D icen que la muralla china puede verse desde la luna. Quizás algo más disperso, o quizás visto desde un asteroide un poco más cercano, el paso de Eduardo Costantini por nuestro planeta ha dejado también una huella difícil de borrar. Tres espectaculares torres de acero y vidrios, Catalinas Plaza, Alem Plaza, las torres gemelas de las pampas construidas en los noventa, y Catalinas Norte. La mítica ciudad-country Nordelta, donde viven más de 50 mil personas, cuyos efluvios se derraman sobre los empobrecidos vecinos del Barrio Las Tunas. Dos complejos de departamentos de lujo en Miami, Oceana Key Biscayne y Oceana Bal Harbour, comprados luego del escándalo de las hipotecas norteamericanas en 2008 y vendidos principalmente a rusos, brasileños y también argentinos, que al invertir en el inmueble se hacen socios en la propiedad de fastuosas esculturas del artista Jeff Koons. Un edificio francés clásico del siglo XIX, la torre Grand Bourg, construido sobre la Avenida Libertador y éxito de ventas, que encendió una larguísima polémica en el conservador mundo de la arquitectura argentina. El Malba, donde Costantini asegura perder plata, pese a lo cual tiene planeado extenderlo por debajo de la Plaza Perú. Y la avanzada construcción de Nordelta II, la ciudad-pueblo “Puertos del Lago”, en el municipio de Escobar, con una inversión superior a los mil millones de dólares, acusada también por los ambientalistas.
Pero Eduardo Costantini es algo más que un constructor, que un millonario, que un coleccionista de arte. Representa a un tipo de capitalista sui generis que reniega del contratismo vernáculo, que se ufana de ser un sagaz lector de las coyunturas y de haber mirado a los ojos al secreto mecanismo de la economía nacional. No tranquilo con eso Costantini proyecta utopías territoriales, fundando instituciones que, como Alexis de Tocqueville, sueña arraigadas en la sociedad civil. Con la misma versatilidad, olfato y agallas que había empleado para leer el eterno stop and go de la economía argentina, con el mismo desparpajo que desplegaba al negociar con el antiguo intendente de Tigre Ricardo Ubieto y más tarde con Sergio Massa para luego hacer kitesurf en la laguna del exclusivo barrio de La Isla en Nordelta (continuó practicando el deporte tras estrellarse contra unas rocas en 2003), y con la misma tenacidad que fue necesaria para crear un imperio tras ser la oveja negra de una abnegada familia de trece hermanos de San Isidro, este hombre de setenta años, cuatro matrimonios, siete hijos, referencia obligatoria en los consejos de inversiones de la revista Forbes, habló con crisis de la Argentina que vio y de la que viene: el país que, con su contribución en ladrillos y en maniobras financieras, ayudó a construir.
¿Podrá el gobierno frenar la inflación en un contexto de ajuste tarifario y con un descontento social en alza?
—Creo que la inflación se va a bajar más lento de lo que el gobierno piensa. La suba de tarifas como fue instrumentada delata una improvisación, entonces el déficit presupuestario va a ser mayor y eso provoca que la inflación baje menos. Aparte, hay baja de actividad. Estamos en un año de transición: no tenés los beneficios del aumento de la inversión y a su vez tenés ajustes inflacionarios. Es el peor de los mundos. La población tomó conciencia de las patadas, fue un cachetazo que políticamente fue muy inadecuado. Pero la gente percibió a las trompadas que la electricidad es cara, que el gas es caro, que el agua es cara. Como estaba subsidiado, la gente no sabía el verdadero costo de producir eso y se cuidaba menos. Hasta a mí me llegó una cuenta de gas que no puede ser. “Hay pérdida de gas”, pensé. Me llegó una cuenta terrible. Eso hay familias que no lo pueden pagar, realmente.
¿Percibe que hay un plan económico y un modelo de desarrollo, o tan solo una confianza algo naíf en los mecanismos del mercado? ¿Cuál es la épica de este gobierno?
—Creo que sí. Sabe lo que quiere. Si lo va a lograr es otro cantar. Tal vez no lo va a lograr como él pensó, o en los tiempos planeados. A pesar de todo, el presidente sigue teniendo buena imagen y yo creo que la gente acepta que la economía se tiene que sincerar, que la época anterior no era una época sincera y que además había un nivel de corrupción que no era solo del gobierno, entonces la gente quiere respirar otro aire.
O sea que va a haber un shock de inversiones extranjeras o nacionales, vía blanqueo de capitales por ejemplo.
—Nacionales, yo creo que hay mucho interés por Argentina. La Argentina tiene que invertir mucho en energía, tiene que invertir mucho en infraestructura, tiene que invertir mucho en construcción, y también está todo el sector agropecuario. Pero no es de la noche a la mañana. Van a venir y las inversiones se van a empezar a materializar el próximo año. Pero requiere tiempo, paciencia, muñeca política, y el gobierno en eso está aprendiendo, tiene que seguir aprendiendo y tiene que tener sensibilidad y estudiar bien las medidas para después no tener que hacer un paso atrás.
los años locos
Costantini no se reconoce un miembro adocenado y feliz de la aristocracia. Su épica personal se estructura en torno a una combinación casi artística entre el esfuerzo laboral y cierto olfato súper desarrollado para leer las coyunturas. De su padre dice haber heredado la pasión por las finanzas y la ética del trabajo. De su madre, las inquietudes humanísticas y la preocupación por la organización de las sociedades. La unión de ambas pasiones lo llevó a estudiar economía para luego hacer un máster en Inglaterra. Eran épocas en las que el joven Eduardo soñaba con ser ministro de Economía. Pero pronto encontró una actividad mucho más redituable, un ejercicio que, bien realizado, podía ser iluminador: la bicicleta.
“Vengo de una familia súper católica, tradicional de clase media. Tengo una hermana que se enoja cuando yo digo que somos de clase media pero al contrario, es un orgullo. Ella dice que no, que somos familia de patricios. No sé de dónde saca a los patricios. Pero tengo una rama tipo paqueta y otra rama de inmigrantes italianos. Mi abuelo que no conocí era farmacéutico y murió cuando mi padre tenía cinco años. Y mi abuela era Manzone, su padre había sido director del Hospital de San Isidro. Toda mi familia fue muy ética y mi abuela educó a todos sus hijos. Mi papá era una persona muy optimista, muy simpática. Su filosofía era que vos no tenías que fijarte tanto en el ahorro, él tenía trece hijos, sino en cómo hacer para ganar más plata para bancar los gastos. Entonces tenía dos trabajos y después cuando llegaba a casa se iba a la noche a enseñar al Nacional de San Isidro. Pasaba a todos los alumnos, era demasiado bueno”.
¿Y cómo se aprende a ser millonario? En varias entrevistas usted dijo que aprendió a hacer negocios gracias a su saber macroeconómico, que percibía un ciclo y que cuando leía una oportunidad financiera actuaba sobre eso.
—Sí, exactamente, es una actividad especulativa. Lo que pasa es que yo me cansé de esa actitud. Cuando vos querés tener un beneficio económico-financiero sos como un cirujano, digamos, si tenés una mentalidad aséptica y estudiás la situación objetivamente, despojado de todo y tratás de maximizar los resultados. Cuando yo volví al país, en 1975, el capital financiero tenía una retribución muy alta, muy elevada por el riesgo país, y a su vez estaba desgravado. Hoy la actividad financiera sigue estando absolutamente desgravada. Por ejemplo, si vos te comprabas un título del gobierno por ahí te rendía el quince por ciento en dólares. Pero además lo alquilabas a una empresa que necesitaba pesos, y por ahí te pagaban el doce por ciento anual por esos títulos. En cualquier momento podías revertir tu decisión. Vos tenías una capacidad de movilidad infinita. Entonces si hacés una lectura correcta del diagnóstico de la economía argentina, de su nivel de riesgo y el timing que era mi especialidad, vos actuabas sobre eso. No estabas haciendo nada que estuviera mal. Yo no tuve de contraparte al Estado, pero ni por las tapas. Nunca pagué una cometa, nada. Pero actuaba como un macroeconomista. Entonces ahí en vez de terminar en el Banco Central o en el Ministerio de Economía, yo cuando volví de Europa en 1975 trabajé para mi hermano, interpretando la economía. Hice mucho dinero en un año cuando vino la época de Martínez de Hoz. Cuando venía un nuevo gobierno la percepción de riesgo disminuía, el dólar bajaba, venían los bonos, subían las acciones, subían las propiedades, entonces yo estaba cien por ciento argentino: todo, todo lo invertía en Argentina. Y luego las cosas eran inconsistentes, siempre eran inconsistentes, en determinado tiempo. A veces duraba cinco años, a veces dos, lo que fuere, yo siempre estaba preparado para no guiarme por la codicia o la ambición desmedida, y entonces fui una persona absolutamente fría y aséptica, tomaba las decisiones más o menos correctas. Nunca toqué plata de un tercero, no hice deudas, yo tuve miles de colegas que quebraron porque se volvieron locos, porque creyeron que la plata de terceros era de ellos, pero con buena intención. Empezaban a especular, a timbear, y tenías que ser muy equilibrado para manejar plata de muchos. Tenés que ser muy disciplinado porque la plata es fungible. Entonces fui agente de bolsa y asesoraba bien, mi oficina ganaba mucha plata. Después vino Cavallo y le prohibió a los bancos prestar más de una cantidad de dinero. Entonces el banco Río tenía mil quinientas personas a las que prestarle, me llamaba a mí que tenía treinta y me preguntaba cuál era la tasa de interés. Empecé a desarrollar bonos propios. Los bonos me rendían el catorce por ciento, y se los alquilaba a IBM que me daba el uno por ciento mensual, tomaba plata del mercado financiero al ochenta ponele, y se lo colocaba a IBM con los bonos que yo mismo le había dado, lo tomaba en ochenta y se lo colocaba a 104. Entonces tenía el spread de 24 por la colocación, tenía el doce del alquiler del bono y tenía rendimiento subyacente del bono.
Era una locura.
—Era una locura asiática. Era el sistema alocado. Pero en el año 91 me cansé de ser una cuenta corriente. Y me diversifiqué a la construcción. En realidad elegí esas dos cosas porque de chico, estudiando los precios relativos, yo me fijaba en el riesgo país, me fijaba en el valor de la moneda nuestra, nuestro país no tiene moneda. No tiene ahorro, no tiene moneda, es una locura lo que somos. Entonces me fijaba en el dólar, me fijaba en el riesgo país, me fijaba en el valor del bono, me fijaba en el valor de las acciones, me fijaba en el valor de las propiedades. Yo conocía muy bien el mercado inmobiliario. Ya tenía una inclinación por la estética. Por ejemplo, cuando era joven vendía bufandas. Elegía los colores con mi mujer, hacía chalecos maxi y después con las propiedades veía los barrios, la estética de las casas y la propiedad que se podría llegar a construir en un terreno por el ancho del terreno. Empezaba a tener una parte de “creatividad”, que obviamente me tira. Al mismo tiempo coleccionaba cuadros. Entonces, cuando yo estaba en ese manejo financiero, una de las cosas que hice como inversión para ganar plata fue comprar acciones. Había algunas cosas absolutamente absurdas, toda la gente estaba colocada a siete días, todo el mundo tenía dólares, todo el mundo tenía pánico. Entonces las acciones no valían nada. Yo era extremadamente conservador, pero con un porcentaje pequeño de mi patrimonio que era el quince por ciento compré el doce por ciento de Terrabusi que era la empresa de ventas más importante de Argentina, que valía diez millones de dólares. Tenía toda la fábrica, tenía todos los camiones, tenía las mejores marcas del país, valía diez millones de dólares y no tenía deudas. O sea, una locura. Y la primera vez que compré acciones del Banco Francés valía cuatro millones de dólares.
O sea que primero agente de bolsa, después banquero, y luego se hizo constructor.
—En los ochentas el mejor departamento de Buenos Aires por ahí valía un millón de dólares y el Banco Francés valía cuatro millones. No había ninguna proporción. Mi primera compra del Banco Francés fue solo de un cuatro por ciento, invertí 156 mil dólares de un departamento que tenía. Fue en el año 85. Una época en que se amenazaba con que por ahí volvía la guerrilla, la época de Alfonsín. Después vino el plan de Machinea y el Banco, de valer cuatro millones se fue a 22 millones. Y no pude comprar más. Entonces agarré mi cuatro por ciento y lo vendí. Ponele que eran 900 mil dólares. Después, en el año 87, nuevamente la crisis, nuevamente la frustración argentina y el Banco bajó a diez millones de dólares y ahí fue donde pude comprar durante seis meses el diez por ciento del Francés. Y cuando viene Cavallo como ministro de Economía terminé comprando el veinte por ciento, pero el Banco había bajado del diez al siete por ciento, por lo que compré trece puntos. El Francés valía, valor de libros, 156 millones de dólares. Ahí yo tenía más plata e invertí el noventa por ciento de mi patrimonio. Pasé a la economía real, pasé a ser vicepresidente del Banco Francés, no me importaba si la acción subía o no. Yo pasaba de ser agente de bolsa a ser vicepresidente del banco privado quizás mejor administrado. Me acuerdo que el presidente del Banco me preguntó por qué me metía a esos valores. "Bueno, la apuesta mía es que el Banco valga 400 millones de dólares en cinco años", le dije. Y el Banco al año siguiente, por la especulación y la percepción de la argentina-potencia, de 150 millones de dólares pasó en un momento a valer 1.400 millones.
los años intensos
Costantini abandonó su sueño de hacer política, pero no deja de leerla. El cirujano diagnostica. Existe una fricción entre su visión idílica de la democracia republicana, su viveza para leer sus contradicciones y su fe en que las reglas claras y el cambio cultural serían capaces de lograr equilibrios igual de utópicos que una sociedad sin clases.
¿Definiría al kirchnerismo como unos buenos viejos tiempos?
—La primera presidencia de Kirchner se justifica porque él necesitaba tener identidad y poder porque había asumido con muy pocos votos. Negoció muy bien con los acreedores. Yo creo que eso fue un logro del gobierno de Kirchner y además la Argentina en ese momento tenía una enorme desocupación y mucha pobreza, y en su primer período Kirchner quiso reflacionar la economía. En realidad fue muy funcional a la cultura que tenemos nosotros: somos populistas, gastamos de más, no queremos ver los problemas. Pero en ese momento era muy apropiado. Aparte hubo una traslación de ingresos terrible. El sector público tenía sueldos que el país no los podía pagar. Eran muy altos en términos relativos al sector privado, que estaba quebrado. En 2002 hubo ochenta por ciento de inflación con una recesión terrible. Néstor tuvo la particularidad de dar apoyo a los sindicatos para que hubiera aumento de sueldos, lo cual además de ser una reivindicación esencial de la filosofía peronista, al mismo tiempo producía un poder de compra que alimentaba la demanda, que alimentaba la inversión, que alimentaba la recuperación económica. Y además la Argentina tuvo años de oro difícilmente repetibles en décadas con el enorme aumento del precio de los exportables. Ahí hubo una mejora realmente muy significativa. Lamentablemente, el complejo del kirchnerismo era la amenaza de la falta de apoyo popular. Entonces siguieron, y cuando la inflación comenzó a subir no le hicieron caso y siguieron con la misma política como si nada hubiera cambiado.
Como economista, ¿cuándo hubiera cortado la política de redistribución?
—Inmediatamente. Por ahí vos tenés dos años o tres y ahí inmediatamente empezás a tener una política monetaria apropiada. Porque como los precios relativos eran tan buenos para la Argentina, no es que la alternativa era la recesión. Había una tasa de crecimiento muy elevada y con precios muy favorables, entonces lo que tenías que hacer es no producir un exceso de gastos públicos. Yo me acuerdo una vez que vino Scioli acá y le dije: “ustedes el problema que están teniendo es la inflación”. Se lo dije hace diez años, más o menos, ocho años. Me miró con cara, como diciendo “vos estás re loco”. No era un tema la inflación en el país.
¿No le parece que el plan económico fracasó porque la burguesía no invirtió?
—Es como la economía de una casa. Si vos gastás de más, la gente está contenta. Pero vos tenés que pensar en el largo plazo, porque en realidad todas las políticas de perpetuación siempre han fallado por lo económico. No han fallado por excederse en los poderes democráticos, nunca tampoco por el nivel de corrupción. Eso no llega a la gente. Acá está permitido todo. Esa falta de cultura cívica y democrática permite que la forma de hacer política sea dadivosa, y vos para tener apoyo tenés que dar. Cuando en realidad si vos lográs que el país tenga un crecimiento no es necesario subvaluar a la gente. Si vos a la gente le das crecimiento te va a votar, independientemente de tu ideología, porque la gente vota por el bolsillo. Si vos querés perpetuarte tenés que tener un éxito económico. Si vos tenés un buen nivel de actividad, te fijás en la redistribución. Porque acá todos hablamos de llegar a los pobres, entonces hablame de valores y hablame de estabilidad.
¿Recuerda algún político que le haya despertado alguna esperanza?
—Quizás ustedes me van a matar, pero el primer período de Menem me entusiasmó porque la Argentina se insertó en el mundo, había optimismo en relación a la Argentina, el mercado de capitales subió, y aumentó, había posibilidades productivas. Después, lamentablemente, tuve una gran defraudación política cuando se dio el Pacto de Olivos. Porque el radicalismo expresaba la defensa del sistema democrático para mí, el respeto a la Constitución, la alternancia en el poder, y cuando Menem lo convence a Alfonsín de modificar la Constitución permitiendo que él pudiera ser reelegido, eso me cayó muy mal. Entonces, en general la Argentina tiene un buen arranque y siempre, siempre, siempre ha ocurrido una gran equivocación. Y muchas veces es por una agenda política que tiende a la perpetuación en el poder.
utopías de cristal
Pero el apoyo al menemismo, con la consiguiente extranjerización de la economía, el endeudamiento, la corrupción, y principalmente un tipo de modelo de desarrollo que necesitaba de casi un quinto de la población en situación de desempleo con un estado raquítico, no impiden que Costantini haga autocrítica. Y que se juegue por algunas opciones que parecen quimeras izquierdistas para los halcones, las palomas, los gorriones y los renacuajos de Cambiemos. El utopista triunfa sobre el economista.
Usted piensa sus proyectos arquitectónicos como sociedades en miniatura, como islas de armonía en cierta medida. Pero jamás invirtió en viviendas sociales a largo plazo, ni facilitó alquileres o hipotecas. Y el problema del acceso a la vivienda y de los alquileres se agiganta.
—El problema del alquiler es muy sencillo. Vos tenés dos variables: una la inflación y otra la moneda. Como no tenemos moneda, no tenemos estabilidad monetaria. Los ahorros están afuera. Si tenés los ahorros en el sistema financiero vos con esos ahorros podés dar créditos hipotecarios. Este es uno de los pocos países latinoamericanos que no tiene créditos hipotecarios. En Chile el crédito hipotecario es gigante. Vos agarrás un empleado doméstico y al año ya tiene su vivienda. Saca un crédito a treinta años con una tasa ínfima. En México la tasa de interés creo que es del cuatro por ciento. Por ahí el target de inflación es el dos por ciento anual. Entonces, cuando vos tenés confianza en tu país no dudás en tener la plata en el banco local. Y además cuando vos descontás que no va haber inflación en los próximos veinte años vos depositás a largo plazo. Acá, ¿quién va a hacer un depósito en un banco a cinco años en pesos? Nadie.
¿Entonces no hay vivienda por un problema del sistema financiero?
—Ahora vamos a ese tema. ¿Entendés lo que te digo? Somos enfermos. Está atrofiado el sistema, está patas para arriba. Es insólito. Eso depende de nosotros. No depende del capitalismo, ni de Rusia, ni de Estados Unidos, ni del Fondo Monetario Internacional. Todo verso. Ellos serán explotadores pero nosotros somos… Suponete que hubieran 300 mil millones de dólares afuera, queriendo entrar: no podrían. Se arma un despelote acá porque no tenemos instrumentos, salta todo por los aires, no lo podemos recibir. ¿Cómo invertiríamos? Hasta tendrías que ir regulándolo, se produciría el tema inverso, ¿entendés? Si vos lograras primero estabilidad, y tener una expectativa de no inflación a diez años, veinte años, el sistema financiero se puede fondear a largo plazo. Entonces, si yo soy banco y puedo captar a veinte años, yo te presto a vos a veinte años en la misma moneda. El banco no te puede prestar porque no tiene fondeo, aparte tampoco confía, pero no estaría calzado el sistema financiero. ¿Sabés a cuánto sacó un bono el gobierno de Suiza a cincuenta años? Cero por ciento de tasa. Una locura asiática para el otro lado digamos. Los bonos alemanes a diez años a tasa negativa, o sea un medio negativo por ciento por año. Quiere decir que vos en diez años te perdés cinco por ciento. O sea, vos ponés cien hoy y te dice: “yo te voy a pagar 95 dentro de diez años”. Porque si vos dejás la plata en el banco te cobran intereses por dejarla en el banco. Eso es un problema muy complicado que tiene la economía mundial, que sería otro capítulo. Nosotros estamos con cuarenta por ciento de inflación. Ellos están con cero y quieren reflacionar y no pueden. Vos fijate el desbarajuste interno que tenemos.
Pero hablábamos de sus desarrollos inmobiliarios.
—Eso es muy fácil y difícil al mismo tiempo. Porque todos nuestros desarrollos inmobiliarios los hacemos para un poder adquisitivo que no depende del crédito hipotecario. No puedo hacer de otra manera. Y bueno, decís, “¿por qué no hacés viviendas sociales?”. Porque no tengo quién me las compre. “¿Por qué no hacés viviendas para la clase media baja?”. Porque no tiene acceso al crédito. Yo, desarrollando esto genero empleo. En Nordelta trabajan ocho mil personas. No sé si eso vale o no vale.
En algún momento criticó la cultura demasiado latina de nuestro país, donde no hay una intermediación entre la familia y el estado, no hay esa sociedad civil autónoma, al menos en los papeles, tan propia de la cultura norteamericana.
—La cultura latina le da prioridad a la familia, que está bien. Pero le da una prioridad exagerada frente a la sociedad. En Estados Unidos tenés el impuesto a la herencia, empecemos por ahí. Vos te morís y a los herederos les dan el cuarenta por ciento, el otro cuarenta o cincuenta por ciento va para el Estado. ¡Hay pocas cosas más comunistas que eso! Criticamos a Estados Unidos, es la típica porque es capitalista, pero también es movilidad. Vos echás a una persona y no le pagás indemnización. Hay más movilidad. Pero guarda que en Estados Unidos el impuesto progresivo funciona más que acá, si vos hacés un análisis frío. Está bien, ellos son capitalistas y tienen la intención de serlo. Nosotros somos progresistas con sensibilidad social. Bueno, perfecto. Pero nuestros impuestos no son populistas. Saquemos el verso, ¿no?
¿Estaría a favor de un eventual impuesto a la herencia? ¿Y de un impuesto a la renta financiera especulativa?
—En contra de la concentración económica tenés que poner el impuesto a la herencia. Porque ellos también tienen un problema de acumulación de capital, por la globalización y el tamaño de las empresas exitosas, que son tan gigantes. Están viendo cómo combatir la acumulación. Y una de las cosas que se propone, que no es fácil, es el impuesto a la herencia. Un impuesto a la renta financiera, también. Pero la renta financiera allá está gravada. En una sociedad normal, ¿cómo vas a gravar el trabajo y no vas a gravar la renta financiera? O sea, vos acá gravás el alquiler pero no gravás la tasa de interés. Gravás el trabajo pero no gravás la renta. Guarda que yo soy un gran tenedor de bonos. A mí me hace de goma, pero la verdad este es un país surrealista.