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Chile: venid a ver la sangre por las calles
Cuando la represión ardía en todo su esplendor, un grupo de cronistas anónimos armó un registro en crudo que permitía tomar dimensión de lo que se vivió el 11 de septiembre de 1973 en Chile. Esos relatos en primera persona fueron publicados por Crisis y casi medio siglo más tarde resuenan de manera especial, en un nuevo aniversario del golpe comandado por Augusto Pinochet contra el gobierno socialista de Salvador Allende. Maestros, obreros, periodistas y hasta Isabel, la hija del entonces presidente chileno, componen un conjunto de voces urgentes que atraviesan el tiempo como una memoria viva de lo que fue.
10 de Septiembre de 2021

 

Teresa, empleada de una empresa del Estado

La noche anterior había estado llena de presagios; algunos amigos que estuvieron en mi casa comentaron en todos los tonos la posibilidad de un golpe de estado, aunque no tenían muchos elementos de juicio o una información más o menos directa sobre los hechos que se podían desencadenar. Y eso que era gente bien formada, pues integraban el aparato publicitario del gobierno. Conversamos hasta tarde, pero no quedó nada en claro. Por eso cuando sentí el avión que pasaba rasante sobre el edificio en que vivía, y que me sacaba del sueño, pude imaginarme lo peor, aunque era una simple intuición. Desde la ventana pude ver que el avión evolucionaba sobre objetivos precisos: entre ellos la imprenta Horizonte, de la que salía abundante humo. Luego busqué noticias en la radio, pero mi sorpresa fue grande cuando me di cuenta que algunas emisoras habían desaparecido del dial: se trataba de radios de izquierda. Después me informaron que el mismo avión que yo había visto era el que se encargó de bombardear las instalaciones de esas emisoras. Sin embargo, la Magallanes logró seguir en el aire y daba a conocer el acuerdo de la Central Única de Trabajadores de ocupar las fábricas y talleres: también transmitía las palabras de Allende, que ya se encontraba en la Moneda.

 

Pedro, periodista de Radio Magallanes

Pese a que nuestra planta fue bombardeada, pudimos seguir transmitiendo con el equipo de emergencia. Eso duró, creo, hasta las 11 de la mañana. Después llegaron los milicos y tuvimos que huir. No éramos más de seis los que nos encontrábamos coordinando las informaciones. Hasta el momento en que cesamos de transmitir creíamos que se trataba de un putsch parecido al del 29 de junio. Las radios derechistas, sin embargo, proclamaban la existencia de una Junta Militar que ya emitía sus primeros bandos, las noticias que podíamos manejar eran escasas. Por eso teníamos que irradiar los mismos comunicados que habíamos recibido en las primeras horas de la mañana, cuando hubo constancia de que en Valparaíso se había alzado la Armada. Las presunciones, entonces, eran a esa altura del partido que los golpistas estaban dominando la situación. Tampoco sabíamos mucho sobre lo que estaba ocurriendo en los cordones industriales.

 

Héctor, profesor argentino, detenido al mediodía del martes 11

Cerca de la Moneda, me sorprendieron las detonaciones de las ametralladoras y bazookas. Desde los edificios altos se disparaba con armas livianas a los que trataban de cercar el palacio presidencial. Eran más o menos las 10 y media de la mañana y todos los que nos encontrábamos cerca de los lugares en que se luchaba queríamos encontrar, en definitiva, un lugar seguro. Cerca de mí cayó muerto un muchacho de unos 18 años. El impacto (debe de haber sido un punto 30) casi le borró la cara. Más allá, por la calle Morandé, vi caer algunos uniformados. Después tras una breve operación, todos los que nos encontrábamos en Huérfanos con Morandé, a dos cuadras de la Moneda, fuimos detenidos y subidos a un camión militar, que partió rápidamente. Luego supe que nos llevaban al Estadio de Chile, algo como el Luna, pero más pequeño, en donde se hacen espectáculos boxísticos y concentraciones políticas y festivales de la canción.

 

Jorge, ex alto jefe de la Aeronáutica y que no se plegó al golpe

Las noticias que logré conocer indicaban que los efectivos de la Fuerza Aérea fueron formados y notificados de que tendrían que salir a las calles a combatir a los marxistas, pues existía un plan del MIR para dar muerte a miembros de las fuerzas armadas. Se les dijo que si no salían a pelear morirían por la acción de los hombres de ultraizquierda. Era la primera manifestación de lo que más tarde denominarían el Plan Z. Cuando todos los escuadrones estaban formados se advirtió que la determinación era luchar hasta derribar al gobierno marxista y los que no estuvieran de acuerdo podían decirlo desde ese mismo momento. Algunos dieron un paso al frente en señal de disconformidad. Inmediatamente fueron apresados y luego fusilados delante de los otros como una muestra de lo que podía esperar a los disidentes. Sin embargo, en el Bosque se combatió con posterioridad, cuando algunos grupos, minoritarios, hicieron un frente de resistencia. No menos de doscientos efectivos murieron en esas acciones, lógicamente que todo lo que sucedió allí no trascendió; por el contrario, fue cuidadosamente guardado para dar la imagen de una absoluta cohesión de los facciosos. Puedo decir, además, que los oficiales que no apoyaban el golpe eran muy pocos: algunos, tal vez por miedo, se plegaron a regañadientes. El gobierno y los partidos políticos que apoyaban al Dr. Allende estaban convencidos de que la Fuerza Aérea no utilizaría sus aviones, pues se creía contar con un buen número de tropas leales que los fusilarían antes de que entraran en acción. Pero era una información apenas estimativa y que no obedecía a la realidad institucional. La prueba: fueron los aviones de la FACH los determinantes en la eficacia militar del golpe. De otra manera les hubiera costado mucho más. Los políticos se hicieron muchas ilusiones con respecto a una posible división de las Fuerzas Armadas, a pesar de que la información que manejaban era en general correcta. Pero tenían una visión civil sobre asuntos militares, y eso se puede estimar un error considerable, sobre todo en momentos en que el terreno era muy movedizo.

 

luis, estudiante de secundario

Nuestro grupo actuó de preferencia en Barrancas. Desde temprano organizamos la resistencia. Nos movimos en medio de las poblaciones y también en las calles principales, en donde enfrentamos a varias patrullas militares, pero sin conseguir gran cosa. Algunos cabros tuvieron algo de miedo, pero estaban decididos a luchar. Claro que se hacía difícil pelear contra los milicos. Nosotros apenas si teníamos instrucción militar y, además, el armamento de que disponíamos no era el mejor. Así y todo, pudimos dar vuelta a varios. No disponíamos de un lugar fijo donde concentrarnos, ya que habíamos decidido andar de a dos o tres para no llamar mucho la atención. Andábamos embarrados y bastante sucios. Eso dificultaba la coordinación general. Para nosotros no se trataba de una simple aventura: el grupo tenía bastante conciencia política, no nos podíamos quejar en ese sentido. Ya en el liceo habíamos estructurado el movimiento. Durante todo el día 11 fuimos de un lado al otro. Sabíamos que nuestras casas habían sido allanadas y no podíamos volver a ellas. La situación, por lo mismo, se fue haciendo cada vez más difícil para nuestra seguridad y algunos cabros, pese a todo, acordaron volver a sus casas. Cuando nos encontramos con otro grupo -ya faltaba poco para que cayera el toque de queda- discutimos sobre la necesidad de ocultarnos en algún lugar y atacar a las patrullas militares por sorpresa. Dos o tres estuvieron de acuerdo, pero prevaleció la idea de retornar a las casas, con todo el riesgo que eso significaba. Quedamos convenidos de juntarnos al día siguiente.

 

Albertina, estudiante uruguaya

Yo vivía en la Alameda, en las Torres de San Borja. Temprano sentimos los aviones y el tiroteo intenso. Desde los departamentos de los pisos superiores podíamos ver el desplazamiento de los soldados. A las 9 de la mañana vimos que los tanques se dirigían a la Moneda, al igual que el 29 de junio, pero las radios ya no informaban sobre los acontecimientos. Estábamos algo más que desconcertados, pero esperábamos que luego saldrían las tropas leales a enfrentar a los insurrectos. Diez minutos después llegó un amigo, quien dijo estar bien informado y que el golpe se venía en serio: además nos dijo que se preparaba una verdadera cacería de extranjeros. En un comienzo, sabés, no creímos que arremetieran contra nosotros. No existían motivos claros ni menos la posibilidad de una resistencia organizada en las torres, aunque allí vivían varios altos funcionarios de la Unidad Popular. Fue después de las dos de la tarde, cuando ya habían bombardeado la Moneda y Tomás Moro, que empezaron la "operación limpieza” en las torres. Allanaron varios departamentos y se llevaron muchos detenidos. No puedo precisar cuántos: fue en ese momento que aparecieron los francotiradores. Los milicos no sabían, la verdad, como enfrentarlos, pues no esperaban ese tipo de resistencia. Muchos, al parecer, preferían luchar que entregarse. Lo que sucedió después de las tres de la tarde lo desconozco, ya que aprovechamos un instante de tregua para huir de ahí. Era terrible la balacera.

 

Guillermo, funcionario del Ministerio de Economía

Yo estaba informado desde la noche anterior de que el golpe se desencadenaría el martes en la mañana. En Valparaíso, donde tengo muchos amigos y parientes, se habían detectado con mayor precisión los movimientos que realizaba la Armada. A la medianoche me llamaron por teléfono desde el puerto para decirme que la Escuadra, que había zarpado esa tarde para iniciar las maniobras Unitas -en conjunto con la marina norteamericana-, había vuelto, imprevistamente, a la bahía y que infantes de marina habían aislado algunas calles de Valparaíso. Confieso que no le di mucha importancia y, al día siguiente, salí temprano para el Ministerio. Eran algo más de las ocho cuando llegué: había poca gente, pero ya estaban enterados sobre la gravedad de la situación. Los más conscientes empezaron a organizarse para la defensa del ministerio y otros fuimos comisionados para salir a la calle a avisar a personas de confianza. Era una especie de alerta general. Sin embargo, ya era muy difícil movilizarse de un punto a otro, lo fundamental era actuar rápido y advertir al mayor número de gente. Logré llegar a tres partes. En todos encontré el mismo estupor, la misma incredulidad. Cerca de las 9 de la mañana, y cuando llegué a la calle Santa Rosa, pude ver el avance de los tanques, que obviamente se dirigían a la Moneda. Luego supe que, previamente, habían pasado por el Ministerio de Defensa para liberar al Comandante Souper.

 

Mario, redactor del matutino ''Puro Chile"

Antes de las 9 de la mañana los milicos penetraron al diario; fue ahí que detuvieron a nuestro director, José Gómez López. Aprovecharon para romper las máquinas de escribir, los teléfonos, citófonos y escritorios. Eran vandálicos. El oficial que los comandaba tenía especial inquina en contra de todos los que trabajábamos ahí. Varias veces nos insultó y nos dijo que ahora íbamos a saber lo que era bueno, cuando nos sacaran la cresta. "Ya van a ver -gritaba-: no va a quedar piedra sobre piedra”. Y así fue. Al mismo día 11 en la noche el edificio en que funcionaba el diario fue atacado con morteros y bazookas. No les importó destruir los dos pisos en los que estaba instalada la firma Ericsson, una empresa sueca de gran prestigio. No quedó nada después del ataque, que fue hecho con verdadera furia homicida. No sé si había gente en el edificio en ese momento, pero si había alguien debió morir en forma horrorosa. Menos mal que Eugenio Lira Massi pudo refugiarse en una embajada: de otra manera habría sido asesinado sin piedad.

 

Héctor, profesor argentino

El traslado al Estadio de Chile fue rápido. Cerca del mediodía ya alcanzaba a mil el número de detenidos. Pude contactarme con otros dos compañeros argentinos, que habían sido apresados en las cercanías de la Universidad Técnica. Trataban muy mal a todo el mundo, en especial a los extranjeros. Desde ese mismo momento se desencadenó el odio contra quienes no éramos chilenos. Se nos dijo que habíamos venido a degenerar la raza chilena. Recibimos gran número de golpes, de culatazos en todo el cuerpo. Cuando alguien caía, lo pateaban en el suelo. Nos ubicaron en las graderías del Estadio: los detenidos seguían llegando en forma incesante, por oleadas. Entre ellos había niños y ancianos. No existía respeto alguno para nadie. No se discriminaba en el castigo. Era algo sólo comparable a algunos cuadros de Goya.

 

Jorge, ex Jefe de la aeronáutica

Nosotros, me refiero a los militares constitucionalistas, habíamos informado al gobierno y a los partidos de todo lo que sucedía en las instituciones armadas. Por lo menos un mes antes del golpe le hicimos saber al presidente que cinco representantes de cada arma se habían reunido para delinear todo el operativo. Nosotros sabíamos, desde luego, que una vez que se pusiera en marcha el golpe no se producirían grandes fisuras hacia el interior de las fuerzas armadas como creían algunos representantes del gobierno, que por lo mismo tenían otra evaluación de Ios hechos. Creo que ahí estuvo uno de los grandes errores; cuando el general Prats renunció al Ministerio de Defensa y a la Comandancia en Jefe, la ofensiva golpista se tomó imparable. En realidad, era el único dique. Por eso lo atacaron con tanto encono

 

Alberto, médico psiquiatra

La información que circulaba en torno a la muerte de Allende era bastante concreta. Supe que uno de los médicos que le hizo el examen autópsico pudo constatar que su cuerpo tenía no menos de 70 impactos de bala. La misma versión señalaba que Allende fue asesinado cerca de las dos de la tarde, es decir, dos horas después que se produjera el ataque aéreo a La Moneda. Esto, evidentemente, echa por tierra la pretensión de la Junta de que el Dr. Allende se hubiera suicidado. Para ellos era más cómodo inventar una autoeliminación que responsabilizarse de su muerte. Al menos aparecían ante el mundo civilizado como liberados de un regicidio. Los médicos pudimos obtener mucha información que fue vedada para casi todo el mundo. Por ejemplo, un médico del Hospital Barros Luco me contó que la noche del martes 11 tuvo que firmar cerca de quinientas actas de defunción. Después los genocidas de la Junta optaron por prescindir de los trámites legales y se dieron a la tarea de incinerar los cadáveres, pues no querían dejar huellas ni constancia de sus crímenes.

 

José, camarógrafo y cineasta

Yo pude saber que la masacre en Valparaíso alcanzó grados increíbles. Desde la misma bahía se cañonearon los cerros. Un camarógrafo del Canal 13 me contó que había visto un barco cargado con cadáveres; eran cientos de cuerpos amontonados que iban a ser lanzados al mar. A este hombre se le recomendó que no dijera nada de lo que había visto, pero su impresión fue tan profunda que no pudo guardarse el secreto. Gracias a mi profesión pude mantenerme en contacto con muchos testigos de los hechos que se produjeron la primera semana del golpe. Así supe, por ejemplo, lo que había sucedido con alguna gente de Chile Films. A un periodista y a un camarógrafo del Noticiero los mataron cuando se encontraban filmando los acontecimientos, lo hicieron fríamente, luego de que fueron identificados por los represores. Uno de ellos era Eduardo Labarca, ex redactor del diario El Siglo y autor de dos libros periodísticos en los que denunciaba la penetración de la CIA en los asuntos chilenos. También me informaron que todo el material filmado entre 1970 y 1973, y que se guardaba en los archivos de Chile Films, fue quemado.

 

Rigoberto, trabajador de la editorial Quimantú

El ataque a la empresa se inició cerca de las 11 de la mañana. Teníamos orden de no resistir, pues habría sido inútil cualquier intento de parar la ofensiva militar. Sin embargo, los milicos se hicieron presente de la manera más brutal, disparando a diestra y siniestra. Vi caer a dos compañeros, pero no supe si muertos o heridos. Esa misma tarde, quemaron todos los libros que había en la bodega. Dijeron que era propaganda comunista y que el nuevo gobierno no iba a permitirla. De esa manera hicieron bolsa miles y miles de libros, algunos de los cuales ni siquiera se habían distribuido.

 

Jorge, ex jefe de la aeronáutica

Con respecto al ataque aéreo a la Moneda hay que hacer algunas precisiones, los cohetes que utilizaron son supermodernos. Cada avión está equipado con 36 cohetes, 18 en cada lado: pueden ser lanzados de a uno o dos o todos al mismo tiempo, Tienen la particularidad de que al estallar lanzan entre 600 y 800 esquirlas, lo que los hace altamente mortíferos. Además, son absolutamente gobernables, al punto de que es muy difícil errar el objetivo que se quiere destruir. Eso explica que las oficinas de Allende y Daniel Vergara hayan sido las más dañadas. Algunos de los rockets entraron por las ventanas de La Moneda, como todos saben, el ataque duró unos 20 minutos y los dos aviones hicieron unas seis o siete pasadas rasantes, por lo que se puede decir que lanzaron unas 20 o 25 bombas de ese tipo. También en Tomás Moro destruyeron sólo una parte de la casa presidencial: el escritorio de Allende fue el que resultó con mayores destrozos. Se puede colegir, por lo mismo, que los pilotos conocían plenamente los objetivos que iban a atacar; nada fue improvisado, en realidad. Yo creo que se hizo un estudio amplio y detenido del bombardeo. Los jefes del golpe habían planeado todos los detalles. pues sabían que era muy difícil que Allende se rindiera. El mismo había dicho que sólo muerto lo sacarían de La Moneda. Los golpistas, entonces, decidieron matarlo y luego inventar lo del suicidio. Estoy casi seguro de que Allende murió durante el bombardeo.

 

Clara, estudiante

Vivo cerca del regimiento Buin y ya antes de la siete de la mañana sentí un intenso tiroteo en el interior del cuartel. Parece que hubo lucha entre los golpistas y los antigolpistas. Sólo después de las 8 cesaron los tiros y los soldados salieron a la calle. Deben haber muerto muchos allí. Más, no sé.

 

Carlos Alberto, obrero argentino

Yo trabajaba en una de las industrias del cordón Cerrillos y, de verdad, no estábamos preparados para hacer una resistencia eficaz, aunque en algunas fábricas se intentó una suerte de lucha. Cerca de Ferriloza fueron fusilados siete obreros; eso lo vi yo con mis propios ojos. Cuando supe de la persecución que se hacía a los extranjeros, los compañeros me dijeron que me fuera de allí y que buscara asilo en la embajada. Tuve que hacer un impresionante rodeo, pues todas las calles estaban copadas por los golpistas. Cerca de las seis me sorprendió el toque de queda en las cercanías del Cementerio General: no tuve otra opción que meterme allí y buscar un lugar donde refugiarme. Como el toque de queda se prolongó hasta las 12 del día jueves, tuve que estar en el Cementerio más de 36 horas. Fue algo terrible, sobre todo porque los milicos llegaban con camionadas de cadáveres, que eran llevados a los hornos crematorios. También allí había gran vigilancia y sólo a ratos podía ver lo que hacían. Tenía un buen escondite y era muy difícil que me sorprendieran. Menos mal.

 

Luis, funcionario internacional

También en el cerro Santa Lucía se produjeron enfrentamientos, que duraron hasta la madrugada del miércoles. Allí había varios francotiradores, que dispararon durante toda la noche. Las patrullas militares, por lo que supo, tuvieron que actuar con mucha cautela para no sufrir muchas bajas, pero las hubo en abundancia. A los francotiradores creo que los mataron a todos. No sé cuántos eran ni qué tipo de armamento tenían. También en el edificio de la UNCTAD hubo resistencia, pero muy desorganizada, los baleos se prolongaron por varias horas. Yo vivía cerca de ese sector y pude escuchar la balacera. Después me fui porque me denunciaron como extranjero y temí que allanaran mi departamento y me detuvieran. Por lo que supe a otros funcionarios internacionales tampoco los respetaron. En realidad, no existían garantías de ningún tipo, para nadie.

 

Elizabeth, empleada uruguaya

El día del golpe, cerca de las cuatro de la tarde, llegó una patrulla militar a mi casa. Entraron violentamente, destruyendo todo lo que encontraban a su paso. Destrozaron el ajuar y la cuna del bebito que estaba esperando. Después me apuntaron a la barriga con una metralleta. Decían que buscaban armas y que nosotros éramos unos extranjeros indeseables. Fueron unos vecinos quienes nos denunciaron: claro que por la radio decían a cada instante que se debía delatar a los extranjeros, pues habían llegado a Chile a matar a los chilenos. Eran unas patrafias increibles, pero había gente que las creía o, al menos, simulaba creerlas. (Elisabeth se refugió, posteriormente, en la embajada argentina en Santiago, donde dio a luz dificultosamente. El bebito nació muerto.)

 

David, trabajador de la industria “Sumar”

Apenas supimos de la subversión de los marinos en Valparaíso, los dirigentes ordenamos una asamblea general. Una vez que hubo terminado esta reunión con los trabajadores nos abocamos a organizar escuadras, pero no contábamos con ningún tipo de armas dentro de la industria. Las direcciones políticas ya habían sido despedazadas y destruidos los locales partidarios. Pero dentro del panorama más o menos negro hubo una sorpresa que nos dio nueva vitalidad: fue cuando vimos ingresar un gran contingente de camiones y camionetas con alimentos para la resistencia larga. Después, entraron dos camiones que traían a compañeros que habían logrado huir de Tomás Moro, con una cantidad apreciable de ametralladoras y bazookas, lo que permitía darnos una mediana resistencia. Planteamos de inmediato un ataque a la comisaría de carabineros ubicada a dos cuadras al sur de la industria. Eso lo cumplimos sin problemas y fuego regresamos a la fábrica.

 

Juan, locutor de radio

A las 7 de la mañana los militares nos obligaron a entrar en cadena con Radio Agricultura (que azuzó e instrumentalizó el golpe desde tres o cuatro semanas antes). Empezamos a difundir marchas militares y cerca de las nueve se dio a conocer el Bando N° 1 de la Junta, en el que se decía que la decisión castrense obedecía a objetivos éticos y patrióticos. Todo el personal de la emisora fue conminado a abandonar el lugar, pues se nos dijo que nuestra labor sería innecesaria. Toda la coordinación se haría, en adelante, desde el Ministerio de Defensa, donde se transmitirían las informaciones oficiales. Antes de irme a mi casa alcancé a escuchar que la Junta daba plazo hasta las 11 de la mañana para que Allende dejara La Moneda; en caso contrario, el edificio sería bombardeado, la verdad es que yo no era partidario de la Unidad Popular, pero sí respetaba la democracia. Desde un comienzo me dí cuenta que el asunto iba a ser sanguinario. Mis simpatías políticas estaban con la Democracia Cristiana, pero creo que algunos de sus dirigentes les hicieron el juego a los milicos. 

 

Jorge, ex jefe de la aeronáutica

Al general Pinochet lo conocí hace tres años, cuando dirigió un curso de la Academia de Guerra de Antofagasta. Ahí pude darme cuenta de sus limitaciones, de sus aberrantes teorías geopolíticas. Recuerdo que me llamó la atención en forma cruda porque, según él, usaba el pelo algo largo. Era una estupidez, pero se fijaba en esas cosas. Puedo decir que era un hombre intelectualmente muy limitado, de formación prusiana. Gustavo Leigh era un nazi confeso. Nosotros le habíamos dicho a Allende que era un hombre peligroso, con muchas vinculaciones con el grupo “Patria y libertad". Era, además, el ideólogo del movimiento, el que le podía dar cierto rumbo. También conocí a César Mendoza, el general de Carabineros: un tipo vacilante, que se plegó al golpe a última hora. Luego de decirle al presidente que permanecería leal y afrontaría todas las consecuencias. Pero era un hombre de personalidad muy ambigua, cambiante y prefirió, a última hora, plegarse al golpe. De José Toribio Merino tenía pocos antecedentes; sin embargo, por lo que sabía se trataba de un individuo pusilánime preocupado de una retórica seudo legalista y, generalmente, poco informado sobre la situación socio-económica del país. Me costaba pensar que serían esos hombres los que, inevitablemente, se harían cargo del país.

 

Héctor, profesor argentino

La situación en el Estadio Chile se fue haciendo cada vez más intolerable. A medida que pasaban las horas iba ingresando mayor número de detenidos. El maltrato iba en aumento. A un hombre le rompieron un máuser en la cabeza, que se le partió como una sandía. Más de mil prisioneros pudimos ver ese acto de extrema barbarie. Lo dejaron desangrarse durante más de media hora. Después se lo llevaron en unos sacos.

 

David, trabajador de "Sumar"

En forma intempestiva fuimos atacados desde el aire por aviones y helicópteros. Junto al ataque desde el aire, la fábrica fue rodeada por los carabineros y militares, quienes de inmediato empezaron a disparar desde todos los frentes. Los compañeros que estaban a cargo del operativo y del comando militar, distribuyeron nuestra gente en pequeños grupos de diez personas y les fueron dando instrucciones de abandonar la industria, pero en plan de ataque, para luego rápidamente retroceder y guarecerse en las poblaciones circundantes (La legua, El Pinar, La Esmeralda y Las Industrias). Veíamos que quedarnos en la fábrica y de ahí ofrecer resistencia resultaba prácticamente absurdo, ya que eran pocas las industrias que oponían resistencia. De ahí que la batalla que se dio en aquel momento contra grupos de carabineros y militares fue realmente un infierno. Las metrallas se escuchaban como grandes bombas ante nuestros oídos. Nuestra gente disparaba con una decisión increíble. Los gritos de los compañeros dando instrucciones apenas se escuchaban. Fue impactante y tenebroso, según contaba uno de los nuestros, cuando vio caer al primer combatiente de los nuestros. Otros compañeros recogían las armas de los caídos. También veíamos que ellos no eran inmunes a nuestros disparos. Había gran nerviosismo en las filas militares. Muchos de ellos los encontraban involuntariamente en el frente de batalla y más de alguno entre amigos, hermanos y vecinos a quienes tendría que matar, porque así se le ordenaba.

 

Isabel Allende, hija de Salvador, en reportaje a Regis Debray, publicado en México

Mi padre quedó sorprendido por la coordinación, la precisión y la brutalidad de la intervención millar. Se dio cuenta de que ya no podía hacer hincapié en decisiones en el seno del ejército en apoyo de unidades leales. No esperaba nada de ese lado ni tampoco del lado de los civiles. Sabía que la huelga de los camioneros y los allanamientos en varias partes de la ciudad imposibilitarían la llegada de refuerzos obreros hasta La Moneda. Durante más de una hora siguieron los tiros. Después, a las 11 y cuarto, la Junta lanzó telefónicamente su ultimátum; si antes de 20 minutos Allende no abandonaba el palacio, atacaría la aviación. Entonces mi padre nos reunió a todos en el salón Todesca y nos dijo: "Ya tomé mi decisión. Me quedaré aquí hasta el final. Acaban de ofrecerme un avión para que deje mi país. Me negué. La fuga sería tan infamante como la traición de los generales que me la proponen." Inmediatamente después, agregó que la revolución no necesitaba muertos inútiles y pidió a las nueve mujeres presentes, así como algunos de sus colaboradores, que él pensaba que podían y debían salvar la vida, que abandonaran el palacio. En cambio, pidió a quienes se quedaban que asumieran el compromiso de pelear hasta el final. "Quizás sea - dijo- el último combate de Allende, pero también será la primera batalla de la revolución chilena, porque en adelante, tal es el camino a seguir. Acaban de dar vuelta una página de nuestra historia. La próxima la escribirá el pueblo chileno y todos los pueblos de América Latina”.

 

Jorge Timossi, periodista argentino, corresponsal de Prensa Latina, en relato propalado por Radio Habana el 14 de septiembre

La guardia de carabineros se retiró antes de las 11 de la mañana del Palacio de La Moneda, cuando se supo que el lugar iba a ser bombardeado. Eran los mismos que habían jurado defender al presidente hasta la muerte, los que habían dicho que la guardia moría pero no se entregaba. Pasaron por un túnel hacia el interior de la Plaza de la Constitución. Ya en ese momento el centro de la ciudad se había transformado en escenario de una batalla desigual. Desde algunos edificios, en especial el Ministerio de Obras Públicas, se resistía con fiereza.

 

Vicente, obrero panificador, dirigente medio del Partido Socialista

Mi casa fue asaltada a las siete de la tarde del martes 11. Entró una patrulla militar: allí encontraron a mi mujer, a mi hijo de tres años y a un cuñado. Los interrogaron sobre mi paradero, pero nadie lo sabía. Después cargaron su furia contra mi cuñado, al que fusilaron en el acto, delante de mi hijo y de mi mujer. Yo me enteré de todo al día siguiente, cuando pasé un instante por la casa. Después me siguió una patrulla: para poder huir tuve que disparar sobre ellos. Cayeron dos heridos de muerte.

 

David, trabajador de "Sumar”

Ya eran cerca de las siete de la tarde y sólo quedábamos seis compañeros en el interior de la planta. Nuestras bajas eran más de un centenar, pero también las de los militares sumarían el mismo número. Con todo, no había sido una batalla desigual. En ese instante llegó un dirigente del Partido Socialista, quien nos dijo que en la fábrica "lndumet" (industrias metálicas) la resistencia era fuerte. Allí, lo sabíamos, había una gran cantidad de armas, las que deberían haber sido distribuidas en las industrias de todo el sector, pero no pudo realizarse por falta de coordinación. Se nos dijo que debíamos abandonar el local e internarnos en la Población La Legua, para seguir allí la resistencia. Fue lo que hicimos. Lo que pasó en la población es ya otra historia.

 

Heriberto, cocinero de una escuela de Coyhaique, en la provincia de Aisén

Supe lo del golpe al mismo tiempo en que se producía: con unos amigos tomamos la decisión de irnos a los montes para resistir, pero como no teníamos armas, ni dónde conseguirlas, optamos por atravesar la cordillera a pie.

 

Jorge, ex jefe de la aeronáutica

Durante los dos últimos años aumentaron los viajes, las becas a Panamá: no solo es invitado el personal en servicio activo, sino gente que había pasado a retiro. Allí, desde luego, no sólo se les daba instrucción antiguerrillera -porque ese es el pretexto-  también se los instruía ideológicamente. Lo anterior se empezó a manifestar en todas las situaciones de la vida institucional; se prohibió al personal que leyera diarios de izquierda, por ejemplo, pero no se le decía nada a quienes difundían la prensa golpista o enconadamente antigobiernista. Por el contrario, mientras las publicaciones de izquierda eran estigmatizadas, las de derecha aparecían como respetables y dignas de crédito. Eso, que puede resultar un hecho nimio, reflejaba de manera concreta y palpable la vida cotidiana de las instituciones armadas y la influencia creciente que alcanzaban las tendencias golpistas, sustentadas por los hombres más adictos a Washington. Ese hecho, creo yo, es bastante revelador de la infiltración norteamericana en las Fuerzas Armadas; otro aspecto importante es el viaje que realiza el embajador Davies a su país dos días antes del golpe. Son cosas difíciles de conciliar o que, al menos, resultan sospechosas.

 

David, trabajador de ''Sumar”

Desde la fábrica nos trasladamos a la Población La Legua, en donde nos unimos a otros resistentes. Teníamos una buena provisión de armas, las mismas que habían llegado desde Tomás Moro, y que fueron sacadas a pesar del cerco que se había tendido a la casa presidencial. Esas armas fueron sacadas en cuatro vehículos que salieron por un colegio de monjas que queda a los pies de la casa. De esa manera se logró burlar a los vigilantes. La primera acción que concertamos fue atacar algunos retenes de carabineros de la zona, lo que hicimos sin mucha dificultad; encontrábamos poca resistencia. Sin embargo, fuimos atacados con posterioridad -cuando ya había caído plenamente la noche- por un gran destacamento policial, uno de los buses de carabineros fue volado de un bazookazo: deben haber muerto unos 40 efectivos. Eso, naturalmente, acentuó la represión y, al día siguiente, se hizo con un rigor implacable. La población fue ametrallada desde el aire. Ahí murieron muchos compañeros: también niños y mujeres.

 

Calixto, médico del Hospital Roberto del Río

A nosotros nos tocó atender una cantidad impresionante de niños heridos de bala. Uno de nuestros colegas estaba indignado al ver tantos chicos heridos y levantó la voz para decirle a un oficial del ejército que estaban cometiendo un asesinato imperdonable. Como toda respuesta extrajo su arma de reglamento y amenazó con disparar al colega. Nosotros le dijimos que le hiciera caso, que lo que se decía era fruto de la ofuscación momentánea, pero que no era nada grave, ¿ve? Y entonces el oficial nos endilgó un discurso siniestro. Nos dijo que los hijos de los marxistas ya estaban inoculados con el virus del marxismo y que, por lo tanto, que murieran algunos no tenía mayor importancia y que, incluso, era beneficioso para la salud mental de la población. Así, se estaba jugando el partido.

 

José. camarógrafo y cineasta

Yo supe que una de las principales preocupaciones de la Junta, desde un primer momento, fue levantar un gran campo de concentración. Eso se discutió al más alto nivel. Después se optó por utilizar el Estadio Nacional para esos fines. También se reabrió Pisagua, en el norte, donde fueron confinados cientos de personas del sector, especialmente obreros de las provincias de Antofagasta y Tarapacá. Claro que no hay que descartar la posibilidad de que ese campo que piensan construir -a lo mejor ya se está levantando- aparezca en cualquier momento. Con esta gente nunca se sabe, ¿no?

Fotos al ejemplar de la revista original: Jazmín Tesone.

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