la deriva de azopardo | Revista Crisis
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la deriva de azopardo
2018 pasará a la historia porque “nunca se hizo un ajuste así sin que se caiga el gobierno”, según las provocadoras palabras del ministro de economía Nicolás Dujovne. Dos secretarios generales que renunciaron a la conducción de la CGT, Juan Carlos Schmid y Juan Pablo Brey, intentan explicar a qué se debe tanta pasividad. Mientras ya todos piensan en las elecciones, sigue pendiente una pregunta incómoda: ¿qué onda con el sindicalismo?
27 de Enero de 2019

 

La escena macrista puso sobre la mesa algunos debates que amenazan el futuro de los trabajadores: desde las empresas “colaborativas” y el capitalismo de plataformas hasta el emprendedurismo y la robotización, pasando por la economía popular, se anuncia un horizonte de precarización que se presenta con la prepotencia de lo inevitable. En ese contexto de vibra posfordista visitar la sede de Dragado y Balizamiento, en el calmo barrio de Barracas, tiene algo de viaje al pasado. Sin embargo la decoración obrerista del gremio y la fuerza que todavía emana del rol social de estos cuadros sindicales componen una perspectiva que hay que tener en cuenta para comprender la complejidad del presente.

Sin mayores ceremonias la conversación se concentra en la frase del año: lo que dijo y cómo lo dijo el actual ministro de Economía. “La frase de Dujovne me parece de una extrema irresponsabilidad. El elenco gobernante puede decir que habla con la máxima sinceridad posible, pero desde el punto de vista de las expectativas políticas es una irresponsabilidad absoluta” arranca Juan Carlos Schmid (JCS).

 

Pero lo más sorprendente es que lo que dice el Ministro es cierto: están haciendo un ajuste salvaje y las organizaciones que defienden a los trabajadores no parecen reaccionar.

JCS: Yo creo que hay un consenso en Argentina de sostener el sistema democrático cueste lo que cueste. Hubo sacudones fuertes durante la gestión de Duhalde, está el recuerdo de las represiones en aquel momento, me da la sensación de que hay una confianza en que es a través del sistema democrático que hay que resolver los problemas que tiene el país. Lo que está en deuda es la justicia social, la igualdad, los problemas que no han sido resueltos a través de la democracia. Por eso, si uno toma algunos indicadores, hay cada vez una desconfianza más fuerte en la democracia; pero en el fondo todo el mundo intenta que el problema social sea resuelto a través de la política.

¿La contracara del exitismo del ministro es la derrota del campo popular?

JCS: Sí, creo que es la contracara y la falta de mirada estratégica para estar en una posición de gobierno. El otro día en un plenario con gente de la CTA agarré una gran cartulina, hice un serrucho y pregunté ¿qué es esto? Es un gráfico de los ingresos en Argentina. Algunos están acá arriba y otros están allá abajo. Es un tema que tiene que resolver la política pero es también un desafío para los sindicatos, porque si queremos tener solidaridad este serrucho tiene que ser parecido al que teníamos en 1974 cuando era mucho más parejo. Si no logramos resolver ese intríngulis va a ser muy difícil sostener la solidaridad. ¿Cómo le pedimos al que gana 16 o 18 lucas que pare 48 horas? Al que está arriba no le va a resultar tan difícil, siempre y cuando haya disciplina, porque lo puede soportar; pero para el que está abajo significa hambre. Normalmente les respondo a los periodistas que no se trata de apretar un botón y sale el paro. ¿Por qué se generó ese serrucho durante los últimos cuarenta años? Porque la Argentina industrial que se destruyó en 1976 no se recuperó nunca. Los que están en la punta superior son los que laburan en los servicios, la banca, algún sector energético, pero los sectores industriales se han derrumbado de la mitad para abajo. Hay un enclave que puede ser el complejo automotriz y nada más. Es un paisaje que no se ha revertido ni siquiera en el auge de recuperación de derechos de la última etapa, que fue importante pero no logró resolver los problemas de fondo. La clase política argentina tiene que abordar en profundidad este tema y lamentablemente no lo hemos abordado como deberíamos en las etapas de auge.

¿Cómo puede ser que no haya habido un quinto paro?

 JCS: Yo me retiré de la conducción porque sospechaba que no había condiciones para una medida contundente. Pero la dificultad para insistir con los paros tienen mucho que ver con ese serrucho. Cuando empieza a caer el poder adquisitivo es cada vez más difícil convencer al compañero de que hay que ir a la resistencia y de que existe alguna posibilidad de cambio, porque el problema es que cada vez que hacés un paro general no tenés ningún triunfo. Y no estamos hablando del ejército espartano, sino de gente de carne y hueso que va todos los días a laburar y lo que quiere es comerse un asado los fines de semana y ver si se puede ir de vacaciones. Entonces, hicimos uno, dos, tres, cuatro paros, varias movilizaciones y no hay síntesis política después de todo eso. Es bastante complicado. Aunque yo comparto que hay condiciones para ir a un nuevo paro general, me imagino que los compañeros deben evaluar eso.

Una de las razones por la que renunciaste es que nunca se celebró la reunión confederal que había sido convocada. ¿Por qué nunca se hizo ese confederal?

 JCS: No hubo confederal porque el consejo directivo temía que terminara en una ruptura o en un escándalo. Yo decía que nunca lo íbamos a saber si no lo hacíamos, porque antes se habla, se confrontan opiniones, se trata de encontrar puntos de acuerdo y luego se convoca. Pero en el Comité Central Confederal es el órgano máximo de la CGT, el más representativo, ya que los sindicatos más grandes pueden poner como máximo tres representantes y el más chico puede poner al menos uno por más pequeño que sea.

Ubaldini hizo del plenario de regionales su caballito de batalla. Ya que por arriba está trabada la posibilidad de ir al conflicto, ¿no se puede buscar otro tipo de resortes?

JCS: Lo que pasa es que no todo lo que brilla es oro. ¿A ustedes no les llama la atención que no haya conflictos regionales? ¿Cuántas huelgas regionales hubo? ¿Paró la regional Rosario? Yo entiendo, nosotros no hemos hecho todo lo que las regionales esperaban, ahora: ¿por qué no paran ustedes? ¿Por qué no se junta la UTA, la UOM y las centrales industriales y van al paro? Córdoba no necesitaba en los setenta que le decretaran el paro: paraba y listo. Por otra parte, me parece que a medida que se aproxima el proceso electoral no va a haber novedades porque van a jugar ahí todas las fichas. El problema es que si mañana me dejan cientos de trabajadores afuera y yo no voy a esperar que lleguen las elecciones. Tiene que haber una voluntad manifiesta de separar los porotos: una cosa es la construcción política y otra el carril donde defender lo que nosotros representamos.  Hay algo que el gobierno hace con mucha habilidad y es poner un inmenso regadero de guita en los sectores sensibles y donde geográficamente les interesa: el conurbano bonaerense. ¿Porque cómo se explica que hoy las organizaciones sociales no estén en la calle? Yo no digo que hayan comprado a sus dirigentes ni mucho menos, están negociando para que la gente tenga un pedazo de pan en la mesa en las fiestas. Pero es un peligro porque esa domesticación tiene un límite.

¿Ustedes no creen que hay un déficit más estructural en la capacidad organizativa del movimiento obrero hoy? Porque si el respeto a la democracia se convierte en un freno a la conflictividad legítima, entonces se parece mucho a una extorsión: si luchás sos un golpista. Creo que hay que diferenciar los tantos: en 1976 hubo un golpe genocida; en 2001 no hubo una interrupción de la democracia, sino todo lo contrario.

Juan Pablo Brey (JPB): Yo creo que este gobierno está jugando exactamente en ese punto. Porque como dijo Juan Carlos, hiciste cuatro paros, tres movilizaciones, y no conseguiste nada. En el caso nuestro, me refiero al conflicto aerocomercial, hicimos además tres asambleas con afectación del servicio y no conseguimos nada, ni siquiera una conciliación obligatoria para sentar a las empresas en el ministerio a dialogar y negociar. Entonces se produce el desgaste con los compañeros, mientras los grandes medios de comunicación esmerilan a los dirigentes. ¿Cuál es el límite? Llega un momento en que hasta los mismos compañeros te dicen pará la mano, porque supuestamente terminás poniendo en juego la gobernabilidad.

¿Y cómo se destraba eso?

JCS: Esa respuesta no se la pueden pedir al sindicalismo, porque tiene que ver con los diferentes niveles del sistema democrático. También hay una cuestión generacional. El que vivió muy de cerca “el Proceso” responde con ese recuerdo y es posible que los que nacieron en otro momento no lo tengan tan presente. Pero no nos pueden pedir cuidado por la gobernabilidad a nosotros. Cuando remarcamos que después de estos conflictos no hubo ningún cambio es porque en otro momento ya hubieran sido eyectados varios miembros del gabinete nacional. Pero ahora no ocurre y tampoco tiene repercusión en el parlamento. Dice Pichetto que no se le puede pedir todo al Congreso porque no tiene poder suficiente. No comparto esa interpretación. Para mí el plano político no ha respondido, es decir no existe una síntesis que permita a la resistencia del pueblo imponerle al ejecutivo que corrija el rumbo.

¿No es posible imaginar una conflictividad social que se despliegue con cierto nivel de autonomía respecto del proceso electoral, para evitar que ese embudo termine imponiendo una democracia muy estrecha o moderada?

JCS: Tarde o temprano el conflicto acaba escalando. Lo que yo creo es que hay que debatir qué vamos a hacer después de esta gestión económica, porque nos va a dejar años de malaria. La situación después de este trazado económico va a ser muy difícil. El otro día hablamos con Lavagna y él sostuvo que trendrá que haber una convivencia con los organismos multilaterales de crédito al menos durante los próximos cuatro o cinco años, en donde se impone una renegociación para ver cuánto menos se puede pagar, en función de tratar de recuperar lo proyectivo. Quien venga va a estar muy limitado por ese motivo.

Respecto de la discusión electoral, el peronismo aparece dividido en un polo que se aglutina en torno a Cristina y otro en torno a Picheto y Massa, ¿ustedes piensan que hay que trabajar para la unidad?

JCS: Acá hay un solo denominador común: todos queremos que este plan económico termine; a partir de ese criterio hay que ver cómo se arma la unidad. Creo que el déficit es que todo el mundo está discutiendo quién se va a sentar en la cima y nadie discute sobre qué va a asentarse todo esto. Yo quiero que aparezca esa discusión. Tenemos el endeudamiento más grande. Tenemos trunco nuestro desarrollo industrial. ¿De qué manera vamos a abordar estos problemas? Han aterrizado los chinos y les tendimos la alfombra roja: ¿esa es nuestra política exterior?

JPB: Lo urgente es terminar con este modelo, pero no podemos renunciar a pensar hacia adelante. Porque si terminamos con este modelo el problema lo vamos a tener adentro.

 

el martilleo de las economías de plataforma

Juan Pablo Brey es secretario general del Sindicato de Aeronavegantes y un exponente de la renovación sindical que por ahora pasa desapercibida. Integró la Comisión Directiva de la CGT como secretario de juventud, pero renunció en septiembre junto a Schmid. A su gremio le toca enfrentar una política aerocomercial cuyas consecuencias pueden ser irreversibles. La punta de lanza del experimento macrista es el modelo de negocios “low cost”, que busca seducir a los usuarios abaratando las tarifas de avión y reduciendo los costos del sector, incluyendo la precarización de los trabajadores y el debilitamiento de las medidas de seguridad en los cielos. Al mismo tiempo, la amenaza de eliminar los subsidios a la aerolínea de bandera funciona como una espada de Damocles. Así las cosas, la tensión escala en un rubro de gran poder simbólico.

 

¿Puede ser el conflicto en el sector aerocomercial una disputa que desborde lo sectorial e involucre un cuestionamiento al modelo como tal?

JPB: Sí, porque el problema es la política aerocomercial del gobierno. Nosotros creemos que hace falta repensar el sector, como ellos declaman, pero con los trabajadores adentro. Y lo que está haciendo el ejecutivo es armar una industria paralela sin los trabajadores. Una empresa como Flybondi, que se funda con seis mil dólares de capital, tiene a los trabajadores totalmente precarizados, cobran menos de la mitad de nuestra escala salarial y ni hablar de las condiciones laborales. Una empresa que tiene todo el apoyo por parte del gobierno nacional, que tiene subsidios provinciales, y que la están usando como punta de lanza para testear el modelo. Atrás vienen otras empresas que son más serias, pero las están usando para romper el modelo sindical y dejarnos afuera a los gremios. Nosotros creemos que es necesario que intervengan nuevos actores, que se creen más puestos de trabajo, pero empleos de calidad y mucho más en una industria como la nuestra en la que todo repercute en la seguridad. La promesa del ministro de Transporte era que nos íbamos a sentar con las empresas que entraran para discutir las condiciones, pero eso no está pasando y por el contrario sufrimos una persecución constante contra los sindicatos. Nos están quitando el poder de representación para introducir una industria paralela con sindicatos amarillos.

¿Se puede decir que tanto la base aeronavegante como la dirigencia tuvo cierta expectativa en la política de modernización que planteó el gobierno y ahora están desilusionados?

JPB: Yo creo que muchos de nuestros trabajadores votaron a este gobierno y en las bases hay una desilusión grande. Nosotros como dirigentes nunca nos ilusionamos, siempre creímos que venían a hacer lo que están haciendo, pero no pensamos que iba a ser de una manera tan acelerada. Y sí tuvimos la ilusión de poder ingresar a esas empresas, de poder afiliar, de dar la pelea desde adentro. Hoy se nos está haciendo muy difícil, es complejo que la gente tome consciencia de lo que está en juego, más teniendo el laburo que tenemos. Para que te des una idea: estamos pensando hacer un paro y lo más difícil de manejar es cómo se le modifica el plan de vuelo a los tripulantes en las fiestas o en el verano, porque algunos ya tienen pensado visitar a la familia.

JCS: Yo recuerdo cuando vino Macri a la CATT (Confederación Argentina de los Trabajadores del Transporte), todavía no era presidente, algo que muestra hasta qué punto son hábiles los tipos, por no decir falsos. Cuando habló del sector aéreo dejó picando la idea de que había que privatizar. Le dije: “Sería conveniente ingeniero que usted este tema lo converse con los compañeros del sector aéreo, porque nosotros hemos luchado fuertemente para que Aerolíneas sea una línea de bandera”. ¿Qué quiero decir con esto? Los tipos han rebobinado muchas cosas. Dietrich al mes de asumir dijo “nosotros no vamos a privatizar nada”. Y no es muy claro de nuestra parte cómo se ha conducido el conflicto, ha sido un poco zigzagueante. En los noventa había una sola consigna: salvemos Aerolíneas. Ahora no está tan claro que encolumnes a toda la gente detrás de defender la aerolínea de bandera.

JPB: Hoy siguen diciendo que no la van a privatizar, porque en ese sentido son inteligentes. La estrategia de Aeronavegantes ha sido distinta a los otros gremios del sector, tratamos de no pelear un día por esto y un día por lo otro, porque cuesta dejar a la gente abajo del aeropuerto y no la terminás de alinear nunca. Salimos con la campaña con famosos diciendo que “Todos Somos Aerolíneas” y la consigna tiene que ser esa, los demás son conflictos menores.

El problema que tienen en lo aéreo con las low cost es similar al que imponen Rappi y Glovo. Es un debate que no solo remite a la devaluación del salario sino que incluye el reemplazo de trabajadores registrados por toda una gama de trabajadores precarios, ¿el sindicalismo pone en agenda esta cuestión?

JCS: No está ese debate. No hemos sido claros y por este camino no vamos a conseguir ni mejores salarios, ni parar la precarización y vamos a estar cada vez más atrasados en materia de desarrollo. El abanico de propuestas que tira el gobierno fragmenta todo de tal manera que no se logran unificar las luchas. Y vuelvo al ejemplo inicial: porque saben en el fondo que tenemos el serrucho, que no solo refiere a los salarios sino que implica la mentalidad de los compañeros, el nivel de organización, es el dibujo de desigualdad que tiene el país. 

 

la política desindicalizada

Entre lo social y lo político nunca hay una convivencia armoniosa. Muchas veces el mejor modo de descalificar a un sindicalista es decirle: “estás haciendo política”, como si existiera un terreno estrictamente gremial. La preminencia de los preceptos liberales aparecen hoy más potentes que nunca y se impone en sectores mayoritarios del sindicalismo la tendencia a la moderación del conflicto durante el año electoral. Desensillar hasta que se vote parece ser la consigna. Y quizás esa sea la mejor manera de que el retroceso continúe, porque significa crear condiciones para un disciplinamiento desde adentro de las organizaciones de trabajadores, una suerte de desarme en tiempos de guerra. 

El movimiento obrero organizado, con su innegable historia de acumulación, está hoy arrinconado bajo el mote descalificador de “aristocracia obrera”, con sus cuitas, sus agachadas, sus mil trenzas, ceñido a una representación de la cima del serrucho y también empujado cada vez más a estar espalda con espalda de una clase trabajadora que fue pateada como un hormiguero.

 

El 2018 mostró al gobierno derrapando en una crisis fenomenal, mientras el sindicalismo parece como anestesiado. ¿No es evidente que hace falta una renovación del sindicalismo en serio, no simplemente un cambio de dirigentes?

JCS: Totalmente de acuerdo. Ponémelo a mí y en mayúsculas. Yo creo en eso. Cuando hablo de la unidad con otros sectores que hoy no parecen estar dentro de lo que se concibe como sindicalismo, me refiero a los movimientos sociales y estoy tratando de meter esa discusión. Es imposible creer que si en los últimos años ingresaron cinco millones de nuevos trabajadores al circuito laboral, estos se van a quedar sentados diciendo: “che, mirá que bien que hicieron las cosas estos que estaban antes que nosotros”. Estoy convencido de que eso no va a ser así y que se impone una renovación. Pero el problema del sindicalismo no es la Ley Sindical, son los estatutos de los gremios. En muchos sindicatos es más fácil llegar a ser presidente de la ONU que secretario general, porque se imponen filtros tan poderosos que no podrías llegar nunca. Los estatutos son los que te fijan las condiciones para la votación y el nivel de participación suele ser mínimo. Por eso hay gente que es una vergüenza que sigue estando al frente de los laburantes.

 JPB: Desde nuestro lado tenemos que hacer un mea culpa importante. Por un lado, nuestra incapacidad para enfrentar con fuerza a este gobierno que nos corre el eje siempre y caemos. Y también cuando hablamos de “la unidad”, que a veces es para tapar lo otro, porque en nombre de la unidad se hace cualquier cosa. Nosotros tenemos otro estilo de conducción, en nuestras asambleas cualquiera toma el micrófono, hablamos y debatimos, y muchas veces eso deja expuestos a los dirigentes. Entonces se utiliza “la unidad” para dejar afuera a quien nos deja expuestos, pero el tema es que de ahí viene también la renovación y no nos puede pasar lo mismo que a esos gremios en donde no hay vida porque no hay una representación genuina de los laburantes. 

JCS: El proceso de unidad tiene que ver con el pulso político. Tenés que sentarte con gente que dice “nosotros no podemos ir a empujar a un gobierno si no tenemos alternativa política”. Esa fue una de las grandes discusiones que atravesó a la CGT: “no empujemos porque no tenemos dónde depositar nuestra energía de lucha”. Yo creo que es exactamente al revés y teníamos un número importante de compañeros que acompañaban, pero no eran los sindicatos grandes que son más conservadores. Pero esto también involucra a los sindicatos grandes que sí son combativos, porque hay un llamativo silencio, ¿no es cierto?

¿Ustedes no ven el peligro de una deslegitimación aún mayor del sindicalismo desde la perspectiva de las bases que ven empeorar su situación y constatan que no hay capacidad de respuesta? 

JCS: Si está tan deslegitimado el sujeto sindical, ¿por qué hay protestas tan bien organizadas que confluyen en paros generales y grandes movilizaciones? Por otra parte nosotros nos tenemos que legitimar frente a un segmento de la sociedad que son los trabajadores organizados, que obviamente no son la mayoría. Si juntamos a la CTA y nosotros somos menos del cincuenta por ciento de la población económicamente activa. Ese otro cincuenta por ciento obviamente no me va a acompañar, ¿por qué nos van a acompañar si nosotros hemos hecho muy poco para sumarlos? Hasta ayer en los sindicatos se hablaba de “los planes descansar”. La legitimación nuestra viene desde adentro de cada sindicato y allí pesan mucho las estructuras. Te voy a dar otro ejemplo: a la salida de la convertibilidad, en pleno auge de los piqueteros, se decía que eran el nuevo actor social; hasta que se puso en marcha el aparato productivo y de nuevo los que se sentaron a la mesa fueron los grandes sindicatos que volvieron a formatear el conflicto. Me parece que cuando haya un repunte mínimo de nuevo van a estar.

¿Pero la CGT no debería apostar a expresar esa heterogeneidad que hoy está por fuera del alcance de los sindicatos?

JCS: Sí claro, porque hay gente trabajando en nuevas modalidades que tenemos que cobijar, con acuerdos marcos quizás porque tal vez no podamos incluirlos de una en el convenio que corresponde, y estoy diciendo algo polémico que no suele ser bien visto en los sindicatos. Primero abro la puerta, meto la pata y después voy abriendo más, es un proceso. Porque tenés que organizar a la gente desde ahí abajo. El otro día me comentaban de ocho compañeros que afiliaron en Campana y pasaban a ganar el doble, pero no se querían afiliar por miedo a que los echaran. También hay un problema cultural en la gente. Yo creo que la CGT debería tener un departamento que estudie estas cuestiones y meta a los nuevos trabajadores adentro, más allá de cuál es el encuadramiento que corresponde. Una de las discusiones que está dando vueltas hace años es el tratamiento de las Pymes, porque ahí por cada trabajo en blanco hay cinco que están en negro. Bueno, ¿nosotros nos contentamos con aplicarle el convenio al que está encuadrado y dejamos que los otros cinco queden afuera? Tenemos que buscar una manera de que ingresen aunque no sea con las formalidades que desearíamos, y después vamos viendo cómo igualar ese serrucho del que hablamos. Los nuevos fenómenos de precarización no solo están en la economía popular sino que ya los tenemos dentro del sector transporte. Todo eso hay que discutirlo, por lo tanto el proceso de unidad tiene que ser claro en para qué.

¿En qué quedó el intento de que ingresen a la CGT los movimientos sociales?

JCS: Yo tengo ahí la nota, se las pasé a los compañeros de los movimientos populares que obviamente me pasan la factura. Ahora se estancó, pero es cuestión de tiempo. ¿Vos pensás que la CGT va a poder seguir dándole la espalda con la malaria que se viene en los próximos años? La cantidad de acciones conjuntas que hicimos en estos dos últimos años no se habían hecho nunca. Y demostró que era una experiencia viable y posible, aunque los grandes sindicatos no estaban de acuerdo. Ellos forman parte de la clase trabajadora y se asumen como una organización sindical. No están pidiendo planes, están diciendo que quieren trabajo. Hay que darles por lo menos un estatus de participación. Lo cual para ellos también constituye un desafío, porque si van a formar parte de una organización sindical tendrán que cambiar el mate, evitar mirarnos de manera negativa y adaptarse a las formas que tenemos de funcionar.

La última pregunta es sobre el feminismo como movimiento que obliga a una renovación impostergable, más aún ahora que está tomando la forma de una denuncia pública contra dirigentes que ejercen la violencia contra las mujeres como atributo de su autoridad. Uno imagina que el sindicalismo está plagado de casos en ese sentido. ¿Logrará blindarse o tendrá que hacerse cargo?

JPB: En nuestro gremio el 70 por ciento son mujeres así que su protagonismo es algo cotidiano y natural.

JCS: El sindicato es una expresión de esta sociedad y lo que está en jaque es el patriarcado. Además del problema de los abusos, está en discusión también la igualdad de oportunidades, en los salarios, la jurisprudencia, la participación política, la relación en el ámbito privado. Este fenómeno va a terminar con una sociedad que estuvo construida en función de la autoridad del hombre y ya no va a ser más así. Creo que va a haber desbordes, desde ya te lo digo, hasta que encuentre un cauce razonable.

(Este artículo es una producción conjunta con La Nación Trabajadora)

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