no fue magia | Revista Crisis
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no fue magia
Ya nadie se sorprende: cada año los trabajadores de la industria del aceite perforan los tejados paritarios y escalan a la cima del certamen salarial. En 2017, mientras el gobierno fija aumentos en torno al veinte por ciento y la mayoría de los gremios obedece, aceiteros consiguió estirarse hasta el 31,6. La pregunta es cómo lo hacen. Por qué la tienen atada. Y aquí te lo explicamos.
Fotografía: La Brújula
22 de Junio de 2017

El galpón de los pallets explota de aplausos. Es viernes y la planta está parada. Los laburantes de los tres turnos lo estaban esperando a él. Ezequiel Roldán entra como un campeón. Sonriendo y levantando las manos tipo boxeador. Encima es enorme. Y efectivamente viene de una pelea.

Los aplausos dejan lugar a los cantitos y los muchachos se van abriendo. Se arma tumulto y uno a uno van a saludar al cacique de los aceiteros de Capital. Lo abrazan. Le dicen gracias. Roldán les dice que no, que gracias a ellos. Y lo mismo con el séquito de paritarios del sindicato y la Federación nacional que lo acompañan.

En esa curva de agua sucia en la que el Riachuelo empieza a ser el Riachuelo, lado provincia, está clavada la planta Valentín Alsina de Nidera. Nadie diría que en un lugar tan horrible reina la alegría. Pero hoy sí: la pelea de los aceiteros logró un 31,6 por ciento de aumento salarial y ninguno de ellos cobra por debajo de lo que necesita para sostener a su familia.

give me the money

En un país que se acostumbró a discutir las paritarias con la mira puesta en la inflación, los aceiteros ponen arriba de la mesa otro criterio: el monto de dinero mínimo que necesita un trabajador para vivir y sostener una familia incluyendo “alimentación adecuada, vivienda digna, educación, vestuario, asistencia sanitaria, transporte y esparcimiento, vacaciones y previsión”. Es decir, el Salario Mínimo Vital y Móvil bien entendido, tal y como reza en la Constitución. Si llegar a ese monto implica subir los salarios un cinco o un cincuenta por ciento, es otro problema. Y si la inflación a futuro será del 17 o del 40 por ciento, es algo que sólo Dios sabe y que no corresponde resolver a los mortales que se sentarán a negociar. Lo que piden es lo que necesitan. Es decir, lo que valen.

Por eso los aceiteros llegaron a quebrar los porcentajes que quisieron aplicarle al conjunto del movimiento obrero, bajo la forma de “techos” cuando en Alem 650 mandaba Tomada, o de “metas inflacionarias” ahora que supervisa Triaca Junior (con las diferencias del caso). Es loco que un planteo tan “reformista” como limitarse a exigir que se pague la fuerza de trabajo por su valor, tenga un significado tan revulsivo en la Argentina actual.

Pero los aceiteros no lograron esta reivindicación sólo en base a argumentos razonables, sino a fuerza de luchas, bancarse perder, luego ganar, y pacientes instancias de formación, que los ayudaron a recobrar una percepción de sí mismos como fuerza viva, creadora de las riquezas que reclama legítimamente, y capaz de organizarse para cambiar las cosas, con líderes que demostraron no traicionar a los compañeros. Además, cuestionan que todo el movimiento obrero se mida en función de un mismo porcentaje: pareciera que eso “unificara” a la clase pero en realidad consagra su división, ya que existen distintos salarios de partida y un incremento que resuelve la situación de un sector –en general el de los sindicatos más poderosos– puede condenar a otros –en general la mayoría de los obreros y asalariados– a una situación de pobreza o dificultad para reunir el mango.

Los aceiteros tienen una ventaja respecto a otros sectores del movimiento obrero: son alrededor de 13 mil chabones instalados en uno de los embudos de la Argentina exportadora. Un tercio de las exportaciones de soja o girasol sale del país en forma del aceite que ellos procesan. Y por la zona que bloquearon en la legendaria huelga de 25 días de 2015 entran el 65 por ciento de las divisas comerciales de la nación. Se trata de un lugar estratégico para muchos negocios. No sólo para los monstruos globales que lo controlan, como COFCO AGRI (ex NIDERA), Dreyfus, Noble o Cargill; sino también para los capitalistas agrarios, que necesitan colocar su producción en el puerto y las procesadoras; y lo mismo vale para el Estado, siempre a la espera de esa cosecha salvadora que alivie la sed de divisas en ventanillas de casas de cambio, firmas importadoras y acreedores de la deuda.

Pero no alcanza simplemente con estar ahí, con esa llave en mano. Antes de que los aceiteros fueran construyéndose como sujetos de lucha, los mismos tipos en el mismo embudo recibían salarios bajísimos, tanto más pequeños cuanto que las ganancias en esos años, con la devaluación fresca y los precios brillando en lo alto del cielo, eran aún mayores.

la democracia del número

Esta vuelta de la historia arrancó el 15 de marzo de 2017. En el Plenario Nacional de Delegados, el abogado laboralista Matías Cremonte volvió a exponer los fundamentos del Salario Mínimo Vital y Móvil. Los que ya conocen lo refrescan. Y los que no, flashean: entre los delegados, como dice Mirtha, “el público se renueva”. El otro abogado laboralista de los aceiteros, Carlos Zamboni, analiza la coyuntura más general del país. Más tarde, Victoria Basualdo y Nicolás Iñigo Carrera, historiadores, hablan sobre los antecedentes y el significado de la lucha del gremio en perspectiva histórica. Los motores ya están re calientes: hay motivación, hay debate, hay fundamento, hay historia. Pero se necesita el número. Los muchachos se impacientan. El climax llega cuando el asesor económico de la Federación, Sergio Arelovich, en base a estadísticas nacionales y cálculos sesudos, lo tira finalmente arriba de la mesa: 25.690 pesos, el monto exacto de dinero que ese día y a esa hora necesita para sostenerse una familia bancada por un aceitero del escalafón más bajo que acaba de ingresar a cualquier planta del país. La meta mínima de la paritaria será transformar ese número en realidad. Y de ahí para arriba. Traducido a porcentajes, se trata de un 31 por ciento.

Los delegados se van de la reunión con todas las pilas y el número bajo el brazo. Lo van a refrendar en las asambleas de sus lugares, donde la ansiedad por conocerlo apenas se quiebra por el contrabandeo de mensajitos que se adelanta a la reunión. Solo cuando los muchachos de cada planta ya lo discutieron, lo votaron, y se unificaron alrededor de ese número, llega el momento de tirárselo cordialmente por la cabeza a la Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina (CIARA), la Cámara Industrial de Aceites Vegetales de Córdoba (CIAVEC) y la Cámara Argentina de Biocombustibles (CARBIO). Es decir, los dueños del embudo de los agronegocios. Termina marzo y la pelota pasa a campo enemigo.

tambores de guerra en el Paraná

Pocos días después, obreros y empresarios del aceite despliegan demostraciones de fuerza. El 6 de abril la Federación fue parte activa del paro general convocado por la CGT y las CTA, con presencia en las plantas, haciendo charlas informativas, plenarios de discusión y, obviamente, algo a la parrilla. Del otro lado, CIARA y CEC (la Cámara de Exportadores de Cereales) consiguieron que el gobierno enviara la Gendarmería a los puertos de San Lorenzo y Rosario en un operativo conjunto con la Prefectura llamado “Cosecha Segura”. La idea manifiesta era prevenir incidentes en una zona saturada por decenas de miles de camioneros podridos de esperar en filas de siete kilómetros. El 30 de marzo uno de ellos, muy en pedo, se sacó y embistió a toda velocidad un piquete de personal de seguridad que no lo dejaba descargar: murió Johnatan Gardini, y sus compañeros prendieron fuego el camión.

Poco después, las cámaras empresarias ofrecieron un provocativo 18 por ciento en cuotas. Corría la segunda semana de abril y la Federación rechazó de plano la propuesta, devolviendo la pelota a las cámaras empresarias. Por el momento el gremio se resistía a prender fuego nada. Una jugada recia en pos de eficacia práctica, sin coquetear con conflictos suicidas. O sea, se apela al conflicto cuando es necesario –y casi siempre lo es–, en la medida en que ello sea útil para conseguir las reivindicaciones que se propusieron. Sin festejar como un logro en sí mismo cada día de huelga, bloqueo o campamento en la puerta. Se posee un repertorio de herramientas de lucha, que no son la finalidad última del gremio. Y en esta oportunidad, los laburantes del aceite olieron una trampa inconveniente.

“también pensamos”

Cómo es exactamente la democracia empresaria, no sabemos. Pero luego de este rechazo de la Federación obrera las cámaras se tomaron su tiempo en responder. Las firmas más grandes tienen márgenes económicos distintos a las más chicas. Argumento siempre a mano para empujar “acuerdos por planta” cuando el sindicato de la rama lo lidera una corriente combativa, y lo contrario cuando es a la inversa, como si el valor de la fuerza de trabajo dependiera del tamaño de la empresa que lo paga. Pero el problema no es sólo económico o salarial. También es político: los empresarios se tienen que poner de acuerdo sobre su número; si firmar antes del quilombo para ahorrarse el bardo, o después para no regalar nada; definir qué les sale más caro, en guita y en política.

De hecho, mientras esto pasaba, Miguel Acevedo, CEO de Aceitera General Deheza, se convirtió nada menos que en el Presidente de la UIA. El flamante dirigente empresario pronto declararía que la demanda de los obreros llegaba a “cifras muy altas para muchas de las firmas que están en el sector: un sector que tiene distintas empresas, tiene multinacionales, tiene nacionales”. En una palabra, los gigantes arman un confuso escudo de enanos para defenderse, pero puede que eso salga más caro que arreglar si la situación se tensa demasiado. En ese caso, que garpen también los enanos.

El resultado de estas dilaciones se fue convirtiendo en una provocación para la paciencia aceitera. Y a fin de mes, la Federación declaró el quite de colaboración en las plantas y agitó el fantasma de huelgas. Los operarios pasaron a retacear todos los días dos, tres y hasta cuatro horas de trabajo con asambleas reales o ficticias para “informarse y debatir la situación”, sin laburar horas extras. Así, sin llegar a ser formalmente paros que justificaran una conciliación obligatoria, o metieran innecesariamente al Ministerio de Trabajo en la negociación, los obreros respondieron a la estrategia de desgaste patronal con su propia estrategia de desgaste: “creen que nada más estamos para laburar y, sino, hacer quilombo, prender fuego gomas, pero también pensamos”, dice “el Guachín”, un personaje muy querido del sindicato de aceiteros de Capital Federal.

Parece una boludez, pero organizar bien un quite de colaboración supone un grado de organización y unidad igual o superior al de una huelga abierta, y más en un momento de necesidades económicas y amenazas de despido a la primera de cambio. Sucede que desde que la corriente liderada por Daniel Yofra ganó la Federación, los aceiteros desarrollaron una disputa cotidiana por el control del tiempo y el espacio en los establecimientos. Envalentonados, se mueven por las plantas como si fuesen suyas. Caminan altaneros. Se ríen. Disponen. Los superiores les piden permiso para pasar. Algunos operarios hasta fueron descubiertos jugando al fútbol en un galpón semi-vacío. Y otro loco pasado de copas le reboleó un calzoncillo en la cara en la mitad de la noche a quien se encargaba del control del turno. Pero son anécdotas en los bordes. Hasta tal punto son conscientes del lugar que ganaron que se autocontrolan para no bardearla: “seamos conscientes que la empresa nos va a venir a buscar; cumplamos, hagamos nuestro laburo, nadie nos va a pedir nada que no tengamos que hacer, pero cumplamos mínimamente porque van a venir por nosotros muchachos, no les demos pie a nada”, advertía el Guachín en la asamblea cuando ya era el momento de volver a la normalidad.

si hay récord que no se note

El 18 de mayo los celulares se empezaron a recalentar de nuevo: las cámaras empresarias daban una nueva respuesta formal en una reunión en Buenos Aires. Los paritarios no registran el paso de las horas entre cuatro paredes, sobre una mesa grande, en la Bolsa de Cereales. Se discute el dibujo, se regatean detalles, se pelea la letra chica y se vigila el cumplimiento de cada punto. Cuando se termina de cocinar el acuerdo, se enfundan los facones. Los aceiteros lo hicieron de nuevo. Se fija en 25.690 pesos el salario mínimo vital y móvil de la categoría más baja y de menor antigüedad. La lucha táctica resultó. Otro récord: para el lenguaje paritario argentino se trata de un aumento del 31,6 por ciento.

Precisamente por eso, consciente de las implicancias del pacto dentro y fuera de sus fronteras, la corpo del aceite cubrió de tierra el hueso del acuerdo: al día siguiente de su firma las páginas del gran diario argentino titularan que los obreros habían alcanzado sólo un 21 por ciento, calmando temporariamente con un placebo a sus pares de otras ramas, y aún del propio gobierno. Es más, tal ejercicio de posverdad empresaria sembró la semilla de la confusión entre los laburantes, principalmente fuera del sector. Todavía quince días después de la firma, Miguel Acevedo seguía cubriendo todo de humo desde el trono de la UIA: “el acuerdo no está homologado, no está cerrado, todavía puede ser rechazado por el gobierno”, declaraba por radio. No quedó claro si era un pedido de auxilio o un deslinde de responsabilidades. Pero lo cierto es que el acuerdo no cayó. Y fue del 31,6 por ciento. O, como dirían los aceiteros, de 25.690 pesos.  

gracias totales

Al lado del Riachuelo nadie quita lo bailado a los de Yofra: “De parte de mi familia –dice uno de los muchachos de Valentín Alsina, conteniendo la emoción– decir muchas gracias, porque estamos muy agradecidos de este número que se logró, que es más de lo que esperábamos, ¿no? Si acá en la planta hablábamos de un veinticinco, un veintiocho. La verdad llegar a treinta y uno seis, la verdad… estoy muy asombrado, muy contento, y quiero felicitarlos nuevamente”. Bastante lejos de las loas a conducciones clarividentes y pedidos de lealtad incondicional, los dirigentes resaltan el papel del conjunto. La palabra circula y uno de los delegados del sindicato dice que “este resultado lo lograron ustedes, obviamente mandamos algunos representantes como este grandote a discutir –se refiere a Ezequiel Roldán–, pero el logro lo obtuvieron ustedes”. En la misma línea, doblemente orgulloso por el logro y por su papel, el Guachín también deja claro que “hoy tengo la suerte de estar acá adelante, como el día de mañana le puede tocar a cualquiera de ustedes”. La democracia sindical está aceitada en la Federación. “Estas soluciones no son mágicas –refuerza Chicho, que invita a hablar las diferencias de frente. Si nosotros no ponemos lo que tuvimos que poner en todos estos días, esto no se iba a lograr. Esto es exclusivamente, para que se entienda: unidad. Así que muchas gracias muchachos”. Happy end. Al menos por ahora.

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