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un castillo en construcción
Tras una primera vuelta cuyos resultados sacudieron a la sociedad peruana, las fuerzas se reacomodan para pasar de una pantalla fragmentada y dispersa a otra de máxima polarización. Se enfrentan la derecha rancia contra una izquierda ruda. El pasado noventista y neoliberal contra un futuro de cambios radicales sin garantías. La élite contra la plebe. La capital de la República contra el sur andino. ¿Quién es Pedro Castillo, el maestro de Cajamarca que nadie vio venir? Desde Lima, un análisis para ir mas allá de la primera impresión.
Fotografía: Aldair Mejia
20 de Abril de 2021

“No lo vimos venir”, fue la frase con la que cierta prensa y academia hegemónica local manifestó su perplejidad por los resultados del 11 de abril. Obviamente se refieren a Pedro Castillo, de Perú Libre, y a su símbolo el lápiz rojo que, cual aluvión electoral, irrumpió en las dos últimas semanas para ganar la primera vuelta y, junto a Keiko Fujimori, pasar a una impensada segunda vuelta.

Para colmo, la primera encuesta sobre lo que puede llegar a suceder en el balotaje del próximo 6 de junio muestra que las preferencias ciudadanas se inclinan por Castillo, que se llevaría el 42% de los sufragios, relegando a Fujimori a un 31%, con un nada desdeñable voto blanco y nulo del 16%, mientras el 11% no se define aún.

 

el estado de malestar

Los comicios se realizaron en condiciones muy particulares, inéditas, tal vez solo comparables a los del año 1990, que marcaron el rumbo neoliberal en el país, con el triunfo de Fujimori sobre Vargas Llosa. Hace tres décadas la situación también era cercana a la catástrofe, con una crisis económica e hiperinflación descomunal, un Estado impotente y una violencia generalizada, por lo que el desconocido ingeniero emergió hacia el final de la campaña como alternativa al escritor ultra liberal, pasó sorpresivamente al balotaje y finalmente ganó, aplicando luego el programa de su adversario.

Esta vez, el proceso estuvo marcado por la crisis sanitaria –se votó en el pico de la segunda ola–, con servicios de salud colapsados y desempleo masivo, debido a una alta precarización e informalidad en el trabajo y la economía. El economista Pedro Fracke calcula que, desde el inicio de la pandemia, se perdieron en el Perú dos millones de empleos. A eso se suma una crisis política sin precedentes: en los últimos cinco años hemos tenido cuatro presidentes (dos renunciaron y otro fue destituido) y dos congresos (uno cerrado por el Poder Ejecutivo). Para completar el cuadro hay que decir que todos los ex-presidentes han sido condenados o tienen procesos abiertos por corrupción, e incluso uno de ellos –Alan García– prefirió salir de esta vergonzosa lista quitándose la vida.

En definitiva, la “transición democrática” iniciada en el año 2000 fue incapaz de corregir el modelo impuesto en la década del noventa y de generar arreglos institucionales que ordenen el conflicto político, produciendo una creciente deslegitimación de sus instituciones al bloquear de manera sistemática cualquier reforma o modificación del régimen económico, a través de varios mecanismos como el “terruqueo” y la criminalización de la protesta social, con una cifra escandalosa de muertes en protestas sociales.

La desafección hacia la política oficial se profundizó en las últimas elecciones debido a una oferta partidaria altamente fragmentada (18 candidatos a la presidencia), a lo que habría que agregar la atípica campaña en medio de cuarentenas y porcentajes inéditos de abstención que solo decantaron en las tres últimas semanas.

 

las reglas de la fortuna

Suele decirse que las elecciones peruanas en el siglo XXI son un canto a la imprevisibilidad, sin embargo durante los últimos cinco procesos hubo por lo menos dos constantes: el candidato puntero en el inicio de la campaña siempre termina cayendo; y la irrupción de un candidato sorpresa, más precisamente un outsider anti-establishment, con fuerte pregnancia en el sur andino. Esta vez la disputa electoral trajo dos novedades: una por derecha, el disruptivo empresario López Aliaga, de Renovación Popular; y otro por izquierda, el profesor-rondero Pedro Castillo.

La candidatura favorita de la izquierda, Verónika Mendoza, la sorpresa de 2016 al quedar muy cerca de pasar a la segunda vuelta, no llegó a consolidarse. Algunos han señalado que se debió a una estrategia de campaña orientada hacia el “centro”, en vez de optar por “radicalizarse”. No lo creo: mi hipótesis es que tuvo un mensaje consistente pero demasiado fragmentado y disperso, donde los problemas más urgentes para la mayoría de peruanos (como la salud, el empleo y la reactivación económica) coexistían con la misma importancia y peso con agendas ecológicas y de género, o incluso con la reforma constitucional. Como señaló el analista Sinesio López, el malestar y la ira de la gente requería tal vez una actitud y un tono más confrontacional y disruptivo, para conectar con amplios sectores ciudadanos.

Suele decirse que las elecciones peruanas en el siglo XXI son un canto a la imprevisibilidad, sin embargo durante los últimos cinco procesos hubo por lo menos dos constantes: el candidato puntero en el inicio de la campaña siempre termina cayendo; y la irrupción de un candidato sorpresa, más precisamente un outsider anti-establishment, con fuerte pregnancia en el sur andino.

 

vida interior de los partidos del interior

La figura de Pedro Castillo irrumpió por ese mismo flanco izquierdo casi al final de la campaña, en un territorio que había votado en 2016 por Verónika Mendoza (y antes por Ollanta Humala). En el origen de su perfil como personaje político están las rondas campesinas de Cajamarca, organización popular que construyó formas de autogobierno e impidió en esa y otras regiones el avance de Sendero Luminoso, siendo un factor clave para su derrota.

Asimismo, es conocida su pertenencia durante quince años (2002-2017) al partido de centro derecha Perú Posible, del ex presidente Alejandro Toledo. Pero fue el liderazgo durante la huelga magisterial del 2017, el que le otorgó protagonismo nacional. En aquella protesta, cuyas principales demandas fueron la eliminación de la evaluación docente, aumento de sueldos y reconocimiento al sindicato alternativo CONARE, Castillo logró articular a los sectores opuestos a la conducción oficial del sindicato de maestros, en manos del Partido Comunista-Patria Roja, organización de origen maoísta. Entre los grupos opositores que logró acaudillar el ahora candidato a Presidente, se encontraba el Movimiento por la Amnistía y Derechos Fundamentales (MOVADEF), organización cercana a Sendero Luminoso, así como otros grupos de ultraizquierda con fuerte presencia en el espacio magisterial. Fue esta experiencia la que forjó su base principal de apoyo, un activo sector de maestros con presencia territorial significativa, especialmente en el sur andino. Y la que le valió la convocatoria como candidato del partido Perú Libre, organización marxista-leninista cuyo líder Vladimir Cerrón fue electo gobernador de la región Junín, ubicada en la sierra central del país, pero terminó siendo excluido de la fórmula presidencial por el Jurado Electoral al estar condenado por corrupción.

Gracias a un discurso frontal y disruptivo, con el que animó concurridos mítines pese a las prohibiciones sanitarias, fue ganando presencia en medios de comunicación regionales ajenos a las preocupaciones y lugares comunes de la prensa nacional, como también en redes sociales a través de cuentas de apoyo en Facebook. Forjado en la práctica rondera y el gremialismo radical, ha dado muestra de un gran pragmatismo, al manejarse con mucha astucia en espacios disimiles. Contra lo que se cree en mi pequeña gran provincia limeña, el pragmatismo también puede moverse hacia la izquierda.

 

Quedan por aclarar muchas cosas. No hay noticias, por ejemplo, sobre la composición de su entorno principal, ni sobre su equipo de gobierno. De hecho, en algún momento mencionó que los ministros no debían ser electos por el Presidente sino por cada sector. También habrá que ver si reafirma su manifiesto conservadurismo –citas bíblicas de por medio–, como la oposición explícita a la agenda de ampliación de derechos civiles para la comunidad LGBTIQ+ y el enfoque de género, coincidiendo con el discurso de la derecha más dura.

Por lo pronto, ambos finalistas, que sumados no llegaron al 32% del voto válido, han jugado sus primeras cartas. Keiko llamó a un frente anticomunista, recibiendo el apoyo de su histórico archienemigo, el premio Nobel Mario Vargas Llosa, lo que avizora que el eje de la disputa será –incluso de manera más acentuada que en la primera vuelta– entre la defensa del modelo económico o una apuesta de cambio que aún debe tomar forma. Castillo, por su parte, convocó a un amplio diálogo, que tuvo como respuesta de Verónika Mendoza y otras fuerzas de izquierda la propuesta de conformar una agenda mínima para enfrentar al fujimorismo.

La lógica dicta que ambos candidatos deben ampliar su base política y social, pero la moderación se dificulta en un escenario ideológicamente polarizado, donde el “antivoto” jugará un papel central y quizás definitivo. Tal vez por eso Castillo comienza con ventaja, pero tendrá que soportar un intenso y sostenido bombardeo mediático.

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