magma o la compilación Grito en el cielo donde Leda Valladares unió en la ejecución del canto andino a bagualeros tradicionales con las voces de Gieco, Federico Moura, Pedro Aznar y otros intérpretes de música contemporánea. Lucha por el reconocimiento desde esa franja musical que bucea en la raíz sin perder de vista cuándo y cómo está viviendo hoy esta profesora de filosofía, estudiosa de Gramsci, interlocutora adecuada para conversar sobre los meandros y entreveros que empantanan los debates sobre pueblo, cultura y Nación.

Hace tiempo intervine en una columna de opinión sobre temas de cultura con un artículo que se llamaba Ni mucamos (de las grabadoras) ni guardianes (de lo nuestro) como una manera de propugnar un cambio de actitudes entre todos los que se encargan de la circulación del fenómeno musical. Por ejemplo: todavía hay quien se enoja porque oye algún acorde o escala medio jazzera aplicada a una zamba... Conservatorios, academias, métodos de estudio y casilleros clasificatorios llegaron siempre después que las etnias desarrollaron sus acervos sonoros. Hacer uso de esas formas de coagulación y captación del sonido que son las partituras y los manuales es una simple cuestión de ahorro de tiempo: pero no da patente de yanqui ni de ninguna otra cosa. ¿Quién es el dueño de los acordes?

En ese miedo constante a despersonalizarse, a contaminarse, lo que percibo es una profunda desconfianza inconsciente en el poder y la vigencia de lo que se considera como propio. Precisamente, mi gusto acendrado por lo de acá me hace buscar con más afán toda la información musical que pueda llegarme. Oír a Metheny me provoca en tanto me llena de sugerencias y matices trasladables, por ejemplo, a una versión de "La Añera". Escuchar sin miedos para gozar con y contribuir a la mezcla inevitable que traerá la Historia.

 

Spinetta hablaba de la "molécula folk" que nunca se pierde, a pesar de los cambios.

-Típica metáfora spineteana. Él suele comparar echando mano de la Biología o el Cosmos... me gusta eso, pero mi línea de pensamiento es más borgeana: ser argentino es una fatalidad, fatalmente lo cultural se va constituyendo, y, lo mejor de todo, es no saber con entera certeza qué es lo que puede darse a lo largo del conocer, del buscar y hallar...

Hablando de algo más terreno, podríamos decir que la mayoría de los medios están abocados a difundir lo que huela a tradición por los cuatro costados, o bien el ranking de Massachusetts...

-De tener la ocasión y el poder de dialogar de igual a igual y plantear reclamos a las vías de difusión, mi pedido sería: pasen música nacional no por nacional, no por decreto, no por deber, sino porque están dejando de lado mucho y bueno; y en cuanto a lo de otras procedencias, traten de prescindir del enorme caudal de basura que nos inflingen...

Hay una anécdota bastante sugestiva sobre el recorrido y la circulación de los contenidos culturales: Paul Simon llevando a la palestra internacional la inmemorial melodía peruana "El condor pasa", pero firmando él la letra y el líder de Urubamba la música de un tema que, o es un anónimo de hace un par de siglos, o fue escrito por un tal Alomías Robles (las versiones difieren). Como en el juego de nuestra niñez, cabe preguntarse: ¿quién se comió el huevito? ¿Los que recibieron las regalías? ¿Los conjuntos andinos a quienes este hit les abrió tantas puertas?

-En vez de discursos sobre "despojo" o "vaciamiento cultural" lo que me mueve en este caso es la referencia a la falaz oposición huevo versus gallina que existe entre "autor" e "interprete"; el eterno problema del "respeto" al "original". A fin de cuentas, el sagrado momento de la composición es tan sólo un mojón histórico que arbitrariamente colocamos para ordenar las cosas y no remontar el torrente histórico, en una pesquisa por el origen que nos podría llevar tal vez a Bach o a los ritos tribales.  Si la consigna "no desvirtuarás" resulta que el intérprete intente volverse una réplica clónica del compositor, me parece horrible… No me gusta la fotocopia como concepto: prefiero el libro como objeto que posibilita la lectura intensiva hasta llegar a ajarlo, el préstamo, el subrayado, la escritura en el margen; todo eso que permite que le vaya naciendo otro texto encima, originado por el uso. Otro libro que no se le opone, no lo tapa, no lo borra; no es contraposición sino co-creación.

De movida, se me ocurren un par de posibles objeciones: a) la forma rotunda e inevitable en que Pourcel, Caravelli y acólitos pueden pasteurizar y restarle verdad y calentura a cualquier melodía decente y b) Ciertos reparos de artistas que cultivan la composición y la poesía al mismo tiempo (M.E. Walsh; Alberto Muñoz) con respecto a musicalizar poemas pre-existentes. A Muñoz, por ejemplo, le parecía que era como "dibujarle encima a un cuadro terminado".

-Creo en la inevitabilidad de las re-escrituras, encima o al lado. Repito: la opción es entre arriesgarse por flojo que pueda ser el resultado, o sino el ritual de las conmemoraciones, la estatuaria, la hagiografía. Para neutralizar a los Pourceles de todos los géneros, tenemos, por ejemplo, a un Goyeneche que en cada interpretación te re-escribe de arriba abajo el mismo viejo tango y que, además, altera su propia versión en cada oportunidad. El ejemplo del cuadro me recuerda a la experiencia de un grupo de plásticos en Rosario, Tucumán Arde, donde en las obras estaban contemplados espacios para ser completados por los colegas y el público. Estoy con U. Eco en eso de perder la ilusión de lo concluido, lo inmodificable, lo inmutable. Siempre hay una nueva modulación, una variable inesperada para descubrirle a un tema; por eso opto por elegir mi repertorio entre las canciones más alejadas en el tiempo, más relegadas. Al no cargar con el peso consagratorio de una versión exitosa, me dan más libertad para operar sobre ellas…

 

En el sonido general de tu banda se destaca el uso sin remilgos del arsenal tecnológico habitualmente reservado al rock y derivados. El ser una de las voces del folklore que opta por acompañarse de baterías digitales te convierte en el sujeto adecuado para hablar sobre la tiranía rítmica, el uniforme golpeteo electrónico que uniforma y achata las FM.

-Te aviso desde ya que yo no tengo un proyecto cultural. Los músicos producimos discursos que a veces se cruzan con los de los políticos... y a veces no. Pero igualmente me parece horrible que, repentinamente, todo el mundo se ataque en borrar las riquezas de la variedad a garrotazos de clisé pavote. A mí me nace usar una "bata" cuando siento que determinado matiz en mi idea del tema lo exige; no porque la mera existencia del chiche me lo vuelve obligatorio por emulación, por prestigio, por sonar "moderno"; cosa que, como se sabe, cambia con las épocas. Mi preocupación es tener la mayor gama posible a mi alcance: un tema del misionero Ramón Ayala, hombre perteneciente a la cultura del agua y de lo verde, me exige una textura líquida y umbría, maravillosa de ir buscando entre esas guitarras que suenan como flautas, entre los teclados que pueden apropiarse del rugido de los leones: la técnica te permite optar entre ser robot vos mismo o transformarte en aprendiz de brujo.

Al hablar de la multiplicidad de matices que pugnan por brotar de entre los pliegues de las zambas, me hacés acordar del viejo pretexto que daban en épocas de debates feroces los cultores de otras variantes no telúricas: el folklore argentino, decían, es rítmicamente pobre, asfixiantemente escaso.

-Falso. No vale la pena molestarse en refutar algo que la propia práctica de preocuparse en buscar y escuchar con cuidado niega. Ese argumento lo he visto empleado por colegas poco imaginativos para justificar el no poder hallarle la vuelta a lo que tenían más a mano. Con la banda permanentemente mezclamos, contrapunteamos, superponemos dibujos percusivos.  Estos prejuicios son frecuentes en todas las disciplinas saturadas de obligatoriedad.   Sería genial decirles a los sufridos educandos de la clase de música: todo esto es tuyo. Usalo para hacer lo que quieras, como quieras. En la música del Cuchi Leguizamón están presentes Ravel, Satie, grandes músicos “foráneos”. Nadie puede decir que en una zamba del Cuchi esto no está. Y nadie puede decir que, por causa de estas presencias, deje de ser una zamba. Qué suerte la de los argies, que tenemos las dos cosas. Qué pena los europeos: siglos regodeándose en su propio ombligo para recién ahora, con el misil en la nuca, abrirse y fascinarse con las culturas del Tercer Mundo. Qué suerte que el Cuchi conoce a Satie. Qué pena que Erik Satie no llegó a conocer al Cuchi.

 

Pienso en ese casete que me mostraste de Joe Zawinul, gran figura del jazz rock, grabando en La Gran Vidriera Del Norte con virtuosos negros y chicanos ritmos que suenan a galopa sofisticada con letras en español, asumiéndose como un simple inmigrante más en la trituradora.

-El problema no es "Extranjero o Nacional"; la cuestión está en las pretensiones de hegemonía, de verdad absoluta con las que se adoban las posiciones en debate.

No puedo dejar de recordar a Dolina diciendo bien de frente y sin subterfugios, su creencia en que el trasvasamiento cultural se cortó en los '50 con la caída del gobierno popular: o sea, los chicos suenan a Lennon porque no podrían sonar a Gardel aunque quisieran...

-Luis Borda se preguntaba irónicamente: si me hubieran llamado para los tres días de fiesta democrática... ¿en qué casillero me hubieran colocado? ¿Como guitarrista clásico, por mis estudios? ¿Como rockero, por mi trayectoria? ¿Como tanguero, por lo que hago ahora? El apunte más clarificador sobre el tema fue esa nota reciente de Blaustein: el oyente que se crió con zambas, tangos, rocanroles y no le hace asco a nada, pero se ve preparado por los difusores que le quieren hacer extrañar a los Plateros a la fuerza, seguir fielmente la moda como un lechuguino o lo condenan a la simple consuetudinariedad peñera y festivalera en lo vernáculo... Coincido con Dolina en el desagrado acerca de un golpe alevoso que cambie para mal la vida de la gente... sí me gustan los gobiernos populares que no sean “nazionalistas" a ultranza y no se crean en la obligación de prohibir a Lennon para ser más celestes y blancos... No se puede hacer música basándose en la mera conjetura: "Si hubieran ocurrido las cosas de otra manera... ", "si Gardel no se hubiera muerto..." Lo que se hizo en música popular en los últimos veinte años refleja de algún modo lo de todos aunque no se ajuste a la coreografía del pericón... No me molesta que los chicos se parezcan componiendo a Lennon o a Peter Gabriel, lo interesante sería que Gardel no deje de estar. Pero en este caso, ya hay que darse una política; sentar gente a una gran mesa a pensar cómo se hace eso: Lennon y Gardel, Gerónima Sequeida y Fito Páez y dejar de pensar en lo popular como el tesoro escondido para encontrar, rapiñar y acumular, ni como el Santo Grial que hay que custodiar: Lo popular, si es, es una "verdad en construcción".

Fotos al ejemplar de la revista original: Jazmín Tesone.

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