las patillas de kicillof | Revista Crisis
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las patillas de kicillof
Dice que vienen épocas de vacas flacas, por no decir de vacas muertas. Quiere construir una solución bonaerense a los problemas argentinos. Apunta contra “los medios porteños” que se hacen pasar por nacionales, mientras cuenta la historia íntima del cuadro de Rosas. Descarta una guerra con el campo y se prepara para la batalla por la coparticipación. Una entrevista al gobernador de la Provincia de Buenos Aires, más allá de la pandemia.
Fotografía: Santiago Hafford
30 de Marzo de 2020
crisis #41

 

El origen de esta entrevista se remonta al invierno del 18. Kicillof trabajaba como diputado nacional pero buena parte de su tiempo lo invertía en un memorable raid electoral que quedará en los anales de las campañas argentinas. En el Centro Cultural Morán, barrio porteño de Villa Pueyrredón, me explicó las tres opciones que se le presentaban: a) encabezar la lista a senador por la Capital Federal, a pedido de La Cámpora; b) candidato a presidente o vice, en el caso de que “la Jefa lo decida”; c) apostar por la Gobernación de la provincia de Buenos Aires, tal su íntimo deseo. Nunca entendí por qué elegía la que a todas luces era la peor opción —si ya era difícil torcer la resistencia del peronismo bonaerense, que pretendía ubicar en ese puesto a un intendente; ganarle la elección al as de espada del macrismo resultaba en ese entonces una quimera.

Casi dos años más tarde, ahora en su despacho de la Casa de Gobierno de La Plata, dediqué la primera pregunta del cuestionario a resolver aquella intriga. Antes de responder, Axel dio su visto bueno para que el fotográfo registrara los adornos que decoran la imponente oficina. “Escondé la hoz y el martillo, Jesi”, le dijo en broma a su ministra de Comunicación Pública.

 

¿Por qué decidiste ser candidato a gobernador? ¿Sabías que te iba a ir bien o es lo que te impuso el proyecto político?

—Fue en función del proyecto político. Había una necesidad de oposición en la Provincia de Buenos Aires. La exgobernadora Vidal era una especie de cometa Halley de la política argentina y yo sentía que faltaba un diagnóstico crítico de lo que estaba sucediendo en la Provincia, porque teníamos una pésima gestión y mucho deterioro. Lo que produjo el macri-vidalismo fue una fuerte desindustrialización y obviamente un proceso de exclusión y pauperización, con epicentro en la Provincia de Buenos Aires. Desde un punto de vista coyuntural, incluso cuando la figura de Macri ya estaba en declive, de Vidal no hablaba nadie. Y las voces que la cuestionaban estaban en sordina, gracias al blindaje mediático. Mi preocupación principal era que yo veía en fermento un rechazo muy extendido, un proceso de unificación del campo popular que se estaba dando desde abajo hacia arriba. Faltaba consolidar un frente político, después marchar hacia un frente electoral, y ahora estamos en la etapa de consolidar la coalición de gobierno.

¿No tuvo que ver entonces con un balance de tu gestión como Ministro y la importancia decisiva de la Provincia en un proyecto de desarrollo que vaya en serio?

—Sí, porque mi visión del desarrollo tiene que ver con la producción en general y la industria en particular. Y el peso que tiene la Provincia de Buenos Aires en el tejido industrial argentino es bastante superior al peso que tiene en la población. Es el corazón industrial del país. No hay forma de que el país arranque sino arranca la Provincia de Buenos Aires. Para decirlo de una forma sintética: no hay Provincia sin Nación, pero tampoco hay Nación sin Provincia. En mi experiencia en el Ministerio teníamos una relación con el territorio bastante indirecta, y en alguna medida las decisiones de políticas y los programas nunca encarnan para quien la mira como funcionario nacional. Obviamente, las decisiones macroeconómicas ahora se nos escapan porque no son atribuciones provinciales, pero hay un papel fundamental del gobierno de la Provincia. Lo que pasa es que hay que fundarlo, hoy no existe. Vidal fue gobernadora, pero no hubo un gobierno de la Provincia. Y se nota por todos lados.

“Si uno suma los presupuestos de los 135 intendentes de la Provincia, para el año pasado fueron 380.000 millones de pesos; y el presupuesto de Larreta es de 350.000 millones. No me parece que después venga un observador externo y diga: eh, qué mal que gobierna el peronismo la Provincia de Buenos Aires”.

 

un caudillo en el siglo xxi

El Frente de Todos posee hoy por hoy tres figuras claves. Y la fórmula que le permite a ese triángulo mantenerse amalgamado es el tiempo. Cristina Kirchner constituye la reserva estratégica, expresión de un pasado que funciona como activo y base de sustentación de la mayoría electoral oficialista. Alberto Fernández es puro presente, llave maestra de una articulación de fuerzas heterogéneas que a los tumbos intenta pilotear al país en medio de la tormenta. Axel Kicillof representa el futuro: ficha limpia, fenómeno electoral, intelectual de peso.

Ahora bien, Kicillof es un especimen raro del sistema político vernáculo. Tiene un discurso ideologizado pero parece un outsider. Es a la vez temerario y pragmático. Se enoja y despotrica, pero siempre anda riendo. Rosquea de lo lindo en el peronismo, pero dirige al estilo soviético. Un economista con votos. Sus gestos de populismo son austeros, aunque dos por tres hace gala de un filosa audacia simbólica: “Gracias, presidente @alferdez, ya tengo en mi despacho este gran cuadro”, decía el texto de un tuit publicado el 21 de febrero, junto a una foto donde se lo ve colgando la pintura de Rosas.

La ocurrencia causó revuelo por la resonancia con aquel acto simbólico fundador del kirchnerismo, cuando el presidente Néstor ordenó arriar la foto de Videla. También por la incursión en la historia del siglo XIX a través de la espinosa figura de “el Restaurador”, biografía polémica si las hay. Axel cuenta una anécdota casi frívola: “ya había un retrato de Rosas en mi despacho pero lo habían pintado con un jopo en el pelo rarísimo, parecía Milei. Le conté mi desgracia a Alberto y él me dijo que tenía uno muy bueno y que me lo iba a mandar”. La operación historiográfica, sin embargo, no parece ingenua. El gobernador tiene en mente una verdadera refundación de la Provincia. Y para eso hacen falta luces largas.

 

Dijiste algo muy interesante: el gobierno de la Provincia de Buenos Aires no existe, hay que fundarlo. Esa carencia, ¿viene de hace mucho o es parte de la herencia que dejó María Eugenia Vidal?

—Vidal fue la culminación y el agotamiento absoluto de una Provincia sin Gobierno. Voy a lo concreto: hay definiciones sobre la naturaleza, las funciones, los alcances, la vinculación con los municipios, que no están en manos del gobierno de la Provincia. Tiene responsabilidades y obligaciones inmensas, eso sí, pero no hay una delimitación clara acerca de cuáles son las atribuciones del gobierno nacional, cuáles las del gobierno provincial y cuáles recaen en los municipios. Se superpone todo y no por un diseño mal hecho, sino a veces por necesidad, o por un proceso histórico, por los diferentes ciclos y capas que fueron transcurriendo. Esto no se resuelve en el pizarrón, no es un trabajo intelectual. Hay cosas que están mal concebidas, otras que se han deformado, y otras que han quedado fuera de época o anacrónicas y no funcionan más. Pasa en rubros tan básicos como la Salud, la Educación, la propia Seguridad. Esta superposición muchas veces genera caos, no solo por falta de recursos que es un hecho, sino por falta de optimización del gasto. Muchos dicen que el problema aparece con la vuelta de la democracia, porque la dictadura fue el primer golpe fuerte de neoliberalismo y si algo le hace mal a la Provincia son los modelos de hegemonía financiera, desindustrializadores.

¿Pero vos pensás que el problema viene incluso de más atrás, cierto?

—Sí, quizás sea incluso un problema de origen. Este año se cumple el Bicentenario de la Provincia. Hace tiempo que vengo leyendo historias de la Provincia de Buenos Aires. Ahora estoy con Ricardo Levene, que escribió su libro en los cuarenta. Ya me leí los seis tomos de UNIPE...

Hace unas semanas colgaste el cuadro de Rosas, ¿reivindicás su figura o fue un acto meramente simbólico?

—¿Quién puede hablar de la Provincia de Buenos Aires sin reconocer la importancia de Rosas? A uno le puede gustar o no como personaje histórico, en realidad ninguno de nuestros antecesores resiste el código contemporáneo de convivencia... la figura más sencilla para reivindicar, porque resulta menos polémica y no menos importante, es Dorrego. La propia fundación de la Provincia es a la vez un proceso de delimitación de la identidad de Buenos Aires. Uno simpatiza con los federales precisamente porque plantean que Argentina es mucho más que Buenos Aires. Pero lo cierto que a partir de allí, lo que vienen son todas pérdidas para la Provincia: de la Aduana y el puerto, pérdida incluso de la Capital de la Provincia en su federalización. Por eso hoy decís “soy de Buenos Aires” y hay una ambigüedad. No estoy haciendo revisionismo, lo que quiero decir es que la Provincia de Buenos Aires es la más grande y con mayor peso en el producto, en territorio, en población, en producción, pero a veces a uno le llama la atención que se habla de “la Capital y el Interior”, ¿y la Provincia dónde queda en esa repartición?

Precisamente Rosas propone un federalismo que no es el de las provincias, porque defiende la centralidad de Buenos Aires; pero está en contra de los unitarios, que apuestan al capital extranjero. Es una tercera posición.

—Sí, es una figura riquísima y en el período que gobernó tuvo lugar una transformación muy fuerte de la Provincia de Buenos Aires, con rasgos modernos, poscoloniales. Esa transición termina con la derrota de Rosas, y nuevas pérdidas para la Provincia. Igual, lo que a mí me interesa es el problema de gobernabilidad que existe en la Provincia hoy, que tiene que ver con los niveles de gobierno imperfectamente articulados. Y hay también algunos rasgos históricos que permiten darle una vuelta de tuerca a la cuestión de la Provincia. Tenemos una buena ocasión: los 200 años, una nueva etapa neoliberal terminada y agotada democráticamente, aunque estamos sujetos a grandes condicionamientos. Si logramos poner en marcha un proceso de reindustrialización, de recuperación productiva, laboral, de derechos... a la Provincia se le va la vida en esta oportunidad. Y hay que trabajar en muchos planos: en el de la gestión material, de servicios, de recursos, de bienes, pero también hay un plano simbólico y cultural que vale la pena pensar de nuevo. Parece abstracto pero es algo muy concreto: si la Provincia de Buenos Aires no define su posición va a seguir estando postergada, porque yo creo que la Provincia está postergada.

¿Cuáles serían las tareas que definís como estratégicas para el gobierno de la Provincia?

—Hay varias. Un tema es el papel de la Provincia en la distribución de los recursos. Es una discusión que se lleva buena parte de la historia política de la Argentina, la relación entre el gobernador y el presidente, para ponerlo en términos personales cosa que no me gusta. Los números son claros: en la Provincia de Buenos Aires ocurre el 40% de la actividad económica argentina y por lo tanto el 40% de la recaudación del país se tributa en la Provincia; de esa masa de impuestos coparticipables, una parte va para la Nación y la otra se reparte entre todas las provincias. Si uno mira el resultado, Buenos Aires aporta el 40% de los recursos totales y recibe el 14%. O sea, hay una fuerte cesión de recursos generados en el territorio de la Provincia. Ahora, esa generación de recursos supone necesidades. Y si uno mira las estadísticas del Indec, el 60% de los pobres del país están en la Provincia. Más o menos el 55% de los desempleados están en la Provincia de Buenos Aires...

Pueden responderte que un porcentaje similar del presupuesto nacional asignado a programas sociales se invierte en la Provincia de Buenos Aires. Sin embargo, a vos te interesa discutir la coparticipación.

—Sí, por el momento lo quiero poner sobre la mesa. Porque se escucha que hay algún privilegio para la Provincia porque Nación le cubre una parte del costo del transporte, vía subsidios. Pero si se produce el 40%, es porque hay transporte; sino no se produciría tanto. “Ah, pero que lo pague la Provincia”. Bien, pero entonces tengo que recaudar. Yo no estoy planteando una solución, lo que quiero es que estemos todos en la misma página. Además, me parece una injusticia cuando uno recorre algunas calles del conurbano bonaerense, y del interior de la Provincia también, y no hay asfalto, no hay cloaca; pero cruza la General Paz y hay otras condiciones de infraestructura en la Ciudad de Buenos Aires. ¿Por qué? Si uno suma los presupuestos de los 135 intendentes de la Provincia, para el año pasado fueron 380.000 millones de pesos; y el presupuesto de Larreta es de 350.000 millones. Cuando acá hay más de 17 millones de habitantes y en la Ciudad hay tres millones, acá hay 300.000 kilómetros cuadrados y allá hay 300. Entonces, lo que no me parece es que después venga un observador externo y diga “eh, qué mal que gobierna el peronismo la Provincia de Buenos Aires”. Pará, hace mucho tiempo, demasiado tiempo, que no hay plata. Y digo más: en la época de oro de la Provincia de Buenos Aires, que coincidió con la etapa de industrialización de la Argentina, que además fue cuando recibió una migración interna muy grande, porque había trabajo, había derechos, había oportunidades, y se invirtió también en infraestructura: planes de vivienda, salud, educación, agua y saneamiento, puertos, rutas. Todo eso se hizo predominantemente en aquella época, durante el primer peronismo, (otro gran gobernador olvidado, Domingo Mercante) y después nunca más hubo recursos en serio para la Provincia.

Durante el kirchnerismo los laburantes aumentaron sus ingresos pero no hubo una movilidad social ascendente tan clara. Quiero decir: se consumía mas, incluso alcanzaba para comprarse un auto, pero la vivienda seguía siendo la misma. Luego, cuando muchos perdieron el empleo volvieron al punto de partida, es decir a los mismos barrios.

—Mirá... son fenómenos complejos, multifacéticos, como para decir: pasó eso. Sí es cierto que hubo una mejora de ingresos que, cuando se consolida en el tiempo, permite acceder a muchos bienes a los que antes no se accedía. La vivienda es más difícil, pero eso tiene que ver con muchos factores, por ejemplo el precio de la tierra; podría ser que con esos mismos ingresos se accediera a la vivienda, de hecho cuando lanzamos el plan Procrear fueron 200.000 en todo el país, que es insuficiente... 900.000 viviendas se precisan solo en la Provincia de Buenos Aires según uno de los números entre tantos que flotan por ahí. No sé, recuerdo una frase de Néstor Kirchner, que decía: “hacen falta veinte años para salir de donde nos dejó la etapa neoliberal anterior”. Quiere decir que son procesos prolongados y necesitan políticas de planificación del desarrollo, con estabilidad. Argentina es un país que ha sido en su historia muy vulnerable a los ciclos económicos internacionales. Ahora cayó 30% el precio del petróleo y vamos a ver qué pasa con los commodities. Estas cuestiones también son parte del problema, no depende solo de la voluntad política.

“Argentina es un país que ha sido en su historia muy vulnerable a los ciclos económicos internacionales. Ahora cayó 30% el precio del petróleo y vamos a ver qué pasa con los commodities. Estas cuestiones también son parte del problema, no depende solo de la voluntad política”.

 

gobernar en el desierto

Cualquiera diría que la Gobernación le queda grande. La remerita ceñida y las zapatillas de tela no encajan del todo bien en el palacete renacentista de altísimos techos y escalera magnánima. Sus primeros días al frente de la Provincia fueron desconcertantes. Dos veces lo vimos desencajado y, acto seguido, haciendo puchero: primero con los legisladores del “macrividalismo” que rechazaron la reforma impositiva, luego con los fondos de inversión por el tema de la deuda. También supimos de las tempranas protestas de “los machos del off”, que se sienten excluidos del reparto de cargos provinciales. Y nos indignamos con los escandaletes de su machirulo de Seguridad, Sergio Berni.

Pero Kicillof tiene experiencia en la gestión y sabe que se trata de una carrera de fondo. Se construyó un anillo de confianza en la cima del ejecutivo y ubicó en las segundas líneas a una camada de militantes decidida a transpirar la camiseta. ¿Podrá perforar la maldición que se cierne históricamente sobre los gobernadores de la Provincia de Buenos Aires? ¿O, como cada uno de sus predecesores, sucumbirá en la ciénaga de un territorio tan promisorio como ingobernable?

Por lo pronto, mientras asegura que ha logrado imprimirle un “schock de gestión” a la Provincia, Axel cultiva dos recursos valiosos para los tiempos que corren: el realismo y el humor. “Nos toca gobernar en un período de vacas flacas... que pueden convertirse en vacas muertas”.

 

Cuando hablás del proyecto de desarrollo siempre apelás al sector industrial como sujeto clave, sin embargo en la Provincia el actor más potente es el agroexportador.

—No sé si el más potente. La industria argentina es en gran medida un hecho de la Provincia de Buenos Aires. Los principales capitales y empresarios argentinos, en una proporción mayoritaria, tienen su fábricas y producen en la Provincia. La producción agropecuaria es importantísima y tiene actores diferenciados; hay producción agraria en base a la economía social, pequeños productores, los llamados chacareros, los arrendatarios pero también los que son propietarios y las dan en arrendo para que produzcan unidades más grandes, la verdad es que la sociología rural de la Provincia de Buenos Aires es bien plural y muy rica. Me parece que se simplificó con esto de llamarlos “el campo”. Además, el campo resulta no ser solo tierra, animales y plantas, es también gente.

Vos recorriste en campaña todo ese territorio donde el ruralismo es fuerte. ¿Cómo te fue?

—Excelente experiencia. Y ni una mala.

¿Cómo se entiende que ya estén en conflicto con el nuevo gobierno? ¿Ves posible incorporarlos a un proyecto de desarrollo nacional?

—No solo hay posibilidad, sino que no existe otra opción. Las propuestas de fondo tienen que ver con la agregación de valor en origen, lo que nosotros llamábamos industrializar la ruralidad, que básicamente implica que en los pueblos, las ciudades y los municipios de producción agropecuaria, haya también empleo vinculado al procesamiento de esa materia prima. No hay quien se niegue a eso. Después, todo lo que tiene que ver con la logística, el transporte, lo financiero, el proyecto de una banca de desarrollo, la mejora de los puertos, cuestiones tan básicas como la comunicación, la electrificación rural, yo creo que en grandísima medida coincidimos. Hay además problemas históricos que tienen que ver con la importancia de la aduana y del puerto de la Provincia de Buenos Aires, es decir con los impuestos a las exportaciones y/o a las importaciones, decisivos a la hora de determinar la rentabilidad. Toda la lucha entre unitarios y federales es finalmente por quién decide los impuestos a la exportación. Una de las discusiones más viejas que hay en la Argentina: cuánto se paga, quién lo cobra, cómo se distribuyen esos recursos y la influencia de esos impuestos en las rentabilidades.

Intuyo que ahora como gobernador ves el conflicto con el campo de otra manera que cuando eras ministro.

—Lo que pasa es que yo no puedo imaginar un proyecto de Provincia que no contemple... y no lo planteo. Nos necesitamos uno al otro imperiosamente. Para mí no hay un dilema entre campo e industria, creo que hay una solución no solo virtuosa sino necesaria de aticulación entre la producción primaria y la industrial. Así como Vaca Muerta no es sacar petróleo, meterlo en un caño y mandarlo a que lo refinen en otro país, sino que es imperioso construir cadenas de valor... por eso esto de provincia petrolera. Además, hay diferencia de miradas y a veces de intereses entre las pequeñas y grandes unidades productivas, entre las que tienen como destino al mercado interno y las que son eminentemente exportadoras, entre las que necesitan más mano de obra y las que no tanto, las que están más cerca del puerto y los que se ubican más lejos, las que hacen soja y las que hacen trigo; si uno se pone a hilar fino hay una variedad, una riqueza de situaciones que hace muy difícil unificar todo en un único sujeto.

Pareciera que ponés el énfasis en la gestión y en la posibilidad de desplegar articulaciones eficaces, pero vos siempre planteaste que hay problemas políticos que resolver.

—Es que es lo mismo. Y en la Provincia de Buenos Aires se ve bien. Esto que decía no es una cuestión técnica, sino algo profundamente político porque pone en discusión el vínculo entre los intendentes, el gobernador y el gobierno nacional... La única solución posible es política, no es técnica, porque involucra una transformación de la Provincia en aspectos que están muy arraigados, en ese sentido el sistema es muy conservador. Aún en su ineficacia.

Pero, ¿no hay además intereses antagónicos en juego?

—Sí, también hay intereses antagónicos, por supuesto. Lo que pasa es que los intereses antagónicos en la realidad no se resuelven a través de una guerra en la que gana uno y pierde el otro. Se resuelven a través de un proceso, y yo creo que la mejor solución es la que involucra una transformación positiva. El conflicto presunto entre industria y campo se resuelve industrializando el campo y procesando la materia prima localmente. Hay que tratar de no congelar el conflicto en situaciones antagónicas. Por supuesto que hay intereses y cuando a uno le toca administrar o gestionar, lo que está administrando son esos conflictos. Pero claramente en la Provincia de Buenos Aires hay que partir del agotamiento del sistema actual en su capacidad para mejorar las cosas. Esto requiere pensarlas de nuevo y acordar políticamente, es decir ceder y negociar, tanto en el uso de los recursos como en las atribuciones de cada una de las jurisdicciones. Un ejemplo: en la Provincia de Buenos Aires existen 21 universidades, que no coordinan ni entre ellas ni con el gobierno provincial, no existe un plan universitario provincial. Cada universidad está localizada en un municipio, y muchas veces están financiadas por el gobierno nacional. ¿Qué dicen algunos? “Ah, mirá qué piola el Gobernador: no pone el territorio ni la plata y quiere articular todo esto”. Bueno, yo creo que alguien lo tiene que articular, porque entonces ganamos todos, se va a potenciar lo que hay, se van a encontrar áreas de vacancias, oportunidades. Por decirlo con terminología económica: demandas que no están siendo escuchadas y ofertas mal dirigidas. Y esto pasa en cada uno de los planos. Eso requiere de un grado de circulación de información y de coordinación entre áreas de gobierno que hoy no está. Y las cosas se hacen, porque hay un trabajo inmenso de los intendentes que finalmente son la primera ventanilla del Estado, reciben los reclamos y le buscan una solución, ante la ausencia de la Provincia o la lejanía de la Nación. Hay que visibilizar el problema, para hacerse cargo. Durante mucho tiempo la impronta fue la opuesta: invisibilizar, correrse, lavarse las manos, “yo no tengo nada que ver”.

“La única solución posible es política, no es técnica, porque involucra una transformación de la Provincia en aspectos que están muy arraigados, en ese sentido el sistema es muy conservador. Aún en su ineficacia”.

 

¿No tenés un poco de miedo de que las críticas condiciones económicas arruinen tus grandes planes para la Provincia?

—Para usar una expresión de La Pampa, yo creo que hay épocas de vacas gordas y épocas de vacas flacas, que tienen que ver con condiciones internacionales: los precios de los productos que nosotros podemos vender como país, los costos de importación, fenómenos como las guerras comerciales, la inestabilidad financiera, ahora la Pandemia. Yo vengo diciendo desde la campaña que la crisis de 2008 no está resuelta y tiene nuevas manifestaciones. Creo que un gobierno nacional y popular, dentro de la tradición del peronismo, lo que puede hacer es tomar decisiones tendientes a preservar y atender las necesidades nacionales, cosa que a un gobierno como el anterior no le sale. Es decir, ante cada circunstancia, por compleja que sea, hay que saber bien cuáles son las prioridades, dónde poner los recursos, y ser suficientemente capaz para comunicarlo. Me parece lógico que haya mucha exigencia y poca tolerancia en una situación que es dura, por eso hay que ser muy transparente y claro en explicar cada recurso que hay en qué se usa, cómo, y por qué. Nuestro enfoque en ese sentido es el de las prioridades, no el de las promesas: el hambre, la infraestructura escolar, los insumos hospitalarios.

También hay poderes en la Provincia que te pueden desestabilizar de un día para otro, como la cuestión carcelaria o la policía bonaerense. ¿Cómo encarás estas problemáticas?

—Hacen falta recursos pero también hay posibilidades de mejorar con lo que hay, incluso en estos temas tan complicados e importantes. La Policía de la Provincia de Buenos Aires tiene más de 90.000 efectivos, por encima de la suma de todas las fuerzas federales. Hay que lograr la mejor distribución y uso de esos recursos y eso implica que algunas cosas que estaban muy desmadradas, hay que ordenarlas. Vamos a presentar un Plan Provincial de Seguridad para dejar en claro qué se necesita, qué se puede abordar y qué vamos a hacer con eso.

¿Pero qué se hace cuando una policía tan grande como la bonaerense parece ser parte del problema y no de la solución?

—Yo no creo, de ninguna manera. Me parece que hubo falta de planificación, de conducción, de manejo. No digo que el problema sea fácil pero hay que abordarlo.

Otra vez pareciera que estás poniendo el foco en la gestión, a costa de despolitizar el problema.

—No, la solución es política. Tenemos que concertar entre Nación, Provincia y Municipios, un esquema de seguridad lo mejor posible. O sea, hay que convencer, juntar voluntades, encontrar liderazgos, transformar lo existente. La Policía de la Provincia, también la cuestión penitenciaria, son problemas pendientes hace muchísimo tiempo. De lo que estoy seguro es que no se trata de una cuestión de marketing. Claro que tiene un elemento de gestión, pero que es tremendamente político: hay que traer un proyecto, hacerlo conocido, conseguir acompañamiento, consensuar, y finalmente se trata de mejorarle la vida al pueblo de la Provincia de Buenos Aires.

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