cajita infeliz | Revista Crisis
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cajita infeliz
La inflación se dispara día a día y las personas van de un comercio a otro en busca de algún alivio. Pero la desesperación y la frustración las consumen. Seis trabajadores que cumplen tareas en cajas de supermercados y almacenes cuentan lo que viven en contacto con los consumidores atormentados, a medida que los productos son marcados por el láser de la máquina registradora y llega la suma final.
Fotografía: Sol Avena
07 de Marzo de 2024
crisis #61

 

Cuando paso los productos veo que la gente mira la pantalla como si hubiera un partido de fútbol, con esa intensidad. No quieren perderse de nada, como si fuera que al dejar de mirar subiera más el precio. Y cuando les decís el monto total te dicen: “¿Qué rompí?, ¿un queso de cabra 5000 mil pesos?”. Se quedan mirando la pantalla y te van comentando precio por precio. A veces incluso es un grupito de amigos y están todos ahí, mirando. ¿O sabés lo que hacen? Apuestan. Estás pasando los productos y de pronto gritan: “Ehhh, Martín, te pasaste” [Imita la voz irritante de un adolescente]. Algunos se lo toman como un juego. No hay mucha noción en general de lo que salen las cosas. De hecho, así como te digo que están los que cuestionan hasta el último centavo, una vez me pasó que me confundí pasándole dos veces un producto a un tipo y el chabón estaba dispuesto a pagarlo. Hay de todo. Algunos se quedan mirando el protector solar de 22 mil pesos y flashean, porque piensan que cuesta 2200, pero no. Otros se van sin comprar nada. Y hay gente que se re confunde y no se da cuenta de que está interactuando con una persona que les está cobrando, no con una máquina. ¿A vos te parece que esto pueda salir tanta plata? Me lo preguntan a mí como si yo… Esta es mi primera experiencia como cajera en mi vida, y la verdad que con el país atravesando esto… Acá directamente dejaron de poner los precios. Entonces la gente está todo el tiempo [diciendo]: “¿Y cuánto sale esto?, ¿y cuánto sale tal cosa?”. La gente se queja, obvio, y yo le explico. No le pueden cambiar el precio porque el supermercado tendría que contratar a una persona que esté solo haciendo eso, imprimiendo precios, cambiando precios, no lo harían. Entonces, ¿qué pasa? Dejaron de poner los precios en góndola. La gente no sabe lo que va a gastar hasta que está en la caja y pasa el producto. Por eso también la reacción. Y muchas veces lo dejan. Porque… claro… quizás estamos hablando de un aumento de 1500 pesos, 2000 pesos, no es un aumentito de veinte pesos. Lo dejan. Hay gente que se estresa mucho, hay gente que se enoja, hay gente que pone cara de culo y no dice nada. Como cajera ya te volvés inmune. No podés hacerte cargo. La gente tiene derecho a sentir lo que quiera sentir porque es tremendo lo que está pasando. Y yo me preocupo como cualquier persona. Estar ahí permanentemente en contacto con los precios me asusta un poco. Digo: ¿y yo cómo voy a hacer?

Carolina, cajera de Super Chapa, Chapadmalal.

 

la media pastilla del abuelo
 

Un hombre que todos los días vi pasar a trabajar con una mochila, con frío, con lluvia… Todos los días pasaba por la vereda de enfrente y me gritaba el saludo de la mañana. Y el hombre se jubiló y… bueno… me vino a pedir si le podía anotar unas cosas. Le dije que no había ningún problema. Empezamos a hablar y me dijo: “Mirá, Chiche, tantos años de trabajar, vos sos testigo, nunca falté, fui a trabajar enfermo, siempre fui un buen empleado, hasta que me jubilé, y ahora que me tocó el tiempo de mi descanso lo que cobro no me alcanza para vivir”. Y me dice: “Mis hijos me quieren ayudar, pero yo les digo que no, porque ellos también están pasando un momento complicado”. Así que… nada… al final el hombre se puso a llorar. Y a veces ver llorar a un hombre…. No digo que una mujer a uno no le duela, ¿no? Pero que un hombre grande se ponga a llorar… Yo vivo en un barrio de clase media, castigada como está la clase media ahora. Pero creo que los que más están sufriendo son los jubilados, porque tengo más anotado [Fiado] de ellos que de otras familias. Más allá de que siempre trato de ser prudente y les explico que solo les puedo anotar los últimos cuatro o cinco días del mes, porque después la mercadería aumenta y no puedo reponer. Y ellos son respetuosos de eso y, cuando cobran, lo primero que hacen es pasar por el negocio a pagar. En ese sentido no tengo quejas de lo que es la calidad de gente, de esos señores o señoras jubiladas. Uno está en la caja y charla con el cliente porque lo conoce, podemos charlar de cómo está el hijo, de si el nieto pasó de grado o escuchar algún problema, porque a veces nos convertimos en psicólogos. Hace no tanto me pasó con una señora… Todo fue porque yo le comentaba que soy hipertenso y la señora me dijo que ella y el marido también. Como toman el mismo medicamento, lo que hicieron fue empezar a compartir la pastilla. O sea, toman la mitad de la pastilla cada uno para que la caja les dure el doble. Y yo me pongo mal, no puedo responder nada. Desde el año pasado que digo que el 15 es fin de mes y ahora vamos a tener que decir que el 12 es fin de mes. Pero no lo digo como un eslogan, sino porque uno ve que después de esa fecha el cliente empieza a usar la tarjeta de crédito, que no era habitual en nuestro local. En la híper de Alfonsín yo iba tres veces por día al mayorista. Y la gente compraba porque sabía que el dinero se le diluía en la mano, pero ahora… Yo no creo que tenga mucho éxito el hipermercado cuando dice: “Comprá tres y lleva cuatro”. Porque la gente no puede comprar tres. Hace un tiempo viene una señora y me dice: “¿Cuánto está el kilo de azúcar, Chiche?”. Creo que era 900 pesos. Y me dice: “¿Me podés vender medio kilo?”. Y yo nunca… yo nunca abrí un paquete. Pero lo primero que vi fue la vergüenza de la señora. La sentí a la vergüenza. Y dije: ¿por qué no se lo voy a vender? Y a partir de ahí en mi negocio siempre vas a encontrar el paquete de azúcar fraccionado por la mitad. Y yo sé que con esto me expongo, porque estoy haciendo algo que por bromatología no está permitido. Pero… bueno… el día que me vengan a multar, que me multen… qué me importa. Por lo menos me voy a sentir bien con que no estoy dejando a alguien sin azúcar. Un señor, también jubilado, un día me dijo: “Mirá, Chiche, esto se divide en dos. Primero es la bronca y después es la entrega”. Yo creo que la gente está más en la de entregarse. Pero el humor no es el mejor. No es que vienen bailando a comprar. Imagínese que vienen con el canastito y te van preguntando: “¿Cuánto va?, ¿cuánto va?”. “Van 4600 pesos, señora”. Y te dicen: “Oh, bueno, dejo el puré de tomate”. Y esa gente se va enojada, porque tal vez lo que está dejando es un puré de tomate que lo necesitaba para los fideos. Y… bueno…. no sé, los hará con aceite los fideos.

Chiche, dueño y cajero de Chiche, almacén de Morón.

 

 

el quince
 

Mayormente en las mañanas viene siempre la misma clientela de comerciantes que antes de abrir su negocio van a hacer las compras. Se lo llevan a los almacenes de barrio. Yo siempre pregunto cómo va la cosa, cómo van las ventas, yo soy muy de hablar con los clientes, y la mayoría me dice: “La verdad, no me puedo quejar, yo sigo vendiendo”. Bueno, estamos en un rubro que imaginate… que por ahí… si fuera la ropa, la gente puede aguantar, pero cuando es alimento… La gente llega muy susceptible a la caja a veces. No sé, carga un carro y te deja la mitad de las cosas porque no llegan, porque sacaron mal la cuenta, o porque tienen un concepto del día anterior de los precios y al día siguiente es otro. Quizás gastan 400 mil pesos en un solo chango. Y vos decís: pero ¿qué se están llevando? Hasta vos empezás a dudar: ¿le habré cobrado mal? ¿Le habré pasado algo dos veces? A veces te dejan el chango ahí y manejate. Esa es la manera que tienen ellos de reaccionar. Es difícil lo nuestro porque le sacamos la plata a la gente. Por ahí viene un cliente jodido y si tuvimos una situación, respiramos, suspiramos y decimos “¡ay, Dios mío!”, como si nosotras tuviéramos la culpa. Y bueno… ya pasó… dejalo ir. Arrancamos de cero y dale. Más que nada se quejan del Gobierno, como buscando un apoyo a lo que ellos piensan. Hay compañeras que no les dan ni cinco de pelota [Suelta una carcajada]. Los dejan que hablen solos. Hacen caras, ajá, ajá [Ríe]. Yo trato de prestarles atención, sin perderme tampoco en lo que estoy haciendo. A veces tengo que contar 400 mil pesos billete por billete y les digo: “Bueno, ahora voy a contar”. Como diciendo “esperame”. Sí, la mayoría paga en efectivo. Traen la plata en mochilas o en riñoneras. En cualquier momento vienen con una valija, ¡Dios mío! [Ríe]. Se había incrementado mucho el débito con la devolución del IVA, pero como ya no está más, la gente volvió al efectivo, a menos que sea miércoles o jueves que ahí aprovechan lo que es Cuenta DNI. Ahí se trabaja mucho lo que es el débito y la cola de gente da vueltas a los dos galpones, que vos los viste, son enormes. Eso a principio de mes, porque el 15 ya te das cuenta de que la gente va a comprar solo lo necesario. A partir del 15 van los comerciantes a la mañana y después el local está vacío hasta última hora. Está difícil la mano, pero también está en uno, en cómo lo atiende y cómo lo trata de bajar. Porque uno no le puede decir al cliente que todo es una porquería. La gente necesita ser escuchada, necesita hablar, viste. A veces me retan por tardar mucho con los clientes, pero yo digo: ¿cómo hacés para no prestar atención? Y al menos se van un poco más relajados. “Ay, gracias por la atención, gracias por escuchar”. Sí, agradecen. Algunos cuando se van hasta me dan un beso [Se sonroja]. Yo noto por ahí que el día anterior a mi franco ya llego rasguñando y pienso qué suerte que mañana no vengo. Y… nada… querés quedarte en tu casa, no ver gente. Antes no me pasaba de llegar a mi descanso así. Ahora quiero llegar a mi casa y quedarme muda con cara de perro.

Paola, cajera de El Gauchito, mayorista de Mar del Plata.

 

día a Dia
 

¡Ayer una señora revoleó unas salchichas! De acá hasta allá las revoleó [Señala la heladera]. “No hace falta que revolee la comida”, le digo, porque a todos nos pasa, a todos nos cuesta, pero tampoco vas a revolear la salchicha. “¡Sí que hace falta!”, me dice. “¡Y las voy a revolear!”. Justo entraba una chica y le gritó en la cara: “¡Chorros!”. La chica no entendía nada. “Me estás robando en la cara”, me dice una señora que siempre tiene algo para decir. “Señora, yo no le estoy robando” [Se pone seria]. La primera fue por los alfajores, la segunda por los fideos. Entonces yo opté por no atenderla más, porque es una maleducada. Hay veces que me enoja que se enojen conmigo como si yo fuera la culpable de la inflación, la culpable de los precios. Yo también consumo, yo también compro y yo también vivo el día a día de la inflación. No es que a mí me sale todo barato por trabajar en un supermercado. Yo pongo mi mejor carita y se lo explico de la mejor manera posible, pero hay veces que opto por no contestarles porque muchos son clientes de siempre, entonces ya se los expliqué una vez y te lo vuelven a decir. Ahí directamente no contestás nada, o sea, los dejás que hablen solos y les decís: “Bueno, sí, sí, bueno”. Antes del tema de los presidentes estaban más tranquilos, todos confiando en que este iba a cambiar, que no sé qué. A medida que fue subiendo todo, la gente está como más agresiva. La misma señora que dijo que lo iba a votar me dice que este presidente nos está matando. Y así me pasa con otros señores. Salía la conversación antes de la votación y me decían: “Yo confío en este Gobierno, vamos a salir adelante”. Y hoy en día me dicen que se fue todo a la mierda, que no creían que iba a ser así, porque hasta ellos mismos están sorprendidos. En el barrio se consume todo, pero menos. Hoy la gente compra para consumir en el día. Tengo una clienta que antes venía tres veces por semana y llenaba el chango. Ahora va y compra cinco cosas. Pasa que se desesperan por algunos productos. El atún, el azúcar, el aceite, la yerba, por eso se desespera la gente en comprar porque cuando se acaba quizás tardan una semana en entrar, entonces se llevan para stockearse. Atún podés llevar seis unidades nomás, azúcar dos y aceite hasta tres, hay un límite desde la pandemia. Entonces se llevan seis y después vienen a la hora y se llevan seis más y así. O mandan al hijo a comprar más. Yo me doy cuenta porque son siempre los mismos. Veo que el padre sube, después baja el hijo y después la mujer. Hasta a ellos mismos les da vergüenza. Siempre comparan con el Día, que es lo más cercano que tenemos, y me dicen: “No puede ser que un jamón esté 3000 pesos, si allá está 1900”. “Y… bueno… señor, vaya a comprar al Día”. Tiene la opción de no llevarlo si lo vio más barato en otro lado. Y se enojan constantemente. “Que es una vergüenza… que no puede ser el precio”. “Disculpá, yo no pongo los precios”. Onda, no me rompás… Ya llega un límite, me cansa que siempre me digan lo mismo, que siempre me reclamen lo mismo. Tengo clientas que me dicen: “Me voy al Día porque lo vi un poquito más económico”. Bueno, andá tranquila, todo bien. Hoy tenés que caminar y buscar precios, no podés quedarte en un solo lugar.

Leila, cajera de Carrefour Express, Palermo, Ciudad de Buenos Aires. 

 

 

medio kilo
 

Hay que tener mucha paciencia. Porque ahora la gente ya está más calmada, pero antes te mandaban a pasear y vos tenías que aguantar. Yo les digo: “Ustedes no se hagan problema, si acá está muy caro vayan a comprar a otro lado. No me enojo”. Porque tengo muchos vecinos acá; yo vivo en un barrio. Yo no contestaba nada porque es mi comercio y lo cuido. Siempre nos enseñaron así a nosotros, que el cliente tenía la razón. Pero Jonatan [El hijo] me dice: “Mamá, el cliente no tiene la razón”. Te decían chorra, que cobrás de más, que te abusás con los precios, de todo te decían. Pero ahora ya no. Ya están más tranquilos, y si no les gusta me dicen: “No me dé, no me dé”. Debe hacer un año que estamos sufriendo, sufriendo mal, mal, mal. Pero la gente se fue acostumbrando y ya no te putea como antes. Pero les pesa, les pesa más que antes. ¿Sabés por qué te digo? Porque a veces no llegan a comprar. Antes compraban un kilo de pan y ahora compran medio o un cuarto. A mí me da pena eso. Acá mi vecina tiene cinco chicos. Y debe ser que le da un pedacito a uno, un pedacito a otro y… bueno… dejan así. Porque medio kilo no alcanza para cinco chicos. “¿Me puede dar medio de azúcar?”. Así te dicen. Yo abro el azúcar, le peso y le doy medio kilo. Y no le quiero dar el paquete porque después no vuelven. Sí, me quieren llevar el paquete y yo les digo: “No, no, no. Deje todo lo que tenga de plata. Dígame cuánto tiene, yo se lo peso y se lo doy”. Me decían: “Ay, me faltan 200 pesos”. Lo llevaban y no venían más. Y esa era mi ganancia. No, está jodido. Pero ya no está la gente así agresiva como cuando esto empezó. Se acostumbró la gente a estar así, con poca plata. Y comen al mediodía o comen a la noche. Se levantan al mediodía, toman el mate cocido con pan y ya está. Llevaban la lata o el puré y ahora llevan dos tomates para hacer la salsa. Y lo que más llevan es fideos y arroz. Y eso que está caro el arroz. Yo empecé a buscar otras marcas. Traigo un poco y lo pruebo a ver si sirve, a ver si no se pasa. Pero antes había diferencia con el arroz que era de marca, ahora no. Muchos dejaron de llevar la harina cuatro ceros que compraban mucho. Ahora se vende la común, la tres ceros. Sí, es más barata. Es una harina morocha, sin refinar. Antes tomaban el Toddy, el Nesquik, ahora toman una que se llama SuperCow, que es más fea que no sé qué. Venían y llevaban cereales para los chicos. Ahí están venciéndose los cereales [Hace una pausa]. Pero puede ser que para el invierno se vendan. Acá cerraron muchos. Se ponían a vender así en las casas, trucho, porque no pagaban seguro de higiene ni nada. Compraban para la semana y cuando iban a comprar para la semana siguiente ya no les alcanzaba la plata. Y de esa ganancia no se puede vivir si vos no te ponés todos los días con los precios. No, el negocio te tiene que gustar. Te cansa la mente. Y ellos me dicen: “No sé cómo hace usted para quedarse acá trabajando. Nosotros no podemos comprar ni dos harinas, ni tres harinas”. “No sé qué será”, le digo, “serán los años que hace que yo estoy trabajando acá”. A pedir fiado empezaron cuando asumió, cómo se llama, este hombre. Antes no, porque les daban muchos bonos, no sé qué les daban. Ahora piden fiado, dicen que no les alcanza, que no llegan. Yo lo lamento, pero no les puedo dar nada de nada. Compren con lo que tengan. Sí, se angustia la gente. Sí, yo lo noto. Yo sufría y les daba, pero ahora me hice el corazón duro.

Juana, dueña y cajera de la despensa Jonatan, Merlo.

 

goloso devaluado
 

Frustrante, la verdad. Quizás uno busca salir un rato de la caja para despejar un poco la mente. Te ponés a reponer y te encontrás con que hay faltantes. Te ponés a cambiar precios y los alfajores pasaron de 400 a 850 pesos. Yo dije: “Nah, ya me veo todas las discusiones con la gente”. Dicho y hecho. A las dos horas vino un muchacho que había agarrado todos alfajores y chocolates, y cuando lo fue a pasar eran como 25.000 mil pesos. No, que son unos hijos de puta, que cómo lo van a poner a ese precio [Alarga las frases]. A mí también me pareció una locura, la verdad. Lo estaba atendiendo mi compañera, así que me levanto, me fijo y lo llamo al muchacho para que mire que sí, que estaban ocho cincuenta. “¿No viste el cartelito?” le pregunto. Y el chabón me responde que cómo van a aumentar así, que un alfajor está más caro que un paquete de galletitas [Alarga de nuevo las frases]. Ahí yo me di vuelta para cortarla, pero él se quedó discutiendo con mi compañera hasta que en un momento le dice: “¿Sabés qué? Te dejo todo”. Y le dejó la caja llena de golosinas. La gente agarra, agarra, agarra y después te deja la mitad. Obviamente siempre está el que calcula más o menos y me deja dos cosas porque no le alcanza. Pero te das cuenta de que otros ni miran. Yo lo que hago es decirles: “Tratá de agarrar la calculadorita, tratá de ir sacando la cuentita” [Imposta la voz], así no me dejás la mitad del chango en la caja [Se enoja]. Porque es un montón de gente la que te deja cosas y después acomodar toda esa mercadería te lleva un montón de tiempo. También se empezó a incrementar el tema de los robos. Entonces, además de todo lo que tenemos que hacer, tenemos que estar controlando que la gente no se robe nada. Hace poco enganchamos a una mina que vive en el edificio de enfrente, que está bien económicamente, tampoco te voy a decir que tiene toda la guita del mundo, pero está bien económicamente. Y yo veía que se ponía a hablar como una cotorra. Era demasiado sociable, viste cuando decís: “¿Esta mujer por qué habla tanto?”. Un día pasó por la caja del medio y yo me di vuelta para mirarle el chango. ¡Y me empezó a hablar a mí y a mi compañera al mismo tiempo! Yo dije: “Pero la re concha de la lora”. Se estaba llevando como 9000 pesos de mercadería en el chango. Te digo que durante el día podemos sacar a cinco o seis mecheros. El otro día un chico tenía una diferencia en los pañales de como 3000 pesos [Entre el precio de góndola y el de la caja]. La gente se enoja mucho, pero los precios no se ponen por arte de magia. Nada justifica, pero a veces nosotros como empleados realmente no llegamos. Yo le puedo hacer un resarcimiento del precio que estaba antes, pero me dijo que igualmente los dejaba porque le terminaba saliendo más barato en otro lado. Me dijo que no entendía, que no podía ser, que en el Coto los había visto como a cinco lucas menos, que no podía ser que hubiera tanta diferencia en los supermercados. Eso le molesta bastante a la gente, no poder hacer la compra tranquilos en un lugar y tener que ir a buscar precios. Yo personalmente estoy tratando de bajar un poco un cambio porque ya ni vale la pena discutir, en todo un día laboral debo atender a más de 500 personas. Ahora trato de darles la razón porque es una pérdida de energía. Una vez un flaco me dijo: “Que empiecen a bajar las cosas porque la gente va a empezar a saquear todo”. Siempre está el que hace chistes, pero ya la gente que hasta hace un tiempo se lo tomaba con humor ahora ya no se lo está tomando con tanto humor. O quizás el chiste es: “Preparate que estamos volviendo al 2001”.

Sofía, cajera de Dia Palermo, Ciudad de Buenos Aires.

 

 

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