Cuando el fuego ya pasó y deja el monte arrasado, flota una estela de silencio. Ramas retorcidas, raíces al aire, el piso con una textura extraña, como suspendido del suelo y del tiempo; cierto olor dulzón, un velo gótico de cenizas y un vacío que reverbera donde antes hubo caos. Más allá, puede verse el cuerpo desinflado de un animal muerto -queda el cuero como disfraz abandonado. Más acá, unos carpinchos que, desorientados, caminan entre higuerones en busca de algún vestigio de humedad. Por ahí, la piel reseca que una víbora dejó atrás como quien pierde un zapato. Sobre las escasas copas que resistieron verdes, algunos pájaros. Cuando se apagan las llamas queda esto: los despojos, lo que sobrevivió y lo muerto. El punto exacto en el que se desnuda lo que estaba antes y lo que quedó. Esto se veía en Corrientes a comienzos de marzo, cuando las primeras lluvias trajeron un respiro luego del verano de fuego.
La ruta 12 sube en paralelo al río Paraná, camino a la capital correntina, desde el sur de la provincia. Amanece y los destellos de las primeras luces spoilean lo que asomará más adelante. En el horizonte toman forma algunos montes nativos, más bajos, ondulados, y se alternan con altas plantaciones de pino uniformes que cortan eso que los correntinos mencionarán varias veces como una patria perdida: el horizonte. El suelo muta entre manchones marrones y otros negros, de pastos chamuscados. San Roque, Colonia Sanz, Empedrado. A esa hora de la madrugada, el paisaje es ese. También se cruzan algunos arroyos vueltos hilo de agua, y el río Empedrado. “Está todo seco, seco”, le dice un señor mayor a su mujer. Ella asiente y se inclina para mirar por la ventanilla del micro: “Sí, sí, todo ha cambiado”. En esta zona, al finalizar el segundo mes de 2022, gran parte de los incendios han sido controlados.
En los primeros días de enero, las noticias hablaban de fuegos en la zona de Olivares. Preocupaban las primeras hectáreas quemadas de los esteros. Entre el 7 y el 16 de febrero, el ritmo se aceleró: se incendiaban 30.000 hectáreas por día. La provincia estaba en estado de emergencia. Hacia el 18, el gobernador Gustavo Valdés reconocía: “Esto es una catástrofe”. Según datos del Instituto de Clima y Agua (INTA Castelar), en los primeros 23 días de ese mes se registraban 6055 focos de calor. De ellos, 1913 en el departamento de Ituzaingó.
Miguel Ojeda se considera parte del estero. Es gestor cultural, dirige desde hace años un museo sacro que guarda la memoria de la zona de Loreto, a 200 kilómetros al este de Corrientes capital, y conoce la genealogía de las familias de la región y el derrotero de la herencia guaraní. Camina entre los yuyos secos, muestra lo poco que queda de alambrados, y calcula a ojo: “Al productor le va a salir unos 1500 pesos el metro de alambre. Y hay que sumar postes, tranqueras. Los que son pudientes van a llevarse todo ¿Qué pasa con los pequeños?”. En los últimos tiempos, junto a algunos paisanos, ha dado pelea contra el monocultivo de pinos en la zona: “Siempre hubo seca. Siempre hubo incendios. Pero los pinos invadieron la provincia ¿Cuántos pequeños productores hicieron desaparecer? Y el tema de las reservas (naturales) también es algo para atender. Hay gente como Marcos García Rams, en la estancia San Juan Poriahu, que fue siempre un defensor de animales nativos, pero también ganadero. Las vacas comen el pasto y reverdece. Sin vacas, es todo pasto seco. Ayer vi a una abuelita que quedó entre las llamas en el sur. 83 años tiene. Ella le rezó a sus devotos porque la casa estaba rodeada de fuego. La cosmovisión de nuestra gente ¿no?, que ve como un castigo divino lo que en realidad produce el monocultivo. ¿Quién va a ganar en todo esto? Porque siempre está el que gana de verdad y el que pierde de verdad”.
Dicen que llegaba a saltar 200 metros. Cuando se combina la temperatura de 40 grados, la falta de lluvia y el viento intenso, el combo es explosivo. La sequía fue el ingrediente clave para apuntalar lo que pasó. Los ánimos estaban igual de caldeados. Se señalaban entre sí conservacionistas, productores ganaderos que queman el pasto para que crezca mejor, quemas tradicionales que ahora se desmadran, productores forestales. Se pasaban facturas los gobiernos municipales, el provincial y el nacional. Todo ardía en esos días.
Al describir la provincia en la que se crió, Miguel Ojeda es bien gráfico: en la zona del río Uruguay, por el lado de Santo Tomé, “los productores que se manejan a otro nivel” trabajan más con la frontera del este, una economía vinculada a la ruta 14, con Misiones y Entre Ríos. Otra zona del centro, “donde se habla más el guaraní”, desde Loreto hasta San Roque, la fila de poblados de la ruta 118. Una región más humilde, que no exporta. “La gran tragedia de nuestro campo fue el exterminio de los pequeños productores. Teníamos escuelas rurales, de todo teníamos por acá. Pero se fueron familias completas”, dice desde el centro de esa zona. La tercera sección para él sería por Mercedes y Goya, de la mitad de la provincia hacia abajo, donde “tienen otro ritmo, una economía diferente, vinculada a Buenos Aires”.
Desde 2017, Gustavo Valdés, de la UCR, gobierna la provincia. Con el 76,76% de los votos, el porcentaje más grande de la historia correntina, fue reelecto en alianza por Juntos por el Cambio en 2021, aunque con poca participación: el 59,5%. Del total del electorado, la población rural representa el 26% y menos del 40% del total cuenta con empleo formal.
Ardieron casi un millón de hectáreas, el 11% de la provincia, según los datos del INTA. De ese enorme zarpazo, 533.000 corresponden a humedales, reservorios estratégicos de agua dulce, entre esteros y bañados, que extendidos en los departamentos de Mercedes, San Roque, San Martín, Santo Tomé, Ituzaingó, San Miguel y Concepción, en los últimos años tuvieron una atención inédita: el turismo y su particular biodiversidad armaron un combo ideal para posicionarse entre viajeros de todo el mundo. Esa misma visibilidad (y este desenlace) dieron dimensión de la necesidad de contar con un proyecto de ley de humedales como el cajoneado desde diciembre pasado.
Entre fines de 2021 y febrero de este año, el río Paraná alcanzó allá dos veces su marca cero. En la provincia, la ola de calor duró trece días y fue el verano más caluroso de los últimos veinte años con temperaturas que se superaban día a día. Enero fue el mes más seco de los últimos años. “El fenómeno de la Niña”, dicen quienes saben. El mismo que hace mirar con preocupación los días venideros.
Más allá de pases de factura entre el sector nacional y provincial, trabajaron sin descanso bomberos, brigadistas, personal de gendarmería, personal de Parques Nacionales y de la Dirección del Servicio Nacional de Manejo contra el Fuego (SNMF). La Escuela de la Familia Agrícola (EFA) “Ñanderoga”, sobre la ruta 118, entre San Miguel y Loreto, fue una base de operaciones que parecía destinada a salvar al mundo de un ataque extraterrestre. En las aulas, los pizarrones y afiches en guaraní se mezclaban con aparatos de comunicación, radios, un desfile de uniformados en una rutina de batalla que duró varias semanas. En el centro, la base: un trailer con pantalla al mapa satelital de los incendios, computadoras, una mesa rectangular, papeles. De fondo, los helicópteros que venían y desplegaban una coreografía similar de descarga de equipamiento y descenso de personal.
Alberto Seufferheld, director del SNMF, cuenta: “El gobernador pedía que fuéramos para el lado este del Iberá, pero ahí tenían recursos. Acá no. Acá estaba el productor pidiendo ayuda porque se le quemaba el maíz para alimentar a sus chanchos”. Luego explica: “Esta no es la época de fuego acá. Y la llama antes llegaba al estero y ahí moría, pero ahora no y se vuelve el peor enemigo porque va por abajo, por la materia orgánica. Hasta que suba el agua y recupere su humedad habitual, no estaremos tranquilos. Ya no se trata de tener recursos, de contar con los fierros. Cuando se está como ahora, se trata de estrategia”.
En el mapa muestra cómo avanzaron los fuegos. Las partes a las que era imposible acceder. Los lugares en los que se hacía difícil aterrizar los aviones. “Lo que más me impactó fue la situación social que había por detrás. No había memoria de que ocurriera algo así. El río Corrientes está seco. En mayo habíamos venido y advertido que era un riesgo. Hay una falta de agua a nivel regional. Cuando deberían haber llovido 1700 milímetros, llovían 700”.
En el corazón de los esteros, en la reserva privada Don Diego, Cipriano Oporto camina por un lugar en el que antes andaba en kayak. Ahora la embarcación es un amasijo azul derretido sobre la tierra, algo similar a una vela consumida. Avanzamos por terrenos que antes eran pantanosos, intransitables en auto y que hasta hace poco estaban secos. Ahora, con las lluvias, vuelven a tener cierta humedad. La camioneta se encaja. Mientras viene un tractor en auxilio, Cipriano, que es de Ituzaingó, recuerda los años pasados. En este campo, que es de la británica Miranda Collet, él, junto a Alejandra Boloqui, su compañera, coordina la Fundación Cambyretá para la Naturaleza y tiene un proyecto de alojamientos naturales ideales para el avistamiento de aves. Cipriano señala tantas especies que es difícil llevar la cuenta. Las conoce a todas de memoria. Hay más de 400 en esta zona. Ahora recorre con cierto alivio lo que de a poco reverdece, pero hace unos días atrás, enfrentó las llamas que duplicaban su altura con miedo a perderlo todo: “Acá el fuego es imparable. Y es igual de noche que de día. Kilómetros y kilómetros en el medio del estero ¿Cómo apagás eso? Tuvimos diez días con frentes así. No te podías arrimar ni a cien metros. Los aviones fumigadores que venían tiraban tramos de diez metros de agua y se seguía prendiendo. Apaciguaba pero al ratito subía. No había gritos. Los animales no piden socorro. Tantos no murieron por el fuego. Sí, por la sequía”.
Alejandra Boloqui, compañera de Cipriano y directora de la Cámara de Turismo, dice que nunca en su vida había visto algo así. Una noche, las llamas se acercaban a los lodges que tienen en medio de la reserva Don Diego: de madera, con hall y sostenidas sobre pilotes, eran la carnada más fácil si saltaba alguna chispa. Todavía no los habían inaugurado. Ese día, dice, conoció realmente el miedo: “Era la tercera mañana de incendios. Estábamos preparados para hacer el contrafuego que nunca habíamos hecho. Los chicos de Parques Nacionales y Fundación Rewilding nos ayudaban. Y el fuego avanzaba y se acercaba a los alojamientos. Si los alcanzábamos, perdíamos lo que invertimos en la pandemia para nuestra jubilación. Y Cipriano trataba de pelearle a las llamas, que eran más del doble que él, y yo le decía: Amor, vení, y él me decía: Pero vamos a perder todo. Y avanzaba con la mochilita de agua para apagar lo que no se podía apagar. Por suerte, no llegaron a las casas”.
El año pasado en Iberá se logró un hito: por primera vez en el mundo se logró volver a su territorio a una especie que se había extinto por acción humana. El yaguareté. Los cachorros Karai y Porã junto a su madre Mariua empezaron a caminar por esas tierras de las que habían sido exterminados. Fue un proyecto de reintroducción hecho en conjunto con el Ministerio de Ambiente y la Fundación Rewilding. En medio de una pérdida de biodiversidad a nivel mundial, la revista Nature destacó en marzo el trabajo de la Fundación. En Corrientes, en 1997, se empezó con el proyecto de The Conservation Land Trust Argentina, una institución creada por Douglas y Kristine Tompkins, dos naturalistas norteamericanos, que además aportó un nuevo modo de hacer turismo. Iberá como una especie de marca registrada que, entre 2015 y 2021, tuvo un aumento de 87% de visitas.
Era verano. Era carnaval. Era 1966 y contabilizaban pérdidas. Pero no era por la sequía o el fuego. Era por las inundaciones. El carnaval correntino era el más suntuoso del país y pese a las penurias de los que sufrieron el azote del agua, las plumas de colores de las comparsas no se detenían. Entre carrozas y coreografías, las diferencias sociales se llenaban de purpurina y de alguna manera ponían de relieve las catástrofes de quienes por esos días chapoteaban entre las pérdidas. Rodolfo Walsh lo contaba en “Carnaval Caté”, una crónica publicada en la revista Panorama. Cincuenta y seis años después, ya no es el agua sino la sequía y el fuego lo que lleva a las zonas más rurales de la provincia contra la soga y la misma polémica se desata: ¿Es necesario seguir con el carnaval? Se hace. Se le agrega la veta solidaria. Corrientes tiene payé, también, según dijo el gobernador, tiene yeta.
Los focos de calor son anomalías de temperatura que se detectan con sensores a través de satélites. La mayoría de las veces se trata de llamas activas. A partir de ellos se configuran estadísticas de fuego en lugares silvestres como áreas protegidas. Corrientes y las vecinas Chaco y Formosa, según el reporte, han registrado valores máximos sin precedentes desde 2012.
Diana Godoy parece salida de una temporada de la serie Fargo. Un modo de moverse que oscila entre el candor y lo aguerrido. Maneja la enorme camioneta 4x4 y se mete por caminos desparejos hasta entrar a parajes olvidados. Trabaja para Seguridad Vial de La Nación en la capital Correntina, pero pasó los días más bravos de los incendios en San Miguel, una de las zonas más afectadas, llevando donaciones de las tantas que llegaron en un trabajo en conjunto con vecinos de la localidad. En una de esas jornadas llegó a una casa baja, de madera, sin luz, agua y con piso de tierra, y se encontró con Sofía, una beba de año y medio que padece una enfermedad llamada huesos de cristal. En medio de la precariedad más extrema, la beba, que vive ahí con su mamá, su tía, su abuela y sus hermanos, pasaba sus días sin atención del Estado. Diana se filmó, subió el video a redes y volvió la historia de la beba una causa común. Consiguió dinero, materiales, atención para la beba y su familia. No las alcanzaron los incendios, pero gracias a él la ayuda que faltaba desde hacía rato llegó a ese rincón donde no suele llegar más que la malaria. “Esto destapó el fuego -dice Diana-. La pobreza, la falta de agua. No hay una gota en las napas. Las familias con pozos enfrentan esta problemática. A treinta metros de profundidad ya no sale nada”.
Corrientes es el principal jugador en la actividad forestal argentina. En el mundo la demanda aumenta, en especial en China y Estados Unidos, y la provincia tiene dos atractivos para los inversores: los pinos crecen más rápido y la mano de obra es barata. Y si bien requiere de paciencia, porque se necesitan unos 18 años para aprovechar la madera, en la espera se aprovecha la resina, que en el último tiempo se ubicó como tercer producto exportable en la provincia, luego de los cítricos y el arroz. Así, en muchas de las tantas parcelas se pueden ver altos pinos con un corte trasversal y debajo de él una bolsa que, como esas que se usan para extraer sangre, recibe la sustancia viscosa que luego va a parar a barriles de plástico donde son transportadas. Hay un debate fuerte. Están quienes defienden y apuestan a esta actividad. Hay quienes ven en ella una cara más del extractivismo. Al igual que la soja en otras provincias, las superficies de pinos crecen e igualan el territorio. No hay que ser demasiado atento para notar su abundancia. Quienes critican la instalación en demasía de estas especies exóticas, desde la primera hora alertan sobre su efecto en el balance hídrico y los nutrientes del suelo. También están quienes apuestan a una solución intermedia: explotación forestal, pero controlada.
El estado provincial, por su parte, va con todo. Según datos del INTA, entre 2002-2004 el total de hectáreas forestadas era de 282.045 en toda la provincia. El año pasado, la superficie era de 500.000 hectáreas dedicadas a la actividad forestal con pinos y eucaliptos.
En 2019 en esta provincia se disparó el crecimiento de empresas forestales exportadoras: de 8 a 20. Y se formó también el primer consorcio exportador forestal. Es tan atractiva esta actividad que hasta Harvard tiene su inversión: en Colonia Montaña, a través de las empresas Las misiones y Evasa. Desde hace años, las disputas territoriales se suceden, en especial con las comunidades originarias y los pequeños productores rurales.
Para fines de febrero, se calculaban quemadas unas 40.000 hectáreas de lo que en el sector llaman “bosque implantado”, que llevarán años para ser recuperadas. No haber tenido las medidas de prevención adecuadas para contener la situación fue algo que marcaron desde varios sectores. Incluso el director nacional del Servicio contra el Fuego decía: “Con los pinos y la resina es como si se prendiera fuego una pinturería”.
En las rutas hay carteles: “cuidemos el bosque”.
Llegan donaciones de fardos de pasto o granos, pero la sequía ya los traía maltrechos y el invierno asoma a lo lejos como un fantasma. Se anuncian ayudas, subsidios, fondos desde el Estado nacional y provincial. Muchos ganaderos medianos y pequeños se preguntan si podrán atravesar esa temporada. La provincia es la cuarta pata en el mercado de la carne en un contexto donde ya faltaban 1,5 cabezas de ganado. El precio de la carne, avizoran los especialistas, también sentirá este cimbronazo.
Lo nativo y lo exótico tienen sus contradicciones y hay puntos de encuentro y puntos innegociables. Acá conviven el ambiente natural y el intervenido. Un extremo de una disputa que se da en otras áreas. Tierras compradas por forasteros. Tierras originarias. Reservas. Zonas protegidas. Zonas olvidadas.
Se vivía así en lo que fue el país del humo, como cuenta Néstor, que dice que usa otro nombre para hablar porque “acá se conocen todos”. Parado en el frente de su casa, en las afueras de Ituzaingó, ve cómo una nube densa avanza desde las entrañas de una plantación de eucaliptos y se expande como la bocanada de un gigante. No hay ojos que aguanten. Él, dice, un poco se acostumbró. Tuvo el fuego a treinta pasos de su casa de madera. “Todo el día está el humo así. Hay momentos que te pica la garganta. Ayer con el viento y el remolino se reavivó el fuego y remolineó y removió hojas, basuras, cruzó la calle. Al fuego grande lo tuvimos acá nomás. Las máquinas del asfalto venían a hacer contrafuego. Subía a las copas de los árboles. Volaban las chispas. Si agarrabas un balde no servía de nada. Y ahí cuidá tu casa”.
Organizaciones socioambientales piden no bajar la guardia: Asamblea Basta de Quemas, Defensores del Pastizal. Piden por la ley de humedales que el 2 de marzo se presentó en Congreso. Que no solo se trata de revivir Iberá. Que se trata de revisar la matriz productiva.
Edgar Fernández, de la colonia Santa Bárbara, es el único de su paraje que tiene auto. Todavía para el 7 de marzo seguían llegando donaciones, personas que se acercaban para ofrecer algo desde distintos puntos del país y ahí iba él metiéndose en caminos de tierra donde manojos de casitas de madera baja con perros flacos y a veces algún caballo asomaban al costado del mundo. Muchas familias viven de changas en las forestales. Edgar, que conoce la zona de la ruta 118, a lo largo y a lo ancho dice que cobran unos veinte mil pesos al mes. Ahora, con tantos pinos quemados, esos puestos se van a perder. Calcula unas 1500 personas sin trabajo.
“No hay rocío por las mañanas”, dice Alberto Seufferheld, el director nacional del Servicio contra el Fuego, que camina de un lado al otro de la base de operaciones y hace veinte días (y pasarán más) coordina esta lucha de varios frentes. Él viene del sur. Estuvo el año pasado cuando los fuegos avanzaron por el paralelo 42. Y recuerda que ya habían venido a Corrientes hace unos meses a advertir sobre lo que podía pasar.
El 31 de enero del año 2021 se firmó el convenio colectivo sectorial destinado al personal brigadista que se desempeña en la Administración de Parques Nacionales y en el Servicio Nacional de Manejo del Fuego. A partir de la firma, pasaron a la planta transitoria del Estado. Entre un 60% y 70% de ellos tiene, fuera del horario laboral, otras actividades para complementar sus ingresos. Eso dificulta la posibilidad de descanso. Por estos días, reclaman un régimen de retiro “acorde al riesgo y desgaste físico y psíquico de la tarea de incendios y emergencias”; el “reconocimiento convenial y salarial” por esas mismas tareas de riesgo y provisión de ropa y equipamiento de trabajo “de manera regular y permanente”.
“El problema de Corrientes no fue solo el fuego sino la extensa sequía que viene desde hace muchos años. La pérdida de especies está asociada a ambas y posiblemente más a la sequía, aunque es muy difícil poder afirmarlo todavía”, dice Betania González, de la Dirección de Biodiversidad. “La experiencia de articulación que se dio ahora fue positiva y la queremos replicar. La restauración es un tema pendiente”. El llamado Proyecto “Transectas Iberá”, es interinstitucional e intenta un relevamiento urgente de la fauna silvestre afectada por los incendios. Un conteo de peces, anfibios, reptiles, mamíferos y aves. Buscan así evaluar el impacto de los incendios en la biodiversidad y generar medidas para su restauración. Según Walter Prado, que lleva adelante esa tarea, los primeros datos indican que hubo mayor pérdida de reptiles pequeños y mamíferos medianos.
Dice que cuando el fuego ataca cerca, se escucha un rugido que no se parece a nada, y que las aves anticipan, y los otros animales huyen. Dice también que el corazón, por supuesto, va al galope. Salvador Vellido habla desde el sur, desde el Parque Nacional Lanín, donde es intendente. El año pasado, cuando los incendios atacaban la Patagonia y esa vez cruzaban hacia las casas en lo que se llama el Paralelo 42, dice que se observó algo inédito en el país. Algo estaba mutando. Los llaman fuegos de quinta y sexta generación. Los fuegos nuevos. Que se vuelven incontrolables y se han observado en California, Australia, Grecia: “Los fuegos que antes eran cíclicos ahora se dan en simultáneo en el norte y en el sur. Y estos incendios de ahora requieren nuevos modos de abordarlos. Hay que cambiar estrategias. Y hacer un trabajo de educación para que quienes siempre hicieron quemas de pastizales entiendan que ya no se puede seguir de la misma manera”. Explica que se trata de actuar rápido. Los incendios de ahora, a diferencia de los que conocíamos, generan su propio clima. Para él, la clave está en pensar respuestas que vayan más allá de las materiales. “Una cuestión de inteligencia”, dice. El cambio climático alimenta los nuevos fuegos. Crepita de base la discusión por las entrañas del modelo.
Asoman los lirios de lluvia en la tierra renegrida. La foto circula por todo el país. Trae bríos de esperanza. Renata Nicora Chequin, de Defensores del Pastizal, es bióloga y se especializa en botánica. Apunta que son flores que tienen bulbos bajo la tierra, y las llama “oportunistas”: brotaron porque no tenían competencia, porque tenían por fin humedad en tierra arrasada. Pero más allá los pastos crecen. El humedal se restaura. Aunque azoten intermitentes nuevos fuegos. La naturaleza sabe lamerse las heridas ¿Hasta cuándo?