
Es realmente terrible que algunas personas lo admiren, lo quieran. Es simplemente una enfermedad general.
Donald Trump, 16 de diciembre de 2024
En diciembre de 2024 el CEO de una prepaga de Estados Unidos fue baleado en Nueva York. Se acusó de ese hecho al joven de clase alta Luigi Mangione. Disparadas con un arma casera impresa a 3D, las balas tenían escritas tres palabras muy usadas por las empresas de salud para negar tratamientos y desentenderse de los pacientes: demorar, negar, deponer. El acontecimiento generó debates en todo el mundo y un dato ineludible: la simpatía cómplice se hizo viral.
Casi un año después, Nueva York volvió a ser sorpresa. Esta vez, por la victoria en la elección a la alcaldía de Zorahn Mamdani, joven musulmán, inmigrante africano, que ganó con un programa social redistribucionista y una posición fuerte de denuncia del genocidio en Gaza. ¿Podemos establecer una conexión entre el gesto extremo de Mangione y la resonante victoria electoral del socialista Mandami? ¿Qué hilo rojo los une?
Los disparos de Mangione transmitieron un mensaje nítido sobre la injusticia social intolerable que supone el abusivo sistema privado de salud de los Estados Unidos. La plataforma electoral de Mamdani habló sin mediastintas de redistribución y justicia social: alimentos, transporte, cuidados y vivienda, en particular, alquileres. ¿Hay elementos para suponer que la flecha de Mangione influyó positivamente en la victoria de Mamdani? ¿Se pueden conectar ambos hechos en un nivel simbólico, pero también concreto y casi empírico?
¿qué bicho político es Mangione?
La acción tuvo una alta sofisticación simbólica. El autor se esforzó por enviar un mensaje claro, que suponía –o habilitaba– una contralectura de la sociedad. Mangione construyó una síntesis sobre la injusticia del sistema de salud, identificó un campo de víctimas (personas abusadas en su derecho) y localizó a los responsables de esos abusos. Así prefiguró una relación de enemistad que, como tal, no había sido hasta el momento manifiesta. Porque al señalar a las empresas que extraen riquezas de la explotación de la salud (de la vida), propone un antagonismo al menos con las personas que se niegan o se resisten. El acto se propuso hacer visible ese antagonismo social extremo, de vida o muerte. Su gesto disparó dos ideas:
1) Lo que genera renta extraordinaria para las empresas de salud es dejar morir a los pacientes;
2) Eso es inaceptable.
La operación armada de Mangione trae a la memoria otras acciones que vale la pena comparar.
Una referencia ineludible es la del anarquista Simón Radowitzky que mató en Buenos Aires al jefe de la policía federal, Ramón Falcón, como respuesta al rol que había tenido en la masacre de anarquistas del 1° de mayo de 1909. Como Mangione, Radowitzky eligió a un responsable claro y ejecutó una venganza con mensaje nítido. Varias decisiones tácticas podrían unir ambos atentados, pero la imposibilidad de ubicar a Mangione en una tradición política, impide asimilarlos. No somos los únicos en traer ese hecho al presente: hace pocas semanas la ahora ex ministra de Seguridad del gobierno de Milei, Patricia Bullrich, repuso el nombre de Falcón a la Escuela de Cadetes de la Policía Federal Argentina (que había sido removido en la gestión de Nilda Garré) y de paso le puso el nombre de Alberto Villar, ex comisario y líder de la Triple A, a la Escuela de suboficiales de la policía. Bullrich llamó anacrónicamente “terrorista” a Radowitzky. También señaló que era extranjero, aunque omitió recordar que era judío.
Segunda analogía posible: Mangione podría ser “un Sabag Montiel”, en referencia al joven que intentó asesinar a Cristina Fernández en 2022. En esa comparación Mangione aparece como un síntoma de descomposición de la época y alguien que podría ser reivindicado por la retórica anti casta de la ultraderecha. Sin embargo, eso no sucedió. Mangione conectó con un sentimiento extendido de injusticia social y la naturaleza de su mensaje lo blindó de ser capitalizado por el aceleracionismo trumpista. El mensaje de Luigi llegó a destino: decantó hacia lo juvenil popular.
Otra referencia, muy a mano de la memoria noventista, es el Unabomber. Ted Kaczynski era matemático, también un universitario yanki, que durante 17 años envió cartas bomba causando muertos y heridos entre profesores y ejecutivos de empresas. Buscaba provocar una revolución contra el sistema industrial y tuvo un manifiesto muy leído sobre "La sociedad industrial y su futuro".
El diario de Mangione (“el cuaderno rojo”) muestra que fue muy consciente de que su acción corría el riesgo de ser neutralizada políticamente si se lo igualaba al Unabomber y buscó evitarlo. No quería ser visto por “los normies” (los normales) como terrorista, la etiqueta con que la época tapona la audibilidad de toda forma de violencia que no controla. Quería sobre todas las cosas que se escucharan sus ideas.
En sus notas leemos que, para evitar el mote de terrorista, escogió:
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Un objetivo claro: la prepaga.
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Una víctima definida, el CEO, sin arriesgar a terceros.
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Una situación específica: La conferencia de inversores de la prepaga.
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Un mensaje nítido: las balas escritas.
Escribió que, con todos estos resguardos, se garantizaba “no cruzar la línea del anarquista revolucionario al terrorista”.
Hasta ahora, la defensa legal de Mangione no se centró en negar los hechos, sino en disputar la interpretación: “Lo que hizo Mangione es un castigo, o venganza (vendetta), o una expresión de rabia personal contra un individuo por sus acciones en el mundo. Muestra que muchas personas comparten su ira y frustración con el sistema de seguros de salud, pero su intención al disparar al CEO no fue intimidar, coaccionar o influir en una población civil”. La abogada dice: vengador sí, terrorista no. La acusación de terrorista ya se cayó.
Mangione no usa las palabras al azar. Hay una correlación estratégica entre la autocalificación de “anarquismo revolucionario” y “gente normal”. Nuestra hipótesis es que los términos del diseño de la acción de Luigi lo colocan como un emisor que se hace oír por medio de la selección de un blanco estratégico y un público normalizado al que pretende conmover.
por una nueva lectura de la acción directa
Si Mangione definitivamente no es un Sabag Montiel, tampoco un Unabomber, ni podemos asimilarlo a un Radowitzky, ¿entonces qué es? Necesitamos categorías específicas para pensar la acción directa en el presente. De otro modo, cualquier hecho de violencia política cae indiscutidamente bajo el mote de “terrorista” y se clausura la comprensión. Faltan nociones precisas para comprender el sentido de acciones así.
Una guía posible consiste en retomar la Teoría del partisano (1963), de Carl Schmitt, ensayo útil para diferenciar formas de violencia política. Según el teórico alemán, un partisano es un tipo de combatiente que posee cuatro características fundamentales:
1. Es irregular: no pertenece a una fuerza militar convencional. Opera fuera de las normas y convenciones, no usa uniforme.
2. Tiene una movilidad acentuada: se caracteriza por la rapidez en el uso de tácticas de ataque y retirada. Capacidad para mimetizarse con la población.
3. Posee un compromiso político intenso, motivado por una fuerte convicción política o ideológica. Lucha por una causa existencial, lo cual introduce un elemento de enemistad absoluta al conflicto.
Hasta aquí las cualidades del partisano describen a Mangione. Sin embargo, la cuarta característica no le cabe. Schmitt dice que el partisano tiene “carácter telúrico”, una conexión con un territorio específico, con el suelo, con la población local y con sus condiciones geográficas. Aunque ya advertía que “el partisano moderno”, aquel que accede a la técnica y la motorización, puede carecer de conexión territorial. Ese desarraigo tiene un precio: en el camino va perdiendo nitidez política y su accionar puede ser capitalizado por otros. Ingresa en múltiples tableros a la vez.
La ambigüedad en la que se sumerge el partisano sin tierra se aproxima más al borde o tensión propia de nuestra época, teñida por la ambivalencia estratégica de toda gestualidad pública, que no permite interpretaciones lineales sobre el sentido de los actos. Podemos arriesgar una hipótesis: consideremos al Mangione solitario como a un “partisano en tiempos digitales”, una derivación particular de los partisanos tecnificados que anticipó Schmitt. Eso implica pensar qué significa el territorio, la defensa y la población en tiempos de post-internet. Lo que nos falta es darle un sentido actual y aprender a articular estos factores.
Pero sigamos con Schmitt, porque él se refiere al papel crucial que tiene para el partisano la figura del “tercero interesado”. Se trata de un actor poderoso que ofrece suministros, financiamiento y legitimidad política al partisano. Esta legitimidad es clave, pues diferencia al partisano de un simple bandido, un pirata o un criminal. En términos actuales: el tercero lo saca de la sección de policiales para llevarlo a la discusión política. Pero Mangione actuó muy solo, sin terceros a la vista: no fue parte de un bando en una guerra, ni dependía de ningún poder. Al contrario, su acción solitaria fue diseñada y ejecutada con medios artesanales, herramientas caseras y tecnologías que tenía a mano.
Sin embargo, finalmente aparece el tercero dador de legitimidad: el apoyo popular viral. La resonante simpatía que provocó dota a su acción de significación política. Esa potente viralidad plebeya –a diferencia del tercero poderoso de Schmitt– no preexiste a la intervención y, aun así, resulta decisiva. La defensa legal de Mangione está casi enteramente financiada por micro apoyos populares y su imagen pública también. Y es esta simpatía viralizada la que escandalizó a Trump cuando dijo que se trata de “una enfermedad general”. Y al estratega del fascismo, Steve Bannon, quien avisó a los empresarios que la simpatía ciudadana hacia Mangione debía “asustarlos hasta la médula”.
¿Esta apuesta a la creación de un tercero popular-viral decisivo supone un nuevo tipo de acción heroica? Vamos agregando más hipótesis: Mangione es un partisano digital desarraigado, expuesto a la ambigüedad de la época, cuyo tercero interesado, fuente de recursos y legitimidad, es un público que él mismo construye al volverse viral. Si el Mangione-partisano-digital es una suerte de héroe solitario que se jugó el todo por el todo en un acto comunicativo extremo, es porque asumió un gran riesgo a fin de convocar al “pueblo simpatizante”, hasta ese momento disperso pero capaz de acudir a la cita. Si su acción extrae legitimidad precisamente de esa eficacia de convocatoria, entonces sí, resulta tentador ligar la efectividad de su mensaje a la creación de un momento político, ya sea que resulte efímero o que siga conectando con otros fenómenos.
Todos conocemos el meme de Luigi representado como un santo. Hay poesías. Hay canciones. Hay encuestas, datos estadísticos. Todas las ingenierías de medición de la opinión pública confirman su popularidad. En California avanza una ley que impide rechazar tratamientos de salud por argumentos que no sean médicos, que lleva el nombre de “Ley Mangione”. Aun aquellos que repudian su acción, reconocen que la denuncia sobre el sistema de salud es real. Entre ese público simpatizante, tercero-interesado-viral, se destacan los jóvenes, inmigrantes y mujeres. La misma base que votó casi un año después a un tal Zohran Mamdani.
la política que “escuchó” el disparo de Mangione
A pocos días del asesinato del CEO, un joven de 28 años escribió en su blog un elogio a Mangione. Era Julian Gerson, asesor de un legislador demócrata, que no imaginaba que poco después escribiría el discurso de victoria del nuevo alcalde de Nueva York. Gerson, director político de la campaña de Mamdani, anotó:
(Mangione) Es admirado no solo porque se atrevió a señalar a un líder de una de las industrias más viles y lucrativas que oscurecen nuestra sociedad actual, sino porque se atrevió a desafiar el estancamiento del rechazo nihilista. Si Luigi Mangione y sus balas grabadas demuestran algo, es que esta veta de nihilismo relativamente moderado podría no durar mucho. Porque si Mangione sirve para algo (además de para desencadenar la próxima revolución de clases), es como símbolo para comprender a millones de estadounidenses que se distancian peligrosamente, se aíslan de los demás y de sí mismos, y se vuelven cada vez más vengativos con un mundo que se siente más excluyente y predeterminado día a día.
Gerson es el eslabón concreto que encontramos entre las balas-mensaje de Mangione y la propuesta política de Mamdani. Personaje clave en la estrategia y el discurso de Mamdani, también él es un jóven demócrata acomodado, que ha escrito sobre su convicción en el poder de las palabras. Vale la pena seguirlo. Gerson se dejó impactar por la denuncia de la injusticia social de Mangione, escuchó la fuerza de verdad que tenía para la sociedad y trasladó el mensaje a la plataforma y al discurso de Mamdani. Las coincidencias de perfil entre los simpatizantes de Mangione y los votantes de Mamdani muestran algo más que una afinidad electiva entre sus bases.
El líder de los socialistas demócratas, Bernie Sanders, otro apoyo central de Mamdani, condenó la acción violenta de Mangione pero reconoció la legitimidad y veracidad de lo que el jóven vino a denunciar. Abriendo la posibilidad de distinguir entre la forma de la intervención y la validez del mensaje político, planteó:
"no hace falta decir que matar a alguien... Este tipo era padre de dos hijos. No se mata a la gente. Es abominable. Lo condeno sin reservas. Fue un acto terrible. Pero lo que sí mostró es que muchísima gente está furiosa con las compañías de seguros médicos, que obtienen enormes ganancias negándoles a ellos y a sus familias la atención médica que tanto necesitan”.
Y hay otro personaje que aparece en la escena con ideas muy sugerentes: es Mahmood Mamdani, el padre del nuevo alcalde. El verdadero héroe “temporal” de este lío, el hilo rojo. Mamdani padre es un antropólogo militante, nacido en la India, crecido en Uganda, musulmán con carrera académica en Estados Unidos. Mahmood mantiene una distancia prudente del proyecto político de su hijo. Pero si Gerson es el enlace entre Mamdani y Mangione, Mahmood es un eslabón más profundo y global que conecta con las tradiciones de izquierda anticolonial del siglo veinte, fundiendo los paisajes de Nueva York, África y Medio Oriente. Mahmood no se permite ser demasiado optimista, pero propone pensar la victoria de Zohran como “un contragolpe”. ¿Y qué es un contragolpe sino un conjunto de acontecimientos que hacen un sistema entre sí y que van a contrapelo de la época?
Leamos a Mahmood: "Cuando fui a Dar es Salaam, estuve involucrado en un ambiente intelectual que me dio razones para comprender esta transformación y me informó sobre el movimiento anticolonial más amplio, que empezó con la Revolución rusa, la Revolución china, la Revolución de Vietnam y la Revolución cubana. Todos los hilos que llevaron a la expulsión asiática en 1972 y, antes de eso, a la expulsión del pueblo luo, están presentes ahora en Estados Unidos: ciudadanía por nacimiento, indigenidad. Hay resonancias, incluso similitudes, pero no son lo mismo".
Sus palabras conectan lo internacional y lo local de un modo vivencial y no abstracto. El suyo es un “internacionalismo encarnado”. A diferencia del “saber difícil” como se presenta la política internacional, en la campaña de Nueva York hay una articulación directa entre geopolítica –islamismo, definiciones sobre Israel y Palestina– y la constitución de un bloque urbano popular. Podemos agregar que Mandami interpela a un “proletariado informal” que, como tal, es protagonista de las actividades productivas y reproductivas en todas nuestras ciudades. El programa de Mamdani apunta precisamente a ofrecer regulaciones públicas para esta sociedad empobrecida, nada menos que en la cuna del trumpismo.
recuperar la audibilidad
El arco que une a Mangione con Mamdani nos hace pensar en nuestra situación de impotencia política y en la necesidad de gestos radicales que sean escuchados. Por si hace falta aclararlo: no pensamos literalmente en una acción como la de Luigi, no abogamos por el asesinato político, lo que nos interesa plantear es cómo un acontecimiento puede contribuir a transformar la implosión social en una síntesis audible. ¿Qué características puede tener un gesto así, que pensamos idealmente colectivo? ¿Cómo orientar la escucha hacia una dirección legítima?
La sensación es que la sociedad implosionada (como la nombró el colectivo Juguetes Perdidos) no articula una sonoridad audible. La presión precarizadora del sistema se esfuerza en evitar el estallido, reduciendo la sonoridad. Nos interesa pensar cómo un gesto, un acto, un sonido, un impacto, se logra hacer escuchar, tener efecto de verdad, para empujar la idea de injusticia social a una zona de lo intolerable. En definitiva, hay gestos que desbloquean una potencia y sonidos que pueden perforar una realidad totalitaria.
(Esta nota es la versión textual de una intervención sonora que apareció en el podcast semanal crisis en el aire y que podés escuchar aquí).









