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nunca me abandones
Juan Navarro es un CEO sin ministerio. Esta es la historia del hombre que creó el Grupo Exxel con dinero ajeno, estafó a Carrefour y se asoció con Franco Macri para administrar la herencia de Yabrán. Que se unió a Mauricio Macri para contar con los servicios de Ciro James y “El Fino” Palacios, causa en la que, a diferencia del Presidente, sigue procesado. Un mago que supo reconvertirse durante el kirchnerismo, y aumentar su fortuna. Hoy su nombre parece haber caído en desgracia dentro del establishment. Pero él espera, agazapado, una nueva oportunidad.
13 de Enero de 2016

 

“Es un tipo que no existe más. Está out”. La frase que pronuncia Rudy Gotlib en un café de Recoleta me impacta y me indica que el rastro de Juan Navarro Castex es cada vez más difícil de seguir. Gotlib fue el último socio conocido del empresario que en los años noventa llegó a ser el primer empleador de la Argentina: después de diez años juntos terminaron mal, como parece que termina Navarro con toda la gente que -por alguna razón- lo abandona.

Nacido en Uruguay en 1952, descendiente del médico Mariano Castex y emblema del financista que hizo su fortuna comprando -y fundiendo empresas-, Navarro hoy está afuera de la escena. O eso parece. Alguien me propone seguirle la pista para un medio que finalmente decidirá ignorar mi trabajo y no publicarlo. Me gusta, aunque en el camino descubro rápido que todas las fuentes sospechan de mis intenciones reales.

 

el Rey de la palanca

El caso de Navarro puede ilustrar sobre el destino de los magnates que multiplican su riqueza al amparo de una era. En eso, el ex CEO se parece a los empresarios que se hicieron famosos en los años kirchneristas. Pero es dueño de un sello distintivo: el de haber traído cientos de millones de dólares desde el exterior para comprar más de 70 empresas y dar trabajo a 37 mil empleados en Argentina. Patentó el sistema de “compras apalancadas”, sin poner plata: conseguía créditos de inversores para adquirir compañías y después las pagaba con la emisión de bonos. Era el general partner de firmas financiadas por fondos de pensión y bancos norteamericanos. JP Morgan, Oppenheimer & Co, Rockefeller, Credit Suisse, Citicorp, General Motors, Merril Lynch y Deutsche Bank estuvieron entre los gigantes que confiaron en él. Desde que inició su actividad en abril de 1992, creó seis fondos con los que incursionó en los rubros más variados. Su derrotero -inicial y vertiginoso- fue narrado en el libro El cazador, de los periodistas Silvia Naishtat y Pablo Maas. Fue dueño de Mastercard, Supermercados Norte, Musimundo, Freddo, Havanna, Blaistein, Fargo y se quedó con firmas que habían pertenecido a Alfredo Yabrán como Edcadassa, OCA o Interbaires. Según la estimación del diario La Nación y de la revista Mercado, llegó a canalizar inversiones por 5200 millones de dólares en 10 años y -en su momento de apogeo- a facturar 3500 millones de dólares anuales antes de la crisis de 2001.

Aunque su modelo de negocios quedó emparentado desde entonces con el de Yabrán, están también quienes afirman que, en realidad, Navarro admiraba a Raúl Moneta, el banquero del menemismo que con esfuerzo logró reciclarse en dueño de medios en los años kirchneristas.

 

el amanecer de la fuerza

Su primer gran negocio lo selló la mañana del 17 de marzo de 1992 con inversores extranjeros de origen judío. Su hermano Jorge Navarro lo recuerda bien porque ese día estaban reunidos en el piso 22 del edificio CHACOFI II –en Libertador y Cerrito- con doce pioneros que aportaron 46 millones de dólares atraídos por el banco de inversión Oppenheimer Company. Los Navarro y sus socios le alquilaban las oficinas a Carlos Sergi, el ex directivo de Siemmens que muchos años después volvería a ser noticia cuando el juez Ariel Lijo ordenó su detención por el supuesto pago de coimas en la licitación de los DNI.  “Eran casi vikingos, venían a un territorio arrasado en un momento en que Argentina estaba destruida”, evoca hoy el hermano de Navarro. Con una vista que permitía adivinar las costas de Colonia y ver el Sur de Buenos Aires, todo iba bien en el piso 22 hasta que un hongo negro se apoderó del cielo y un estruendo hizo temblar los vidrios. A tres cuadras del lugar, en la esquina de Arroyo y Suipacha, la embajada de Israel acababa de volar por los aires. Entonces, de repente, uno de los miembros del naciente Exxel Group empezó a llorar: “un año y medio de trabajo a la basura”, pensó. Hasta que después de una deliberación de 15 minutos, los inversores volvieron y dijeron: “Firmamos. Esto no tiene nada que ver con ustedes”. La voladura de la embajada no era responsabilidad directa de los argentinos y en el piso 22 del edificio CHACOFI II eso era lo único que importaba.

 

la Ley primera

Jorge Navarro no puede aportar información reciente sobre su hermano: dejó de hablar con él hace casi 20 años, en 1996, cuando por razones que prefiere reservarse dijo basta y se fue a su casa. Poco después, comenzó a ser perseguido por su propio hermano. Al menos eso consta en las escuchas telefónicas de la causa judicial en la que Norberto Oyarbide procesó primero a Mauricio Macri y sobreseyó después a Juan Navarro, pese a que –según el expediente judicial que tenía como fiscal a Alberto Nisman- había utilizado los servicios de Jorge “El Fino” Palacios y de Ciro James durante casi un año (390 días), diez veces más que lo que duraron las pinchaduras que tenían origen en el gobierno de la ciudad. En diciembre de 2011, Oyarbide sobreseyó a Navarro y al jefe de seguridad del Grupo Exxel, Eugenio “Pipo” Ecke, uno de los amigos de peso que aún conserva el financista uruguayo y que hoy es dueño de empresas de seguridad.

Con su triunfo en las presidenciales de 2015, el ingeniero Macri accedió en diciembre a su ansiado sobreseimiento gracias al fallo del juez Sebastián Casanello que lo liberó del sayo de “procesado” con el que cargaba desde hacía 5 años y medio. Sin embargo, no deja de ser curioso que el presidente electo y el empresario uruguayo hayan quedado hermanados en esa causa que Macri insistió una y otra vez en definir como un “invento” del kirchnerismo. Según contó con detalle la periodista Ana Ale en su libro “La dinastía”, no era Mauricio sino Franco Macri el que había cultivado una intensa relación con Juan Navarro Castex. Después de que se enfrentaran públicamente en los tempranos noventas por la concesión del tren a Mar del Plata, Macri padre y Navarro lograron entrar en sintonía: primero se asociaron para competir por la concesión de los 32 aeropuertos del país -perdieron con Eduardo Eurnekian- y después ensayaron juntos varios negocios más. El propio Franco le confirmó a Ana Ale que fue él mismo quién presentó al joven Navarro con otro empresario al que estimaba de manera especial y al que –a su criterio- la prensa destrababa sin fundamentos: Alfredo Yabrán. En diciembre de 1997, Navarro le compró al cartero las compañías OCA, Ocasa, Inversiones y Servicios –controlante de Villalonga Furlongs, Interbaires y Edcadassa- en 605 millones de dólares y heredó a toda la plana mayor de sus gerentes. Fueron años en que la confianza era tanta que los empleados jerárquicos del holding Macri pasaron a reportar al Exxel Group y hasta accedieron a los números del Correo que había quedado en manos de Franco.

El objetivo final -fusionar OCA y el Correo Argentino – se vio frustrado por una decisión de la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia durante el gobierno de la Alianza.

Hoy los Macri prefieren dejar en la cuneta del pasado el apellido de Navarro. El dueño del Exxel residual está enfrentado personal y judicialmente con su hermano Jorge por la sucesión de su madre, Delia, la hija mayor del doctor Mariano Castex que se casó con el médico Alfredo Navarro durante el exilio de la familia en Uruguay, en los años del primer peronismo.

Por eso, parece, a Navarro no le quedan aliados en la trabajosa tarea de moldear una buena imagen, la empresa esencial a la que muchos hombres de negocios dedican un porcentaje considerable de sus ganancias. Gente que estuvo muy cerca suyo –su familia, sus ex socios- lo definen como un trastornado que se cree Napoleón y no tolera que lo abandonen. Como prueba, está la prohibición de asistir a los desfiles de Cacharel en Punta del Este para la revista que publicó una foto de la mansión del dueño del Exxel en Uruguay. O los mails que Navarro le envió en 2013 a Rudy Gotlib y también a la secretaría de Julio Saguier cuando se enteró –al regreso de un viaje al exterior- que el diario El País que recibía de cortesía con La Nación había dejado de llegarle a su casa. Navarro amenazó con suspender toda la publicidad de Cacharel con el argumento de que era cliente de La Nación desde 1971. No era para ahorrarse los 200 pesos mensuales que entonces costaba el diario, sino para remarcar sus merecimientos. “No es un tipo fácil. Pero es buen amigo de sus amigos”, matizan fuentes cercanas al empresario. Es difícil saber a qué se refieren.

 

un submarino en la década ganada

El itinerario para llegar al ex dueño de Musimundo y Supermercados Norte no resulta sencillo. Navarro no se deja ver en reuniones públicas y se mueve en autos importados con vidrios polarizados y custodia de la Policía Federal. En el estudio de su abogado defensor, Alejandro Mitchell, anotaron mi nombre y mi teléfono. Como respuesta, unos minutos después recibí el llamado del director de una consultora reconocida que me preguntó para quién trabajaba. Mi respuesta no lo dejó conforme. Quedó en pasarme la página web del Exxel Group -algo que por mis propios medios fui incapaz de hallar- y nunca lo hizo ni volvió a llamar. A “Navarro le recomendamos que no hable”, me dijo.

Con la crisis económica del fin de la convertibilidad, Navarro se desprendió de la mayoría de las empresas, que quedaron en manos de sus acreedores. El apellido retomó algo de notoriedad en el inicio de 2015 cuando su primo, Carlos Donoso Castex, se puso a la cabeza del reclamo que llevaba como bandera al fiscal Nisman.

El ocaso público del dueño del Exxel no quiere decir que en los últimos 12 años las cosas le hayan ido mal. Sin embargo, están los que dicen que dejó de ser un empresario y que hoy su objetivo es pasar inadvertido. Aunque no exhibe vínculos con el kirchnerismo, fuentes de su entorno reconocen que el emporio de Navarro pasó de una facturación de 20 millones de dólares anuales en 2003 a una de 250 millones, una década más tarde.

Cuando el financista uruguayo se inició en el mundo de los negocios, hace un cuarto de siglo, sólo se le conocía un pequeño departamento de sesenta metros cuadrados en el sexto piso de Migueletes 1234. Hoy es dueño de una fortuna incalculable y le atribuyen propiedades en todos lados. Vive en una de las mejores casas de Buenos Aires, sobre la calle Aguado al 2800, un Petit Hotel por el que paga un alquiler de diez mil dólares por mes. Tiene una mansión de tres mil metros cuadrados -1100 cubiertos- sobre el mar en la zona de Punta Piedras en Punta del Este, bautizada Tamarisco, con una valuación estimada en 6 o 7 millones de dólares, que ocupa durante los veranos pero no figura a su nombre. Frecuenta un departamento en el edificio Cipriani de Nueva York que vale cinco millones de dólares. Y suele utilizar un yate bautizado “Doña Lola”, amarrado en el Caribe con nueve tripulantes estables, a nombre de una sociedad panameña, y cuesta alrededor de diez millones de dólares. La lista sigue o al menos eso se presume. Por eso, son mayoría los entrevistados que sostienen que Navarro no puede justificar su fortuna. La AFIP comenzó a investigarlo a principios de 2015 (¿causalmente?), por desvío de dinero hacia cuentas no declaradas en Luxemburgo.

Al menos entre 2003 y 2011, Navarro siguió invirtiendo en el cono sur. Según una de las últimas notas que concedió a la revista Apertura, el dueño del Exxel dice haber invertido alrededor de 600 millones de dólares en Argentina entre 2004 y 2009. En 2006 creó Clothing Brands Holding Co, una compañía con sede en las Islas Caimán con el objetivo declarado de producir ropa de primera clase en países de Sudamérica como Chile, Argentina y Uruguay. Con ese sello, parte del denominado Fondo VI, realizó sus últimas compras estruendosas: Cacharel, Lacoste, Paula Cahen D’ Anvers y Penguin, junto a Rudy Gotlib, dentro del llamado Grupo Vesubio. En noviembre de 2012, Cristina Fernández de Kirchner visitó la planta de 3 mil metros cuadrados que Lacoste inauguró en San Juan junto a Gotlib y el gobernador José Luis Gioja. Navarro adquirió también una parte de la productora Illlussion Studios a José Luis Massa y Jorge “Corcho” Rodríguez, creó la firma Patagonia para el desarrollo de propiedades en el Sur de Argentina y Chile, y fundó Dilligence para proveer de información e inteligencia a empresarios poderosos de su tipo. En 2005, además, se quedó con King Marine, un astillero que se dedica a la construcción de barcos de vela y mástiles de carbono y que entre sus clientes tendría al mismísimo Rey de España.

 

el juego de la silla

Sin embargo, en 2013 Navarro volvió a ser noticia pero no por sus inversiones. Echó a Gotlib y a su hijo Joaquín de la compañía y los acusó de irregularidades y corrupción. Hoy los enfrentan demandas civiles y penales. Hay dos visiones de una misma historia. Los abogados de Gotlib son Diego Pirotta y Darío Richarte, dos audaces de tentáculos infinitos que hasta la muerte del fiscal Nisman llevaban adelante la defensa de Amado Boudou y otros funcionarios del gabinete kirchnerista. Gotlib sigue en el rubro textil y dice que Navarro está al borde del retiro: estima que en un año y medio echó 200 de las 850 personas que trabajaban en el grupo Lacoste Argentina. Los voceros de Navarro lo niegan, afirman que Gioja pidió que no haya despidos en la planta de San Juan y dicen que el dueño del Exxel está dolido porque sufrió como pocas “la traición” de Gotlib.

La última vez que se cruzaron fue en agosto pasado, durante el desfile de Cacharel en el Paseo Alcorta: terminaron con acusaciones mutas. Según Navarro, Gotlib fue a provocarlo, le tiró una silla y lo amenazó; de acuerdo a la denuncia de Gotlib ante el INADI, Navarro le gritó “judío de mierda”.

Del  otro lado de la línea, uno de sus socios fugaces me dice que no puede creer como un tipo así está libre y me explica que ni siquiera quiso iniciarle juicio. “¿A nadie le llama la atención en Argentina que un empresario se maneje de esa forma?”, me pregunta. El razonamiento contrario es el que gobierna a los franceses de Carrefour, que desde hace 15 años sostienen –con el patrocinio de un primo de Navarro, el abogado Francisco Castex- una demanda contra el dueño del Exxel con un mensaje ejemplificador: no (me) estafarás. El financista uruguayo está procesado junto a uno de sus (ex) socios Jorge Demaría por una megadefraudación de 120 millones de dólares al Grupo Carrefour en la venta de acciones del supermercado Norte. En 2012, cuando el caso estaba a las puertas del juicio oral y en vísperas de la feria judicial, la sala II de la Cámara de Casación Penal -integrada por Angela Ledesma, Pedro David y Alejandro Slokar- declaró la prescripción del expediente. Pero en abril de 2014, la Corte Suprema revocó la prescripción y dejó firme el fallo de la Cámara del Crimen que había procesado por unanimidad a Navarro y cía por estafa. En tribunales, dicen que el juicio en el Tribunal Oral número 2, que preside Rodrigo Giménez Uriburu, es inminente.

La causa se inició en 2001 cuando el Exxel falseó los resultados de los balances del Supermercado Norte. La Justicia consideró probado que los accionistas del Grupo impartieron directivas expresas para “disminuir los pasivos en compra de mercaderías, aumentando por ende los activos” con la complicidad de la auditora PricewaterhouseCoopers (Pwc). En una causa paralela, la misma Cámara echó luz sobre algunos de los gustos de Navarro: investigó gastos indebidos por más de siete millones de dólares que se hizo pagar por Supermercados Norte cuando era su presidente. Norte abonaba un palco de 60 mil dólares anuales en el estadio de Boca, el colegio de las hijas de Navarro, banquetes millonarios en el Cipriani de Nueva York y hasta los habanos Cohiba que siempre tenía a mano. En primera instancia, el juez Ricardo Warley lo había sobreseído pero -después de que fue procesado en la otra causa- ordenó embargar sus bienes personales y los del resto de los miembros del Exxel. El juez estimó el fraude en más de 320 millones de pesos.

Cuando Navarro era todopoderoso, se distinguía por sus fobias: nunca le gustó integrarse al establishment y el establishment nunca lo quiso. Aunque en Uruguay lo consideran argentino, deja ver su resentimiento contra los que nacieron de este lado del río de la plata. Es de los que cree que Argentina es un país que no tiene arreglo.

Hoy acumula una lista considerable de enemigos, aquí y allá.

El ex directivo de JP Morgan Hernán Arbizu –que reconoció ante la Justicia haber lavado activos para distintos clientes- lo mencionó como parte de la lista de grupos empresarios que fugaban capitales con su ayuda. Arbizu piensa que Navarro funcionaba en los hechos como la competencia de los bancos porque se fondeaba  con dinero que no estaba declarado, y cuando perdía, eran pocos los que podían reclamarle algo.

En palabras de un hombre que conoce el rubro en el que Navarro se hizo grande. “Le creyeron el cuento. Pero hoy no junta ni un peso. Es mala palabra en Nueva York”. Tal vez por eso el perfil bajo del financista uruguayo sea ahora más acentuado que nunca. Sus abogados trajinan los tribunales y la consultora que se ocupa de su imagen está atenta a los embates de la prensa. Puede ser que haya decidido desprenderse de las empresas que le queden y “no existir más”, como dicen los que intentan descifrar sus movimientos. O puede ser que esté agazapado, a la espera de una nueva era, que le permita cambiar de piel por enésima vez.

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