E s una mañana fría en el barrio La Juanita, en La Matanza. Héctor “Toty” Flores y sus colaboradores esperan en la sala de reuniones de una escuela la llegada de la delegación de Desarrollo Social de un municipio del conurbano gobernado desde diciembre por la alianza Cambiemos. En los tres anillos que rodean a la Capital del país, a diferencia del interior de la provincia de Buenos Aires, la mayor parte de los intendentes oficialistas pertenecen al PRO, o fueron promovidos por esa fuerza. “¿Cómo la ves, Toty?”, le pregunta la secretaria de Desarrollo Social después de saludarlo. El hambre y la crisis social están en el centro de los debates mediáticos y la funcionaria parece esperar que Toty tercie entre apocalípticos e integrados. Confía en su conocimiento del mundo popular y en sus dos décadas de trabajo territorial en La Matanza.
Para buena parte del universo de Cambiemos, y para las escenas televisivas del juego de la comunicación política, Toty es un mediador de lo sensible. Elisa Carrió, su principal aliada, dijo por la pantalla de TN que “no hay hambre en el conurbano”, basada en que “estuve con Toty”. También confirmó que la idea del gobierno era redoblar la provisión de alimentos a los comedores para contrarrestar un posible aumento de la demanda.
Toty lleva a la secretaria de Desarrollo Social y a su equipo a recorrer la cooperativa La Juanita, un mecanismo que repite con todos sus invitados. La variedad de emprendimientos, que refleja las redes armadas con fundaciones y empresas, deslumbra a los visitantes y, a la vez, visibiliza el tamaño del trabajo social del grupo político de Toty. Uno de los objetivos de la funcionaria es replicar la experiencia de La Juanita en otros barrios, gracias a esa sinergia entre el universo de la filantropía empresaria, las oenegés y el activismo barrial, que parece ser el nuevo horizonte de la política asistencial del gobierno de Cambiemos. Toty es el prototipo del “emprendedor social”, dueño de una marca moral, su cooperativa, cuyo mito fundante es el rechazo de planes sociales que comenzaron a “bajar” a las organizaciones a partir de fines de los años noventa del siglo pasado, cuando el deterioro de las condiciones de vida de los humildes, la consolidación de un sector informal con vínculos intermitentes con el trabajo asalariado estable y las incipientes formas de politicidad popular delinearon una nueva relación del Estado con los pobres. En su lucha contra el asistencialismo y el clientelismo, Toty construyó su sello de confianza para un circuito de donantes ávido de lugares donde volcar sus energías y recursos filantrópicos sin caer en el barro de la política plebeya.
En la charla con la funcionaria, Toty repite lo que había dicho en los medios: la situación está difícil, pero “mientras los adultos no vengan a los comedores, no puede decirse que haya hambre”. Desde que volvió de Mar del Plata, después de una breve y fallida experiencia en la Secretaría de Empleo del Municipio de General Pueyrredón, Toty es asesor del Ministerio de Desarrollo Social. Para el gobierno nacional, representa un puente con la política local y con el mundo popular, un key player capaz de balizar los senderos por los que podrían “bajar” los recursos.
expertos y piadosos
La conmoción social que produjo el “que se vayan todos” fue un impulso al involucramiento político de diferentes sectores sociales. Ahorristas y asambleístas de clases medias se encontraron con militantes de barrios populares. “Piquete y cacerola” fue la fórmula del progresismo. Por entonces, el MTD de La Matanza de Toty Flores rechazaba los planes sociales y era un laboratorio atractivo para los proyectos político-intelectuales de una emancipación del (y sin) Estado que comenzaban a ocupar el centro del debate de las izquierdas posmodernas. También las Madres de Plaza de Mayo y los militantes de su Asociación, símbolo de la resistencia más radical a los gobiernos de los años noventa, fueron aliados del grupo de Flores en sus orígenes. Pero la relación se fue desgastando producto de fricciones personales y puntos de vista diferentes. Toty se quedó huérfano de referencias políticas y sociales. También de aliados.
2001 fue además un momento de participación política de jóvenes profesionales de clases medias altas que en los años noventa habían formado parte del mundo de las oenegés y las Fundaciones. Una porción de esos jóvenes profesionales nutrió los orígenes del PRO, a través de la fusión del Grupo Sophia de Horacio Rodríguez Larreta con la fundación Creer y Crecer, o de la llegada de expertos de la Cippec a esa misma cabecera de playa. Otros, en cambio, habían tenido una experiencia política intensa con el gobierno de la Alianza, y la frustración que les había dejado esa epopeya –que incluyó la asunción de cargos en el Ejecutivo– los impulsó a un cambio biográfico. Fue el caso, por ejemplo, de los expertos de la lucha contra la corrupción de Poder Ciudadano (PC).
Uno de ellos, abogado, explica esa transformación en términos de mayor compromiso con los pobres. Conversamos con él cuando ya era agente de Cippec en la lucha contra el clientelismo, asociado a la manipulación política de los programas sociales con fines proselitistas. Como especialista en corrupción, dice: “terminás convirtiéndote en un opinador, un burócrata de la sociedad civil. Entonces me fui al otro extremo en donde hay organizaciones de base trabajando, donde hay grupos de víctimas del clientelismo político que quieren dejar de serlo”. La mirada miserabilista de los pobres como víctimas era para esos profesionales un llamado a involucrarse en el mundo popular: “el desafío es que organizaciones de clase media, con los recursos que tienen, con cantidad de maestrías, contactos, se acerquen a organizaciones que justamente no tienen esos recursos y, sobre todo, el acceso a los medios”. Los medios de comunicación son un lugar central en la construcción de los mediadores de lo sensible. Juan Carr entendió el punto y por eso hizo tanto para que Margarita Barrientos llegara a la televisión. Después, ella, con destreza, logró permanecer allí a fuerza de crítica a la política, minimización discursiva de la ayuda estatal y celebración del activismo social voluntario. Se convirtió, además, en una profesional de la narración de su relato biográfico.
Un buen día se encontraron Toty Flores y Carlos March, por entonces director ejecutivo de PC. March y Flores eran complementarios en sus necesidades y en sus diagnósticos. Uno buscaba anclajes populares para reconvertir la acción experta a las condiciones del nuevo tiempo; el otro, aliados y recursos que compensaran el rechazo del Estado y el creciente desentendimiento con sus socios políticos. March sabía que había muchos empresarios críticos del “asistencialismo” pero “con ganas de ayudar” y le abrió su agenda a Flores. En ese contexto, a fines de 2002, Toty conoció a Martín Churba y montaron juntos un taller de costura de guardapolvos para mostrar en grandes desfiles y exportar a Japón. La gramática de la defensa de la “dignidad del trabajo” contra la manipulación clientelar los unía. La experiencia sería replicada.
En 2006, Maru Botana cede la receta de su pan dulce. Eso, sumado a los diseños de Churba en el packaging, hacía del pan dulce un producto estéticamente rentable. La marca social de La Juanita lo volvía moralmente atractivo. Grandes y medianas empresas encargaron pan dulces para regalar en las fiestas. De los tres mil pan dulces producidos en 2006 se pasó a 45 mil en 2013. Un emprendimiento exitoso. En la web de la cooperativa se da cuenta de estas alianzas: “El proyecto de la panadería ‘La Masa Crítica’ empezó a dar sus primeros pasos en 2004, con el apoyo de la Fundación Poder Ciudadano. En el 2006, con el apoyo de Carolina Biquard, de la Fundación Compromiso, y del economista Daniel Marx consiguieron la habilitación de la panadería”. El éxito llevó a conceptualizar el circuito: “La alianza entre Maru Botana y la Cooperativa La Juanita nació a partir de la necesidad que tiene Argentina de que aquellos que tienen acceso a los recursos para promover desarrollo económico y quieran asumir el compromiso de producir valor social en equidad, se unan a las poblaciones de mayor vulnerabilidad”.
El nuevo modelo tiene una estructura profesionalizada, con una dirección ejecutiva en manos de Silvia, la hija de Toty, que pasa buena parte de su tiempo en reuniones con actores del mundo empresario. La teoría elaborada por Toty y su grupo se completa con una visión de esa sociedad en términos de acercamiento virtuoso de dos tipos de excluidos: excluidos sociales, los pobres informales; excluidos morales, los empresarios y actores de la sociedad civil con voluntad de donar tiempo y recursos. El Estado era el enemigo común. Hoy la situación cambió y Toty remozó su teoría a partir de una metáfora geométrica: el Estado como diagonal que tiene que unir ambos polos y debe ganarse su confianza.
cambiemos por abajo
En 2015, el nuevo gobierno encontró esa alianza bien aceitada. A las oenegés vinculadas con circuitos internacionales y empresarios mediáticos se habían sumado, desde 2002, empresarios agrarios que buscaban legitimar su lugar económico de creciente centralidad. El orgullo ruralista no tenía hasta entonces aliados en las clases populares de las zonas urbanas. El programa de soja solidaria implementado en 2002, con apoyo de diferentes oenegés, había sido un primer ensayo. Cuando en 2007 Toty decidió iniciar una carrera política con Carrió, el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos (ligado históricamente al Partido Comunista) le pidió que devolviera el edificio donde funcionaba La Juanita. En pocos meses empresarios sojeros reunieron el dinero para comprar el terreno. Toty se trasformó en un punto central de inserción de la caridad empresaria en el mundo popular.
Su cooperativa también fomenta la financiarización de las clases populares. En sociedad con el Banco Santander, que buscaba ampliar “hacia abajo” el nivel de crédito y de bancarización, se instaló una oficina de inclusión bancaria en La Juanita. El edificio lo construyeron cooperativas de la maoista Corriente Clasista y Combativa (CCC), que ingresó en ese circuito a partir de 2008, tras su apoyo a los ruralistas en el conflicto en torno al régimen de retenciones a las exportaciones. La alianza de los agrobussiness con algunos actores sociales opositores al kirchnerismo generó encuentros inesperados y terminó de convencer a los sojeros de que debían construir sus propias redes de apoyo popular, sus propios canales de distribución de recursos por fuera (y en contra) del Estado.
Toty ofició de facilitador de la contratación de la CCC. También avanzó, junto a Silvia, en la instalación de oficinas de inclusión bancaria en otros barrios. Para su propia cooperativa, consiguió que el Santander financiase la instalación de un call center que trabaja para el banco. “Aunque no tengamos un trabajo formal, podemos acceder a una tarjeta y eso nos iguala a los demás, es una herramienta de inclusión concreta”, dice Flores, ante un público de banqueros, filántropos y movimientos sociales reunido por el Banco Santander en el XIV Encuentro Santander-América Latina 2015. También dan servicios informáticos para el grupo La Nación: moderan los foros y comentarios de lectores del diario fundado por Bartolomé Mitre. El entrepreneurismo social, vinculado a los circuitos de donación privados, tiene su propio relato: donde hay una necesidad, hay un emprendimiento. Toty también se encarga de organizar reuniones con actores barriales a los que invita a –y asesora para– armar cooperativas o reagrupar las existentes, y así sumarse a esta trama en la que él cumple un rol mediador.
Es lo que lo diferencia de Margarita Barrientos, otra referencia central en el mercado de la filantropía empresaria local, aunque menos inserta en las redes internacionales y en las nuevas tecnologías de fabricación de emprendedores plebeyos. En la jerga de las oenegés, Margarita concentra sus energías en la comunicación institucional y el found raising, que supone apariciones recurrentes en los medios, visita de oficinas públicas y de donantes privados, pero también charlas TED ante emprendedores, alumnos de escuelas privadas o gendarmes. Eso la aleja de la vida social y política barrial. No es, según sus vecinos, una referente, como son los mediadores sociales de los movimientos territoriales. No moviliza gente ni politiza demandas colectivas. Tampoco recurren a ella los habitantes de Los Piletones cuando hay problemas de infraestructura para resolver. “Es más conocida fuera del barrio que dentro del barrio”, cuenta Celia, antigua voluntaria del comedor.
Metonimia de Los Piletones proyectada hacia fuera, puertas adentro Barrientos representa un enclave de conexión con mundos con los que la mayor parte de los vecinos no tiene relaciones más que a través de los medios de comunicación. “Cuando mi mamá laburaba ahí conocí gente que nunca en mi vida pensé que iba a conocer. Valeria Mazza vino como dos veces al comedor”, recuerda Jonathan, militante del barrio, y agrega que “en lo de Margarita comí cosas que nunca voy a volver a comer”. Para Cambiemos puede ser una figura, en la construcción mediática de sí, que aporte sensibilidad social y cercanía, pero no representa una apuesta rentable en términos de construcción de gobernabilidad social.
un sistema de riego propio
Después de más de una década de políticas focalizadas de combate a la pobreza, durante el primer gobierno de Cristina Kirchner la imposibilidad de absorber mano de obra por parte de la economía formal se volvió un diagnóstico aceptado. Se establecieron los programas de financiamiento de la economía popular, por un lado, y un ingreso cuasi universal que pudiera equiparar a los informales respecto de los asalariados formalizados, por el otro. En ambos casos, por canales oficiales u oficiosos, las organizaciones territoriales ocuparon un lugar fundamental en la cogestión del bienestar para las clases populares.
Nacido en la ciudad de Buenos Aires, y con un núcleo de militancia de sectores medios altos y altos, el PRO no puede proveer mediaciones consistentes más allá de la General Paz. Sus aliados políticos son, también, fuerzas políticas de clases medias. Construir gobernabilidad es pactar con la sociedad civil del mundo popular realmente existente. Por eso, la ministra Carolina Stanley mantiene un diálogo arduo con las principales organizaciones sociales del país, la mayor parte de ellas bases centrales de los apoyos populares que tuvo el kirchnerismo. Y por eso también, el gobierno mantuvo la mayor parte de los programas sociales y los aumentos de la Asignación Universal por Hijo estipulados por ley. Pero la gobernabilidad social se construye con relaciones duraderas y confiables, que permitan saber lo que está pasando “por abajo” –recibir una respuesta en la que creer cuando preguntan “¿cómo la ves?”–, y tener alguna certeza sobre el impacto real de los recursos transferidos. Una frase atribuida al dirigente del Movimiento Evita, Emilio Pérsico, parece dar cuenta de los dobleces de la relación: “Hay que regar la pradera, porque si no cualquier chispa la prende fuego”.
Cambiemos puede recoger algunos de los heridos de los años kirchneristas para construir sus propias mediaciones en los circuitos de congestión del bienestar. Pero ahí no parece tener demasiado espacio para crecer. Otra estrategia es la articulación entre el mundo del activismo social desconectado del entramado peronista, la beneficencia empresaria y las fundaciones con fines sociales, en especial las más profesionalizadas e internacionalizadas. No hay puja distributiva. No hay movilización social ni política. Este es el modo en que PRO quisiera que reverdezca ahora el pastizal del pueblo humilde.