A mediados de 2001 en el Alto Río Corinto, un paraje alejado de Esquel y Trevelin que pocos conocen, una empresa minera irrumpió en los terrenos de una comunidad mapuche para buscar oro. La comunidad les cerró el paso, les interpuso demandas judiciales. Los mineros finalmente se fueron: o terminaron su trabajo o no encontraron la suficiente cantidad de oro como para quedarse.
A los pocos meses la misma firma presentó el proyecto minero El Desquite, a sólo seis kilómetros de Esquel. La empresa se llamaba también como su plan y era la subsidiaria local de una compañía canadiense de nombre Meridian Gold. Gonzalo Tanoira, hijo de la cineasta María Luisa Bemberg y de un polista, era uno de sus gerentes y accionistas principales.
En aquella época, con un precio del oro cercano a los U$S 400 por onza (una onza troy equivale a 31,1 gramos) y reservas calculadas en casi cuatro millones de onzas, Esquel adquiría características de un proyecto de mediana envergadura comparado con algunas minas monstruosas que existían en América Latina. Pero las condiciones legales, impositivas y económicas que se le garantizaban a la empresa lo convertían en una inversión interesante.
Una ley que no tiene sentido
En Argentina a partir de 1993 un conjunto de leyes nuevas y transformaciones de marcos jurídicos precedentes establecieron las normas legales para la acción de los capitales mineros. Las principales transformaciones se encuentran en el Código de Minería, y las leyes de inversión minera. Específicamente:
> Ley de Inversiones Mineras (24.196)
> Ley de Reorganización Minera (24.224)
> Acuerdo Federal Minero (24.228)
> Ley de Modernización Minera (24.498)
> Ley de Actualización de la Ley de Inversiones Mineras (25.429)
Antes de esto, el Régimen de Inversiones Extranjeras, promulgado en 1993 bajo la Ley 21.382, había establecido el marco para las inversiones extranjeras en general.
Las reformas al Código de Minería, entre otros puntos, establecen los siguientes principios:
-Derechos de propiedad perpetuos, transferibles y no discriminatorios: el derecho a explotar y usar la mina es exclusivo y su espectro es amplio, es perpetuo y transferible sin discriminación de nacionalidad del comprador , permitiendo la venta y leasing del activo, siendo también susceptible de hipoteca y demás derechos reales sin necesidad de autorización previa.
-Inexistencia de restricciones por sustancia: el Código de Minería se basa en la posibilidad de explotación privada sin exclusiones de cualquier sustancia mineral (inclusive estratégicas, nucleares y otras) a diferencia de otros países.
-Barreras de acceso a las tierras casi inexistentes: hay muy pocas barreras para acceder a las áreas mineras a diferencia de lo que sucede en otros países como consecuencia de los derechos de los aborígenes y temas relacionados con Parques Nacionales.
Si bien con los distintos cambios de gobierno nacional algunas condiciones, como los montos de retenciones y el libre acceso al mercado cambiario se fueron modificando para estas empresas, los ejes legales rectores de la actividad minera se mantuvieron inalterados. Sin la reforma del Código de Minería, de la Ley de Inversiones Mineras y de la ley de Inversiones Extranjeras, que les sirve a las demás como paraguas, las comunidades y poblaciones que resisten la minería se encuentran limitadas al ejercicio de la acción directa.
el veneno te lo dejo
En el Cordón de Esquel, el oro se presenta diseminado en la roca, y para sacarlo hay que detonar muchas toneladas de piedra, después molerlas y luego tratarlas con una solución de agua con cianuro de sodio. Esa solución cianurada se alía a los metales del polvo triturado y decanta en unas grandes piletas, en lo que se denomina el proceso de “lixiviación”. Después se la vuelve a tratar químicamente y se recuperan los metales. En el mejor de los casos, se funden en una barra doré (un lingote muy grande y pesado que tiene a todos los metales interesantes mezclados) y se los saca del país rumbo a fundidoras y refinadoras extranjeras.
Pero el material tratado con la solución cianurada permanece expuesto al ambiente y sigue atravesando el proceso de lixiviación aún cuando ya no contenga oro. Lo mismo ocurre con los millones de toneladas de rocas que fueron removidas y expuestas a la atmósfera. Además, todos los desechos tóxicos y los remanentes sin valor se acumulan en enormes “diques de colas” de aguas y barros tóxicos que igualmente quedan a cielo abierto. Entre otros, estos elementos del proceso de extracción dan lugar a drenajes ácidos que se filtran hacia las napas subterráneas y pueden contaminar las aguas.
se calienta la olla
A comienzos del siglo veinte, en Esquel uno salía a caminar y se topaba constantemente con tomas de tierras y casas hechas apenas con unos trozos de cantonera y nylon negro. ¿Quién puede imaginar los fríos que familias enteras chuparían en esos ranchos de piso de tierra? Lo que pasaba en las calles de las ciudades el 19 y 20 de diciembre de 2001, se veía por televisión, pero también se veía cerca cómo La Anónima y otros comercios más chicos entregaban alimentos que eran llevados a los barrios y repartidos de maneras poco dignas. Como en muchas otras localidades, Esquel se divide entre “el centro” y “los barrios”. Por supuesto, “el centro” tiene asfalto y comercios y “los barrios”, ripio y pobreza.
Por aquellos años, después de los mapuche, los primeros en llamar la atención sobre el proyecto minero fueron los miembros de la Asamblea de Vecinos de Esquel. Sí, también en aquel rincón del sur había asambleas de vecinos. Habían empezado en 2002, impulsadas por miembros de partidos de izquierda y se trataba de hacerlas siempre en escuelas de “los barrios”. No eran muy numerosas pero estaban. Casi al mismo tiempo se empezaron a escuchar voces de investigadoras y docentes de la Universidad local, la San Juan Bosco, manifestando su preocupación sobre el impacto ambiental del proyecto y la posible contaminación del agua subterránea.
No habían sido años tranquilos en Esquel. A partir de 1996, la lucha contra el basurero nuclear en Gastre había despertado la conciencia defensiva de la población. Desde el 2000 se sucedían los conflictos. Los docentes habían estado más de un año reclamando por aumentos salariales e incumplimientos paritarios. Como el sindicato no vehiculizaba adecuadamente la protesta, se organizaron por fuera de la estructura gremial y dictaminaron acciones directas decididas en asamblea. Fueron los “Docentes Autoconvocados de Esquel”. Los viales estuvieron en huelga hasta que renunció el Director Provincial. A los bancarios les debían sueldos y se rumoreaba que se podría privatizar el Banco del Chubut: tomaron el edificio y organizaron una asamblea dentro. Y muchos otros conflictos, que no encontraban solución dentro de los canales predeterminados e institucionalizados de las estructuras formales, estallaron en forma de asambleas y pequeñas democracias directas. Por eso, la Asamblea de Vecinos por el No a la Mina de Esquel no era producto de la generación espontánea. Era la manifestación de un cúmulo de experiencias previas.
Pero desde las laderas de los cerros que rodean al pueblo, los vecinos de “los barrios” esperaban el fin de la veda invernal para retomar trabajos de albañilería, jardinería y casas particulares. Más de un 30% de la población en condiciones de trabajar no tenía empleo en Esquel ¿Tal vez la mina fuese un opción?
no beber
“Yo me fui a anotar porque un día subo a la casa de mi hermana. Estaba desesperada por conseguir trabajo, para bancarme los estudios. Entonces mi hermana me dice: ‘sabés que Daniel -Daniel es mi sobrino- se fue a anotar, viste que vienen los de la minera, aunque sea para pelar papas. Andá, andá a anotarte’. Porque por ahí el drama de mi familia es que no quieren que haga dedo para llegar a la facultad y con eso me alcanzaba para el colectivo. Para los libros me arreglo.”
Mariana cuenta en 2004 esto que le pasaba. Su derrotero es el de mucha gente “de los barrios” que vivió la llegada de la empresa minera con expectativas de trabajo. Sin embargo, a poco de preguntar los requisitos, le pidieron secundario completo, manejo de inglés, experiencia laboral.
“En la secundaria yo ví inglés, pero hablar inglés… ni una palabra, ni ahí. Capaz me sale mejor una palabra en mapuche que en inglés. Bueno, si había trabajado en otros lugares, como niñera, en la Municipalidad juntando basura, porque eso es lo que hice, así terminé la secundaria. Y empecé a contar eso y llené una planilla y la firmé y me fui”.
Después Mariana fue a la facultad, donde estudiaba Derecho, y escuchó a un docente decir que existía la posibilidad de contaminación de las aguas producto de los trabajos mineros. Habló luego con un vecino que había comenzado a trabajar en la mina y éste le contó: “los yanquis no toman el agua de ahí arriba”. Mariana sospechaba que eso por algo debía ser. Y que los yanquis se vestían “todos onda astronauta” y no dejaban que la gente que iba a trabajar desde los barrios tomara agua. “A uno que lo agarraron sacando agua lo echaron directamente”, le contaron. “Ah, entonces acá ya nos están contaminando”, pensó ella. “Entonces ahí empezó todo - dice ahora- Ahí yo empecé a venir más seguido acá a la asamblea”.
Auto-educación popular
La Asamblea de Vecinos Autoconvocados por el No a la Mina de Esquel desbordó rápidamente a la Asamblea de Vecinos de Esquel que había sido su origen. Se llenó de gente que, interpelada por el peligro minero, nunca hubiera aparecido para discutir una agenda de izquierdas. Comerciantes, hoteleros, profesionales de la salud, docentes, agricultores, abogados convirtieron a la asamblea en una suerte de microlaboratorio que replicaba la estructura social del pueblo a pequeña escala. Incluso los excluidos locales estaban excluidos de la asamblea, hasta esa perfección llegaba la maqueta: la gente de los barrios no iba. Los mapuche, organizados en sus propios espacios, tampoco. Actuaron contra la minería de manera temprana y crucial, pero independientemente del espacio de los “vecinos”, aún cuando confluyeran en acciones y objetivos. Del mismo modo, las élites locales tampoco fueron a la asamblea. Ni los políticos, ni los grandes empresarios (muchos de los cuales estaban a favor del proyecto minero), ni los terratenientes. Se siguieron moviendo en la oscuridad a que estaban y están habituados.
La necesidad de sumar gente y el temor de que la gente de “los barrios” se volcara a favor de la minería debido a las promesas de trabajo impulsaron un enorme proceso de auto-educación popular. Charlas-debate, proyecciones de documentales, médicos, militantes y científicos subieron a las escuelas de los “barrios”, las iglesias y las sedes de las juntas vecinales para conversar sobre los riesgos de la minería. En pocas semanas, todo el mundo supo qué era el cianuro, que el agua corría peligro, que en otros lugares de América ya había pasado lo que querían hacer en Esquel y los resultados no habían sido buenos.
Y todes iban a las marchas. Porque si la asamblea proponía, era la población la que disponía, haciéndose presente en las movilizaciones callejeras que fueron la forma de expresión masiva y poderosa de un movimiento que tenía sus NO, aun cuando muy diversos, muy claros.
En las marchas estábamos todes. Las contradicciones de un movimiento tan amplio se podían ver en una sola cuadra de manifestación: la sociedad rural marchando junto a los mapuche; los trotskistas junto a los curas locales, los peronistas con los radicales.
Las movilizaciones, que se iniciaron un 4 de noviembre de 2002 para suspender la audiencia pública que era el paso previo al inicio de la explotación, crecieron paulatinamente, hasta alcanzar proporciones impensadas. Fueron, sin duda alguna, los actos públicos de mayor envergadura que haya atestiguado la ciudad. Las columnas eran tan largas que cuando la cabeza de la marcha estaba doblando sobre la 25 de Mayo se podía mirar hacia atrás y se veía, a varias cuadras de distancia, a la gente todavía saliendo de la plaza San Martín, desde donde se había partido.
En las marchas pasaban también muchas cosas, muchas más de las que se planteaban en las asambleas. Quizás allí se delineaba un plan, se trazaba un recorrido, se pensaban acciones, pero la multitud desbordaba lo planificado para alimentar la movilización con colores, olores y sabores que a nadie se le hubieran ocurrido. Y a las marchas sí venía la gente de “los barrios”. Decía Mariana:
“A la gente del barrio no pude traerlos a la asamblea. No quisieron. Decían que por ahí, como iba gente del centro, ellos no tenían la ropa adecuada y los iban a mirar de menos, viste. Que como no tenían zapatos a la moda se iban a burlar de ellos. Yo les dije que no era así, pero tampoco los quise presionar. Pero a las marchas sí vengan, les dije, porque la contaminación va a llegar tanto a la gente del centro como a nosotros, pero va a llegar más pronto a nosotros porque carecemos de muchas cosas y hoy no tenemos obra social y ¿quiénes se van a morir primero? Y una vez en una marcha vi mucha gente del barrio con las criaturas, gente humilde… y me decían ‘Mariana, vinimos’. Y se ponían al lado mío.”
Los poderes locales, la municipalidad, el gobierno provincial, los grupos económicos de la provincia, todes a favor de darle al Chubut un perfil minero, no encontraron manera de desarmar este bloque que se había atado en Esquel. Tuvieron que ceder un plebiscito para descomprimir una situación que parecía no tener salida. El No a la Mina ganó por el 81% de los votos. El diputado De Bernardi (PJ) elaboró el proyecto de ley 5001, que prohibía la minería a cielo abierto con uso de cianuro al oeste de la ruta 40. El proyecto fue aprobado. La movilización popular forzó una ampliación democrática que se cristalizó en ley.
El NO siempre de pie
Hoy, en 2021, con caras nuevas, con luchas y articulaciones renovadas, la asamblea no ha dejado de ser un emblema para muchas otras luchas, en Argentina y el continente. Como parte de distintas redes de asambleas, la red CAMA, las Unión de Asambleas Ciudadanas, la Unión de Asambleas Chubutenses, se yergue como una de las pocas referencias de resistencias exitosas frente a proyectos mineros.
Las movilizaciones parecen a veces adormecidas, porque la costumbre de marchar los días 4 de cada mes se mantiene a pesar de los años y a veces apenas somos (o son) una decena de personas caminando por las calles. Pero cuando se avecinan las amenazas, la marcha se nutre, las asambleas se llenan, las discusiones recomienzan y se repiten. Y siempre hay luchas nuevas: Arcioni, la ley de zonificación minera, el proyecto Navidad. A cada apretada la población responde con movilizaciones más masivas, con asambleas en nuevas ciudades. El No a la Mina de Esquel aspira a ser eterno y para ello las marchas son su guardián y la asamblea, su medio. Y viceversa.
El agua vale más que el oro
¿Quizá una asamblea toma sus fuerzas de las luchas que la rodean? ¿Quizás es una forma vacía, un envase de las experiencias que están desarrollándose en sus entornos?
Los vecinos de Esquel primero presentaron notas, hablaron con los concejales, se dirigieron al Intendente y a los tribunales. No les dieron bolilla y entonces se auto-convocaron. Parecido les pasó a los trabajadores de Esquel, en su mayoría empleados estatales: ni siquiera sus propios sindicatos les llevaban el apunte, así que hubo que hacer tomas y asambleas.
Los ricos locales se aliaron a los ricos de afuera y establecieron sus alianzas, incluso hacia lo profundo del pueblo: los dirigentes de la UOCRA aparecían al lado de los dueños de los corralones agitando el Sí a la Mina. Las distintas líneas internas de los partidos locales se disputaban las juntas vecinales, el reparto de chapas y de alimentos, de canales de resolución de problemas.
Los ciudadanos se transformaron en asambleístas. Los vecinos se autoconvocaron. Ante un Estado que no vehiculizaba, ni escuchaba, ni canalizaba inquietudes, aparecieron identidades que retomaron lo conocido para explorar sus límites y horizontes.
Un asambleísta es un ciudadano en ausencia de instituciones. Reclama, por lo general, desde valores ciudadanos. La asamblea no vino a revolucionar Esquel, en el sentido estructural del término. Vino, de hecho, a defender un estado de cosas que tampoco era bueno, sino que era desigual e injusto. Pero lo defendió de algo mucho peor y al hacerlo, abrió espacios de comunicación -entre el “centro” y los “barrios”, entre las comunidades mapuche y la gente blanca. Se enfrentó a la prepotencia y venció.
Se pudo parar la mina. Pero además se abrió un diálogo y se construyó una capacidad para perdurar, para estar acá, a poco de llegar a veinte años del plebiscito, sosteniendo banderas.