cómo se construyen las pirámides | Revista Crisis
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cómo se construyen las pirámides
La especulación financiera no es solo una ocupación de grandes rentistas. Es un deseo capilar que atraviesa a todas las clases sociales. En la Argentina proliferan estafas piramidales de todo tipo. El producto es irrelevante, porque no existe; lo único que existe son inversores que ponen plata para nuevos inversores que la reciben. Y en un momento, chau. Seis personas cuentan cómo soñaron con pegarla y salieron lastimadas.
Ilustraciones: Martina Cúneo
29 de Mayo de 2022
crisis #52

 

¿A qué me dedico? Soy profesional. Soy psicóloga transpersonal, biodecodificadora, o sea que vengo de la rama de las ciencias sociales y tendría que haberme dado cuenta de que había caído en manos de un psicópata narcisista. Una amiga vino a casa un día y me mostró que estaba teniendo aparentes resultados. A mí me enganchó mucho también el tema de aprender coaching ontológico. Entonces digo “qué copado, encima de que podías estudiar, generás ingresos”. Nos fuimos con ella a la oficina de Córdoba en el Cerro de las Rosas. Era todo muy raro, muy libre. La gente entraba con su bolsita o su taquito de muchos dólares y lo tenía en la mano. A nadie le resultaba extraño que alguien adelante tuyo tuviera 70.000 dólares, los estuviera poniendo sobre la mesa y que de recibo te dieran un papelito sin membrete ni nada. Todo esto era parte de la estafa psicológica: lo tenías que aceptar porque jugaban con esto de salirse del sistema financiero. El que diga que entró solo por el coaching está mintiendo. Todos los que nos sentimos estafados invertimos, porque aparte de la membresía que ponías para estudiar, era constante el ofrecerte distintas alternativas que se llamaban bots para poder hacer negocios. ¿El bot qué es? Es un nombre que tiene que ver con la plataforma de criptomonedas: invertías una cantidad en una cripto y se automatizaba para que cuando alcanzara un determinado precio se comprara y para cuando llegara a otro precio se vendiera. Se hacían pasar como que se movían en el ambiente y que hacían trading pero a estas alturas todos estamos seguros de que era mentira. Yo particularmente quería comprar una casa, dejar de alquilar y tener una mejor calidad de vida. Y no es que te ponen un chumbo en la cabeza para que metas gente, pero si metés a alguien, te dan un 20% de lo que la otra persona ponga. Por eso, mi amiga ganó conmigo. Esto es algo que tengo que aprender: dicen que en las inversiones están los tímidos y los ffffff [Hace círculos rápidamente con ambas manos mientras sopla]… los que quieren todo ya. Yo era de esas: quería todo ya, no me quería perder nada, quería hacer chicle lo poco o lo mucho que tuviera. Zoe sacaba una parte de mí que yo desconocía, que tenía que ver con esto de “si él lo puede hacer y está ganando 10.000, 20.000 o 50.000 dólares al mes, ¿por qué yo no puedo?”. Esta parte de que me daba o celos o envidia… Conectaba muy bien [Leonardo Cositorto, líder de Generación Zoe] con esa parte de cada uno. Yo me comí ese verso y me subí a la ola Zoe y es difícil bajar porque es “hagamos este bot y hagamos este otro, sumémonos acá para ganar el 20%, más del 10% del otro”. Fue tremendo para todos. Yo invité a mis suegros: ambos padres de mi compañero también están metidos en esto lamentablemente. Confiaron en mi entusiasmo: no es que yo les dije “vengan, los invito”. Así funciona: vos te entusiamás y querés que todo el mundo esté ahí.

Psicóloga transpersonal, 45 años, Villa María (Córdoba), Generación Zoe.

 

dos más dos

Yo no te puedo decir que me cagaron. Sí, me cagaron, pero yo sabía adónde me metía. Invertí para que les llegue una renta a mis padres. Me pasó que me digo “bueno, el contacto es un conocido de un familiar”. Lo llamé para ver y no le creí nada. De hecho, corté y lo llamé a mi hermano y le dije: “Esto es todo lo que te dicen cuando te van a cagar”. Era cualquier joda, porque esta persona empezó a contactar gente en forma remota, gente que no puede ni firmar un contrato. Le dije en un momento: “¿Pero vos no me mostrás algo por la plata que yo te doy a vos?”. Y me dice: “Yo firmo por vos, yo hago todo, esto es de confianza, amigo, vos sabés la gente que yo tengo acá, toda la que invirtió mi familia, tengo como 80 personas”. ¡Todo bien, pero si es tan confiable, mostrame un puto contrato! Me acuerdo que pagaban un 20% mensual en pesos, que me parecía súper disparatado. Pero uno se convence, uno elige mentirse. Hay gente que es más ignorante, pero un montón de gente que nos metimos ahí elegimos no pensar, porque era cuestión de matemática pura. Dos más dos. Ahora, yo me mentí dentro de un parámetro en el que me podía mentir. Había gente a la que le habían ofrecido un 20% mensual en dólares. ¡Es directamente no querer saber de finanzas! Tengo un amigo que no sabía, se metió de confianza. Después tengo un amigo que es programador, gana en dólares, laburó para afuera. ¡Tenés cabeza, amigo, toda tu vida hiciste negocios, cambiás de auto todos los años! ¡Te quisiste hacer el boludo, no me jodas! Incluso si vos leés los diarios de Catamarca, hay varios que dicen que mucha gente sabía que esto podía pasar, pero igual estuvieron tres o cuatro años ganando plata con esto. Los que pierden siempre son los últimos. Mi mujer me cagó a pedos. Me dice “vos sos un forro, porque por más que sea para tus papás, si vos sabés lo que hace, ¿por qué le diste de comer?”. Me sentí muy mal, me quedé muy culpable porque tenía razón. Entonces, cuando se cayó todo, yo tuve un enojo muy personal, pero porque yo sabía. Las señales eran enormes. Yo puse 450.000 pesos y me faltaron recuperar 100.000. Ya en el momento en el que supe que iba a perder la plata, dije “por lo menos voy a sacarme toda la mala leche que tenga con él y lo voy a poner loco”. Porque encima me mintió. Él dice “yo soy un damnificado más”. Pero no sos un damnificado más, porque vos te hiciste una banda de departamentos en Catamarca. Si tenés un poco de dignidad, vendé todo y salí a devolver lo que puedas, boludo. [El tono es exaltado]. Es un verso porque no hay manera de que nadie que trabajara en Adhemar Capital no pudiera saber lo que hacían, te lo juro: si vos ves que entran 120 un día del mes y salen 100 al día siguiente del mes. Y si no entran 120 no salen los 100 es porque no hay plata de verdad en una cripto. Lo mandé a la mierda y lo terminé bloqueando. Pero cada un par de días, cada una semana, cada mes, lo desbloqueaba y le escribía para decirle “qué buen día para recordar que sos un hijo de puta y cagaste a toda tu familia”.

Emprendedor, 35 años, Adhemar Capital.

 

ocho regalos

El telar con el que yo me vinculé, porque cada telar es un mundo, estaba en Sierras Chicas, en Río Ceballos. Me enteré por una amiga de Córdoba capital. Es una amiga muy amiga mía y creo que por eso tuve confianza. Ella me habló súper mega híper entusiasmadísima, así como “no sabés lo que te tengo que contar, no sabés dónde estoy, no sabés lo que me pasó, lo que conocí, es algo increíble”. [Tono efusivo]. Era una práctica que nos iba a ayudar a encontrar otro modo de cumplir objetivos y sueños. En ese tiempo mi sueño era concretar un taller de cerámica y terminar la carrera. Ellas usaban palabras muy bonitas para explicarlo: “confianza”, “colectivo de mujeres”, “sororidad”… Era una cosa pomposa. Era una… era una locura. Y ahí mi amiga me explicó lo del “regalo”: vos para entrar al telar tenías que hacer un regalo. Eran 16.000 pesos, no es que podías elegir. [Ríe]. Hace siete años fue esto, eh, así que era bastante. No era inalcanzable, pero era bastante. El monto que vos entregabas significaba mucho: tenía que ver con la cuestión de un “número sagrado” porque se pensaba como “una economía sagrada” y “solidaria”. Al telar vos entrás como el elemento tierra y vas pasando por diferentes etapas: agua, por aire y por fuego. Entonces, viajé de Córdoba capital a Río Ceballos para entregar el “regalo”. Ahora la entrega del regalo no se hace así nomás. Se hace con una especie de ritual, con una ceremonia. Yo ahí conocí a todas las otras chicas del telar: llegué a la casa de una loca de Río Ceballos y había siete mujeres, son todas mujeres las que conforman el telar, que estaban armando esta ceremonia de entrega de regalos. Y todas le entregamos el regalo a una persona que recién estabas conociendo, que estaba en momento agua. Estaban todas sentadas en ronda. La que recibía el regalo era la persona más importante: estaba en el centro del espacio, tenía altares alrededor de ella. Ella era la agasajada: imaginate, estaba recibiendo un montón de plata para poder comprar lo que estaba deseando en ese momento. Y en la ceremonia se hablaba de los sueños. Cada una se presentaba y hablaba de los sueños. Eso te llevaba a conectar un poco con las chicas. Y la persona a la que le estábamos entregando la plata ¡era estudiante de antropología y también ceramista! Su sueño era comprar un torno y armar también un taller. Teníamos casi el mismo sueño. Teníamos casi el mismo. [El tono es epifánico]. Y cada uno hablaba de sus cosas personales, qué pasa cuando es una mujer y no puede cumplir sus sueños, porque también se habla mucho de la mujer en estos círculos. Pero a la semana siguiente del ritual, me fui. Primero que tenía que buscar mucha guita para completar el monto porque solo llegué a entregar la mitad en la ceremonia. Y empecé a buscar. A mí me daba apuro pedir plata para eso. Inclusive llamé a un… ay, me da una vergüenza… [Ríe]… Había un chabón con el que yo había estado hace mucho tiempo… ¡Imaginate, reviviendo un muerto no sé de dónde…! [Ríe]. ¿Y por qué lo llamé a él? Porque es europeo, tenía euros… Pero no lo había llamado nunca en la vida y lo llamé para pedirle plata. Una desubicada total. Era un poco hacer cosas que uno nunca hace y uno no entiende mucho lo que hace a veces. Pero era mucho tiempo que tenía que dedicar. Mucha energía. Porque una vez que entrabas, toda la semana: taca taca taca taca en WhatsApp, buscando gente gente gente. Porque yo cuando entregué la plata, ya había entrado y ya tenía que empezar a buscar gente. Empecé a mandar mensajes… No me sentía para nada cómoda, porque tenía que convencer. En algún punto, es estar vendiendo algo. ¿Cómo lo vas a contar? ¿Cómo lo vas a decir? Es un momento muy desgastante. Le hablé a mi amiga, la que me habló para entrar y le dije “la verdad no me siento convencida”. Pero yo no me fui pensando que era una estafa. Hasta te podría decir que “estafa” es una palabra fuerte para hablar del telar en donde yo estuve.

Ceramista y antropóloga, 32 años, Entre Ríos, Telar de la abundancia.

 

odiar al maestro

Yo puse 3.400 dólares en bots. Todos mis ahorros. Todo. Hoy me encuentro sin prácticamente nada. Ellos te decían: “Si vos traés gente, podés recibir un porcentaje de lo que esa persona invierta”. No te obligaban, pero te la tiraban. Y también, cada vez que iba a cobrar los bots,  Cositorto te largaba promociones de un 20%, de un 25%, un 35% y vos qué hacías: invertías nuevamente. Por eso era toda una cadena eso y muchas de las personas no llegaban a cobrar porque volvían a reinvertir. Te psicologeaban mal, era una cosa increíble… de una magnitud… Uno es tan analfabeto. [Se insulta a sí mismo]. Fui a un evento una vez y lo vi [a Leonardo Cositorto]. Un poder de convencerte tenía ese vago, ¡qué maestro! Te hablaba de lo que realmente las personas querían escuchar: te hablaba de la situación económica, te hablaba contra el gobierno, la mayoría de ahí estamos en contra de este gobierno. Te envolvía, mal. Por eso, muchos cayeron y por eso sigue teniendo muchos fanáticos. Pero ahora estoy con una psicóloga que me está atendiendo porque tengo odio… cada vez que lo veo [se para en seco]… es odio lo que tengo, tengo ganas de… de… romper todo. Ahora entiendo lo del corralito en el 2001. Yo estuve tres semanas muy mal: no comía, no dormía. Me agarró una depresión. [El tono es desesperado]. Recién hoy estoy saliendo adelante, con una diabetes que en tres meses avanzó el doble de lo que no tenía que haber avanzado. De inyectarme insulina una sola vez, hoy me estoy inyectando dos veces en el día más otra pastilla. Es un bajón. Tengo una nena de doce y un nene de siete y arrancaron el colegio y todavía no le pude comprar un par de zapatillas a ninguno de los dos. O sea, yo ahora tuve que arrancar de cero. Todavía no hice la denuncia, estoy tomándome mi tiempo, porque cuando empiezan a decir que conocen tu casa, que conocen a tus hijos y todo eso… como que te entra un poco de temor.

Albañil, 38 años, Generación Zoe.

 

breaking good

En octubre es el mes rosa por el cáncer de mama. Yo hace cinco años que estoy ayudando con pelucas oncológicas y una campaña de concientización y me invitaron a una charla de “mujeres líderes”. Nadie habló de Zoe, pero sí vi gente con la remera. Después del break, Silvia Fermani [Líder de Zoe] contó que ella nunca en su vida pensó que iba a poder cambiar el auto, viajar a México… Toda una ostentación. Se hizo en el Hotel República, muy conocido acá: todo muy lujoso, con comida, con todo. A mí me agarraron en un momento en que estaba vulnerable. Yo di mi charla pero mi cabeza no estaba ahí: hacía una semana que justo habían descubierto que yo también tenía cáncer de mama. En un momento voy al baño y se acerca una chica que trabaja para Zoe y me empezó a hablar de los “robots” [Sinónimo de bots en Zoe]. Yo le cuento que necesitaba muchísimo dinero por el tratamiento. Me quería atender con los mejores médicos y… bueno… sabés cómo son las mutuales con el tiempo y nosotros queríamos hacer todo rápido. Inocentemente les digo que estaba por vender una chata. “Bueno, vení a a la oficina e invertí”, me dice. Y le digo que cuando volviera a mi casa le consultaba a mi esposo. Pensaba “guau… después de todo lo malo que tengo que pasar, esto me va a ayudar y hasta incluso podré ayudar a gente”. Fue toda una ilusión. En noviembre, justo cuando yo había entrado, en los grupos de WhatsApp la gente empezó a decir que había denuncias y que era mentira lo que decía Leonardo Cositorto. Y los líderes nos mandaban: “Miren, Leo estuvo en la revista Gente, está en lo de Viviana Canosa”. Y uno confía. Yo creo que los medios nos engañaron. Cuando fuimos a la oficina, el chico que nos atiende le explica a mi esposo: “A ustedes lo que les convendría es un robot, porque te da un 20% mensual en dólares”. Era un montón. Y después sacan un “robot navideño” de tres meses. Entonces mi marido dice “bueno, ponemos lo de la chata y nuestros ahorros, y lo sacamos en febrero, cuando necesites ir al médico”. Yo tenía turno el 16 de febrero. El que maneja acá la oficina de Villa María, Claudio Álvarez, se da a la fuga el día 15. Yo hacía más de una semana que le estaba pidiendo el dinero y nada. Nunca recuperamos la plata. Fue un golpe gravísimo. ¡Justo, Dios, justo tenía que pasar eso! Mi marido se quebró en mil pedazos. Verlo a mi esposo llorando y a mi hijo también por verlo al padre en esa situación, por gente mala… [Respira]. Empecé a poner en el grupo: “¿Cómo no van a responder?”. Y en un Zoom nos empezaron a amenazar: “Los que denuncien van a ser los últimos en cobrar”. Todo el tiempo hablaban de Dios, de que íbamos a recibir castigos, todo el tiempo tratando de seguir trabajándole la cabeza a las personas. Hay mucha gente que no quiere hablar porque tiene miedo. Yo no sabés los nervios que tenía. Le tuve que contar a los médicos lo que me pasaba. Me daba vergüenza. No quería hacer la denuncia por vergüenza. Gracias a Dios, me ha ayudado un montón de gente y por suerte me pude operar. Ya estoy por mi cuarta quimioterapia, que funcionó muy bien, y después tengo la radioterapia y después quedarían las pastillas, que son cinco años de tratamiento. En esta etapa, se me cayó el cabello pero decidí no usar peluca. Después de tantos años que vengo trabajando en el tema, me lo pude tomar bien.

Gestora, 40 años, Villa María (Córdoba), Generación Zoe.

 

los burros

Me metí porque tenía mucha gente conocida a la que veía que se le iba haciendo redituable. Les ofrecían un 7,5% mensual de la inversión en dólares. Si bien es medio engañoso o irreal porque no existe el 7,5% en el mercado, el progreso era abismal. Villa María no es muy grande, acá se conocen todos y vos decías “mirá cómo levantó fulano”. Tenía conocidos que enseguida podían tener su moto, su auto. Vos veías el crecimiento que tenía la gente y pensabas “¿por qué yo no?”. Yo no me quería hacer millonario. Esto era una alternativa para cambiar el auto o refaccionar mi casa o tomarme vacaciones en Disney. O sea, mejorar un poquito o tener un respiro económico. Temporal, aunque sea. Entonces, fui solo a la empresa. Sin consultar, fui directamente a la oficina y puse una inversión mínima. Empecé con 600 dólares y después invertí en un robot de 1000 dólares. Había “robots navideños” que en tres meses supuestamente te pagaban el 100% de lo que invirtieras. Veía que todos los meses iban cumpliendo, pero no le prestaba mucha atención. No tenía tiempo para investigar: lo que me interesaba era que cumplieran con el porcentaje acordado y ellos cumplieron. Hasta que no cumplieron más.  Después empezó todo el problema mediático. Y ahí dijimos: “Uy, estamos hasta las manos”. En la primera semana que dijeron que iban a pagar y no pagaron, dije “bueno, acá ya está. Ya fuimos, ya”. Y después empezaron a mandar audios y videos de Leonardo Cositorto. Yo no lo había visto antes y cuando lo escuché hablar dije “mirá lo que es este, qué chantón, evade todas las preguntas, es muy psicológico”. Todo mentiroso, todo manipulador. No le creí nada. Estaba muy bien preparado para el engaño. Yo denuncié sin pensarlo. Cumplí con mi deber y listo: si recupero, algo recupero. Mi señora me dice “¡yo te dije!”. Ella me decía “no te metas por las dudas, ni sabemos quiénes son”. Y uno medio rebeldón, por ahí no quiere hacer caso. Le decía “no, está este, mirá cómo le está yendo”. Ahí la convencí un poco, pero el sexto sentido lo tienen ellas. [Ríe]. Incluso hay un periodista de la radio de Villa María que es amigo mío y vio que publiqué en un estado de WhatsApp lo de Zoe. Y me dice “acordate lo que te digo: no te quiero ver arrastrándote por Tribunales”. Y cuando fui a hacer la denuncia, me lo crucé y me dijo: “Te estafó”. Y le dije: “Usted es igual que mi señora, diciendo yo te dije”. Me lo tomo con humor: es como que fui al hipódromo sin haber ido nunca, aposté por el caballo equivocado y la perdí. Punto.

Colectivero, 46 años, Villa María (Córdoba), Generación Zoe.

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