“¿Vos cómo te definís? ¿Estás a la derecha o a la izquierda?”, le preguntó el periodista Diego Iglesias durante la campaña electoral de 2019. Sergio Alejandro Berni, vestido de karateka, confirmó lo evidente: “A la derecha, otros políticos no se animan a decirlo”. Luego, mirando a cámara con cara de malo, remató: “Los extranjeros que vienen a delinquir vienen a generarle un mal a la sociedad, y todo mal debe ser erradicado. La mejor manera es expulsarlos”.
El sheriff de La Plata descoloca, como uno de esos malos actores que para caracterizar el papel que le asignaron, lleva al extremo el estereotipo. Uno no sabe si reír o indignarse, si tomárselo en serio o ignorarlo.
Lo cierto es que desde 2003, Berni ocupa puestos de importancia en el Estado. Fue director en el Ministerio de Desarrollo Social, desde el momento mismo en que los pingüinos arribaron a la Casa Rosada, y llegó a ser viceministro de Alicia Kirchner. La presidenta Cristina Fernández lo enrocó hacia la cartera de Seguridad para balancear el progresismo de la exministra Nilda Garré, a quien el exmilitar le hizo la vida imposible. Durante el gobierno macrista se replegó en el Senado de la provincia de Buenos Aires representando a la segunda sección electoral, sede de su ciudad natal, Capilla del Señor, y también de la localidad Lima, donde tiene una residencia campestre en la que suele pasar los fines de semana.
Ni bien el peronismo logró volver al poder, lo ubicaron en un puesto tan caliente como estratégico: el Ministerio de Seguridad provincial, al comando de la estructura armada más grande del país. Desde allí sueña con proyectarse electoralmente, como un Bolsonaro de las pampas. Sus ínfulas de protagonismo lo convierten en un funcionario que habla más de lo que funciona. Sabe que este puede ser su momento, un cambalache de enunciados neoliberales y discursos reaccionarios solapados en programas de chimento derraman sobre una sociedad que coquetea con candidatos de derecha.
Sin embargo, Berni nunca encabezó una boleta, ni siquiera local. El hecho de ser apenas una pieza en la estrategia de la Dama arruina sus aspiraciones de trascender. ¿El escenario lo empuja a emanciparse? La pelea a los gritos con Máximo Kirchner durante el cierre de listas de 2021 lo enemistó con el actual presidente del Partido Justicialista bonaerense y dicen que la ruptura es irreversible. En febrero de este año sorprendió al declarar “me fui del kirchnerismo” y “hay momentos en que uno debe cortar el cordón umbilical”. Desde La Cámpora no lo toman muy en serio: “El loco es así pero no va a abandonar el espacio, a lo sumo presiona para conseguir una mejor posición por adentro”.
En mayo dio otra señal al elogiar al fenómeno ultraliberal Javier Milei: “Me cae muy simpático, me parece una persona muy inteligente”. Y agregó: “Todos le tienen miedo, yo soy de aquellos que le abren la puerta porque lo mejor que le puede pasar a la política en un momento de crisis del statu quo es que la vengan a interpelar”.
La crisis galopante que se agudiza ante nuestros ojos puede provocar un nuevo crac del sistema político. Como en 1975, o como en 2001, en 2023 quizás haya que barajar y dar de nuevo. Una buena ocasión para los bastardos que aspiran a la gloria.
ilusión de seguridad
¿Cuál es la razón por la que el kirchnerismo promueve a Sergio Berni? ¿Y por qué lo sostiene incluso cuando su derechización resulta irritante?
Posible hipótesis: más allá de las palabras, el ministro de Seguridad bonaerense es un hombre de acción. Con su cabello engominado, traje pulcro, mirada temeraria, voz prepotente, Berni ejecuta lo que piensa. Y eso que piensa resulta simpático para algunas usinas de poder, con las que siempre conviene tener un interlocutor.
Axel Kicillof, por el contrario, es el prototipo del doctor: ilustrado, porteño, con pasado de izquierda, quiso ser gobernador para liberar las fuerzas productivas de la provincia de Buenos Aires, condición sine qua non a la hora de concretar su sueño industrializador. Pero Kicillof no sabe, ni quiere saber, cómo se gobierna a la “maldita policía”. Y en un giro de refinado pragmatismo considera que ninguno de sus amigues progresistas podría interpretar la performance de autoridad que se necesita para evitar que el monstruo mediático de la seguridad devore su gestión. Hay quienes aseguran que la solución a este intríngulis, sin embargo, le vino de arriba y que la designación del sheriff fue un pedido directo de “la Jefa”.
Sea como sea, la pregunta es con qué armas cuenta Sergio Berni, ¿cuál es su poder de fuego?
“Cinematográfico operativo antidrogas de Berni en Rosario”, tituló La Política Online el 9 de abril de 2014. “Vinimos a hacer un desembarco pacífico”, declaró el entonces virtual mandamás del Ministerio de Seguridad nacional. La crónica proseguía como si hubiera sido dictada por el protagonista: “Desplegó 3000 efectivos de distintas fuerzas federales, helicópteros, camiones y un avión de última generación”. Ese día los allanamientos apuntaron exclusivamente a los barrios pobres de la ciudad y tuvieron como blanco a los búnkeres donde se vende la droga. Helicópteros sobrevolaron las barriadas, seguidos por el ingreso de cientos de uniformados fuertemente armados. Al poder político local, a la policía provincial, a la justicia o el empresariado, es decir, a los verdaderos beneficiarios del negocio narco, ni siquiera osó rozarlos.
Pero en el backstage de la espectacular puesta en escena había un mensaje político más relevante, solo para entendidos: Berni se presentaba en sociedad como un funcionario DEA friendly, dispuesto a implementar el libreto de “la guerra contra las drogas” impulsada en Latinoamérica desde los años setenta por la agencia antinarcóticos norteamericana. Detenciones masivas, irregularidades jurídicas, estigmatización de la pobreza, aumento de la violencia en los jóvenes, el recetario de un manual de combate que se centra más en la espectacularidad que en conseguir soluciones concretas.
En su libro Ciudad blanca, crónica negra, el periodista y diputado santafesino, Carlos del Frade, describe: “Los gendarmes, los responsables de defender las fronteras por donde entran toneladas de cocaína, parecen ser ahora los ángeles incorruptibles que le darán la tan deseada felicidad a los habitantes de los conurbanos. La puesta en práctica de lo impulsado por Reagan a fines de los años ochenta. Aquello que ya desarrollaron en Colombia, México y Brasil. Ahora la geografía es la provincia de Santa Fe. La profundización de la presencia norteamericana en los territorios a través de las fuerzas de seguridad”.
Otro libro publicado hace pocos días, La DEA en Argentina. Una historia criminal, del periodista Julián Maradeo, revela que fue precisamente Berni el encargado de reconstruir a fines de 2012 el vínculo con la Drug Enforcement Agency, luego de la virtual ruptura que tuvo lugar el 10 de febrero de 2011 cuando un avión de la Fuerza Aérea norteamericana fue requisado por el entonces canciller Héctor Timerman en persona.
A ocho años luz de aquel desembarco estelar, Pedro “Pitu” Salinas, concejal rosarino del partido Ciudad Futura, ensaya un balance de la incursión bélica: “Cuando se dio el operativo habíamos sacado un comunicado denunciando que no iba a servir de nada si solo se quedaba en un abordaje militarista de la cuestión. Es decir, que iba a servir para que algunos meses nuestros vecinos tengan algo parecido a la armonía, pero que si no se aprovechaba ese compás de tiempo para avanzar en una reforma estructural de la fuerza de seguridad santafesina y la generación de políticas sociales en el territorio, la estrategia estaba destinada al fracaso… y fue lo que pasó.”
A pesar de la evidencia, el método de hacer mucho ruido a sabiendas de que serán pocas las nueces, sigue siendo el predilecto del ahora ministro de Seguridad bonaerense. Una apuesta a engrandecer su figura, superhéroe de juguete articulado, que tiene como consecuencia represiones muy reales, con balas tangibles, que impactan en seres humanos de carne y hueso.
patova con pies de barro
Y sin embargo, lo bancan. Aunque no haya podido predecir, mucho menos conjurar, la revuelta policial más potente de la historia de la Bonaerense.
No había cumplido todavía un año en el cargo, cuando cientos de efectivos rodearon la mismísima residencia del gobernador, en un acto de insubordinación inédito. Promediaba la primera etapa de la pandemia y los principales gobernantes del país gozaban de una aprobación astronómica por parte de la opinión pública. Nunca lo sabremos a ciencia cierta, pero quizás fue aquella huelga salvaje la que rompió el hechizo de una pulcra gobernabilidad posgrieta. La solución al reclamo corporativo fue muy celebrada en La Plata, ya que lograron arrancarle a la Casa Rosada una porción significativa del presupuesto para calmar la calentura de los efectivos policiales. Pero el mordisco destruyó el vínculo del presidente Alberto Fernández con el Jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta, quien tuvo que resignar una porción de la torta. Desde entonces, nunca más los amantes del consenso y la concertación verían la foto de aquellos tres mosqueteros del AMBA unidos para gestionar la emergencia sanitaria.
Berni sabe que la rebelión de septiembre de 2020 significó el final de sus posibilidades reales de conducir a la fuerza. Tal vez se ilusionó con ganar popularidad entre los efectivos gracias al aumento de los salarios y el mejoramiento de sus condiciones de trabajo, pero ni eso. Las nuevas camadas de jóvenes que ingresan a la gorra están lejísimo de aquella subjetividad laburante que alguna vez se enamoró del coronel justiciero. Y los comisarios detestan el estilo castrense que el sheriff le quiere imprimir a la policía.
Ahora bien, el ministro de Seguridad nunca se propuso reformar a la bonaerense. Berni no es precisamente un reformador. Lo que sí soñó es con disciplinarla. Pensó que la domaría como a un caballo salvaje, consiguiendo su aceptación a cambio del respeto por su condición de animal indómito. No pudo.
La culpa de semejante fracaso, según su particular modo de ver el mundo, tiene nombre y apellido: se llama Sabina Frederic. La ruptura con la exministra de Seguridad de la Nación elegida por Alberto Fernández se concretó al inicio mismo de la gestión y no tuvo mucho que ver con cuestiones doctrinales. El motivo fue otro: Berni le pidió que nombre al frente de la Región I de Gendarmería, con jurisdicción en la provincia de Buenos Aires, a un oficial de su confianza. Pero Frederic, conocedora de la misoginia desplegada por el militar en su vínculo con Garré, sintió que le estaba queriendo manejar la fuerza desde el vamos y se negó con ahínco. Berni contaba con las fuerzas federales que ya habían estado bajo su mando para meter cuña en la estructura de mando bonaerense. No pudo ser y debió afrontar el juego con un cuatro de copas. Ni para mentir tenía.
Lo que sí ganó por afano fue la guerrilla retórica contra la exministra nacional. En esa contienda sus escaramuzas fueron demoledoras, persistentes y penetrantes: un verdadero estratega de la batalla mediática. Alguien que conoce bien el tema asegura: “No te creas que en estas lides lo que importa es el talento para declarar, ni siquiera el machismo de la sociedad, lo que decide es la guita”. Según esta tesis, si Berni demolió a su rival es porque invirtió millones en los canales de televisión que tanto lo aman, mientras Frederic se abstuvo de apostar. “¿De dónde salían esos cuantiosos fondos?”, preguntan en Balcarce 50.
Descartada la apoyatura federal, Berni armó su propia tropa de elite. “La indestructible. La indivisible. La que va al frente, con temple de acero. La que siempre está preparada. Cuando suenan las sirenas, la operación es ya. El deber llama. ¿Estás preparado?”. Lo que parece el trailer de una película del equipo G.I. Joe, es en verdad el video de reclutamiento a la Unidad Táctica de Operaciones Inmediatas. Creada por Cristian Ritondo en 2018, la UTOI creció exponencialmente durante la gestión del Frente de Todos y se convirtió en la niña mimada de Berni.
Por lo demás, el legado que Sergio Alejandro dejará en la Bonaerense es un grado de centralización del mando pocas veces visto en su larga historia. El 30 de enero de 2020, a solo un mes de asumido, decretó una reestructuración policial que eliminó las principales Superintendencias, concentrando sus funciones en la Jefatura. Poco después suprimió las Superintendencias de Seguridad Regionales. Y más tarde liquidó las Jefaturas Departamentales y Distritales. Todo en función de otro conflicto interno, que terminó limando la autoridad de su jefe institucional: la pelea a cara de perro con los intendentes.
endurecerse sin perder la locura
Si en algo se ha especializado Berni a lo largo de su larga historia como funcionario es en poner en caja a los sectores populares. Incluso cuando eso implica reprimirlos a cielo abierto. La sintonía con Patricia Bullrich o Gerardo Morales en esta materia es evidente.
Cuenta la leyenda que en 1994 los Yacimientos Carboníferos Fiscales ubicados en Río Turbio, provincia de Santa Cruz, pasaron mediante decreto presidencial a manos del Grupo Taselli. Durante su gestión se redujo el personal y hubo maquinaria traspasada de manera irregular a otras empresas del grupo. Entonces los mineros fueron a la huelga. Y un tal Sergio Berni, que había sido designado por el gobernador Néstor Kirchner como director del hospital de la vecina localidad de Veintiocho de Noviembre, se ofreció como voluntario para supervisar la salud de los obreros internándose en los socavones. Tenía 32 años y su cometido era, en realidad, infiltrarse como agente encubierto entre los huelguistas para obtener información que luego eran remitida al poder central de la Provincia. Terminó expulsado de la mina por la desconfianza de los laburantes.
Aquel arte de semblantear a los artífices de la protesta social para manipularlos fue su contribución específica a la naciente gobernabilidad pingüina, como lugarteniente de Alicia Kirchner en el Ministerio de Desarrollo Social. “A Berni, decían todos, lo puso Néstor para que cuide a su hermana. Y para que –como buen milico– corte la maleza social y permita que el Ministerio penetre el territorio”, escribió Martín Rodríguez en un perfil publicado en el #19 de la nueva época de crisis.
Hasta que en diciembre de 2010 tuvo su bautismo de fuego en un megaoperativo de seguridad, como interlocutor entre el gobierno nacional y las familias que ocupaban el predio de Parque Indoamericano, luego de una brutal represión que ocasionó tres muertes: Rossemary Chura Puña, Bernardo Salgueiro y Emiliano Canaviri Álvarez.
Finalmente, fue en 2014 cuando su figura comenzó a tornarse reconocible para el gran público, a partir de aparatosos operativos como el ya mencionado desembarco rosarino, el desalojo del barrio Papa Francisco en la Ciudad de Buenos Aires, o la represión en la Panamericana contra los trabajadores despedidos de la fábrica autopartista Lear. Berni ya era secretario de Seguridad de la Nación y había logrado eyectar a la exministra Garré luego de una interna fraticida. La bonanza de la larga década kirchnerista había llegado a su fin y el descontento se esparcía, aumentando las acciones de figuras como la del médico castrense, quien aprovechó para colarse en los medios de comunicación.
Gracias a esta acumulación originaria en las postrimerías del ciclo populista y a su larga fidelidad con la familia Kirchner, Berni se ganó un lugar en el equipo titular que saldría a la cancha ni bien se concretara la anhelada vuelta al poder. A partir de 2019, su desbocada voluntad de protagonismo iba a tener rienda suelta. Pero la asonada policial de septiembre de 2020 lo dejó grogui. Y cuando todos pensábamos que estaba preparando la retirada, volvió a la palestra con un desalojo apoteósico al amanecer del 29 de octubre. Ese día las fuerzas policiales bajo su mando arremetieron con ferocidad contra miles de personas sin techo que procuraban un pedazo de tierra para vivir en la localidad de Guernica. El Equipo de Investigación Política (Edipo) demostró que los terrenos en disputa habían sido adquiridos durante la dictadura por un funcionario del gobierno militar, pero el oficialismo provincial decidió criminalizar a las familias sin techo. Y luego festejó que no hubiera que lamentar ningún muerto. El “loco” Berni otra vez había dado muestras de eficacia. Pero el peronismo iba a esperar todo un año para percatarse de que había perdido la brújula, luego de caer derrotado en las elecciones de medio término.
Tal vez el 2021 le haya servido para tomar nota de que Kicillof es más dependiente de su figura de lo que imaginaba. No importa cuánto tense la cuerda con sus desalineadas declaraciones. No importa tampoco si su gestión naufraga y la violencia comienza a escalar otra vez sin freno. Todo parece indicar que el gobernador no tiene plan B. Y que necesita al pararrayos Berni para absorber la energía envenenada que proviene del deseo de seguridad, una asignatura que el economista de la UBA se llevaría a marzo sin atenuantes.
“Ustedes siempre me van a ver ahí, donde suceden los hechos. Desde un escritorio o una camita calentita le puedo asegurar que no se soluciona nada”, dice el ministro de Seguridad, como si le estuviera hablando a su jefe.
acumulando el capital
Sergio Berni conoce el mundo de las organizaciones populares como pocos, pero, si el momento político se lo exige, no tiene empacho en declarar que los “planes sociales son un gran negocio para unos pocos”. También pidió investigar el patrimonio de los referentes de organizaciones sociales. Además de oportunismo hay un elevado contenido cínico en su discurso, sobre todo cuando uno analiza la evolución de sus bienes. Hay que tener en cuenta que Berni ingresó al sector público a los 29 años y desde entonces se desempeña como empleado estatal.
Según la Declaración Jurada Patrimonial presentada en 2013, el entonces secretario de Seguridad nacional poseía nueve inmuebles por un valor total de 1.223.394 pesos. Siete años más tarde, en 2020, declaró cuatro inmuebles familiares por un total de 1.669.646 pesos, más nueve inmuebles propios por un total de 11.171.775 pesos. También había adicionado una Sociedad Anónima familiar por 300.000 pesos, y una propia con un valor de 19.200.000 pesos. No le fue tan mal durante el macrismo, al loquito.
Sin embargo, el salto más llamativo tuvo lugar en su última Declaración Jurada, con fecha 26 de agosto de 2021. Allí mantiene los cuatro inmuebles familiares, aunque ahora su valor asciende a un total de 4.857.356 pesos, y se suman tres inmuebles propios lo cual estira sus propiedades a doce, por un total de 36.372.560 pesos. La Sociedad Anónima familiar consigue elevar su activo a 566.351 pesos y la suya alcanza un valor de 36.179.204 pesos. Es decir, en apenas un año triplicó el valor total de sus inmuebles y duplicó el de sus sociedades. Pero lo más llamativo es que el sheriff declara poseer bajo el colchón, es decir, en efectivo, una suma de dólares americanos equivalente a 35.437.813 pesos, que al cambio de la época representaban unos 420.000 dólares. En el ítem “origen de los fondos” se lee “ingresos propios”, aunque en el rubro “ingresos por todos los trabajos” figure un salario anual neto de 3.409.519 de pesos.
Una última aclaración: las valuaciones de los inmuebles que figuran en la Declaración están ampliamente subvaloradas, como es uso y costumbre en el país. Si se estiman los precios de mercados a cada una de sus propiedades, habría que concluir que nuestro esmerado soldado se hizo multimillonario en sus ratos libres.
“La palabra del presidente es una palabra devaluada. Cristina Kirchner no tiene norte, no sabe dónde ir”, declaró en una de sus últimas entrevistas televisivas. La inmensa rueda del capitalismo global, que avanza inexorablemente hacia la concentración de las riquezas y la catástrofe planetaria, es el caldo de cultivo para la cultura del descarte, la pedagogía de la crueldad, la apelación a la tiranía del orden natural de las cosas y la exaltación del deber ser. Al fin y al cabo, el fascismo es una respuesta sencilla (y violenta) a los problemas complejos que afronta hoy la humanidad.
En nuestro país, la ultraderecha no es patrimonio exclusivo de economistas libertarios, grupos nacionalistas católicos, militantes del pañuelo celeste o candidates cambiemitas que se preparan para volver mejores a la Casa Rosada. El kirchnerismo engendró a su propio facho, con la intención de pescar en el río revuelto de la derechización del electorado. Si la crisis del Frente de Todos se profundiza y el sistema político continúa implosionando, le puede salir el tiro por la culata.