brigadistas: la vida en llamas | Revista Crisis
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brigadistas: la vida en llamas
Desde 2020 combaten los incendios que año a año crecen y se instalan como una desesperante normalidad. De las brigadas de Parques Nacionales forman parte 385 personas que se encargan de enfrentar las llamas pero también participan otros cuerpos que parecen tomar dimensión pública solo cuando todo arde. Qué piensan, cómo viven y en qué condiciones trabajan obreros y obreras de las llamas.
Fotografía: Natalia Roca
01 de Diciembre de 2022
crisis #55

 

Para las personas que siempre hemos estado acá la realidad de los incendios nos acompaña desde chiquitos. Ver la serpiente de fuego, como le decimos en la sierra, es algo que queda grabado en la retina. También la organización de los vecinos que, incluso antes de que estuvieran conformados los cuarteles de bomberos, eran los que salían a apagar los incendios. La impotencia que genera el fuego cuando quema esa tierra que también somos genera la necesidad de no inmovilizarse. Ser brigadista te cambia la vida, de repente la primavera no solo es una época de flores y calorcito, se convierte en alerta permanente. El trabajo y tus días pueden mutar de un momento a otro y hay que salir. Desde que empezamos a hacer esto, el territorio se abre de un modo completamente distinto. No se trata solo del monte, tiene que ver con las personas que viven en él, que se enfrentan a la realidad de los fuegos desde tiempos ancestrales y por eso el camino que elegimos desde la brigada tiene que ver con la escucha de la historia y de la memoria de esta tierra, de los fuegos, de la gente y sus conocimientos. El fuego es una fuerza natural que ha estado presente siempre desde el [período] Carbonífero. Para mí no es el símbolo del mal pero sí es una fuerza utilizada como política por los poderes extractivistas que se lo van comiendo todo, por un modelo urbanizador del mundo, una humanidad miserable y, en ese sentido, la lucha no es tanto contra el fuego sino contra todo lo humano que lo propicia no solamente prendiéndolo sino con su forma de habitar el mundo. Tiene una fuerza destructora importante que no se la adjudico tanto a él sino a todo lo que hacen los humanos. Hemos estado en combate directo no solo haciendo guardia de cenizas sino apagando líneas en pajonales o en zonas arbustivas, en flancos de monte. Es para lo que estamos preparados. Hablo en plural todo el tiempo porque ser brigadista nunca puede ser una acción individual, más allá de que cada uno lo vive de un modo distinto, sino que es necesariamente un trabajo en equipo. Hay que ir con la mente fría, con los ánimos calmos. [Se pausa]. Más que miedo es una sensación de alerta permanente. Hay un sensacionalismo que se cae un poco a medida que vas comprendiendo cómo se comporta el fuego, más allá de que es terrible. Entendés que tiene un patrón, que avanza de determinada manera, que se puede leer, que se puede predecir de algún modo y que muchas veces no se puede hacer nada cuando se alía con el viento y con la seca. Hay que replegarse y encontrar una ventana de oportunidad para poder atacarlo. Conocer el comportamiento del fuego también es aprender a recorrer el territorio que quizás siempre veíamos con otra mirada. El monte ya no es solo monte sino que también es materia combustible. Las quebradas ya no son solo quebradas sino que son base o incluso lugares de los que hay que escapar por los efectos chimenea que se generan en los incendios. Ser brigadista hoy significa claramente una forma de resistencia concreta. Es un combate, no tanto contra el fuego, aunque lo es en un sentido literal, sino contra una forma de ser humanidad que arrasa con todo lo que no es humano y que no entiende que somos parte de todo eso que muere cuando el incendio pasa. Es una reacción pequeñita y al mismo tiempo inmensa para que este mundo tenga un poco… un poco más de vida y un poco menos de muerte.


Aylén Paris, Brigada forestal Pichana, Traslasierra, Córdoba.

 

 

algo físicamente real

El laburo de briga se particulariza porque si te llaman, tenés que estar. Son catorce días, quince como máximo, porque después el cuerpo empieza a fallar. La cabeza ya no coordina. Se confunde. Este año estuve en los incendios de Alvear. Mi primer fuego fue en el 2020, en Rosario. Yo estaba recién salida del cascarón, entré a trabajar y a las dos semanas nos fuimos para allá. Me encontré con monte quemado, animales que se escapaban, que se tiraban al río. Veías eso y a la vez sentías la adrenalina. Eran jornadas intensas de doce horas. Siempre, antes de salir, tenemos que repasar la vestimenta: un casco con una monjita, unas gafas que son todas ignífugas y una chaqueta y un pantalón. La ropa es caliente de por sí pero… bueno… es por la tela, que es gruesa. Y después vamos con una mochila que tiene un camelback dentro, que es donde se guarda agua y donde uno va, puede tomar en sorbos pequeños para no deshidratarse durante toda la jornada. Ahí llevás también la vianda para el día y una herramienta que generalmente depende de dónde se vaya a laburar. Esa vez, en Rosario, yo no sentía cansancio, no sentía nada. Muchas veces da bronca: lo que causan los fuegos muchas veces queda en la nada. Muchas veces se atacan los incendios primordiales porque son mediáticos y al final uno se siente medio usado porque es un trabajo que lleva mucho, hay riesgo, hay desgaste. Por eso pedimos una jubilación anticipada porque es de alto riesgo y se pone el cuerpo y se trabaja a veces en condiciones bravas. En el último fuego, por ejemplo, en octubre, unos compañeros tuvieron que dormir en un galpón prestado, que de día se usaba para otra cosa, y al principio ni colchones tenían. Y después está el tema de las viandas. Imaginate cuando estás catorce días laburando en el campo y te dan todos los días un sánguche de jamón y queso, un turrón y dos botellas de agua. [Menea la cabeza]. Por ahí el primer día te las arreglás. Es como un chiste, ¿viste?, porque después para la foto están todos. Yo quiero ir a los incendios y me gusta, me gusta mucho porque siento que hago algo realmente, no es que solo me quejo del cambio climático, me quejo de esto de la contaminación…Voy y hago algo que es físicamente real, tangible. Es, sí, un trabajo que exige. Uno está chupando humo. He visto yacarés, serpientes, ciervos y carpinchos quemados y parece una película muda, siempre escuchando fuego de fondo y cada uno está ahí, haciendo lo que mejor puede, tratando de cumplir pero también de cuidarse, de cuidarnos, y ahí es como que ponés el foco en las personas con las que estás trabajando, no tanto en lo que estás haciendo. Por eso, después, cuando llegás a tu casa o al lugar donde te estás quedando, como que te bajan todas las emociones de lo que viviste. Porque en algún momento se te registró en la cabeza pero no estabas en la emoción en ese momento.


Virginia Caivano, Parque Nacional Pre Delta, Diamante, Entre Ríos

 

 

los ciclos del tiempo

Después, en invierno, acá es puro frío, pura nieve y lluvia. Nos ocupamos más de emergencias, las salidas al territorio, todas las comunicaciones del parque, pasar pronósticos, mantener una serie de equipos, subir una montaña para ver que una antena esté en condiciones. En realidad, yo no soy de acá, yo soy de Buenos Aires. De profesión, soy técnico aviónico, con la electrónica de los aviones, los helicópteros. Laburaba en Tierra del Fuego. Iba y venía. Y en las vacaciones y los francos conocí por acá y la plata no me alcanzaba para comprar en Buenos Aires y pegué el salto a Chubut. Y en ese cambio conocí el trabajo de brigadista. Ahí fui conociendo las actividades en el Parque Nacional Los Alerces. Me cambió la vida. Está buenísimo trabajar al aire libre, pero el laburo se hace pesado en los incendios grandes. El verano pasado estuve en Bariloche y después acá, en la Comarca. Nos tocó ir a Cholila. Ese día se había desatado el incendio en El Hoyo, Lago Puelo, y era importante, así que estábamos preparados. Tipo seis de la tarde nos dijeron que había empezado en Cholila. Salimos y llegamos tipo diez de la noche y estaba toda la montaña prendida fuego y todo el pueblo sin luz, sin teléfono. Me quedó esa imagen de zona de catástrofe. No tengo recuerdos de pensamientos. Estás en el laburo y pensás en la seguridad, la necesidad de recursos, la cabeza puesta ahí. Cada uno se lleva sus impresiones del incendio. La cabeza hace un resumen y pone lo más importante para vos. Hay un momento que es de adrenalina y estás a pleno y después con el correr de los días baja, cambia el humor, el cansancio, baja la adrenalina y empezás a tomar recuerdos diferentes, pero en un primer tiempo es estar atento a lo que pasa, al presente. Después llega el invierno y el día a día es frío, sobre todo frío. Ahí se ve la tarea completa de brigadista porque empieza por el tema de la prevención, las charlas en las escuelas, buscar cursos de capacitación, que no abundan y temas forestales porque la limpieza de los terrenos se hace en invierno y en la primera etapa antes de que empiece la lluvia se quema y hay que estar atentos. Ahora se viene el verano y se empieza a tomar el índice de peligrosidad de incendios. Nosotros vemos semana a semana cómo viene ese peligro. Nos pone en alerta. Si da extremo, ya vamos cambiados al trabajo. Hoy por hoy vamos con ropa de fajina, pero cuando viene el verano el riesgo cambia y ya vamos a trabajar vestidos para salir por si surge algo. Y no perder tiempo porque los incendios ahora son más rápidos o más explosivos. Ahora ya se habla de incendios de sexta generación. Ahí entra la cuestión del cambio climático, la temperatura. Un poco es prepararse para eso. Porque a lo mejor un incendio en la prensa dura tres, cuatro días y en realidad eso acá implica un laburo de dos meses. Ya no nos ven, pero seguimos trabajando.


Hernán Mondino, Parque Nacional Los Alerces, Chubut.

 

 

la larga marcha

Yo le pregunté: “¿A vos te parece que puedo ser brigadista?” Y me dijo: “Sí, cualquiera puede ser brigadista”. Ahora estoy en El Chaltén, en Santa Cruz, pero soy de Neuquén, de Zapala, y viví ahí hasta los 17, cuando me fui a La Plata a estudiar Comunicación Social. Me licencié y volví al sur. Él me dijo que no iba a tener que hacer grandes cosas y que necesitaban a alguien que hiciera comunicación, que eso es re importante porque la gente acá no conoce y prende fuego, o va por lugares que no debe… Igual, tuve que entrenar. Tenés que tener un verdadero estado físico para ser brigadista. Lo pensé con mi compañero. Yo ya tenía un hijito. Ahora tiene cuatro años. Si había una emergencia, obviamente tenía que salir fuera de horario y en cualquier momento y él estuvo de acuerdo en que nuestra vida cotidiana empezara a ser menos rutinaria. Pero acá la seccional es amigable con las infancias, así que históricamente han venido les niños y niñas de quienes trabajamos. Así que lo organizamos y arranqué a trabajar en la brigada de élite. Ahora mi nene está grande y se entusiasma. Ya le enseñé que si hay una herida, presión directa, y sabe esas cosas de brigadista que usa en su vida. Y hace un año, me rio porque me pareció tan buena idea… caminamos cuatro días, entre el 1 y el 4 de mayo, que es el día de les brigadistas. Fuimos desde el Chaltén a Calafate pidiéndole al Parque Nacional Los Glaciares que nos comprara ropa. Cuatro o cinco éramos y nos acompañaron todos los medios de comunicación de Santa Cruz y la población de El Chaltén, porque obviamente se sabe que el trabajo de rescate es re importante y es parte del turismo. Cualquiera que sale a la montaña sabe que si te pasa algo te van a buscar. Y en ese momento poníamos plata de nuestro bolsillo para comprar la ropa de alta montaña, que es carísima. Fue difícil porque que te encante tu trabajo no significa que no tengas derechos. En los incendios en El Bolsón teníamos agua fría en la ducha. Veníamos de trabajar y teníamos solo eso. Todo bien, pero somos trabajadoras y trabajadores. Históricamente al cuerpo de brigadistas se lo ha tratado así y al cuerpo de guardaparques también. Con los peones de campo pasa lo mismo. Te dicen: “Vos te vas allá porque a vos te gusta, así que aguantate”. Y desde el Convenio Colectivo de brigadistas tomamos conciencia de los derechos. Finalmente trajeron parte de lo más urgente que pedíamos para el equipo. Y después de eso con mis compas fuimos por primera vez a trabajar a otro lugar el año pasado y nos encontramos con otra realidad, de golpe. Fuimos a El Bolsón. Tuve miedo, sí, las emociones son interesantes. Es un trabajo de riesgos psicofísicos, verdaderamente. Lo psicológico pesa un montón. Y también percibís el compañerismo. Yo empecé a usar la palabra “compañero”, “compañera”, “compa”, porque es alguien que aunque no conozco, en ese momento es muy importante porque vos estás confiando ahí. A mí me cuesta un montón hacer vínculos con las personas y en el incendio fue súper fácil.


Andrea Torres, Parque Nacional Los Glaciares, Zona Norte, Santa Cruz.

 

 

silencio absoluto

Yo soy de Bariloche y me crié en la montaña y siempre tuve mucho contacto con la naturaleza. Mucho amor ¿no? Y en un momento quería ser guardaparque, pero las vueltas de la vida me llevaron a otra cosa y anduve siempre en la montaña haciendo actividades de trekking. Y un día hace muchos años viajé a El Chaltén y me empecé a quedar cada vez más tiempo. Iba a caminar, a conocer, y cuando volvía a Bariloche me encontraba con una ciudad más crecida y me impactaba cada vez más el contraste. Trabajé muchos años en fotografía y se dio la oportunidad de hacer el curso de brigadista, que también era algo que me llamaba mucho la atención. En el 2015 empecé a trabajar en el Parque Nacional Perito Moreno. El trabajo me gusta mucho porque uno está cuidando los recursos naturales. Después me vine al Parque Nacional Patagonia y en la parte austral por suerte no hay fuegos grandes. Pero cada año hay más visitas en Chaltén, así que hay que hacer más control. Hay muchos accidentes más que nada, porque cada vez vienen más personas. Y el laburo es asistir cuando pasan esas cosas. Es increíble, la verdad, la cantidad de gente que se accidenta por ignorar a dónde va. Eso de ignorar sus propias capacidades… Pasa todo tipo de accidentes. Gente que nunca sale a caminar y se tuerce el pie a un kilómetro del pueblo. O accidentes que son en áreas remotas y que implican evacuaciones con gente voluntaria de otras instituciones que duran muchas horas. Y el Estado se hace cargo de todo eso. La persona no tiene que pagar un rescate como en otros lados del mundo. Hace poco una mujer chilena se accidentó en el paso de Marconi. Se le cayó un bloque de hielo. Fue una evacuación muy larga. Por suerte se pudo entrar un helicóptero hasta cierto punto, hubo que pasar por un glaciar con camilla. Uno termina enganchado mentalmente con esa situación. Yo en ese rescate estuve cubriendo en la radio. Y cuando se la llevaron hasta el puesto sanitario, dijeron que había que evacuarla directamente a Río Gallegos, así que esa persona se salvó, pero de milagro. Y todos se ponen en riesgo. Nos ponemos en riesgo. Algunos vivimos acá, en el Centro Operativo. Cuando termina el rescate, cuando termina todo, uno empieza a bajar. En mis ratos libres salgo a caminar o salgo a sacar fotos, disfruto de estar conmigo misma. El parque está a 17 km de la población más cercana, que es Los Antiguos, así que no hay un transporte público. Hace pocos meses me vine para acá, así que conozco poca gente, pero estoy bien con eso. Me gusta escuchar los pájaros a la mañana, leo, camino en silencio absoluto. Veo zorros, peludos, ciervos. Disfruto de mi soledad.


Mirna Hermrich, Parque Nacional Patagonia, Santa Cruz.

 

ataque directo

Yo pertenezco al pueblo qom, al pueblo toba. Nosotros desde esa propiedad comunitaria ya veníamos trabajando con Parques [Nacionales], con los guardaparques del Parque Nacional Chaco en el tema de turismo, cartelería, educación ambiental. Entonces ahí nació la idea de formarse uno como guardaparques. En el límite Este del parque hay una propiedad comunitaria de 150.000 hectáreas, entonces mi idea era salir de la escuela y volver a trabajar en la comunidad como guardaparques. Pero cuando salimos, el convenio quedó en la nada y por cuestiones burocráticas nunca me salió el nombramiento. Sí pude entrar como brigadista en el 2016 y de a poco fuimos conformando el equipo de la brigada propiamente dicho. Cuando empecé, me fui de la comunidad, me cambié de domicilio y me vine acá al pueblito de Miraflores. Todavía, por ahí de vez en cuando, vuelvo a la comunidad y lo mismo de siempre: me reciben como si nada, es muy buena la relación. Generalmente, los incendios ocurren afuera del parque, en Miraflores, donde hay bastantes comunidades criollas y originarias. Tenemos muchos pastizales y el ambiente que tenemos es de vinal. Estos últimos tres, cuatro años, son años de sequía, y generalmente la gente prende fuego en épocas de mayor temperatura, con el viento norte. Entonces, ellos hacen limpieza de alambrados o de alguna chacra que tienen y se les escapa el fuego y no se puede controlar y ahí es cuando ellos piden colaboración. Son ambientes de pastizales, de monte seco. Una vez que llegamos al lugar del incendio, evaluamos y si da para hacer ataque directo, hacemos ataque directo con algunas herramientas manuales que nosotros tenemos: la mochila de espalda, algunas palas forestales o también tenemos el camión SCAM, que tiene capacidad de 1700 litros de agua más o menos, y tenemos otro kit forestal que tiene también 700 litros de agua, que es nada. Es un trabajo riesgoso. Es un trabajo pesado. Uno tiene que estar bien física y psicológicamente a la hora de ir a apagar un incendio. Cuando un incendio se pone descontrolado, ahí te juega lo psicológico. Aunque haya mucho viento, uno siempre tiene esas ganas de ir a parar el incendio, entonces se manda. Después cuando pasa algo, decís “no debí haber hecho eso”. Ese es uno de los errores que cometemos siempre. Una vez, fuimos a ver un incendio y es como que el mismo incendio generaba su propio viento y se descontroló. Al nal, tuvimos que sacar las maquinarias, las camionetas, la mochila y los autobombas que teníamos en ese lugar. Estos últimos años no está lloviendo mucho. Por ende, prenden fuego y enseguida se descontrola. En el 2016… 2017, había algunas lagunas que estaban adentro del parque. Y ya en el 2018 o 2020, más o menos, se secaron todas. Eso es producto de la deforestación fuera del parque. Están deforestando a dos manos alrededor, se ve claramente que sacan madera. Ojalá que el parque nunca quede como una isla.


Felipe Segundo, Parque Nacional El Impenetrable, Chaco.

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