el cuerpo del presidente
(Nueva York, 22 de abril de 2009)
Evo Morales llegó de mal humor. Su oído derecho estaba fallando y le costaba hablar. Venía de interrumpir en La Paz cinco días de huelga de hambre en reclamo de una Ley que garantizara la celebración de elecciones presidenciales el seis de diciembre. No puedo escuchar de este lado, repetía. En su cachete izquierdo se dibujaba una almohada después de la siesta rápida con que había intentado en vano recuperarse en una suite del hotel Millenium.
Esa mañana debía hablar ante la Asamblea General de las Naciones Unidas para defender su proyecto de declarar el 22 de abril como Día Internacional de la Madre Tierra. Por la tarde iba a pronunciar una conferencia en la Salem United Methodist Church del barrio negro de Harlem.
El Presidente boliviano se siente a disgusto en Estados Unidos. Según documentos desclasificados, el Departamento de Estado lo consideró un eslabón del narcotráfico durante la década que tardó en llegar desde el trópico cocalero de Cochabamba hasta el Palacio Quemado de La Paz. La primera vez que pudo entrar –o recibir la visa– fue por prerrogativa de su investidura: tenía el ingreso vedado. Ha sumado razones a su malestar: la papa, sostiene, no tiene ningún gusto en Nueva York.
“No puedo hablar en Harlem: no escucho nada”, anunció durante el almuerzo. Durante meses, Pablo Solón, embajador boliviano ante Naciones Unidas, había preparado con organizaciones de base ese acto que quería ser masivo. Miles lo esperaban.
En un período de logística y financiamiento precarios, el Presidente viajó sin médico personal. Cuando el Embajador le ofreció un profesional del hotel, Morales respondió que no se dejaba atender por gringos. Buscaron sin éxito un médico boliviano en la ciudad. No consiguieron que su médico personal los atendiera por teléfono desde La Paz. Es miércoles pero, se quejó.
En esos vacíos, en esas fragilidades de Estado, suele emerger una voz supuestamente providencial. Propuse dos soluciones.
La primera, que inhalara una olla de agua hirviendo. Por primera y única vez negocié en nombre del Estado boliviano. Llamé al restaurante del hotel para pedir agua y garantizar que no la cobraran. Contestaron con un número alarmante: 25 dólares. “Pero es agua”, reproché. “Hay que hervirla”, me señalaron. Acto seguido, rechazaron mi contraoferta de veinte. Consulté con el Presidente: “Pagaremos”, concedió. La olla llegó a los seis minutos.
La segunda solución para el problema auditivo era un truco de mi abuela Mary que le conté. Introducir un cucurucho de papel de diario y prender con fuego la punta para destapar el agua alojada. Advertí del procedimiento a los agentes del Secret Service que, según los protocolos de seguridad, tienen a su cargo la custodia de cada presidente extranjero que asiste a reuniones de Naciones Unidas. Si no, habría sonado la alarma.
En el baño, el Presidente inhaló y después recibió en su oído la sección de Deportes del New York Times en forma de cono. Vapor y fuego. Esperamos un rato por el resultado. El milagro no se produjo: canceló su participación en el acto de Harlem.
En enero de ese año un cable de la embajada de los Estados Unidos en Brasil había anunciado a Washington que Morales tenía un tumor maligno en la nariz. Cuando el cable fue difundido por WikiLeaks en noviembre de 2010, el gobierno boliviano lo desmintió: informó que un grupo de médicos cubanos le había practicado al Presidente una septoplastía (corrección del tabique nasal) con buen éxito. En marzo de 2017 Morales volvió a La Habana para operarse la garganta: en quince minutos le extrajeron un nódulo. Se sacó una foto en pijama con Raúl Castro.
El llamado Proceso de Cambio reposa excesivamente sobre el cuerpo de Morales, entregado sin sosiego a la mayor transformación que ha vivido Bolivia desde la Revolución Nacional de 1952 y la más original que haya dado la izquierda del Cono Sur en el siglo veintiuno. El cuerpo es el proceso. Y hoy asoman con más énfasis sus achaques. Aún así, intentará cruzar un nuevo límite: conseguir una nueva reelección.
A las cinco de la mañana del 16 de junio de 2017 recordamos el fracaso de mis recetas en Nueva York. En una ciudad de La Paz desierta y helada, el Presidente y su caravana se dirigían al Palacio Quemado para hacer un anuncio relevante. En ese apuro, y como en cada encuentro, hizo un repaso sobre el estado del cuerpo ante su paramédico errático.
“Ya no tengo sinusitis. Cada dos días me vienen los mocos, como cada mes le viene la menstruación a las mujeres. La garganta está bien. La rodilla está bien. Hago tres mil abdominales por día: la primera tanda a las cuatro de la mañana.”
la pregunta del papa
(Buenos Aires, julio 16 de 2015)
Morales Ayma ha vivido largas temporadas en las que no creyó en Dios y otras más breves en las que sí creyó. Invariable ha sido en su fidelidad a dos credos: la Madre Tierra -la Pachamama- y el cerro Cuchi Cuchi de su natal Orinoca en el altiplano orureño. Les ha pedido auxilio en los momentos más desesperantes de su existencia.
Desde el invierno de 2015 ha conocido una súbita devoción por el papa Francisco. En una visita a Santa Cruz y a La Paz, el sumo Pontífice entonó dos maravillosas melodías para Morales. La del perdón por la conquista española y la del apoyo al reclamo boliviano por un acceso soberano al mar, perdido en la Guerra del Pacífico (1879). Un reconocimiento al reclamo que durante décadas el primer presidente indígena había dirigido a la Iglesia Católica, y un apoyo nítido a la mayor prioridad constante de su política exterior.
“Nunca antes había tenido un Papa y ahora tengo a Francisco”, me dijo Evo en un hotel de Retiro, a minutos de encontrarse con Cristina Fernández de Kirchner para inaugurar el monumento a Juana Azurduy en la explanada de la Casa Rosada. En la demanda boliviana a Chile, Morales nunca consiguió de Cristina ni de Dilma Rousseff un apoyo enfático como pretendía, pero sí lo obtuvo del Papa. Había llegado con un eslogan binacional para agitar: "Malvinas para Argentina, Mar para Bolivia".
En más de veinte años de oír a Morales contar la historia de su vida en muy distintas circunstancias, nunca escuché lo que escuché esa mañana. Su madre, María Ayma Mamani, fue una católica devota. Dio a luz siete hijos: cuatro murieron porque en Orinoca, ubicado sobre el lago Poopó, ni una sola posta sanitaria había. Tardíamente Morales encontró una fe en ese catolicismo maternal. Y le agregó una serie de azares para mimetizarse con el Papa jesuita que eligió un nombre franciscano. San Francisco es el nombre del sindicato cocalero al que se afilió a los 18 años. San Francisco de Asís, el santo de Simón Bolívar, se distinguió por el voto de pobreza y la renuncia a los bienes materiales.
En su presidencia, Morales ha conocido numerosos conflictos con la Iglesia Católica: la acusó de ser una herramienta de la oligarquía; le contestaron que contribuía al pensamiento único. Con posterioridad a la visita del Papa, nació un nuevo conflicto por la legalización del aborto. Como parte de la reforma del Código Penal, su gobierno acaba de proponer despenalizar esa práctica médica cuando la mujer “se encuentre en situación de calle o pobreza extrema”. La jerarquía de la Iglesia boliviana se opone a esta reforma.
En julio de 2015 organizaciones sociales afines al gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) comenzaron a instalar la posibilidad de un tercer mandato: solo habían pasado diez meses desde la primera reelección de Morales con el 61 por ciento de los votos y una diferencia de más de 35 por ciento sobre el segundo candidato. Esa ha sido una de las mayores debilidades de Evo: no ha generado liderazgos nacionales de peso propio suficiente, ni candidatos presidenciales alternativos. Como consecuencia, la personalización no ha dejado de acentuarse.
“¿Estás pensando en tu sucesor?”, le preguntó el Papa en un encuentro posterior, según contó un ministro.
si no la gana la empata
(Buenos Aires, 10 diciembre de 2015)
El día de los tres presidentes –Cristina Fernández, Federico Pinedo y Mauricio Macri–, Evo estuvo en dos lugares a la vez. Fue el único jefe de Estado que el nueve de diciembre acompañó a la Presidenta en su último acto en la Casa Rosada. Durante esa ceremonia descubrió el busto de su difunto esposo. Fernández de Kirchner había encargado la escultura que hizo colocar en el Salón de los Bustos de la Rosada. Entre ese acto y el momento en que Cristina se asomó a la Plaza para dar su discurso de despedida, fue a jugar un partido de fútbol con Mauricio Macri. Faltaban pocas horas para la jura en el Congreso Nacional.
“Vente a jugar”, me dijo por teléfono camino al amistoso.
“Pero estoy con zapatos”, contesté.
“Tienes que venir: parece que el Macri no es tan bueno jugando”.
Macri y Morales se conocieron en el parquet del polideportivo Quinquela Martín, en La Boca. Los presentó Daniel Angelici.
En el banco de suplentes conversaban Susana Malcorra, que en pocas horas juraría como canciller, y su colega David Choquehuanca. Sentado a su lado, esperé en vano mi oportunidad de jugar. Ganó con holgura el equipo del Palacio Quemado.
Después del partido, sin abandonar ni la capital ni la orilla del río, fuimos a cenar al Rodizio de Puerto Madero: insólitamente, la embajada boliviana lo ha hecho una costumbre para las visitas de Morales.
“Tú no eres ni macho ni hembra”, le dijo a un argentino sentado en su mesa que contó que en la segunda vuelta había votado en blanco. También preguntó si Macri tendría garantizada la gobernabilidad.
Desde entonces Macri y Morales tienen una relación gasificada: se necesitan mutuamente como vendedor y comprador de gas (aunque el argentino preferiría comprarlo a Chile). Ambos han priorizado las armonías y evitado cualquier conflicto, como el que podría provocar sus encontradas posiciones sobre Venezuela.
El diez de diciembre de 2015 Evo ya estaba en campaña por el referéndum constitucional de febrero de 2016, que buscaba el pasaporte a una reforma que le permitiría su nueva postulación como candidato presidencial. En realidad, nunca dejó de estar en campaña.
“Si gano, ganaré por un voto”, me dijo sobre las migas de Rodizio. Era una novedad: las elecciones habían vuelto a ser competitivas en Bolivia.
Exigió fondo blanco de lemoncelos. Nadie le dijo que no.
La errática y desganada campaña partió de una premisa falsa: que el Presidente era intocable. Hasta que el Caso Zapata explotó. Gabriela Zapata, gerente de una empresa china contratista del Estado y con autorización legal para usar instalaciones gubernamentales, dijo haber tenido un hijo con el Presidente, al que llamaron Ernesto Fidel. Zapata engañó al Presidente y a la oposición que financió algunos de sus artificios, como alquilar un niño para que en el juicio se hiciera pasar por el vástago presidencial. En mayo de 2017, Zapata fue condenada a diez años de prisión por “legitimación de ganancias ilícitas, asociación delictuosa, falsedad ideológica, uso de instrumento falsificado, contribuciones y ventajas ilegítimas y uso de bienes y servicios públicos”.
Después de perder por escaso margen (51.3 por ciento contra 48.7 por ciento), Morales entendió que el 21 de febrero había sido derrotado por el affaire Zapata y corresponsabilizó a la prensa por el tratamiento del caso. Esa derrota no ha apagado el proyecto reeleccionista. Repetir un referéndum constitucional, convocar una constituyente con el voto de dos tercios de la Asamblea Plurinacional, o la renuncia del Presidente un año antes del fin del mandato fueron tres opciones discutidas en indiscretos mitines partidarios y en abiertos congresos de organizaciones sociales afines al Proceso de Cambio.
Bolivia disfruta todavía la mayor bonanza de su historia: bajaron la pobreza y la extrema pobreza, la economía crece a tasas altas con inflación controlada, la desigualdad social se redujo, las reservas de divisas son -en escala- de las más altas del mundo (más de la mitad del PBI), creció la seguridad social, la alfabetización es universal, se hicieron importantes obras de infraestructura y la ciudadanía vive un boom inmobiliario y de consumo que el país nunca había conocido. El objetivo reeleccionista, impulsado a ultranza, reactivará conflictos, y potencialmente creará nuevos.
El gobierno ha recibido impugnaciones por izquierda: le reprochan mega obras viales con daño a la Madre Tierra, prácticas y discursos patriarcales, verticalismo en la toma de decisiones, andinocentrismo frente a las poblaciones originarias amazónicas o vallunas del Oriente, giro tecnocrático ‘blancoide’ en favor de la gestión, y consiguiente abandono de los radicales ideales revolucionarios étnico-culturales ‘indigenistas’, entre otros.
24 horas y un dineral
(La Paz, Oruro, Cochabamba, 16 de junio de 2017)
Antes del amanecer, el ruido en el Palacio Quemado es el de los pasos presurosos que corren detrás del Presidente.
En el salón de los espejos del primer piso se esperaba un anuncio de Yacimientos Petrolíferos Fiscales de Bolivia (YPFB), la mayor empresa estatal del país. A las 5.30 se acomodaban generales del Ejército y dirigentes sindicales, ministros del Estado y periodistas de todos los medios. La voz de un movilero quebró el sueño de un par: “Se va el presidente de YPFB por la compra de tres taladros; hay siete detenidos”.
La nacionalización de los hidrocarburos fue el acto fundacional de la presidencia Morales. Desde el primero de mayo de 2006 el Estado boliviano ha recuperado el control de esos recursos con YPFB como nave insignia y las petroleras extranjeras pagan más impuestos y regalías. La economía ha crecido al calor de la renta hidrocarburífera —según cálculos oficiales, llegó a los 33 500 millones durante la presidencia Morales— y financió sustancialmente los programas sociales. La gestión de YPFB ha tenido sofocones. Y siete presidentes en once años: uno de ellos, Santos Ramírez, que gozó como pocos de la confianza de Morales, fue detenido y procesado por una coima de 45 mil dólares. El Presidente nunca más le volvió a hablar. La Justicia lo halló culpable y lo condenó a doce años de prisión. Hoy purga su delito en una cárcel de extrema seguridad, sin asistencia gubernamental alguna.
Esa mañana en el salón de los espejos, se anunció la destitución de Guillermo Achá. La Unidad de Transparencia del Ministerio de Hidrocarburos había denunciado irregularidades en la compra de taladros por 148 millones de dólares. En el acto de Palacio en que el ingeniero Óscar Barriga juró como nuevo presidente de YPFB, Morales habló último. Más serio que de costumbre, pidió revisar los contratos, reclamó mayor transparencia y reprochó a la prensa el invento de muchos casos de corrupción.
Después del acto subimos a un pequeño helicóptero rojo en el cuartel de Miraflores. Dos jóvenes pilotos alistaban el aparato. El Presidente se puso un suéter bordó para el viaje a un altiplano aún más frío.
Habló del acto. Dijo que la derecha va por la matriz económica que es la nacionalización. No tuvo palabras suaves para el defenestrado presidente de YPFB. “Hay que avanzar mucho con los temas de transparencia. No le podemos dar a la derecha la bandera de la lucha contra la corrupción. Pasó en otros países, no podemos permitir que eso pase acá. Nos está haciendo muy mal la codicia de algunos compañeros. Antes esos mismos compañeros decían: ‘Hay que cuidar lo que tenemos’. Ahora es la codicia de algunos”.
Durante el breve viaje en helicóptero de Miraflores a la ciudad de El Alto me mostró, al volar sobre ella, la Casa del Pueblo, la torre que amplía (hacia arriba) el decimonónico Palacio Quemado. La intelligenztia feminista de La Paz lo ve como un símbolo falocrático.
Le pregunté por las razones de la derrota del referéndum de febrero de 2016.
“Ha sido un golpe duro. Pero perdimos por el caso Zapata. Fue un caso inventado y eso nos perjudicó. Primero me dijo que estaba embarazada y yo le creí. ¿Por qué no iba a creerle? ¿Debería controlarla? (hace el gesto de cuidar la panza). Yo no sabía. Me mintió con eso. Me mintió con el tema del padre: dijo que era profesor universitario y era policía. Nunca me habían engañado así”.
¿No pensás tomar cinco años para pensar, descansar e intentar volver en 2025?
Quién sabe cómo estaré el 2025. Ahora no es tiempo de campaña. Hay que volver a la gestión, que Bolivia siga siendo uno de los países con mayor crecimiento de la región. Hemos tenidos tres grandes victorias. En lo político, la refundación del país. En lo económico, la nacionalización de los hidrocarburos. Y la tercera, la social, la redistribución de la renta.
La pulsión por seguir en el poder tiene varias raíces. Una de ellas las erráticas sucesiones que ve en América del Sur. Ni siquiera la vía ecuatoriana parece convencerlo: refuerzan sus inquietudes las actuales discusiones y tensiones entre el presidente Lenin Moreno y su antecesor Rafael Correa.
Con Trump presidente, ¿cambió algo la relación con Estados Unidos?
Nada. Ni va a cambiar. Estamos muy bien con China, con Rusia, hay que mejorar la relación con India. No queremos muros contra los migrantes, ni armas nucleares contra la vida. En eso nuestra posición es invariable.
¿El colapso en Venezuela no exige una discusión?
La izquierda tiene que identificar a sus enemigos. Los internos y los externos. Los que saquearon nuestros recursos naturales. El Imperio. Quiero que formemos a las generaciones en una idea: la lucha contra el capitalismo.
¿Por qué se deterioró tanto la relación con Chile?
Chile abusa de Bolivia. El gobierno detuvo a nueve ciudadanos en la frontera: llevan tres meses ahí y los torturaron. Y no había delito, ni contrabando, ni portación de armas. Nada. Son como Israel de América del Sur.
¿Qué pasó con Bachelet? Tenían un buen vínculo.
Intenté recuperarlo, pero ella no quiere tener una buena relación. ¿Es eso socialismo? Están privatizado los caminos y gobiernan con la Constitución de Pinochet todavía.
Cambiamos de helicóptero en El Alto. Uno de los pilotos le entregó todos los diarios en papel: les dedicó unos pocos minutos. Se detuvo en Cambio, el periódico estatal, particularmente en el suplemento sobre el gobierno donde descollaban las fotos de él.
Sobrevolamos el Lago Titicaca hasta llegar a Desaguadero, un pueblo del altiplano paceño con cinco mil habitantes, a casi 3900 metros sobre el nivel del mar y próximo a la frontera con Perú. Los pobladores, explicó, se dedican al comercio.
Inauguraba un coliseo: estadio cubierto y complejo deportivo con capacidad para 2100 personas, que costó medio millón de dólares. El helicóptero aterrizó sobre la vecina cancha de césped sintético, otra de las obras que iba a inaugurar el Presidente. Es una rutina. Obras del programa “Evo cumple” inauguradas en pueblos remotos gracias a fondos estatales. Aunque populares y novedosas, hay problemas en el mediano y largo plazo: la desigual administración del MAS en muchos municipios, la poca transparencia, la baja descentralización y el hiperpresidencialismo.
En el acto hubo himno y bailes. Una niña recitó en aymara.
Los tres mil presentes le pidieron que construyera una terminal de bus. “Estamos terminando la ruta de doble vía de La Paz a Desaguadero”, explicó. Contestaron con un “Evo, Evo, Evo”.
Con la economía estabilizada y en crecimiento, cada obra genera la demanda de otra.
Pidió que si usan el coliseo para matrikis (celebración de casamientos) no tiraran cerveza al parquet porque lo arruinarían. Esos detalles son una fuente de empatía. Prometió una unidad educativa con sala de computación y, finalmente, concedió que priorizará la terminal de buses. Les pidió a las Bartolinas (como se conoce a la Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Indígenas Originarias de Bolivia) y a las comunidades indígenas que controlasen a los alcaldes, en presencia de los alcaldes.
Con transmisión en vivo del canal estatal, el equipo del Presidente jugó contra un equipo local reforzado por César Cocarico, ministro de Desarrollo Rural y ex gobernador del departamento de La Paz.
En el flamente vestuario del coliseo, entre botellas de agua y canastas de frutas de la mesa principal del evento, los miembros del equipo de seguridad, jóvenes militares menores de 25 años, entraban en calor con el Presidente que en octubre cumplirá 58. Se hablaba de farreo, se hablaba de equipos de fútbol. Dos novedades: un médico con maletín y un ayudante, y el relator oficial de los partidos. Los rivales lucieron remera amarilla y la leyenda “Gracias Evo”. El equipo del Presidente ganó diez a siete. Evo hizo ocho goles.
Al llegar al helicóptero les pidió a los pilotos que se apuraran. Cuando las hélices ya daban vueltas, vimos a lo lejos al ministro Cocarico: hacía señas para subir. El Presidente lo saludó, pero no pidió a los pilotos que lo esperaran.
Le gustó el acto. Habló mucho del partido. De sus ocho goles.
Le pregunté por qué no sale si todos sus compañeros salen y rotan.
“Cuando salgo la gente se va del estadio”.
“Pero sos el Presidente. Queda mal que salgan todos menos vos”.
Se rió y mostró los mensajes de su celular: 65 en uno; 19 en otro. Contó que no le gustaban las redes sociales. Que ahora usa Twitter, que tiene 181 mil seguidores. Sabe la cantidad que tiene Carlos Mesa: 272 mil. El ex presidente es, según las últimas encuestas, el opositor con mayores chances de ganarle en caso de que Morales consiga habilitarse. Morales explicó que tiene más seguidores porque Mesa empezó antes que él: marzo de 2011.
En el aeropuerto de El Alto subimos al avión presidencial con destino a Oruro. Desde su asiento y con las piernas extendidas, llamó por celular a un entrenador de fútbol para darle instrucciones precisas sobre cómo preparar a las chicas de la selección sub 18 del Chapare. Nos sirvieron el almuerzo: sopa de pollo, chuño, arroz y pechuga de pollo para el Presidente; jugo de mocochinchi.
El acto en Oruro es en la Gobernación, con 34 alcaldes que recibirán aportes del Fondo Indígena: financiamiento para proyectos productivos por unos veinte millones de dólares. “Es para proyectos productivos, no para coliseos”, les indicó. La idea era analizarlos uno por uno, pero no hubo tiempo. Lo esperaban en Cochabamba.
El Fondo Indígena tuvo, también, una crisis severa: por el desfalco de unos 83 millones de dólares fueron procesados dirigentes relevantes del partido de gobierno. La ex ministra de Desarrollo Rural, Nemesia Achacollo, lleva un año detenida. En Oruro, Morales eximió de culpa a algunos dirigentes: responsabilizó a los técnicos que diseñaron los proyectos.
En el camino de regreso al Aeropuerto, le pidió a uno de los custodios que pusiera en el portacedé el tema Mamá Coca. “La compuse en diciembre antes de redactar la ley de coca. No toda, pero el 60 o 70 por ciento. La escribí en papel. Presta atención a esta estrofa: Tú eres mi amorcito, verde cogollito / Has entrado en mí para hacerme feliz / Mama coca, q’omer lakicito, madre de nuestra dignidad”.
Pidió Gatorade. Me dieron agua.
En el avión lo vi tuitear en vivo. Miró su celular, leyó una declaración de Mike Pence sobre Venezuela, llamó a su ministra de Comunicaciones con una idea: “@evopueblo Al Vicepresidente de EEUU: Abuso de poder es no respetar el Acuerdo de París para defender Derechos de la Madre Tierra y garantizar la vida”.
Volvió a mostrar su celular. “Subí a 183 mil hoy en tuiter. Quiero llegar a 200 mil para agosto”. Al cierre de esta nota había pasado los 220 mil.
en la retirada
(La Paz, 18 de junio de 2017)
El sábado a la noche el Presidente inauguró las luces del estadio de The Strongest, en Achumani, en el sur de la ciudad de La Paz. El Rafael Mendoza. El “Evo cumple” financió el proyecto y una plaqueta con el nombre del programa quedará por siempre. Como parte de la celebración jugaron las viejas glorias del local contra viejas glorias de su archirrival paceño, el Bolívar. El Presidente jugó un tiempo para cada equipo. Los siete mil asistentes no pagaron entrada. Podían participar en los sorteos por pelotas atigradas y electrodomésticos.
Evo es hincha del Bolívar. Desde el césped pronunció un discurso celebratorio del archirrival.
En el primer tiempo se enfrentó con bolivianos conocidos para el público argentino. Marco Sandy, defensor rústico que truncó la carrera de Darío Franco al fracturarle una pierna. El Diablo Marcos Etcheverry, el boliviano más universal hasta la irrupción de Morales, tiene una panza enorme moldeada por la cerveza del Oriente. Dirige una escuela de fútbol, como dos de sus compañeros en el amistoso: Iván Castillo, hermano del malogrado Chocolatín, y Luis Cristaldo.
Las luces iluminaron un césped con irregularidades. El Presidente no la pasaba del todo bien. Se nota que no ha sido profesional: le costaba dominar los piques defectuosos, tuvo muy poco la pelota y no protagonizó el juego como en Desaguadero. Se abrió una oportunidad cuando el juez cobró penal para El Tigre. Pero el capitán Sergio Luna decidió patearlo él: un saludable desacato a la autoridad presidencial.
Cuando terminó el primer tiempo, Evo decidió no jugar el segundo para el club de sus amores. Se fue molesto del campo: con botines, pantalones cortos y una campera de cuero. En la retirada me advirtió que la próxima nos veríamos en su Chaco, en el Chapare, o en el Palacio. No ha quedado ningún destino intermedio.