En la inauguración de la cátedra de Pensamiento Incómodo de la Universidad Nacional de San Martín, la antropóloga Rita Segato cuestionó la palabra “empoderamiento”, tan habitual en la lucha feminista. El uso recurrente del término ha impedido pensar que “empoderarse” es tanto rechazar el poder del género masculino como, al mismo tiempo, mantener la desigualdad, aunque redistribuyendo los roles. Según Segato, el poder “implica des-poder” e imposibilita la construcción de una sociedad horizontal. Este carácter ideológico de las palabras, lejos de ser una excepción, es constitutivo y se plasma en sus distintos usos, desde las formas en que un partido político se refiere a sus votantes como “los ciudadanos”, “los vecinos”, “el pueblo” o “los argentinos”, hasta los significados que adquiere la palabra “mujer” según quién y cuándo la use. Es que la lengua, lejos de constituir un neutral instrumento de comunicación, es arena de intensas pugnas: el modo en que nombramos la realidad expone y, a la vez, construye la manera en que la vemos y la pensamos.
lengua y poder
En la apertura del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), que se realizó entre el 27 y el 30 de marzo en Córdoba, Mauricio Macri dijo que la colonización española fue una “hazaña”. Usó esa palabra. Aquella primera violación que luego se traducirá en siglos de sometimiento de los habitantes americanos no solo fue celebrada por el presidente sino que también se festejó en 1992 con la creación del Instituto Cervantes. Esta institución, la Corona y la Real Academia Española fueron las que organizaron el CILE, un evento que proclama la unidad de lxs hispanohablantes entendiendo que todos, todas, todes, hablamos –o deberíamos hablar– la misma lengua. “Imaginen si los argentinos hablásemos argentino”, dijo Macri en la inauguración de ese mismo congreso donde la Academia de Letras nacional presentaría, efectivamente, el Diccionario de la Lengua de la Argentina.
Que acá no se habla el mismo castellano que en España es un hecho. Malena Pichot, por ejemplo, contó que cuando fue a España a presentar su espectáculo, quiso hablar de la constipación, y su público no se reía. Finalmente supo que allá “constipación” significa resfrío, y “estreñimiento” significa constipación. Incluso en una entrevista junto a Charo López, tanto ellas como el entrevistador español recurrieron a breves, aunque múltiples, mecanismos de traducción para ponerse de acuerdo sobre qué quieren decir cuando afirman que un hombre es “feliz y listo” y sobre qué significa “polla”, “coger”, “bragas” o “penalty”. Pero, ¿qué pasaría si evaluáramos esas diferencias en términos de correcto/incorrecto y pensáramos "Pichot y Charo hablan mal, el conductor español habla bien"? Seríamos, prácticamente, la RAE. Esta Academia tiene una mirada prescriptiva que impone las formas correctas de usar el castellano, correspondientes al habla de los sectores más altos de Madrid, tal como señalan en una nota reciente Daniela Lauría y Juan Bonnin, lingüistas del Conicet. Esto explica que de todos los usos considerados incorrectos por la RAE, el 70% son expresiones americanas. En otras palabras, nuestras maneras de hablar son consideradas inferiores, por equivocadas.
En nuestra región no solo hay distintas variedades del castellano, sino también distintas lenguas. Dos ejemplos. En la Roma de Cuarón, algunas personas hablan castellano y otras hablan mixteco. Los idiomas son una marca de identidad y de cultura, pero también un índice del estatus socioeconómico de los personajes. Al mirar Luis Miguel, la serie, para la mayoría de los hablantes de castellano rioplatense se hace difícil, a simple oída, la comprensión de la variedad mexicana de los personajes, por sus palabras, su ritmo, su entonación. En suma, no hace falta salir de lo mainstream para comprender, siempre que se quiera, la pluralidad lingüística de nuestro continente. Solo en Argentina se hablan al menos cinco variedades de castellano. Y eso no es todo. Pilagá, tapiete, vilela, quechua, aymara, guaraní, chorote, chané, mocoví, mapudungun, wichi y qom son solo algunas de las más de quince lenguas habladas en nuestro país, según señala el comunicado presentado por el Colegio de Graduados de Antropología.
el hablar de la ideología
La perspectiva sobre la lengua que sustenta y enmarca el CILE descansa en el peligroso postulado de que unidad significa homogeneidad. Esta voluntad de entronizar una lengua considerada superior fue denunciada en otra reunión que también tuvo lugar en Córdoba a fines de marzo, aunque sus asistentes no fueran del mundo del espectáculo y sus charlas no hayan sido publicadas por los medios de comunicación. El Encuentro Internacional Derechos Lingüísticos como Derechos Humanos no fue pensado con fines de lucro ni de entretenimiento, sino con el propósito de reflexionar, discutir y avanzar en el conocimiento de las diversidades lingüísticas. Mientras en el cóctel de bienvenida del CILE circulaba gente disfrazada con atuendos de la época de la colonia, el Encuentro de Derechos Lingüísticos incluyó talleres de poesía mapuche y edición cartonera y reunió personalidades de lo más diversas, desde lingüistas hasta activistas travestis y artistas, desde editoriales independientes hasta comunidades indígenas e integrantes de la comunidad sorda.
Las relaciones entre lenguaje y poder fueron objeto de reflexión por parte de eminencias como la Dra. Elvira Arnoux, referente en la región por sus desarrollos en Glotopolítica. Esta perspectiva entiende los discursos y acciones sobre el lenguaje como gestos ideológicos que forman parte de luchas por la hegemonía entre distintas formas de significar. En esta misma línea, otra personalidad académica, el investigador español José Del Valle, dio la conferencia de cierre del Encuentro utilizando la forma del femenino genérico. Esta atención prestada a las diversidades evidencia el vínculo entre las prácticas del lenguaje y las categorías sociales. Deborah Cameron propone una analogía entre estas categorías y la noción de género tal como la entiende Judith Butler en El género en disputa. Así como el género es la “estilización reiterada” del cuerpo mediante la repetición de un conjunto de actos en un marco regulatorio, las identidades sociales resultan de la cristalización de determinadas normas de uso del lenguaje que son naturalizadas y que funcionan como indicios para caracterizar a personas y situaciones.
un mercado internacional llamado “español”
Las políticas lingüísticas impulsadas por la RAE tienden a dictar pautas identitarias que afianzan las diferencias al determinar los usos legítimos y los “incorrectos”, ya sea de manera explícita mediante gramáticas y diccionarios, ya sea de manera implícita construyendo como natural y única una manera específica de hablar. Un ejemplo sencillo es el argumento de que no se debe usar “@” o “e” para expresar la igualdad de género porque “es incorrecto”. Estas imposiciones son formas de la violencia y, como reza el manifiesto del Encuentro, afectan “directamente a los derechos de hablantes” de las distintas variedades del castellano y también de las lenguas originarias de Latinoamérica.
¿Qué ganan las instituciones españolas con esta insistencia en la colonización lingüística? Lo mismo que las empresas que las acompañan: plata. Lauría y Bonnin explican, en otra nota, el trasfondo de iniciativas como el CILE, cuya finalidad es aumentar el consumo del español estándar. El negocio de los institutos de español, los exámenes internacionales y certificados, los diccionarios y manuales, entre otros, expone el carácter estratégico de un “Congreso” cuyo fin es ampliar el mercado de la lengua transformándola en una “marca registrada” bajo una sólida propiedad intelectual. Esta mirada sobre el idioma se afirma, por mencionar un caso, en la investigación titulada “El valor económico del español”, promovida por Telefónica, cuyo objetivo es promover una política de expansión comercial de la lengua, entendida como herramienta de “comunicación internacional”.
La lengua es, desde esa mirada, no una marca de identidad sino una marca comercial. Pero la “maravillosa diversidad” a la que se refirió Macri no “se cuenta con las mismas palabras”; todo lo contrario. Valorar la pluralidad significa reconocer y comprender las violencias y las desigualdades lingüísticas y culturales. Significa confrontar a quienes ejercen coerción sobre nuestras lenguas y comunidades. Significa embanderar, como se hizo en el Encuentro de Derechos Lingüísticos, “la defensa de una lengua plural y de las lenguas en plural”.