Algunos dirán que se trató de un milagro, que el deseo de justicia en conjunción con la esperanza dio como resultado un eclipse del terror. Los entendidos, que fue el fenómeno de arte colectivo más importante. Y todos tendrán la razón. Ocurrió en Buenos Aires hace cinco años cuando los desaparecidos, las 30 mil víctimas de la dictadura militar, aparecieron juntos, avanzando más erguidos que los árboles y las banderas hacia la Casa Rosada.
El origen del milagro, el eclipse y el fenómeno datan de fines de 1982. Tres plásticos, Rodolfo Aguerreberry, Julio Flores y Guillermo Kexel elucubraban alguna forma de respuesta a la convocatoria del salón anual de la ESSO sobre "objetos y experiencias”. El objetivo se centralizaba en conmover, revisar tanto conformismo que palpaban en el medio. Si, como decían los grandes teóricos, el arte es hacer presente lo oculto, la realidad tenía demasiadas apariencias y miles de desaparecidos. Ellos se propusieron hacerlos aparecer en la misma condición que desgarraba a la realidad del país: como desaparecidos.
Imaginaron decenas de formas que los representaran a todos y cada uno: trabajar con las fotografías que portaban sus madres, una gran figura que los abarcara en sus ausencias, en fin "delirábamos con absoluta lucidez". Hasta que arribaron a la síntesis: 30 mil siluetas de 2 metros por 1. Las podrían exponer en Plaza Francia cuando los rechazaran del salón, como calculaban que iba a suceder. ¿Cabrían, acaso 60 mil cuadrados de siluetas en Plaza Francia? Calculaban también que deberían formar 20 grupos plásticos con 300 ayudantes para concretar la obra. ¿Y el material?, ¿con qué podrían costearlo? Todas estas disquisiciones comenzaron a irse cuando se les ocurrió presentar el proyecto a los partidos políticos.
Los tres pertenecían a sectores políticos diferentes, incluso uno de ellos era independiente. Supusieron que la idea iba a ser bien recibida y lo fue. No obstante, en la espera de alguna respuesta concreta los sorprendió la convocatoria de la Marcha de la Resistencia. Entonces, tres días antes hablaron con las Madres de Plaza de Mayo, que aceptaron aunque con algunas condiciones: que las siluetas no se hicieran en el piso, que no llevaran símbolos de partidos políticos, y carecieran de identificación para que representaran a todos los desaparecidos sin excepción.
Comenzaron las tareas: elaborar las plantillas sobre cartón corrugado, trazar los bordes de la silueta con pincel o rodillo, el corte del papel. Vinieron los estudiantes, los militantes, los viejos y los chicos, los que sintieron que era el momento de estar por los que no estaban y deberían estar. El 21 de septiembre, cuando comienza la marcha se llevan cientos de siluetas a la plaza, y se bajan bobinas de papel, pinturas y rodillos, la Plaza de Mayo se transforma en un taller febril, perfectamente organizado sin organizadores. Una ceremonia sincronizada por el dolor y la convicción de que el milagro colectivo podía contra lo imposible.
Porque ¿qué sentía Pedro cuando se tiraba al suelo para ser Juan, María para ser Ana? El que marca su silueta comprende que con su lápiz recorre las tinieblas y la luz, y que está creando lo creado, lo que fue arrebatado. ¿Y con qué palabras describir al padre que hace que su hija se acueste sobre el piso para que de su entorno aparezca otra pequeña desaparecida?
-Haceme a mi papá
-¿Y cómo es tu papá?
Y le ponen la barba, o los bigotes, o la nariz así y la boca asá. O el vientre de la embarazada. Y hasta llega el “loco de los corazones”, el que recorre cada silueta para ponerle un corazón rojo, vida sobre vida. La recreación de los que creen. Al amanecer del día 22, la escenografía del milagro estaba montada. Después, las siluetas fueron abiertas en cruz y cargadas sobre el pecho de los que no olvidarán jamás. Erguidas como estandartes marcharon sobre cientos de manos.
Una sola silueta quedó marcada sobre el piso de la Plaza, y antes de que surgieran las protestas, el hombre escribió: “Toda la verdad sobre Dalmiro Flores 16.12.82”. Dalmiro había sido secuestrado exactamente ahí. Dicen que alguien dijo: levantate, hermano, y otros y otros y otros. Y Dalmiro echó a andar.