Chile celebró este fin de semana sus “macroelecciones”, de las que emergen más de 2700 cargos, entre concejales, alcaldes, gobernadores y constituyentes, curiosa consecuencia del período de movilizaciones más antiinstitucional del país en décadas. Las fuerzas herederas de la dictadura lo habían intentado todo para detener la ola de cambio. Declarar el Estado de Excepción y sacar a los “milicos”. Vaciar la calle a golpe de luma, de lacrimógenas, de balines. Cegar y encarcelar a los cabros rebeldes. Amarrar un proceso constitucional para asegurarse una cuota de poder. Llenarlo de trampas y obstáculos para limitar la democracia real. Hacer que lloviera dinero sobre sus candidatos para privilegiarlos en la campaña y silenciar a los desconocidos. Pero nada les sirvió. Los chilenos que se expresaron ayer mandaron, por enésima vez, el mismo mensaje que se viene repitiendo desde el estallido de octubre de 2019.
La nueva constitución no será escrita por los mismos de siempre, los que gobernaron durante 30 años con el texto que les legó Pinochet. Serán los independientes quienes tengan la llave del futuro de Chile. Entre ellos hay jueces críticos con el actual sistema de justicia, como Jaime Bassa o Mauricio Daza, escritores como Jorge Baradit, que lleva años denunciando en sus libros las desigualdades que permean la historia y el presente del país, la “tía Pikachu”, famosa manifestante de la plaza de la Dignidad, abogados y panelistas de televisión, periodistas, profesionales de distinto ámbito y activistas sociales o medioambientales. Si los independientes conformaran una única fuerza (los que iban en listas ciudadanas sumados a los que iban en cupo de partido), puede aseverarse que los independientes ganaron las elecciones. Componen el 64 % de la nueva cámara (88 escaños), dejándole únicamente 50 asientos a los militantes de partidos (aparte de los asientos reservados a pueblos originarios).
El hundimiento de la derecha es telúrico. Por un lado, no logran alcanzar el tercio de la cámara constituyente, recurso que daban por ganado y que les hubiera dado derecho de veto para impedir medidas no afines al poder económico. Al mismo tiempo, sus candidatos obtienen malos resultados en las elecciones a gobernador, cargo que por primera vez se votaba en Chile. La coalición conservadora tan solo gana en dos regiones, y en ambos casos deberá medirse con el candidato de la Unidad Constituyente (Socialistas y Democracia Cristiana) en segunda vuelta.
Por su parte, la ex Concertación -considerada la segunda pata del modelo mantenido desde la dictadura- se desdibuja y da paso a un auge de la coalición a su izquierda: la unión del Frente Amplio y el Partido Comunista (“Apruebo Dignidad”) se queda a solo 100.000 votos de la derecha, convirtiéndose en la segunda fuerza política del país. Y, por último, irrumpen con potencia las listas de ciudadanos independientes formadas al calor de la protesta social. Por primera vez, a diferencia de anteriores comicios, hay una cámara política en Chile que, escaño arriba, escaño abajo, se parece bastante al país, a ese Chile que dominó la calle en el estallido social.
Dirigiéndose a la nación al final de la jornada, Piñera reconocía la derrota: “No estamos sintonizando adecuadamente con las demandas y los anhelos de los ciudadanos y estamos siendo interpelados por nuevas expresiones y por nuevos liderazgos”. Entre menciones al “diálogo” y a los “acuerdos”, sabiendo ya que tendrá que mendigarlos, celebró el éxito de las mujeres, expresado en una cámara paritaria (algo que, recordemos, se obtuvo a base de marchas y barricadas), y mandó un mensaje de admiración “desde el fondo de su corazón”, a todos los chilenos y chilenas que habían permitido este proceso, olvidándose de que casi todos ellos pasaron más de un año en las calles cantando Piñera conchetumadre asesino igual que Pinochet. Poco importa. Piñera ya fue. El viejo Chile ya fue. La noche de ayer confirmó lo que la calle ya sabía: Chile despertó y está listo para labrar su propio camino.
elecciones pandémicas
El país llegó a estas elecciones agotado, con medio territorio en cuarentena y las cifras de contagios y fallecidos por Covid disparados, razón por la que las elecciones se habían pospuesto un mes. Las alertas acerca de la “cocina” parlamentaria (con relación al famoso “Acuerdo por la paz” que Piñera firmó con casi toda la oposición) no daban grandes esperanzas. Los independientes tuvieron apenas unos meses para inscribirse, unirse, confirmar pactos y listas y coordinarse, frente a la mole partidocrática ya constituida, que invitó a sus propios “independientes”, asegurándoles cupos en sus listas. No era lo mismo competir solo que bajo el ala de un partido.
La ley electoral (con el sistema d’Hont, que privilegia las listas más votadas) parecía asegurarles a las fuerzas del actual gobierno un lugar privilegiado. Mientras que los partidos políticos se repartían casi 3000 millones de pesos de dinero público para la campaña electoral (sin contar las jugosas donaciones de “amigos”), los independientes (todos ellos) debían repartirse la cuota correspondiente al partido menos votado en las últimas elecciones, lo que se traducía en unos pocos miles de pesos por cabeza. La misma desigualdad estuvo presente en los minutos que se le atribuyó a cada organización en las franjas televisivas electorales. Como resultado, algunos candidatos tenían apenas un par de segundos para mandar su mensaje por televisión.
A pesar de la importancia de estos comicios, los más importantes en tres décadas, los medios estuvieron estos últimos meses más centrados en la carrera presidencial de noviembre. La derecha ha aparecido más unida que nunca: ya para estas elecciones se presentaban en una única coalición, a diferencia de la dispersa oposición. Lo que más ha ocupado los diarios ha sido la batalla por las primeras de la centroizquierda. Mientras que el Frente Amplio y el PC buscaban una primaria amplia de todo el polo progresista, los socialistas y la DC preferían mantener la alianza de la Concertación para dejar fuera a los comunistas. Habrá que ver si después del resultado de esta noche siguen pensando lo mismo.
Perdidos la tele y los grandes diarios, el principal espacio de deliberación acerca de la constituyente se dio en pequeños actos independientes, muchos de ellos en los barrios, las ferias, las plazas (mientras las restricciones lo permitieran), y en muchos conversatorios online o discusiones en redes sociales. Aunque el mensaje que dominaba en las redes fue el de, fuera como fuera, votar por cualquier opción contra la derecha.
Por otro lado, cualquiera hubiera dicho que la rotunda victoria del “Apruebo” en el plebiscito de octubre llevaría al ejecutivo de Piñera a realizar algún gesto conciliador, pero no fue así. En vez de eso, siguió perdiéndose en propuestas impopulares que poco o nada podían hacer por la población en un momento tan crítico como el presente. Bonos insuficientes llenos de requisitos que la mayoría no podían cobrar, una oposición frontal y suicida a las propuestas de retiros de 10% del dinero de las AFP, que los chilenos demandaban con furiosos cacerolazos antes de cada votación al respecto. El tiro de gracia se lo dio el mismo Tribunal Constitucional al que la derecha ha recurrido en las últimas décadas cada vez que una medida no le satisfacía. En este caso, el tribunal falló contra el Gobierno, dejando a Piñera más debilitado que nunca, y obligado a pactar con la oposición.
Eso no impidió a los conservadores llenar sus listas a la constituyente de políticos en activo, inclusive exministros, algo frontalmente opuesto a la victoria de la opción “Convención Constitucional” del plebiscito, que pedía únicamente independientes. Y no solo viejos o actuales políticos, sino también una cohorte de hijos, hermanos y sobrinos a los que colocar en la nueva cámara.
La violencia estatal tampoco se redujo ni un ápice en las protestas, que, aunque debilitadas, seguían en marcha. La cúpula de Carabineros ha agotado en este último tiempo todos los recursos para sacar a los manifestantes del centro de Santiago: más carros blindados policiales, tanquetas militares, masivos despliegues de uniformados, perros sin bozal, caballos, drones, grupos de infiltrados intra-marchas, hasta culminar con la construcción de un muro alrededor de la plaza, primero, y directamente con el retiro de la estatua del general Baquedano después, de tal modo que ya ni siquiera les quedara a los manifestantes algo que “conquistar”.
Paralelamente, el mismo día que se dictaba sentencia contra varios agentes por el asesinato de Camilo Catrillanca, el comunero mapuche acribillado por la espalda en la Araucanía en 2018, la Policía de Investigaciones realizaba el mayor operativo antidrogas de la historia democrática de Chile. Cerca de 800 funcionarios fueron movilizados a la Araucanía. Hubo sobrevuelo de helicópteros, allanamientos aleatorios, tiroteos. ¿El botín? Poco más de 1200 plantas de marihuana. Pero la foto del día se produciría en Ercilla, el pueblo del mismo Catrillanca, donde su hija de siete años acabaría cuerpo a tierra bajo la rodilla de un miembro de la PDI. “Coincidencia” para las autoridades, “venganza” por el revés judicial a ojos de los demás. En febrero, solo por citar algunos casos, una semana funesta dejó un saldo de tres personas fallecidas en contextos que involucraban a la policía: un artista callejero en Panguipulli, baleado en plena calle, un muchacho que aparecía ahorcado en una comisaría al poco de ser detenido y un ciudadano boliviano, en estado agónico, abandonado por uniformados a las puertas de un centro médico.
El clima general parecía ser de desánimo, de derrota anunciada. Todo se veía por momentos perdido para el movimiento ciudadano que tomó las calles en octubre, ante la evidencia de que el Gobierno no solo no estaba dispuesto a ceder, sino que hasta mantenía o aumentaba su agresiva y violenta respuesta.
Sin embargo, a medida que se acercaba la fecha, los llamados a votar fueron en aumento. Entre los celulares volvía a circular el elenco de falencias que habían provocado el estallido social, los vídeos de las protestas, de las canciones, de la represión, el impulso de artistas o mutilados oculares, como Fabiola Campillai, pidiendo que se votara “para que la lucha de nuestros jóvenes no sea en vano”. Esa lucha sin aliento que el pueblo había dado en las calles debía traducirse en algo, no podía quedarse así, no podían ganar “los de siempre”. Y en vista del resultado, es evidente que el llamado tuvo eco.
la irrupción popular
A diferencia de otras elecciones, estas se produjeron a lo largo de dos días, con el objetivo de reducir las aglomeraciones. No hubo mucha afluencia el sábado: apenas un 20% se apersonó en las urnas. Saltaron las primeras alarmas: los distritos de la zona rica nororiente de Santiago estaba votando mucho más que los distritos populares.
Algunos daban esta situación por descontada: se sabía que los militares resguardarían las urnas en la noche del sábado, lo que disparó la desconfianza en el proceso. Pero incluso en la mañana del segundo día, los puntos de votación parecían casi vacíos en las primeras horas. Aunque se hubiera debatido en el Congreso la posibilidad de hacer gratuito el transporte público, la medida no había prosperado por la resistencia de los conservadores. Muchos denunciaron en las redes la escasez de transporte: había pocos buses circulando, lo que dificultó a los electores llegar a sus locales de votación correspondientes. También hubo confusión y dificultades con las papeletas de los candidatos de pueblos originarios.
Pero todo cambió después de mediodía, cuando los colegios electorales comenzaron a llenarse. De hecho, las aglomeraciones continuaban al filo de las 18:00, cuando las mesas ya debían cerrarse. La participación acabó alcanzando un 41 %. Bastante baja en términos generales, aunque semejante a la tendencia electoral en Chile. Eso sí, ha sido un 10 % menos que en el plebiscito de octubre. Pero cabe destacar un dato. En el plebiscito, la opción “Rechazo” a la nueva constitución obtuvo 1,5 millones de votantes, mientras que, ahora, la coalición de la derecha reunió solo 1,2 millones. El grueso de ese 10 % que se abstuvo pertenecía al polo del “Apruebo”. Con estos datos, en caso de haber votado, su victoria podría haber llegado a ser aún más contundente.
A las 23:00, cuando el recuento ya no daba lugar a dudas, la plaza Victoria de Valparaíso se llenó de manifestantes. Jorge Sharp, alcalde progresista que en este caso se presentaba de manera independiente tras su ruptura con el Frente Amplio, y Rodrigo Mundaca, de la formación Modatima (Movimiento de Defensa por el Acceso al Agua, la Tierra y la protección del Medio Ambiente) ganaban en la capital y la región sin necesidad de ir a segunda vuelta, convirtiendo a Valparaíso en un bastión de la izquierda nacional. Una consigna en particular resonó con fuerza, la misma que se ha repetido en las marchas de los últimos meses: “Liberar, liberar, a los presos por luchar”, en referencia a los alrededor de 600 muchachos que siguen presos, en cárceles o arresto domiciliario, castigados por haber salido a protestar en primera línea de las manifestaciones, y que en muchos casos han sufrido montajes, prisión preventiva durante más de un año o repetición de juicios cuando el resultado favorece a los acusados.
En el resto de la nación, la derecha tan solo ganaba en dos regiones, Arica y Los Ríos, debiendo en ambos casos someterse a una segunda vuelta contra el candidato de la Concertación. En la Región Metropolitana de Santiago, la derecha no llegaba ni a eso: la segunda vuelta medirá al candidato a gobernador democristiano contra la candidata del Frente Amplio, dejando fuera al candidato de Chile Vamos. En Santiago centro, la nueva alcaldesa será Irací Hassler, la candidata del Partido Comunista. La corriente feminista que sobrecogió al país alcanza incluso a la nación mapuche. De entre los candidatos que se postulaban para los asientos de pueblos originarios, la victoria se la llevan las mujeres, dejando en segundo plano a los candidatos apoyados por la burguesía araucana.
Otra de las principales “sorpresas” (para los que no estuvieran atentos) la representa “La Lista del Pueblo”, una agrupación ciudadana lanzada hace apenas unos meses por manifestantes de la plaza de la Dignidad y miembros de asambleas territoriales, que logró reunir las firmas necesarias para inscribirse como constituyentes en casi todas las regiones del país, atrayendo el voto joven con una campaña popular, fresca y contestataria que buscó demarcarse de los partidos y convertirse en una traducción textual de los reclamos que se expresaban en las calles. Esta propuesta, que unió a profesionales y activistas de todas las regiones, ha encontrado una respuesta ciudadana demoledora, convirtiéndose, en número de votos, en la tercera fuerza del país. Con casi un millón de apoyos, superan incluso a la Concertación, que queda relegada a cuarta fuerza y en caída libre de cara al futuro.
Desde luego, se trata de un terremoto mayúsculo a todos los niveles del poder en Chile. El deseo de construir un nuevo país, más atento a su base social, a los perdedores del sistema neoliberal, los endeudados por los bancos y vapuleados por la élite se consagra. Juntos tienen ahora la posibilidad de redactar una nueva Ley Fundamental para definir el Chile hacia el que quieren transitar. Nada está ganado, sin embargo. Chile vivirá en los próximos meses con dos cámaras legislativas: una redactando el nuevo país, y la otra, la derrotada, legislando todavía a partir de la vieja constitución. Un país que empieza y otro que se resiste a morir. La polarización no ha hecho más que empezar.
Marcela Cubillos, ex ministra de Educación de Piñera, una de las principales valedoras del “Rechazo”, y la candidata más votada de la derecha en estas elecciones, dio esta mañana la primera pista. Criticó a su propio sector por “comprar las ideas de la izquierda”, y señaló: “Esta no es una convención constituyente, por así decirlo, autónoma ni soberana sino que regulada, con un marco establecido”.
El revulsivo llega además en un momento clave para toda la región. Es bastante probable que estos resultandos pongan nerviosos a numerosos sectores allende la cordillera. El modelo de las AFP, así como todo el molde neoliberal, empezó en Chile antes de extenderse por el resto del continente. Ahora mismo, en Perú, un candidato popular de sectores rurales está a las puertas de vencer al fujimorismo con una promesa de referéndum y asamblea constituyente. Colombia vive una ola de movilizaciones muy parecida a la que comenzó en Chile en 2019, y podría ver en el país transandino una posible salida que aplicar a su propia crisis social.
El camino para llegar hasta aquí ha sido agotador, difícil y doloroso. Ha implicado grandes sacrificios, incluyendo casi cuarenta vidas humanas y más de 400 ojos de muchachos dañados para siempre, miles de detenidos y traumas para toda una generación. Esta victoria no es poca cosa: la oportunidad para desarrollar políticas que aboguen por la memoria, la reparación, los derechos humanos y la justicia social está aquí, en la mano. Las fuerzas progresistas, sumadas a las nuevas fuerzas ciudadanas independientes, barren completamente a las del “Rechazo”. Detentan ahora buena parte del poder regional, municipal y constitucional. Solo quedan meses para las presidenciales, donde según las encuestas la derecha tampoco tiene las de ganar, lo que podría dar también a esta ola de cambio, eventualmente, el poder legislativo y ejecutivo.
La ciudadanía ha entregado todo lo que podía dar y ha dado un paso fundamental de cara a sus demandas. Se redactará una nueva constitución, con independientes, con 17 escaños para pueblos originarios, con paridad de género y con mayoría popular. Nada ha sido gratis. La sociedad chilena ha logrado en dos años lo que no logró en tres décadas, gracias a una movilización comprometida, creativa y por momentos rabiosa, sin precedentes, aun viéndose sometida a niveles de represión demenciales. Nadie puede poner en duda su compromiso. A las distintas fuerzas a las que les han entregado sus votos les corresponde ahora mostrarse a la altura del momento y de la oportunidad histórica, a todas luces irrepetible, para respetar el épico mandato que ni siquiera una pandemia global ha logrado detener, y que se lancen, con décadas de retraso, a abrir esas grandes alamedas por las que pasen los hombres y las mujeres libres de Chile.