1.
Hay cosas que permanecen y cosas que cambian. Un día puede ser peronista aunque el sol no salga ni a saludar. Son las 9 y media de la mañana. El día está feo, demasiado ventoso para ser octubre, demasiado fresco para salir de casa. Por una de esas radios clonadas alguien lanza una alerta que parece una grabación, un eco cansado de lo que ya escuché durante dos décadas: hoy -también- habrá caos de tránsito. Pero en el 15 se llega rápido, sentado y sin demoras hasta Barrancas de Belgrano. Primer desfasaje entre el adentro y el afuera, el arriba y el abajo.
A las diez y media, caminando por Libertador ya se pueden ver los micros estacionados en fila. Voy en busca de la barbarie moyanista y todavía no la encuentro. Lo primero que aparecen son las columnas de UPCN y me deprimo un poco. La burocracia estatal con gorritas blancas no sabe situarse en la calle. Los que engordaron con el menemismo y ahora acompañan al kirchnerismo están parados en la esquina de Monroe, torpemente. Esperan algo, alguna señal. Parece un tour que acaba de llegar a Calamuchita. ¿Nadie les avisó que los protagonistas son ellos?. Es cierto, no son ellos.
Algunos sindicatos chicos entran por Monroe, por ese bulevar por el que ingresan los visitantes al Monumental. Los veo de espaldas, van paseando, mirando los chalets de Nuñez. No los sigo.
Avanzo por Libertador, poca gente todavía, pero con otro color. Dos dirigentes de las llamadas organizaciones sociales van caminando lentamente hacia el lugar que tienen reservado en el escenario. El grupito que los sigue se verá más tarde en una esquina de la popular de River. Pero la fiesta es sindical. La fiesta es camionera. Ya empiezo a verlo, a olerlo. Un desprevenido no lo entendería. El 15 de octubre la cancha de River estalla de verde. ¿Juega Ferro? ¿Tantos hinchas tiene Ferro?
2.
¡Camioneros es un sentimientoooooo!/ ¡no se explica, se lleva bien adeeeeentro!/ ¡A Moyano lo sigo a donde seeeeeeeeea!/ ¡Camionero hasta quememueraaaaaaaaa!/ ¡Vaaaamo camioneeeeeeeeeeeeeeeee!/ ¡Vaaaamo camioneeeeeeeeeeeeeeeee!
Las columnas empiezan a llegar desde el puente de Udaondo que pasa por arriba de la Lugones. Ahí estacionan los micros que vienen del Norte cargados de feligreses. Tucumán, Mendoza, Córdoba, Santiago, Catamarca. Bajan y se sacan fotos con los dedos en V. Con una mano se abrazan al de al lado y con la otra hacen malabares para que la botella de plástico cortada, que desborda de ferné, no se vuelque. Se ríen a carcajadas, se manotean entre ellos, se preparan. Hoy copan el gallinero. La barbarie empieza a respirarse. La transpiración de la multitud comienza a sentirse. Es la vitalidad que empapa la política, que le da sustento, aunque esté situada en otro lugar, bien distinto.
Son las 11 y media. Los que suben primero a la popular miran desde arriba a los que llegan más tarde. Cruzados de brazos se asoman a ver como el hormigueo humano confluye. Esto va tomando color. Banderas. Paraguas. Gorritas. Chalecos. Todo verde. Remeras con la consigna “Moyano conducción” en la espalda y “100 % peronista” en el frente. Bombos que retumban, redoblantes que vibran, trompetas que suenan. Se encienden bengalas, se agitan estandartes. Una murga de trabajadores que avanza. Un carnaval obrero que se expande. Una hinchada que quiere ver campeón a Moyano. Marcas del sindicalismo que creció gracias a Menem, que remató los trenes y forzó la contrarrevolución en el transporte. Orgullo del gremialismo que enfrentó a Menem y jubiló desde la calle a la burocracia sindical ortodoxa que se desligó por completo de las necesidades de los laburantes.
Estos cuerpos si saben ubicarse. Son los dueños del asfalto. Son los protagonistas de la jornada. Ganan cuatro, cinco, seis, o siete mil pesos. Vienen a decir presente en la escena pública, a constituirse a su modo en la coyuntura política. Le dicen al mundo que esto que ahora son no es un fenómeno pasajero. Que no van a entregar tan fácil lo que consiguieron. Que lo escuchen los aliados -y no tanto- que hoy están en el gobierno, que se acostumbre la oposición, que no lo olviden los patrones, que se resignen los ricos, que lo sepan todos. El Monumental empieza a inflarse y parece que va a despegar hacia la estratósfera.
3.
Esta marea urbana es homogénea para el que la ve por televisión o para el que la juzga desde su sillón. Pero alcanza con arrimarse para ver que no son todos iguales. Se divide en múltiples ramas, en infinitas historias. Agua y Gaseosa, Logística y Distribución, Expreso y Mudanza, Guincheros, Recolección, Correo, Transporte de Caudales…
También vienen del frío: Neuquén, Chubut, Tierra del Fuego. Hay viejos canosos con dientes caídos, hay tipos de la edad de Moyano que no piensan en ser presidente sino en jubilarse. Hay laburantes que alcanzaron a ver a Perón. Esos son los menos.
Hay dos o tres generaciones más que ingresaron al mundo del trabajo en las últimas dos décadas, en sincronía con el surgimiento del poder moyanista. Hay gordos panzones, altos y bajos, con tatuajes y con aros. Hay pibitos que andan haciendo cachivache, hay líderes que agitan a un ritmo sostenido, hay otros que parecen conducir con serenidad.
Las militantes de la Corrientes Sindical Peronista son lindas pero no llaman tanto la atención como las chicas de Pritty, que entran a la Sivori media con campera de gimnasia amarilla y pantalones verdes. Los que vienen de Tierra del Fuego andan con los pantalones arremangados. Por las llantas y la gorrita, parecen pibes chorros, pero no son: tienen trabajo (gracias a Moyano). Vayan a discutírselo a ellos. Andan a propulsión por el asfalto que bordea el Monumental. Entre todos, muy distintos entre sí además, constituyen la Juventud Sindical, grupos de pibes impregnados por una cultura de época. Cuerpos que llevan tatuados saberes construidos en el barrio y en la cancha. Hay agua mineral a cagar, hay baños químicos en el ingreso, hay una consigna no dicha: no pudrirla por ninguna razón. Pero a esta fiesta no le falta nada. Hay decenas, cientos de botellas de ferné, hay algunas botellas de cervezas y muchas latas, se ven algunos tetras sobrevivientes de una tradición que también se apaga.
Hacia el interior de la burocracia sindical, Moyano es continuidad y ruptura. Una corriente de prepotencia que establece que en Argentina todo lo que tiene ruedas es camioneros, un sector que hace lo imposible para que no surjan experiencias sindicales alternativas, un monstruo que se rasca un poquito y supura macartismo. Pero el moyanismo no se agota ahí: al mismo tiempo, obtiene beneficios para los suyos, afianza su base, construye lealtades, despliega una mística que otros no tienen, se caga a tiros cuando lo considera necesario y hasta termina cediendo -de mala gana- cuando construcciones gremiales sólidas como las del subte pasan por arriba a la burocracia que juega con la CGT.
La paradoja camionera. Expresión de cambios del capitalismo contemporáneo -centrado en las comunicaciones- y defensor de una porción privilegiada de la clase obrera, que se distingue de la mayoría precaria.
4.
Ya empieza el acto y siguen entrando. Detrás del escenario Moyano va y viene, Viviani -más colorado que nunca- le dice algo al oído, Piumato está eufórico y agrandado, Lingieri anda con cara de rutina, el Bebote de la barra de Independiente sube y baja las escaleras con aires de jefe, ceremonial de presidencial prepara todo para la llegada del matrimonio.
Los figurones van cayendo, el campo ya está lleno, los laburantes se van trepando a las tribunas. Desde acá, veo una bandera que cuelga de la popular de River. Justo en el lugar en el que las gallinas despliegan el trapo de los Borrachos del Tablón ahora hay una verde que se impone y rima. “Moyano, el santo del recolector”, dice. Moooy buena.
La basura es sinónimo de Moyano. Así lo ven la clase media y la alta. Sucio, hediendo, asqueroso, podrido, intocable. Los intendentes del conurbano -¿por qué será que hoy no veo a ninguno?- no lo ven así, pero para ellos también la basura remite al “Negro”. En eso se les va la tajada más grande del presupuesto. Moyano presiona por los salarios y presiona por los contratos. Representa a la empresa y a los laburantes.
Encima ahora conduce formalmente el PJ de la provincia. Me estoy quedando en el paratexto, otra vez la concha de la lora. Es que la bandera es mooy buena.
5.
Quiero ir a la popular de River, que está tomada por Camioneros, pero ahora noto que ya es tarde. Me desespero para ver el escenario de lejos, para estar al lado de los protagonistas. Por momentos parece que no se puede ni subir las escaleras. ¿No entra nadie más? ¡¡¡¡Eeeeeh, eeeeh, eeeeeh!!!!... Ahora sí, la marea sube como si fuera una película de Miyasaki. Arriba manda la hinchada, los que van a cantar durante todo el acto. Los pasillos, donde están los baños y los puestos que venden hamburguesas, están llenos. Hay gente que se va a quedar ahí, parece. Charlan entre ellos, miran a los que siguen entrando, hacen chistes, toman otro trago de ferné.
Me meto en el grupo de los que quieren colar tarde en la popular. Es un tren humano que presiona sobre una mole que no cede. El hormigón está temblando. Alcanzo a ver a los referentes que están en los parabalanchas y ya cantan.
“El día que me mueeeeeeea,/ yo quiero mi cajón,/ que diga camioneeeeeero,/ como mi corazón”.
Tiran agua, esto no avanza, el locutor oficial inicia el acto, de acá no voy a ver un carajo.
6.
Camioneros rebalsó la tribuna de River. Bajo las escaleras para ir a la media. Cerraron una de las puertas porque no cabe nadie más. Salgo, vuelvo a entrar por Udaondo, acá sí. ¡Vaaaaamos! Entro a la media por la puerta que está más cerca de la tribuna Centenario, la única que está vacía porque tiene delante el escenario. La media y la baja de la Sívori también explotan. Los pasillos están saturados. No tendría que haber traído este bolsito carolo...
Hay que subir que ya empieza. Empujo a un gordo que tiene la mirada perdida pero asiente. El también quiere llegar a la otra punta de la escalera. Subimos. Esto está hasta las manos pero parece que todos se conocen. La autocelebración se propaga. La euforia es una ola que va y viene. Casi nadie está sentado. Se sacan fotos con sus teléfonos celulares, se filman con sus cámaras digitales como si fueran japoneses, se guardan este momento que les late histórico. Pegado a mí, un grandote con chaleco de Coto Logística filma todo con su camarita, hace un zoom hacia el escenario que está allá lejos, después apunta a las tribunas y se queda finalmente mirando por el lente lo que hacen sus compañeros. Observo dos metros más allá. Un pibe que ronda los veinte toca el bombo sin parar. Pantalones rayados, mochila de Megadeth, anteojos negros y gorrita verde. También es camionero.
Diez grupos distintos cantan diez canciones distintas. Todas les inflan el pecho de pertenencia.
Camionero hasta la muerte. Eso dicen que van a hacer. No es un laburo, es una identidad. “Es un sentimientoooooo, no puedo parar”. ¿Se entiende? Me parece que ahí hay algo que indica que el moyanismo es un paisaje de larga duración. Empieza a sonar el himno.
¡Ohohohohohohoooooooooooh! Saltan, cantan, se abrazan, hacen la V. ¡Ooooo juremos con gloria morir. Oooo juremos con gloria morir!
7.
El locutor menciona Moyano y otra vez la tribuna es un solo grito. ¡ole, ole, ole, ole, Hugo! Después a Kirchner y a Cristina. Menos gritos, más aplausos. Ahora, nombra a Gerardo Martínez de la UOCRA y lo chiflan con desprecio. Hoy la UOCRA se asume visitante. Está en la tribuna idem que es la contracara de esta. Allá, hay claros, allá no cantan. En un rato se van a ir. Son pechofrío.
En una parte de la San Martín alta está la UOM. Fiel reflejo de un país sin metalúrgicos. Son pocos, tienen dos banderas amarillas, no agitan. Al lado hay una bandera del Garraham. Tris-te-za. Por eso, de Vandor y Rucci sólo quedan un par de libros. Moyano es el hijo reo de aquellos burócratas. Una bisagra en la historia, una bisagra para el país. Y si. En los ’70, fue de ultraderecha, en los ’90, estuvo con De Gennaro y el Perro, en la calle, en la década que se va con Duhalde y, sobre todo, con Kirchner. Ernesto Sanz dijo en el coloquio de IDEA que la caída del kirchnerismo significará la caída del moyanismo. Pffff. Que prenda la tele aunque sea.
Hoy en River, solo el SMATA está a la altura de los camioneros. El gremio que manejó durante más de 30 años el gordo José Rodríguez también obtuvo sueldos altos para los mecánicos. Rodríguez fue exponente irreductible de una derecha dura: entregó listas de laburantes a las patronales de Ford durante la dictadura y fue menemista, pero llegó a cortar la Panamericana de punta a punta durante el gobierno de Kirchner para conseguir un aumento salarial del 50 por ciento. Se cansó de ganar elecciones casi hasta que se murió. Los mecánicos se sientan en la platea San Martín, el lugar que los domingos se inunda de garcas. Me gusta. El hospital de niños en el Sheraton Hotel durante tres horas.
8.
Anuncian que habla Moyano. A ver. Hay lo veo, chiquitiiito. La pantalla lo muestra un poco más grande. Otra vez una ovación. Otra vez fiesta, manos en alto, sale a la cancha el que todos vinieron a ver. Si, si. Parece viejo desde acá. Se mueve lentamente. Empezó a hablar parece. Gesticula, no se escucha. Che, hagan silencio. Nada. Acá siguen cantando, tocando el bombo, haciendo la propia. Entramos en una temporalidad indefinida, un recreo obrero. Ahora los grandotes se ríen y juegan como chicos. Se tiran agua, se bardean. Un flaquito le pega con una botellita de agua vacía a un rubio grandote y mira para otro lado. Otro anda con una caña y hace lo mismo. El que recibe pone cara de enojado. Mamita, si se enoja en serio. ¿Qué dice Moyano? A nadie le preocupa. Encima no transmiten por radio. El ferné pasa de mano en mano. Le pido un trago a uno que parece Lalo Maradona. Me mira y me da. Está bueno, suave. No me vuelve a ofrecer.
Moyano dejó de hablar. No sé qué pasa. No sé. Un rato largo no habla. Ahí vuelve. Acá como si nada. Se va. Ahora, entra Cristina y empieza su discurso. Escucho su tono actuado a lo Evita. Se siguen pegando con la botellita y me empiezan a mojar. Mejor me voy allá, que hay una linda banda agitando. Me arrimo como si nada. Son cincuenta, pero no paran. Una burbuja de pasión. Casi todos hombres. Entre ellos, se distingue una militante con la remera de Moyano: una odalisca camionera. Todos disfrutan. Bombo, redoblante, manos que se abren hacia el cielo, cabezas que dicen que sí, que es eso lo que son, lo que vinieron a buscar, que la celebración se retroalimenta. Contagian al resto. Nadie mira al escenario. Diez minutos, quince, ritmo sostenido. Cristina sigue hablando, se esfuerza, el viento la desborda, dice que ella es trabajadora, que trabajó desde siempre. ¡Camionero, es un sentimiento no puedo paraaaaaaaaaaaaar, olé, olé, olé, olé, olé, olé, olá! La UOCRA ya se fue. Acá como si nada.
Sólo un veterano se retira antes con una coca en la mano. Un pibe de 30 le hace señas, ¿me la dejás? Si, claro, dice con la cabeza. El de al lado festeja y muestra como un trofeo la botella de ferné que le había quedado. Serán las dos de la tarde. La fiesta se prolonga. El sol amaga con salir. Cristina termina y en el escenario los figurones estallan en un aplauso de pie. Debe haber dicho cosas reveladoras. Las tribunas van recuperando el blanco. Los camioneros se quedan. No se van. La base moyanista sigue celebrando. El objetivo está cumplido. Que todos sepan que la barbarie camionera sabe situarse en esta escena.